La desaparición de personas en Argentina no es una historia enterrada. Es un presente que vuelve como en una película de terror en la que los muertos se levantan y parten las lápidas que los encapsulaban. Es un pasado sin tumbas que husmeó en los huesos para que el duelo tenga nombre, fecha, lugar y no quede como una herida abierta. Igual, a pesar de los juicios, la memoria, los cuerpos aparecidos, la sospecha volvió y la complicidad con los asesinos de ojos claros y poder político también. Por eso, juzgar la desaparición y juzgar a pesar de la desaparición, es un juicio esencial.
Argentina no solo tiene una tragedia de muertos por terrorismo de estado, sino una estrategia de desapariciones forzadas basada en la idea que lo que no se ve no existe y que lo que no se cuenta no vale. La canción “Desapariciones” de Rubén Blades pregunta: “¿Dónde están los desaparecidos?” y clama en su estribillo: “Busca en el agua y en los matorrales (¿Y por qué es que se desaparecen?) / Porque no todos somos iguales / (¿Y cuándo vuelve el desaparecido?) / Cada vez que los trae el pensamiento / (¿Cómo se le habla al desaparecido?) / Con la emoción apretando por dentro”.
La desaparición es una música presente en Argentina, en Chile, en Colombia, en México y en Guatemala. Las dictaduras militares del Plan Cóndor en el Cono Sur supieron que el tiro en la cabeza o las calles regadas de sangre podían traer una rebelión, un escándalo, una escalada de sanciones y escondieron la tortura, pero dejaron crecer el rumor para generar miedo, violaron hablando de valores y robaron bebés desnutriendo a embarazadas a las que les quitaron hasta el derecho a que sus hijos e hijas crecieran conociendo su origen y sus pujos por sobrevivirlos a ellos aún en el infierno de los campos de concentración.
Las Madres de Plaza de Mayo en Argentina buscaron a sus hijos e hijas; las Abuelas redoblaron la apuesta por los nietos y nietas; el Equipo Argentino de Antropología Forense desenterró huesos, telas, dentaduras, marcas entre la arena o el cemento; las madres buscadoras, de México, se convirtieron en víctimas y en detectives de militares, narcos, paramilitares y dictaduras paralelas que no desaparecen aún en democracia y las Madres de Falsos Positivos, en Colombia, les quitaron las medallas al ejército que buscaba bajas como estrellas en el cielo por dejar sin aire a los que no estaban para desolación de quienes los habían parido. No se les habían escabullido entre sus piernas, pero se los habían quitado sin funeral entre sus lágrimas.
No es solo el asesinato con el cuerpo como velatorio colectivo, sino la muerte sobre la muerte, la duda sobre la certeza, la infinita plaga de la incertidumbre, la esperanza desesperanzada sin final, la antítesis de la inmortalidad, la desolación sin telón final. La desaparición forzada es la crueldad vuelta normalidad en América Latina. El exterminio que no deja rastro y que parece escabullirse de la justicia o las noticias porque si no hay cuerpo no hay nada. Por eso, por todo eso, la pregunta retumba: “¿Dónde está Tehuel?”Y la pregunta, más que la sentencia, es lo que necesita ser respondida.
Pero, a la vez, que haya juicio -aunque no haya cuerpo- es ya una lección aprendida de la historia reciente. No es causal que un país que desapareció a una generación que se debate el número porque los que los desaparecieron no dicen la verdad de a cuántos mataron y dónde están y se vuelve una metáfora que puede ser cuestionada por la base intrínseca de la desaparición: no saber lo que hicieron, a cuántos le hicieron, qué paso con los que no están y dónde están. Tehuel no está. Su cuerpo tampoco. Pero el juicio, más allá de la pena, ya es una aparición.
Si la crueldad de un país que fue capaz de la complicidad civil -que ahora sobrevuela más que nunca a pesar del nunca más- se reproduce en asesinatos, violaciones, torturas y desapariciones que retoman como plagas a un país que parece democrático y decente hasta que recuerda sus pesadillas también es el mismo país el que enseña que el camino de la justicia no es en vano y que una persona es más que sus huesos y que su falta no la hace menos muerta, sino más injusta su muerte. Por eso, el juicio de Tehuel, es una sentencia a la desaparición antes de la sentencia a sus desaparecedores.
Tehuel de la Torre tenía 21 años. Desapareció el 11 de marzo del 2021. Se fue de su casa, en San Vicente, hasta Alejandro Korn para una cita de trabajo. Nunca volvió. Fue a reunirse con Luis Ramos, de 37 años, que le ofreció un trabajo de mozo en un evento. La fiscalía pidió reclusión perpetua para Luis Ramos como autor de crimen de odio. Había sangre en la casa del imputado, también restos quemados de la campera y el jean que tenía Tehuel y de la carcaza de su celular y una ubicación digital en el domicilio de Ramos. Pero no hay cuerpo, no hay confesión, no hay colaboración, no hay duelo.
