“Las Mellis”, así llaman a Ema y Blanca en el hogar porque son inseparables. Aunque no comparten cuarto, sí cada uno de sus días: desde el desayuno hasta la cena; una no hace nada sin la otra al lado. Se desplazan juntas en sus sillas de ruedas y cuando les toca la hora de los ejercicios, se ponen de pie y se mueven con gracia y felicidad.
Haberse encontrado y haber formado este lazo tan estrecho fue algo casi milagroso para ellas en esta etapa de sus vidas, porque ninguna había tenido antes una amistad que les diera sentido a cada instante de sus días. Más allá del amor que se profesan las amigas, ambas coinciden en que nada sería igual si no estuviera la otra. Así lo sienten desde hace seis años, cuando casi al mismo tiempo, sus respectivas familias las llevaron a vivir a la Clínica Geriátrica San José de Don Torcuato, partido de Tigre, luego de que se cayeran y quebraran —una la cadera, la otra la rodilla—, y decidieran que necesitaban atención a tiempo completo.
Atrás quedaba todo lo que para ellas era su vida: su casas, sus perros, sus plantas, sus cosas, sus recuerdos… Ya no iban a caminar por los lugares conocidos sino en uno nuevo, y del que no sabían nada. Las fotos que colgaban en sus paredes ya no estaban, como tampoco el sonido del viejo teléfono que esperaba una llamada… Las dudas por lo que vendría las asustaba y a la vez la inevitable sensación de abandono las llenaba de tristeza. Y en medio del duelo por todo lo que dejaba de ser, se conocieron.
“En este momento de la vida, llegados los 90 años —cuando uno ni se imagina que puede nacer un vínculo, porque ya perdieron muchas amistades, o todas— las personas se van apagando: no hay tanta vida social ni emociones nuevas, entonces tener una motivación es maravilloso y prácticamente sanador”, dice Rossana Di Fabbio, directora de la clínica geriátrica fundada en 1972 por Bruno Di Fabbio, su padre, el médico gerontólogo y creador del concepto de familia que tiene lugar.
Con absoluto amor, describe la amistad de Las Mellis: “Cuando una se levanta, busca a la otra; y si no la ve pregunta dónde está; si no llegó a una actividad, nos pregunta por qué no fue… Saben los horarios de la otra y cuando hablan con sus hijos, les preguntan por la amiga”.
En diálogo con Infobae, Ema y Blanca recuerdan el día en que llegaron allí, cómo son sus días y ambas destacan la importancia de compartir la vida con la otra. Coinciden casi en todo hasta en lo que sienten cuando una de ellas se va de paseo: “¡Cuando ella no está la extraño! No veo la hora de que vuelva”.
Esa luz en el camino
La primera en llegar al hogar fue Ema. “Llegué terriblemente triste y llorando… ¡Lloré mucho! Sentí mucho dolor y tristeza. Tenía 85 años y pensaba que a esa edad ya tenía que estar tranquila y no así… Ya había criado a mis hijos, casado a mis hijos, ayudé a criar a mis nietos, y siempre ayudé en lo que pude, pensé que no tenía que estar en un geriátrico. Era tal mi dolor que hasta estaba disgustada con Dios, así que hablé y pregunté por qué tenía que estar acá, por qué me tuve que caer a esta edad y quebrarme la rodilla y el hombro. Nunca antes me había sentido de esa manera”, recuerda Ema, la mujer nacida en Entre Ríos el 12 de diciembre de 1932.
Que comenzara a vivir en la clínica fue decisión de la familia de Ema luego de la terrible caída que tuvo. No podían cuidarla a tiempo completo, pese a que le buscaron la vuelta e intentaron adecuar los horarios de trabajo entre sus hijas, pero aún así sabían que la mujer precisaba atención médica casi constante y que, por seguridad, una clínica geriátrica era la mejor opción para ella, ya que estaría con la atención necesaria y cada vez que lo precisara. “En casa llamaban al médico y no llegaba más”, recuerda.
Algo similar fue lo que vivió Blanca que al caerse se fracturó las caderas. “También me sentí muy mal. Extrañaba mucho y también lloré mucho porque no era mi casa. Llegar me resultó doloroso porque había dejado toda mi vida detrás y mi casa, que era hermosa. Llegué acá con 89 años y no fue fácil para mi...Y en medio de ese dolor, por suerte apareció Ema”, cuenta la mujer oriunda de Uruguay y nacida el 23 de mayo de 1930.
Quizás esa pregunta que Ema hacía entre lágrimas para entender por qué estaba allí fue respondida en el mismo momento en que conoció a Blanca. Las dos estaban pasando exactamente por lo mismo; una sabía y entendía lo que sentía la otra. Entre desayunos, tardes de largas charlas y las risas por lo compartido en la nueva cotidianeidad comenzaba a nacer una amistad que ninguna esperaba.
“Nos sentaron juntas”, resume Blanca cuando se le pregunta cómo fue el primer contacto con su amiga. “Decimos que quedamos una al lado de la otra de casualidad, pero cuando empezamos a conversar yo sentía como si ya nos conociéramos… ¡La vida nos encontró acá! Nunca pensé en encontrarme a una persona así en esa mesa porque yo lloraba como una loca todos el tiempo porque extrañaba mucho mi casa. Siempre fui una mujer dedicada a mi hogar, a mi familia, crié a mis hijos primero y después los nietos… Tenía una familia hermosa y sentía que no tenía que estar acá. Pero, bueno pude encontrarme con una persona tan buena como Ema… Y hoy es difícil que eso pase”, dice con una mezcla de firmeza y emoción en la voz.
