La pérdida del Peñón por parte de España se remonta a la Guerra de Sucesión (1701-1715), conflicto que a principios del siglo XVIII enfrentó a las distintas potencias europeas con el objetivo de hacerse con la Corona española, después de que el último rey de la Casa de Habsburgo, Carlos II (a.k.a El Hechizado), falleciera sin dejar descendencia. Incluso antes de morir el monarca, cuyo reinado estuvo marcado por su delicada salud, ya existían dos bandos que pretendían ocupar el trono español: por un lado los afines a Felipe de Anjou (futuro Felipe V), nieto del rey de Francia Luis XIV, y por otro los que apoyaban al archiduque Carlos de Austria, hijo del emperador del Sacro Imperio Romano Germánico José I de Habsburgo.
Reino Unido, preocupado por una posible unión de las coronas de Francia y España, pronto tomó partido por el archiduque. Así, el 4 de agosto de 1704, una flota angloholandesa, comandada por George Rooke, atacó el Peñón y se hizo con la estratégica plaza de Gibraltar. Entre las tropas invasoras se encontraba un batallón de 350 soldados catalanes, quienes se habían aliado con el pretendiente germano bajo la promesa de que conservarían sus fueros. De ahí que los ingleses llamen Catalan Bay a la playa donde se produjo el desembarco.
Las fuerzas leales a Felipe V no pudieron resistir la ofensiva enemiga y se vieron obligados a abandonar Gibraltar al no desear jurar lealtad a Carlos de Austria. La marcha de la población inició dos días después de la derrota y el éxodo incluyó también los atributos identificativos de la ciudad: pendones, archivos sellos, documentos, imágenes religiosas y libros de registros con actas de nacimiento, defunciones y bodas. Los habitantes desplazados terminaron por establecerse en los actuales municipios de San Roque y Algeciras, esta última por entonces en ruinas y abandonada.
Tratado de Utrecht
Si bien en los primeros años de la guerra Luis XIV fue un fiel aliado con su nieto, el ya entronizado Felipe V, la alianza comenzó a debilitarse en la media que Francia sufría derrotas en otras partes de Europa y la economía gala entraba en crisis. De esta manera, a espaldas de España, el monarca francés inició negociaciones con Reino Unido y Países Bajos para buscar una salida pactada al conflicto que conformara a todas las partes. Sobre la mesa estaba el reparto de todos los territorios que España poseía en el continente, que no eran pocos.
Sin embargo, el primer intento de paz no fue del agrado del Rey Sol, que lo consideró muy humillante. Así, con la llegada de los tories, con una postura contraria a la guerra, al Gobierno de Reino Unido, los embajadores británico y francés empezaron a negociar en secreto un nuevo acuerdo de paz, esta ves dejando de lado a Países Bajos, con una postura mucho más intransigente.
En 1713, ambas potencias firmaron en Utrecht un tratado que ponía fin al conflicto bélico, el mismo fue aceptado -aunque a regañadientes– por el resto de potencias involucradas, a excepción por supuesto del Sacro Imperio Romano Germánico, a cuyo trono ya había ascendido el archiduque Carlos, desde entonces Carlos VI, tras la muerte de su padre. Este acuerdo supuso, para Francia, el traspaso a Reino Unido de extensos territorios de lo que hoy es Canadá, en compensación Luis XIV obtuvo el valle de Barcelonette en la Alta Provenza y el Principado de Orange.
Sin embargo, los enviados de Felipe V sólo pudieron participar de estas negociaciones tres meses después de firmado el Tratado de Utrecht. Los embajadores españoles permanecieron retenidos durante un año en París por orden del Reino Unido, bajo la excusa de que no contaban con pasaporte para acceder a la ciudad neerlandesa. El monarca español, ahora oficialmente reconocido, les había ordenado mantener el reino de Nápoles e impedir que se rompiera el monopolio comercial que mantenía España con sus colonias. Sólo consiguieron lo primero.
Fue en estas mismas “negociaciones” en las que Gibraltar pasó a ser definitivamente territorio británico de ultramar, aunque entonces sus fronteras eran distintas a las de ahora. En concreto, el artículo X del Tratado de Utrecht fija que España debía ceder a Reino Unido “la plena y entera propiedad de la ciudad y castillo de Gibraltar, juntamente con su puerto, defensas y fortalezas que le pertenecen, dando la dicha propiedad absolutamente para que la tenga y goce con entero derecho y para siempre, sin excepción ni impedimento alguno”.