“Me gustaría describir este día, nada más que este día, nuestro fin de semana y cómo ha sido posible, cómo continúa. Me gustaría poder contarlo sin inventar nada. Desde un sencillo punto de vista”. El escritor Max Frisch narra con astucia y sin piedad algo que de sencillo no tiene nada. Le importa poco contarle al mundo el lío que tiene en la cabeza y en el alma. No le interesan los daños colaterales. Y mucho menos su esposa – la segunda de la lista- que trató de impedir que Montauk se publicara, pero sin suerte. Después de todo: ¿a qué mujer le gustaría que todos lean que su marido, un reconocido escritor de la época, andaba revolcándose en la arena con una chica 30 años menor, como si nada y en medio de un proceso de divorcio?
Montauk, publicado por Pinka Ediciones (1975) es el relato de como este hombre y Alice Locke-Carey, asistente de su editora norteamericana, pasan un fin de semana en una playa al norte de Long Island, Nueva York. Resulta que en 1974 el infiel escritor viaja al país del norte para buscar dos premios. Uno era el de socio de honor de la Academy of Arts and Letters y el otro el de socio de honor del National Institute of Arts and Letters. La editora americana de Frisch -Helen Wolff– le había organizado una gira promocional por varias ciudades de Estados Unidos y Canadá, en compañía de su asistente Alice Locke-Carey. El resto, es obvio.
”Cuando lo llama por teléfono, ella no dice más que Hi! dado que él la reconoce. Su piel (él lo sabe): la piel pálida de los pelirrojos, sin pecas. Se apoya en el muro, de espaldas al mar. (…) su pelo rojo (color rosa mosqueta, pero claro) cae ahora suelto sobre su espalda. (…) Lynn va a cumplir 31″. Lynn, es el nombre de ficción que el autor elige para nombrar a la protagonista de esta historia, una especie de confesión o autobiografía “no autorizada”. Lo cierto es que, desde aquel fin de semana de 1974, Alice Locke-Carey y Max Frisch no volvieron a verse más hasta 1980. Entonces retomaron la relación, que duró cuatro años.
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Pero el relato de esta aventura sentimental representa tan sólo una parte del libro. La otra está constituida por recuerdos y reflexiones, en los que el escritor suizo, que por esos días cumplía 63 años, evoca momentos compartidos con las mujeres que estuvieron con él a lo largo de su vida. Y lo hace en primera persona. “Me acuerdo de una mujer que, cuando le confesé mi adulterio (otro, no el de este libro) rascó sus diez dedos contra el revoque del baño hasta que sangraron. La sangre en la pared la noté a la noche; sus dedos heridos, a la mañana siguiente. También me acuerdo de una mujer que se levantó de la cama para llamar a su esposo al consultorio: desde una cabina, dice ella, y yo trato de no oír, y una hora más tarde estamos comiendo los tres…”.
También le dedica un largo capítulo a su amigo de la infancia, Werner Coninx, que figura como “W”. Un amigo de una clase social más acomodada que la de él, que le pagó los estudios de arquitectura (Frisch estudió esa carrera, la ejerció por un corto tiempo y luego se dedicó a la literatura), lo contactó con un mundo que era inaccesible para él y con quien no siempre fue fácil el entendimiento y la comprensión. “Era un excelente amigo, mi único amigo de aquella época. (…) a propósito, fue la primera casa de ricos que conocí, y era mejor que otras que llegué a conocer más tarde. (…) Solo había una sola cosa por la que nunca sentí agradecimiento: sus trajes, que eran un talle más grande. Su intención era buena, veía que yo no podía comprarme uno. Intuía sin que yo pudiera decirlo, lo poco que se ganaba como periodista cultural. Tenía la suficiente sensibilidad. El lujo de su casa paterna lo incomodaba en relación a mí, injustamente, por cierto, porque yo nunca identifique a W con el lujo. (…) Más tarde me pagó los estudios: 16.000 francos en 4 años”.
