Es una de las franquicias más valoradas de la industria. No solo porque tiene algunos de los juegos más emblemáticos entre los FPS, sino porque ha conseguido mantenerse más de veinte años entre las sagas que más copias venden. Un mérito mayor si tenemos en cuenta que tienen entregas nuevas todos los años y, gracias al trabajo de varios equipos en conjunto, ha logrado conservar un estándar de calidad alto. El FPS bélico por excelencia comenzó su camino abrazando el realismo, apoyándose en batallas reales y en reconstrucciones rigurosas de armas y equipamiento pero hoy en día nos permite jugar vistiendo atuendos coloridos, con cantantes de pop y hasta personajes de animé. ¿Cómo llegamos a este punto?
Call of Duty nace en 2004 como un FPS bélico centrado en la Segunda Guerra Mundial y se perfila rápidamente como el principal competidor de la saga, por entonces ya establecida, Medal of Honor. Con el realismo como estandarte y la innovación a través de la IA de nuestros aliados, el juego de Infinity Ward cosechó una inmensa popularidad que logró cimentar con secuelas de calidad. Activision se encargó de que tenga presencia en todas las plataformas y, gracias a una combinación de varios estudios, mantener el nivel a pesar de la frecuencia anual de cada nueva entrega. En 2007, el lanzamiento de Modern Warfare redefinió los FPS, no solo por el estilo cinemático de su campaña, sino por su fantástica experiencia multijugador. A partir de entonces quedaría solo perfeccionar la fórmula ganadora.
Una rotación de estudios constante permitía largos tiempos de desarrollo y garantizaba la libertad necesaria para que cada entrega tenga su propia impronta. Así Treyarch creó Black Ops, que llevó a la franquicia hacia un terreno más fantasioso y hollywoodense, mientras Sledgehammer Games trataba de mantener el interés reinventándose en cada lanzamiento. Sin importar qué año fuera, la entrega principal y la que establecía el nuevo estándar de calidad siempre fue la de Infinity Ward. Pero Activision suele prestar especial atención a las modas, atento a lo que funciona y lo que no, por eso es que los diferentes estilos estéticos fueron permeando al resto de las entregas. Esto sería más tangible cuando comenzaron a tener un punto de conexión ineludible a través del modo Battle Royale gratuito.
No hay saga, por más popular que sea, que pueda escapar a la saturación y Call of Duty no es la excepción. Uno de los problemas fue que, en su afán de superarse entre sí, la espectacularidad de las campañas pasó a rozar lo ridículo, dejando en el olvido la intención de buscar el realismo que supo caracterizarlas. El primer paso en falso lo dio Call of Duty: Ghosts (2013, Infinity Ward), seguido por Advanced Warfare de Sledgehammer Games el año siguiente y se terminó de desbarrancar en 2017 con el lanzamiento de Call of Duty: WWII del mismo estudio. Mientras tanto, Treyarch seguía desgastando la fórmula de Call of Duty: Black Ops, llegando al punto de sacar una entrega sin campaña que hacía énfasis solo en su componente multijugador. Los tiempos habían cambiado, Overwatch había revolucionado la industria y la franquicia de Activision quería subirse al tren, aunque sea incorporando algunas mecánicas afines.
Algo maravilloso que tiene Call of Duty es que, aún en su peor momento, sabe mantener un estándar de calidad. Luego de una vida de jugar cada entrega, puedo asegurar que no existe una mala campaña ni un multijugador aburrido. Habrá mejores y peores, cada quien tendrá su estilo favorito, pero en comparación con el resto de los FPS de la competencia siempre salen airosos. Esto le garantiza a su público fiel una historia visualmente espectacular, casi una película de acción jugable, que se puede terminar en dos sentadas y un modo multijugador repleto de contenido para jugar el resto del año. Por eso es fácil entender al seguidor fiel de la saga que sigue jugando religiosamente cada entrega, pero Infinity Ward estaba a punto de recuperar el prestigio: ¿Cuál era su plan? Volver a las raíces.
Call of Duty: Modern Warfare (2019) marcó el regreso al éxito, en especial de la crítica, pero también en cuanto a aceptación de la comunidad. Fue el título que unió a la audiencia, que lo abrazó tanto por su espectacular campaña como por su sólido apartado multijugador. La reimaginación del clásico de 2007, una vez más en manos de Infinity Ward, volvió a establecer un estándar de calidad para el género. En medio de la euforia por este clásico moderno, a comienzos de 2020, la franquicia de Activision dio el salto definitivo al Battle Royale en directa competición con PUBG y, en menor medida, Fortnite. La propuesta había sido testeada en el modo Blackout de Black Ops 4 y era irresistible: toda la magia del género, con 150 jugadores en simultáneo, con los valores de producción de un Call of Duty pero sin las dificultades ni la hostilidad del título de Player Unknown.
