“Al escritor García Márquez hay que hacerle saber bien, que uno la tierra donde nace es la que debe querer y no hacer como hizo él, que su pueblo abandonó y está dejando caer la casa donde nació”, fue el verso que se le escuchó cantar a Carlos Vives en medio de una reciente parranda vallenata.
En la reunión informal, que se celebró días después del Festival de la Leyenda Vallenata, también se encontraba Silvestre Dangond, así como otros importantes músicos o empresarios musicales. Cuando el samario pronunció esos versos, los demás aplaudieron, celebrando lo directo que fue.
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No obstante, si bien llamó la atención que el cantante de La gota fría o Robarte un beso criticara la actitud del ganador del premio Nobel de no ayudar a su sitio de nacimiento, en realidad la estrofa no es de su autoría, sino que es un clásico escrito en 1974 por Armando Zabaleta llamado Aracataca espera.
El guajiro era bastante cercano al autor de Cien años de soledad, por lo que se sintió en confianza para llevar a cabo esa crítica sin que hubiese controversia entre ellos. El público no tardó en reaccionar en esa época y el debate se abrió desde entonces.
Asimismo, el tema contiene otra parte igual de incendiaria. “Al escritor García Márquez le han regalado dos premios y no ha sido capaz de acordarse de Aracataca, su pueblo (…)”, dice.
Orlando Deavila Pertuz, PhD. en Historia Latinoamericana y profesor universitario, explicó lo anterior a El Colombiano que “en 1972, Gabo recibió el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos y donó el premio, unos 25.000 dólares, al recién fundado Movimiento al Socialismo (MAS) de Venezuela. Zabaleta criticó su decisión diciéndole en su canción: “Uno la tierra donde nace es la que debe querer”, explicó Deavila Pertuz.
De hecho, el mismo Zabaleta le dedicó en vivo la canción a Gabo en medio de un encuentro folclórico. Jorge Oñate, que después lo tomó para sí, se encargó de inmortalizar la composición durante las últimas décadas.
¿Por qué y cuándo se fue Gabriel García Márquez de Colombia?
Gabriel García Márquez, reconocido escritor colombiano y ganador del Nobel de Literatura, encontró en México no solo un refugio, sino también un terreno fértil para su creatividad y producción literaria. A finales de los años sesenta, específicamente en 1981, tras alcanzar un éxito sin precedentes con la publicación de Cien años de soledad, García Márquez decidió trasladarse a México. Esta decisión fue motivada no solo por razones personales y de seguridad, dadas las tensiones políticas en su Colombia natal, sino también por la búsqueda de un espacio que le ofreciera la tranquilidad y el ambiente propicio para continuar su labor literaria.
México, en aquel entonces, se consolidaba como un centro de refugio y encuentro para intelectuales y artistas latinoamericanos. La elección de este país no fue casualidad; García Márquez ya tenía lazos con el ambiente cultural mexicano y vínculos con importantes figuras del cine y la literatura. Además, la proximidad geográfica con Colombia facilitaba el contacto con su país de origen.
Durante su estancia en México, García Márquez no solo escribió algunas de sus obras más destacadas, sino que también se involucró en el mundo del cine, adaptando guiones y colaborando con destacados cineastas mexicanos. La capital mexicana se convirtió en el epicentro de su creatividad, donde concibió obras maestras como El amor en los tiempos del cólera y Crónica de una muerte anunciada.
Su residencia en México también marcó un periodo de consolidación en su carrera literaria. Fue en este país donde García Márquez vivió el momento de recibir el Premio Nobel de Literatura en 1982, reconocimiento que coronó su aporte a la literatura universal. A lo largo de los años, México no solo fue testigo de su éxito literario, sino también de su compromiso político y social, participando activamente en debates y movimientos culturales.
García Márquez mantuvo a lo largo de su vida una relación estrecha y afectiva con México, considerándolo su segundo hogar. Hasta su muerte en 2014, el escritor dividió su tiempo entre México y Colombia, dejando un legado indeleble en la cultura literaria de ambos países. Su paso por México es testimonio de cómo el exilio puede transformarse en un poderoso motor de creatividad y producción artística.