Teherán, 27 jun (EFE).- El cirujano cardíaco Masoud Pezeshkian se ha descubierto como la revelación de la campaña para las elecciones presidenciales del viernes en Irán con un mensaje de acercamiento a Occidente y críticas al velo.
Cuando este político de 69 años reformista -bloque que busca cierta apertura del país- anunció su candidatura nadie le daba demasiadas opciones y de hecho en su primer acto decepcionó a muchos con su promesa de lealtad al líder supremo de Irán, Ali Jameneí.
Pero desde entonces ha logrado generar el suficiente entusiasmo entre el apático elector iraní como para liderar algunas de las encuestas o empatar con los otros dos favoritos, el conservador Mohamad Baqer Qalibaf y el ultraconservador Saeed Jalili.
Su lema electoral es “Para Irán”, que evoca el título de la canción que se convirtió en el himno de las protestas desatadas por la muerte de Mahsa Amini y cuyo autor Shervin Hajipour fue condenado a casi cuatro años por ello.
Miembro de la minoría azerí del país, su discurso se ha centrado en mejorar las relaciones con Occidente, negociar el difunto acuerdo nuclear de 2015 e incluso ha criticado la imposición del velo islámico.
Muy desconocido entre gran parte de la población a pesar de su papel parlamentario desde 2008 por la circunscripción de Tabriz, Pezeshkian ha transmitido una imagen de honestidad y ha admitido que el presidente tiene poderes limitados y hay políticas que no podría cambiar, aunque quisiera.
Ha recibido el apoyo del bloque reformista, al que se vetó en las elecciones presidenciales de 2021, en las que se impuso Ebrahim Raisí, quien falleció en un accidente en mayo.
Así, le han apoyado los expresidentes Mohamed Jatamí (1997-2005) y Hasan Rohaní (2013-2021) y forman parte de su equipo pesos pesados del reformismo como el exministro de Exteriores Mohamed Yavad Zarif, quien goza de un estatus de estrella del rock entre muchos iraníes.
Pezeshkian de hecho ha presentado su hipotético gobierno como un “tercer mandato” de Jatamí, el primer presidente reformista que insufló a Irán ciertos aires de apertura, y con quien entró en política en el año 2000 como ministro de Sanidad.
Nacido en la ciudad de Mahabad, en Azerbaiyán Oriental, de padre azerí y madre kurda, no estuvo implicado en la Revolución Islámica de 1979 más allá de cierto activismo estudiantil.
En 1980 abandonó la Universidad de Medicina de Tabriz para unirse como voluntario al Ejército iraní en la guerra contra Irak, un sangriento conflicto que se extendió hasta 1988, año en que regresó a los estudios y se especializó en cirugía cardíaca.
Devoto religioso se dedicó también a la enseñanza del Corán, además de como profesor de medicina una vez que se licenció.
Tras ejercer de ministro de Sanidad con Jatamí, regresó a la política en 2008 como parlamentario y ejerció como vicepresidente del Parlamento desde 2016 hasta 2021.
En sus 16 años en el Parlamento ha destacado por sus fútiles intentos por despenalizar el consumo de algunas drogas, algo que considera una enfermedad, invertir más fondos públicos en zonas periféricas y subdesarrolladas como el Kurdistán iraní o la provincia de Sistán y Baluchistán, o la enseñanza de la lengua azerí en las escuelas de zonas de esta minoría.
Pero sobre todo fue una rara voz del sistema que criticó la muerte de la joven Mahsa Amini tras ser detenida por la llamada Policía de la moral por llevar mal puesto el velo.
“Queremos imponer la fe en la religión mediante el uso de la fuerza. Esto es científicamente imposible”, dijo entonces.
Jaime León