No sólo es autobiográfica la historia del fin de semana en Montauk, también lo son las anécdotas que, de manera reiterada, nos revela el narrador. Las relaciones de Max Frisch con las mujeres ocupan el primer puesto en el relato. Son vínculos complicados y, hacia el final, siempre dolorosos. “Cuatro abortos en tres mujeres que amé. Tres veces sin la menor duda de que era lo correcto. Nunca sin temor. Una vez porque soy casado y ella quiere casarse con un amigo mío. Otra vez es demasiado tarde para nuestra historia. Quedamos amigos. La tercera vez fue un error; culpa de alguien, pienso más tarde, mi culpa. No tuve el valor de exigir el hijo; la veo así tan decidida (aunque por supuesto presa del miedo) y me desconcierto. Vuelvo a preguntar: ¿de verdad no quieres tenerlo? Ella sabe que quiero seguir a su lado. De joven nunca desee especialmente tener hijos; la noticia de que se engendraba un niño solo me ponía contento por amor a las mujeres. Una vez es el médico el que aconseja hacerlo, en contra de nuestro deseo.”
Otras mujeres
Max Frisch oculta el verdadero nombre de Alice Locke-Carey en esta obra, pero no lo hace con el resto de las mujeres. Durante ese fin de semana el escritor recuerda a su primera novia Käte Rubensohn. En otros momentos reflexiona sobre su primer matrimonio con Gertudre von Meyenburg, (Trudy) de quien se divorciará en 1959 y con quien tuvo dos hijas y un hijo. “En 1942 me caso con una colega arquitecta porque la amo, hija de una casa de la alta burguesía, Gertrud Constanze von Meyenburg. Que los amigos sospechen que me caso por dinero no me afecta.”
También trae a la memoria el tormentoso romance que mantuvo con la escritora austríaca Ingeborg Bachmann, 15 años menor que él. Dos años más tarde conocerá en Roma a su segunda esposa, Marianne Oellers, 20 años más joven, y se casarán en 1968. En el 74 conoce a Alice Locke (Lynn en la novela). En el 75 publica el libro y en el 79 se divorcia de Marianne para luego de 4 años reencontrarse con Alice y convivir con ella hasta 1984.
Esta especie de diario íntimo del autor es un diálogo entre él y sus recuerdos. Un diálogo incómodo cuyo objetivo final pareciera ser poder entenderse a sí mismo para darle sentido a lo que le pasó. Y en ese proceso Frisch sale roto. El texto no es para nada un ajuste de cuentas y siempre procura preservar la intimidad sin caer en lo explícito o en lugares comunes. Aquel que busque detalles escabrosos, abstenerse. Este libro no se trata de eso. Como sea, solo encontrarán elegancia y discreción.
¡Ojo!: No existe un orden cronológico en el relato. Más bien va de acá para allá dando saltos temporales, a veces en medio de una frase.
Montauk (1975) es una de las novelas más arriesgadas del suizo. Es como un sincericidio. Igual la peor parte se la llevó su mujer, Marianne, quien en el momento en que su marido escribía esta autobiografía novelada, incendiando todo a su paso, ella estaba en Roma, separada de Frisch pero aún casada. Y aunque intentó de todo para frenar la publicación, no lo consiguió. Esto aceleró el trámite de la separación que terminó en divorcio en el 79. Una lectura imperdible. En serio lo digo. Es como meterte en la cabeza de un tipo y enterarte de todo, pero absolutamente todo lo que piensa, lo que siente. Todo eso que nunca hablan ni tampoco nos dicen. Eso.
Y ahora sí y a modo de cierre los dejo con una reflexión que hace Frisch acerca de la circunstancia vital de los que escriben: “El escritor recela de los sentimientos que no se prestan a ser publicados. (…) Esta enfermedad profesional del escritor convierte a algunos en bebedores”. Como si el hecho de escribir fuera sacar el demonio que todos llevamos dentro sin que te importe nada de nada ni de nadie. Una tesis que su futura ex mujer abonó cuando le advirtió: “no he vivido contigo para servirte de materia literaria. Te prohíbo que escribas sobre mi”. Y tenía razón. Fin.
Quién es Max Frisch
♦ Max Rudolf Frisch nació en 1911 y murió en-1991.
♦ Fue un dramaturgo y novelista suizo.
♦ Estudió y ejerció la arquitectura en su ciudad natal.
♦ Trabajó como corresponsal periodístico en Europa y Oriente Próximo, y decidió dedicarse plenamente a la creación literaria en 1955. Es autor de diversas obras teatrales, de relatos, de dos diarios (1946-1949 y 1966-1971) y, entre otras, de las novelas Homo Faber (1957; Seix Barral, 1968), Digamos que me llamo Gantenbein (1964) y El hombre que aparece en el holoceno (1979).
♦ No soy Stiller (1954; Seix Barral, 1969 y 2005) le consagró internacionalmente. Hoy en día está considerado uno de los máximos exponentes de la literatura europea del siglo XX.