Ambientada en la París ocupada por los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial, La última hermana (Acantilado, Barcelona, 2016) es la historia de una heroína accidental, pero real: María Edwards, parienta lejana del autor, una señora “bien” a la que las circunstancias y los buenos sentimientos llevan a protagonizar actos de gran arrojo, que no dejarán de tener terribles consecuencias para ella. La historia de María está acompañada de otra, la del almirante Wilhelm Canaris, “un conservador alemán que no era nazi”, personaje real de este libro que imbrica historia y novela.
Inevitable no recordar con Jorge Edwards su breve y accidentada misión diplomática en Cuba –tres meses como representante del gobierno socialista de Salvador Allende, en 1970- de la que resultó su libro más emblemático, Persona non grata, obra tan necesaria como tan vigente sigue el mito de la Revolución Cubana. La “exagerada complacencia” hacia el castrismo, denuncia Edwards, se está “pagando ahora con el caso Venezuela”, a cuyo gobierno no duda en calificar de “dictadura”.
De visita en Buenos Aires, invitado por el CADAL (Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina)– para participar de la conferencia que tuvo lugar el pasado 23 de agosto, en ocasión del Día Mundial en Recuerdo de las Víctimas del Totalitarismo, Edwards dialogó con Infobae sobre su última novela y sobre el ideologismo maniqueísta que echa sus raíces en el jacobinismo francés y lleva a la condena de ciertos regímenes autoritarios y a la absolución, cuando no el ensalzamiento, de otros.
A continuación, doce conceptos salientes de la charla con Jorge Edwards. Sigue la entrevista completa, de la que puede verse un extracto en el video.
“No creo que las novelas sirvan para cambiar la sociedad pero sirven por lo menos para ayudar a pensar”
“Si uno no hace más que leer, vive en un mundo de amigos, que son los escritores que a uno le gustan”
“Las buenas novelas no se pueden contar porque el lenguaje, la atmósfera, la poesía, tienen que aparecer, y eso hay que leerlo”
“A los 3 días de estar en Cuba, ya sabía que si ese mismo régimen se hacía en Chile yo iba a ser el primer exiliado”
“Perseguidores delirantes en nombre de la teoría: solo en el siglo XX existió una enfermedad así”
“Viví un veto político literario impresionante después de publicar Persona non grata“
“Tuve rechazos literarios de editoriales que ahora me encantaría publicar porque son reveladores”
“Se me acercan personas de 40, 50 años y me dicen ‘tú me ayudaste a salir de la ideología sectaria en que yo estaba'”
“Estuve en el Museo del Holocausto aquí, y les dije ‘hacen un trabajo muy interesante pero tengan presente esto: Hitler fue antisemita y Stalin también’“
“Un país que cierra la Asamblea elegida por el pueblo es una dictadura”
“Esa Venezuela es la heredera directa de Cuba; Cuba apoyó a fondo ese sistema y está infiltrada hasta debajo de las piedras”
“La exagerada complacencia que hubo con el caso cubano la estamos pagando ahora en Venezuela”
LA ENTREVISTA
— Vamos a hablar primero de su novela, que acaba de ser presentada en Buenos Aires…
— Es una historia en la que aparece un poco la colonia chilena, el grupo chileno en París, que en esos años era más fuerte que hoy… En realidad, no más fuerte, era más presente y más unido; hoy en día también hay muchos chilenos en París por el exilio de los tiempos de Pinochet. En Chile hay una broma medio macabra, se dice que esa fue la “beca Pinochet”, que exilió a una cantidad de gente que estudió medicina, derecho, letras, y hoy son grandes profesionales y están incorporados a la sociedad francesa.
— Usted dice que el libro es muy chileno. ¿Es por la protagonista, María Edwards, que además es pariente…?
— Sí, pariente lejana.
— Pero la temática es muy universal, el coraje en situaciones extraordinarias. Ella es más bien una heroína accidental…
— Es una persona que no estaba destinada a ser heroína, sino más bien mujer de salón y de sociedad, que tiene un interés un poco atípico por lo literario. Y yo siento que eso de que fuera la última hermana de una familia muy poderosa en su tiempo le da una visión un poco distinta. Si a eso se agrega el gusto por la poesía, por la escritura, la amistad con escritores… porque yo descubrí en Chile, en bibliotecas privadas, que fue muy amiga de Colette, esa gran novelista francesa.
— Encontró libros dedicados.
— Libros muy cariñosamente dedicados a ella. Y en la historia de ella aparece mucho Colette. Así que todos esos elementos le dieron una visión un poco diferente. Y cuando viene la guerra esta mujer siente que no quiere estar jugando al bridge cuando el mundo se está matando y se hace asistente social. Escoge un hospital donde ella conoce algo a los directores, pero que es un hospital muy peligroso, el más peligroso de París, el Rothschild…
A las madres no las puede salvar, entonces toma la decisión de salvar a los niños
— El hospital judío.
— Un hospital de capitales judíos, de orientación judía. Una característica del antisemitismo nazi en Francia es que fue más disimulado en el comienzo, más maquillado y más gradual, pero ya en el año 42 eso se declara totalmente con la razzia del Vel d’Hiv (*). Ella, María, se da cuenta de que la Gestapo y la Gendarmería francesa –que fueron muy cómplices-, llegaban al hospital, entraban a la maternidad donde ella trabaja y se llevaban a las mujeres judías con los hijos que acababan de tener. Entonces en algún momento ella toma la decisión de salvar a los niños; a las mamás no las puede salvar pero a los niños los seda para adormecerlos, los esconde bajo su capa de enfermera, y los saca. La Resistencia francesa vio esta acción y la empezó a ayudar, le puso unos enlaces. Ahí se desarrolla todo el tema que culmina con la tortura por la Gestapo…
—No cuente el final, porque la gente va a querer leer el libro.