El juicio es en el Tribunal Oral en lo Criminal Número 2 de La Plata. “Tenemos por acreditado que en el lapso entre las 21 horas del 11 de marzo y las 4:33 del 12 de marzo, Luis Alberto Ramos y Oscar Montes, causaron intencionalmente la muerte de Tehuel, quien se autopercibía varón, en odio a su identidad de género”, sostuvo el fiscal Juan Pablo Caniggia. Y apuntó: “Solicito se condene a Ramos a reclusión perpetua, en atención a la metodología y ocultamiento de cuerpo, como coautor del delito de homicidio agravado por odio a la identidad de género”.
Él recalcó el desafío de generar una sentencia ante una desaparición: “No es imprescindible para la condena de un delito de homicidio que haya un cuerpo y se le practique la autopsia”. Los fiscales Caniggia y Martín Chiorazzi también pidieron la creación de un “protocolo específico de búsqueda de personas LGTBIQ+ desaparecidas con enfoque de diversidad sexual y de géneros”. Además requirieron al Estado provincial “la declaración de emergencia social en violencia por prejuicio hacia las personas travestis y trans”.
“Yo sé que no le gustaba que los hombres estén con los hombres, y las mujeres con las mujeres. Le daba bronca eso”, relató la ex pareja de Ramos en un testimonio crucial para comprobar los efectos de la transfobia. Y otra testigo afirmó que Ramos se refería a Tehuel (a quién había conocido militando en el MST) como “chico -chica” sin aceptar su identidad.
Los alegatos fueron acompañados por el Frente Orgullo y Lucha; la mamá de Johana Ramallo, desaparecida hace siete años y víctima de trata; Rosa Bru, la mamá de Miguel Bru, estudiante desaparecido en La Plata y víctima de violencia policial; Marta Montero, la mamá de Lucía Perez; Victoria, la madre de Melody, una joven trans asesinada en Mendoza; Mabel, la hermana de Sofía Fernández, docente trans asesinada en una comisaría de Derqui y donde los principales sospechosos son policías y Say Sacayan, hermano de Diana Sacayan, impulsora del cupo laboral trans, según describe la crónica de Presentes.
“¿Dónde está Tehuel? es la pregunta que me hago todos los días. ¿Dónde está? Ojalá que Ramos lo diga. Eso va en la cabeza de él. Puede callar. Pero bueno, por lo menos, saber si está en un lugar donde pueda ir… vamos a decir… a buscar sus restos. Sino… queda como que… desaparecido… desaparecido que no sé qué se hizo con el cuerpo”, le dijo Norma Nahuelcurá, mamá de Tehuel, a la periodista Mariana Fernández Camacho que escribió en Infobae la nota “¿Dónde está Tehuel? Contar el juicio por una muerte sin cuerpo”.
“Todo el tiempo en el juicio está la desesperación de que no haya cuerpo, que no se sepa donde está, de parte de la madre, los amigos y los familiares. La desaparición donde hacer el ritual de la muerte se siente en el lugar la angustia que no digan que hicieron con el cuerpo”, transmite Mariana Fernández Camacho. En el juicio se supo que Ramos dijo de Tehuel -un varón trans- que era “hermosa” y que “un desperdicio de mujer”.
La motivación de odio estaría dada por el rechazo a la identidad masculina que había asumido Tehuel y a la violencia como venganza por su decisión, deseo e identidad. En el juicio se demostró la transfobia del imputado. Sin embargo, Natalia Argenti, la defensora de Ramos, solicitó la absolución porque -dijo- no había pruebas concluyentes. La querella de la madre de Tehuel, Flavia Centurión y Cristian González, Pilar Rodríguez Genin y María Dolores Amaya, pidió reclusión perpetua y argumentó que Ramos nunca reconoció a Tehuel como una masculinidad, que había una relación asimétrica por la diferencia de edad, que Ramos era un militante social reconocido por el joven y que la crueldad se ve en la desaparición del cuerpo.
“Ramos no sólo negó la posibilidad de existencia sino también la de sus restos mortales para que la familia pueda llevar el duelo a cabo”, expresó González. Les abogades de la querella subrayaron la crueldad del crimen. “La violencia hacia la comunidad LGBTI reviste una particularidad: crueldad y ensañamiento que está orientado a dejar una marca indeleble. Es como si el cuerpo de la víctima fuera un segundo rehén de su odio”, argumentó González.
Y explicó que en este caso Ramos no sólo negó la posibilidad de existencia sino también la de sus restos mortales para que la familia pueda llevar el duelo a cabo. “No tengo dónde ir a llorar o a dónde llevarle una flor… ¿entendés?… Eso es más duro… Yo solo pido que me sigan acompañando, como me están acompañando… y que no haya ningún Tehuel más”, rogó Norma.
La justicia no repone. La justicia no termina con la sentencia. Pero la desaparición -hoy más que nunca donde los ángeles exterminadores sobrevuelan el poder- no puede volver a reinstalar la anulación humana -aún del duelo- como un exterminio invisible en una sociedad que tolera lo intolerable. La desaparición de Tehuel fue un transhomicidio. Y eso no puede desaparecer.