Para Ema las sensaciones fueron iguales. “A mi me gustó desde el principio conversar con Blanca y tener su compañía. Cuando empezamos a contarnos nuestras cosas me di cuenta de que nuestras ideas eran iguales. Yo le contaba algo y ella decía casi lo mismo: las dos fuimos criadas en el campo, crecimos también viendo a nuestro padre trabajando los campos… Hay hasta mucha similitud en nuestras historias”, resume.
Esta amistad es una de las más fuertes de la clínica en la que viven más de 40 adultos mayores. “Este es un momento de la vida en el cual generar un vínculo y tener alguien que te incentive es sumamente importante. Para una persona de más de 90 años, que ya vivió su vida, si no tiene eso puede ser grave.. En cambio, entre ellas se animan de una manera que amás verlas”, cuenta la directora del lugar y en complicidad agrega: “Cuando las dos vinieron no podían caminar y estaban completamente en silla de ruedas. Ahora las dos se trasladan con la silla de ruedas, pero en el gimnasio caminan y hacen sus ejercicios. ¡No te puedo explicar la felicidad de Ema cuando Blanquita empezó a caminar! ¡Estaba más feliz que la amiga! ¡La felicitaba todo el tiempo! Cuando se acercaba alguien a la mesa les contaba que Blanca empezó a caminar. Entre ellas se contienen y estimulan. Tienen un vínculo tan real y genuino, como todos los que se producen a esta edad”.
Rossana, que creció en esa clínica y donde aprendió que todos eran sus abuelos y abuelas, no escatima amor ni tiempo para compartir con sus residentes, a quienes siente como su familia, tal como su padre le enseñó. Así honra su memoria. “Es lo que aprendí. Este lugar siempre fue mi casa. ¡Crecí acá! Las abuelas me cambiaban los pañales”, recuerda profundamente emocionada.
“Es un privilegio ser testigo de lo que les sucede porque éste es un momento de la vida en el cual, quizás, no encuentren motivaciones afuera. La mayoría de las personas deja de proyectos mucho antes o no tienen tantos… Es la etapa en la que padecen muchas pérdidas cercanas; por eso, un vínculo así (que es excelente en cualquier etapa de la vida), en ésta es puro amor y alegría. Las amamos y nos da felicidad verlas”, asegura la farmacóloga que fue noticia cuando en plena cuarentena se mudó a la clínica para cuidar de los adultos mayores.
El vínculo se afianzó y las trascendió: los hijos de las dos se conocen entre sí y también estrecharon lazos. Cuando llaman a una, le preguntan por la otra y la manera de hacerlo también es igual: “¿Y tu hermana?”, las indagan y ellas les cuentan todo lo que hicieron juntas en el día. A veces las actividades son pintar, tejer, escribir (para no perder el trazo y ayudar a la movilidad de las manos) y también preparan obras de teatro.
No es raro cuando una de las familias planea una salida, o estar un día en la casa para compartir, tener que llamar a la familia de la otra para preguntarles si la pueden llevar de colada… Y claro que aceptan, porque lo que más desean es que sigan afianzando el vinculo que tan bien les hace.
Durante la entrevista con Infobae, las dos cuentan su pasado, se olvidan que hay alguien más en la línea, y hablan de sus cosas, y se ríen… Interviene Daniela, una de las coordinadoras del lugar.
—“¿Quién las visitó hoy?”— les pregunta… Dicen que la chica que les hizo las uñas… y se acuerdan: “¡El perrito! ¡Era hermoso!”, dice Ema y se queda comentando con Blanca sobre las cosas que el animalito hizo durante la visita.
Daniela las mira con tanto amor que emociona. “Ellas están siempre juntas, son muy compañeras. Están todo el tiempo de compinches. Se entienden con una mirada. ¡Es lindo verlas!”.
Antes de finalizar, les pido que una le diga a la otra qué significa en su vida tener esta amistad. Arranca Ema: “¡La quiero muchísimo! ¿Te digo la pura, pero pura verdad? ¡Yo la necesito a ella! Cuando se va y me quedo sola en la mesa, charlo con otras chicas, pero no es lo mismo… ¡Ay, cómo la extraño! ¡No veo la hora de que llegues cuando no estás, Blanca! Y cuando soy yo la que se va, cuando vuelvo, me dice: ‘¡Ay, cómo te extrañé!’… Nos queremos mucho. ¡Te juro por Dios que nunca hemos tenido un problema!”.
Blanca, de fondo asegura: “¡Nos queremos como hermanas! Para mi ella es mi hermana. Es una amistad hermosa y cuando sale estoy mirando el reloj para que se haga la hora en que regrese… También hablo con las demás, pero no es lo mismo. Nos contamos nuestras cosas, hablamos mucho. ¡Nosotras somos nosotras!”, afirma y se ríe. “Estamos en este momento en que, con la edad que tenemos, ya estamos de vuelta, y no esperábamos nada más de la vida, así que encontrarnos nos hace felices”, finaliza emocionada.