En el marco del Día Internacional del Trabajador, es esencial reflexionar sobre el impacto del estrés laboral en nuestra salud física y mental. El síndrome de Burnout, resultado del estrés crónico, representa una amenaza real para aquellos que enfrentan demandas constantes en el entorno del empleo actual. Este día no sólo celebra los logros de la fuerza laboral, sino que también nos recuerda la importancia de preservar nuestro bienestar en un mundo cada vez más exigente.
El burnout es una condición en la que el estrés nos lleva a un punto en el que sentimos que “no podemos más”. Esto se explica porque enfrentamos una demanda constante de adaptación a un ámbito laboral y a exigencias que mantienen elevados nuestros niveles de hormonas de estrés, secretadas por la glándula suprarrenal, durante periodos prolongados, agotando su producción y dejándonos exhaustos.
Cuando el estrés se vuelve crónico, perdemos la capacidad de tener una respuesta selectiva; es decir, ya no podemos distinguir claramente qué nos estresa de lo que no. A su vez, puede desencadenar o empeorar enfermedades físicas como la diabetes o la obesidad, y generar depresión, pérdida de memoria o enfrentarse a condiciones graves como arritmias, infartos o accidentes cerebrovasculares (ACV).
Para prevenir el síndrome de Burnout, es fundamental estar alerta a los primeros indicios, dado que en esta etapa es más factible revertirlo. Los síntomas iniciales suelen manifestarse con dolores de estómago ante situaciones específicas, contracturas musculares y dificultades para conciliar el sueño.
A medida que esto evoluciona, puede activarse lo que se conoce como el “circuito del placer”. Es decir, el cerebro, ya sobrecargado por circunstancias previas, comienza a buscar recompensas inmediatas. Se estimulan ciertos neurotransmisores en las neuronas, especialmente la dopamina, que nos impulsa a buscar gratificaciones instantáneas. Si aumenta la impulsividad, por ejemplo, alguien que solía fumar puede retomar este hábito, o una persona que no bebía alcohol puede volver a hacerlo de vez en cuando. Debido a las numerosas contracturas, es posible que se recurra a los relajantes musculares, y si hay problemas para dormir, podrían utilizarse medicamentos para conciliar el sueño. De esta manera, avanzamos un paso más hacia el deterioro.
Luego, llega la etapa en la que uno se siente “con la mecha corta”: cualquier cosa provoca una reacción, se experimenta nerviosismo y surgen inconvenientes en las relaciones laborales y familiares; aparece la irritación, el cansancio y el rendimiento disminuye progresivamente. Además, la dinámica de comunicación se ve notablemente alterada. A partir de ese punto, los pasos hacia el burnout se aceleran: por las mañanas, hay más agotamiento y la predisposición a la depresión aumenta.
Se ha observado que los hombres suelen tener una mayor incidencia de problemas cardiovasculares. Por otro lado, las mujeres están protegidas hasta la menopausia por una fórmula femenina que posteriormente pierden. A partir de ese momento, experimentan una incidencia similar de alteraciones cardiovasculares, pero con mayor gravedad. Para evitar caer en esta patología, se recomienda realizar actividad física, ya que ayuda a mejorar el control del azúcar en la sangre y la circulación, y funciona como un “cable a tierra” para liberar toda la energía acumulada durante períodos de estrés. Esta energía, que en tiempos pasados permitía enfrentarse a animales feroces o a una naturaleza indómita, hoy se acumula de manera similar en el cuerpo cuando nos enfrentamos a escenarios estresantes como discusiones con el jefe o el agotamiento por el uso constante de Zoom.
El cerebro no distingue estas situaciones y reacciona enviando cortisol y adrenalina, llenándonos de energía que necesita ser liberada. Por lo tanto, es esencial dedicar al menos media hora diaria a algún tipo de movimiento para descargarla antes de llegar al cansancio, que luego es más difícil de superar.
También tenemos que comprender que no podemos permanecer sentados frente a una computadora durante 24 horas seguidas, ya sea trabajando desde casa o en la oficina. Se aconseja realizar pausas de 5 o 10 minutos cada dos horas para respirar profundamente con el abdomen y relajarse. Algunas personas prefieren salir simplemente a dar una vuelta a la manzana. Durante períodos de alta carga de trabajo, se sugiere reducir la actividad cada dos horas para evitar el estrés constante.
El agotamiento y la mala calidad del sueño son una combinación letal. El momento de irse a dormir debe convertirse en un ritual que incluya apartar las pantallas y dejar el celular en otro lugar (o apagarlo si es posible), así como evitar consumir noticias estimulantes hasta dos horas antes. Lo ideal es descansar, leer o relajarse con música. También es esencial adoptar una alimentación saludable y reducir la ingesta de sal, dado que en la actualidad existe una tendencia hacia la hipertensión arterial.
Es importante mantener conexiones emocionales con otras personas. Las acciones de solidaridad son especialmente valiosas en la actualidad, ya que no solo reducen el cortisol en la persona que brinda ayuda, sino también en uno mismo. Reservar instantes para actividades placenteras y dedicar tiempo a otros no solo beneficia a quienes lo reciben sino que también contribuye positivamente a nuestro bienestar.
Retomar el control de nuestra vida y dedicarnos a nosotros mismos es un aspecto clave. Cuanto más sintamos que tenemos control sobre la situación, más positivo será el mensaje que nuestro cerebro recibirá, indicándonos que las cosas están mejorando.
En conclusión, cuidar nuestra salud mental y física es fundamental para afrontar los desafíos profesionales del siglo XXI. La prevención del burnout implica identificar y abordar los primeros signos de estrés, adoptar hábitos de vida saludables y mantener un equilibrio entre el trabajo y el autocuidado. En este Día del Trabajador, recordemos poner nuestra salud en primer lugar, pues solo así podremos seguir contribuyendo de manera efectiva y sostenible al mundo laboral y a nuestra propia felicidad.