El resultado fue fantástico. Aún con sus problemas de rendimiento, que Infinity Ward y Raven Software iban puliendo con actualizaciones constantes, la experiencia de juego era espectacular. Era el primer Call of Duty gratis, masivo y además se conectaba perfectamente con Modern Warfare (2019). Desde entonces, cada nueva entrega se conecta a través de Warzone y le va sumando sus operadores, armas y equipamiento. Y así comenzó a verse realmente la diferencia estética entre las entregas, en especial cuando se sumaron las armas y skins de los protagonistas ochentosos de Black Ops: Cold War. El campo de pruebas era Call of Duty Mobile que, además de ofrecer la jugabilidad fantástica de la saga, se llenó de diseños coloridos y skins que no tenían mucho que ver con la estética del Battle Royale.
Antes del fin del primer Warzone, Activision comenzó a coquetear con los cameos de personajes de películas. Primero con las sagas más realistas, John Rambo y John McClane, de Duro de matar (Die Hard), que dieron paso al primer evento de Halloween y la incorporación de efectos especiales y zombies. El éxito de estas incorporaciones fue la luz verde que necesitaban para avanzar con un aluvión de nuevos personajes. Desde Ghostface de Scream, pasando por Billy the Puppet de El Juego del Miedo (Saw), hasta personajes de cómics como Judge Dredd. De repente, encontrarse en medio de Verdansk con Frank The Rabbit (Donnie Darko) era tan común como verse cara a cara con el mismísimo Rambo. Pero esto no solo pasaba dentro del Battle Royale, las skins se podían usar también en el modo multijugador de la entrega anual de la franquicia. Esto marcó un punto de quiebre y, para bien o mal, también de no retorno en cuanto a la estética realista de la saga.
En la actualidad nos encontramos con un Warzone 2.0 que abrazó completamente los personajes invitados y los efectos de luces coloridos. No solo dentro del Battle Royale, sino como parte fundamental de la estética de cada temporada. Inclusive dentro de las cinemáticas que inauguran cada evento canónico aparecen armas y personajes pintados con colores de neón y vestimentas extravagantes. El listado de invitados superó a los héroes y villanos de la ficción para comenzar a incluir personalidades del mundo del espectáculo como jugadores de fútbol (Messi, Pogba y Neymar) o basquetbol como Kevin Durant; artistas de hip hop como Snoop Dog y Nicki Minaj y hasta el mismísimo Homelander de la serie The Boys, con una fatality espectacular para cuando tomamos por la espalda a un enemigo. Estos packs llegan siempre acompañados de un evento especial y solo se pueden comprar con puntos COD, que viene en el pase de batalla o directamente se adquieren con dinero real.
El último anuncio de crossover fue con Gundam, la serie de manga y animé, que nos permitirá vestirnos como si estuviéramos utilizando uno de sus famosos mechas. Para los que consumimos, o al menos hemos visto animé asiduamente en algún momento de los últimos treinta años, este tipo de diseños nos revoluciona. Por un lado, el sueño de poder usar un Gundam y reventar todo a nuestro paso, por el otro el ruido de ver un robot cuya escala no tiene nada que ver con lo que sucede en pantalla. Lo mismo debe sucederle a los jugadores cuando llegan a Warzone a buscar un enfrentamiento realista y se cruzan un robot, dos raperos vestidos de colores y a un par de supervillanos de la tele tirando con un rifle de francotirador. Podemos elegir qué usar pero no tenemos control sobre lo que el resto de la audiencia se va a poner y eso, queramos o no, impacta en la experiencia personal.
Más allá de los gustos, Warzone y Call of Duty son emprendimientos económicos millonarios. Desde ese punto de vista, todo vale a la hora de llenar tanto los servidores como las arcas de Microsoft, y si a Fortnite le resulta y se lo celebra por esto, ¿por qué a Warzone deberíamos criticarlo? Tal vez sea porque el juego de Epic Game no llegó prometiendo realismo y siempre estuvo abierto a las participaciones, llegando al extremo de ofrecer eventos de música en vivo dentro del juego. Sin embargo, tampoco podemos decir que el Battle Royale de Activision se mantuvo “realista” por mucho tiempo. Los cameos aparecieron en sus primeros meses de vida y, hoy en día, los efectos de neón y los atuendos animados son algo cotidiano en cada pase de batalla. De hecho, hay un tier premium que incluye este tipo de skins, sale carísimo y se vende muy bien. Claramente, hay un público con ganas de comprarlos y, si los vemos mucho en las partidas, en gran parte son quienes mantienen poblados los servidores. Entonces, ¿qué nos depara el futuro? Un nuevo Black Ops y, si todo sigue el curso actual, una fiesta de crossovers y participaciones exóticas antes de Navidad.