Hoy, 21 de mayo, se celebra el Día Internacional del Té, una bebida con más de 5.000 años que se convirtió en un patrimonio cultural con contribuciones para el desarrollo socioeconómico y beneficios para el cuidado de la salud. Es una infusión que combina lo mejor de la tradición con las propuestas más atractivas para conquistar a las nuevas generaciones.
Después del agua, el té es la bebida que más se consume en el mundo y la tendencia es creciente: según el informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO por sus siglas en inglés), el consumo mundial de té aumentó un 3,5 por ciento durante la última década y mantiene el rumbo alcista.
El té no sólo es un alimento 100% natural que se convirtió en un punto de encuentro de los hábitos culturales de las distintas comunidades, sino que además es un producto con enorme potencial para afrontar los desafíos comunes a nivel global.
¿Por qué se celebra el Día Internacional del Té?
La Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) estableció el 20 de enero de 2020, a través de la resolución 74/241, que todos los 21 de mayo se conmemore el Día Internacional de Té, entre otros objetivos, para promover la “conciencia” sobre la importancia de su consumo “en la lucha contra el hambre y la pobreza”.
En la mencionada resolución, la ONU repasó los puntos centrales que justifican el reconocimiento de la bebida. Entre ellos, se destaca que “la producción y elaboración de té constituye una fuente principal de sustento para millones de familias de países en desarrollo” y que “el té constituye el principal medio de subsistencia de millones de familias pobres de varios países menos adelantados”.
Además, las Naciones Unidas resaltaron que “la producción y elaboración de té contribuye a la lucha contra el hambre, la reducción de la pobreza extrema, el empoderamiento de las mujeres y el uso sostenible de los ecosistemas terrestres”, y que “el té puede desempeñar un papel significativo en el desarrollo rural, la reducción de la pobreza y la seguridad alimentaria en los países en desarrollo, al ser uno de los cultivos comerciales más importantes”.
El té argentino, en el ránking mundial
La calidad y los niveles de producción de té hicieron que la Argentina figure entre los 10 mayores productores y exportadores a nivel mundial. Es una posición alentadora ante un mercado que tiende a crecer, tal como señaló la FAO: en sus informes se prevé que las exportaciones internacionales se incrementarán a un ritmo del 4% anual, en el mediano plazo.
El té se introdujo en la Argentina hace más de 100 años y el desarrollo del cultivo se potenció en la región del litoral del país, pero no tardó en desplegarse sobre otros territorios gracias a la implementación de nuevos productos y sabores. Con la dedicación y los avances aplicados, la Argentina logró que el 60 % de la producción tenga certificaciones internacionales.
Actualmente, Argentina es el noveno país productor en cuanto a volumen de té producido (por encima de Japón). La mayor parte de la producción está destinada al mercado del té en bolsa y del té helado, pero los productores argentinos están cada vez más interesados en la elaboración del té a granel para el mercado gourmet.
El informe sobre Complejos Exportadores del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec) indica que, en 2023, las exportaciones del sector del té fueron de 75 millones de dólares
El organismo oficial precisó que ese total de exportaciones se distribuyeron entre té negro (96,2%) y té verde (3,8%), y que el principal mercado fue el de Estados Unidos con ventas que superaron los 54 millones de dólares.
Producción
La producción de té involucra a múltiples actores, que fusionan hábitos tradicionales y tecnología de punta.
Todo comienza con la planta de té, Camellia Sinensis, cultivada en extensas plantaciones de la provincia de Misiones y en el norte de Corrientes. La fecha de cosecha comienza a fines de octubre y se extiende hasta abril. Esa ventana de tiempo permite tener varias instancias de corte, que varían según las lluvias y las heladas.
Ese universo de productores locales se compone mayoritariamente por familias, que trabajan predios de entre 25 y 50 hectáreas. Las hojas cosechadas se llevan a secaderos, donde se colocan en cintas de velocidad controlada y se someten a ventilación con una temperatura especial durante un tiempo específico para extraer la humedad y flexibilizar la hoja para el próximo proceso.
Luego se hace un enrulado de la hoja. Esta una práctica que históricamente se hacía a mano pero que ya en la Argentina está industrializada casi por completo. Con el enrulado, la hoja empieza a romperse y así se inicia la oxidación/fermentación. El proceso de fermentación se detiene cuando se obtiene una humedad de 2-3% y luego se pasa a la etapa del tipificado, donde se separan las hojas del palo, se muele la hoja y se extraen diferentes productos: aquellos de altísima calidad, destinados a los tés en hebras, y el polvo de té que también se utiliza en otros procesos, finalmente el té se envasa en diferentes formatos tanto para mercado interno como externo.
Ese es el camino para elaborar el té negro. El té verde, que también surge de la Camellia Sinensis, demanda una técnica distinta en la extracción de la hoja, que se caracteriza por incluir un “sapecado”, proceso similar al que se utiliza para la yerba mate.
“Es una cadena de valor que incluye a muchas personas y familias. La cosecha demanda cuidados especiales para no dañar las hojas y por eso también se debe hacer en horarios específicos: por lo general, las tareas de corte se realizan temprano para evitar que el impacto directo del sol marchite al producto antes de tiempo”, destacó Guillermo Dolimpio, gerente de planta de Cachamai, una de las marcas del sector.