La apasionada historia entre una joven de cuna aristocrática y un sacerdote católico a mediados del siglo XIX logró captar la atención de los televidentes hace cuatro décadas. De la mano de María Luisa Bemberg, el amor entre Camila O’Gorman y el cura Ladislao Gutiérrez fue llevada a la pantalla grande hace 40 años. Y, una vez más, la dupla protagónica se reunió para celebrar la obra que logró posicionarse como una de las tragedias románticas más vistas en el cine argentino y en un símbolo del séptimo arte en los primeros años de democracia.
Se trata de Camila, la película protagonizada por Imanol Arias y Susú Pecoraro, que tuvo su estreno el 17 de mayo de 1984 y fue vista por más de dos millones de espectadores. Si bien no logró recibir el Óscar en la terna de Mejor película de habla no inglesa en la edición del año siguiente, sí lo hizo en la categoría de mejor actriz en el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana. Al cumplirse 40 años de aquella primera proyección, el Ministerio de Cultura de la Ciudad decidió rendirle un homenaje en el Teatro San Martín.
En la tarde del martes, el hall del conocido recinto no solo recibió a los actores que protagonizaron el filme, sino también a Luisa y Cristina Miguens, las hijas de María Luisa Bemberg y Pilar O’Gorman, descendiente de la familia de Camila. Bajo la conducción de la periodista Silvina Chediek, la jornada estuvo llena de momentos emotivos y recuerdos del importante papel que cumple esta obra en la cultura del país, en especial en la industria del cine.
Las entradas a la proyección eran gratuitas, por lo que cualquier persona deseosa de volver a revivir esta tragedia, tan similar a las obras de Shakespeare, podía adquirirlas. Por lo que, en cuestión de poco tiempo, la sala se llenó de espectadores, quienes pudieron apreciar además el encuentro de la dupla.
La historia real detrás del melodrama de época
En medio del enfrentamiento entre unitarios y federales, la quinta de seis hijos del matrimonio de Adolfo O’Gorman y Joaquina Ximénez Pinto cae rendida en los brazos de un sacerdote oriundo de Tucumán. El joven religioso, quien también provenía de la clase alta, había sido designado como párroco de la iglesia a la que frecuentaba la familia. En dicho lugar se produjo el primer encuentro entre ambos y dio inicio a su relación, que fue retratada muchos años más tarde por María Luisa Bemberg.
Entre confesiones sin tapujos, Camila se fue enamorando del sacerdote. Al principio, él intentó negarse a los sentimientos que también evocaba la presencia de la muchacha, pero no pasó mucho para que se rindiera y diera lugar a un romance apasionado y secreto. Pero la relación estaba mal vista por la sociedad y principalmente por el padre de la muchacha, que quería verla casada con un hombre respetado.
Al enterarse de su vínculo con el cura, su propio progenitor fue el encargado de denunciarlos ante el gobernador, a quien le escribió en una carta que era “el acto más atroz y nunca oído en el país”. Esto encendió las alarmas para los amantes trágicos, quienes decidieron fugarse juntos hacia el norte del país, donde iban a permanecer juntos hasta lograr llegar a Brasil, su única salida a la libertad.
Pero la suerte no corrió de su lado, ya que fueron encontrados gracias a un sacerdote irlandés que conocía a Ladislao y dio aviso de su paradero. Inmediatamente, se los trasladó por separado a la prisión de Santos Lugares, provincia de Buenos Aires, donde ningún contacto les sirvió de algo, ni siquiera por parte de Manuela Rosas, íntima amiga de la joven, quien intentó socorrerla sin mucho éxito. Sin conmoverse siquiera por el bebé que Camila tenía en su vientre, la pareja fue fusilada, pero su historia se volvió leyenda.