— No, la tortura por la Gestapo es la culminación de la primera parte, pero no voy a contar el final. No hay que contar las novelas en general. Además las buenas novelas no se pueden contar, porque la novela es un género literario en que el lenguaje, la atmósfera, incluso la poesía, en la prosa, tiene que aparecer. Y eso no se puede contar, eso hay que leerlo.
— No es la primera vez que escribe sobre hechos históricos novelados. En este libro usted menciona a varios personajes, el almirante Wilhelm Canaris…
— Personajes históricos.
— Personajes reales. ¿Siente que eso lo limita como novelista?
— En absoluto, al contrario, libera las cosas. Muchos personajes ficticios que conviven con los reales. A mí me gustan algunos novelistas clásicos. Por ejemplo, yo soy un gran lector de Balzac, me gusta mucho. Está lleno de personajes históricos. Napoleón era un personaje de Balzac. Para mí el mejor novelista moderno, por lo menos en lengua francesa, y en Europa, es Proust. Y Proust está lleno de personajes reales que juegan con personajes ficticios. Además hay personajes ficticios, inventados a partir de personajes reales. Ese es el procedimiento en elque la fantasía de un escritor se junta con la experiencia del escritor que sabe lo que es ser escritor juega un papel central. Es un juego de la novela, de las verdaderas novelas, para mi gusto.
— Episodios del horror humano, más allá de la ideología o de la situación geopolítica que los inspiró, del hombre lobo del hombre, una vez concluidos, viene la paz, la reconciliación, el aprendizaje. Pero ¿no le queda a veces la sensación de que no aprendemos nada?, ¿que se vuelve a repetir todo?
— Bueno, a juzgar por las cosas que están ocurriendo en lugares como Venezuela, Corea del Norte, incluso China, se aprende poco. Y yo espero que se aprenda algo. No creo que las novelas sirvan para cambiar la sociedad, como se creía antiguamente, pero sirven por lo menos para ayudar a pensar, a mirar con un criterio un poco más abierto. Quizás produzcan un poco más de tolerancia, pero ni siquiera de eso estoy convencido. La novela es un arte y ese arte enseña a mirar un mundo en que hay un orden verbal, o sea una fantasía, artefactos verbales. Y el verbo, claro, es un elemento importante de la vida de la sociedad humana. Por eso se puede pensar que de algo sirve escribir, que no es completamente inútil. A pesar de que yo escribí una novela que se llama El inútil de la familia.
Cuando en la casa de mi abuelo se hablaba de Joaquín, nunca se decía sólo Joaquín: se decía “el inútil de Joaquín”
— Sí (Risas).
— Lo escribí porque en mi familia había un tío, primo hermano de mi padre, que se llamaba Joaquín Edwards Bello y que desde muy joven decidió ser escritor, en una familia en la que eran banqueros, industriales y mineros del cobre. Entonces, cuando en la casa de mi abuelo se hablaba de Joaquín, nunca se decía sólo Joaquín: se decía “el inútil de Joaquín”. Y Joaquín escribió una primera novela que se llamaba El inútil, que ahora es muy rara porque la familia la compró entera y la quemó, mi familia fue como los nazis, quemaron libros. Joaquín quedó feliz porque se agotó la novela e hizo otra edición, y ahí fue tal el escándalo que tuvo que arrancar de Chile, terminó en Río de Janeiro.
— ¿Y a usted lo toleraron en la familia?
— Me toleraron difícilmente, y con la complicidad secreta de mi mamá que era una lectora. Mi madre una vez me dijo algo que me conmovió mucho, me dijo “mira, cuando yo era chica, un día llegué al comedor familiar, había veinte personas, y un tío estaba leyendo un diario íntimo que yo escribía en secreto, donde ponía mis pensamientos, mis poemas, mis amores y qué sé yo, y me dio un furor tal que le saqué el diario a tirones de las manos y lo quemé. Nunca más escribí y la cosa te salió a ti, en la generación que siguió.
— Siento que quizás haya otra función de la literatura. Cuando uno lee, se siente menos solo. A veces uno dice “ah, no soy el único que siente o piensa esto”. Claro que usted o sus colegas lo ponen con mejores palabras.
— Cuando uno no hace más que leer uno vive en un mundo de amigos, hablo de los escritores que a uno le gustan, se siente identificado con ellos. Y uno piensa “esto me pudo pasar a mí”; es una ilusión pero una ilusión importante, que ayuda a vivir y a sobrevivir.
— En los 70 usted escribió el libro Persona non grata al que calificó de novela…. ¿cómo era?
— Era un invento. Carlos Barral, que fue el editor, me dijo “¿Y qué esto?” Y yo le dije “es una novela política sin ficción”. Él se rió e hizo una faja que decía eso. Y ahora quisiera encontrar en alguna librería de viejo un ejemplar de Persona non grata con esa faja, pero se consigue el libro pero no con la faja.
— Cuando usted estuvo en Cuba como diplomático, en el 71, 72…
— Estuve del 70 al 71, a fines de marzo o abril del 71.
— Ya en aquel momento usted hizo una radiografía de ese régimen, de los proyectos disparatados, de los delirios de su conductor.
— ¿Sabe por qué yo miré mucho ese régimen y con mucha atención? Porque en ese tiempo había turismo revolucionario…
— Lo sigue habiendo.
— Todo el mundo pasaba por el hotel Habana Riviera o el Habana Libre, tomando unas cantidades industriales de daiquiri y esas cosas. Pero yo venía como diplomático de un Chile donde la mitad o más del gobierno era castrista…
No hay delirio de persecución ahí donde la persecución es un delirio (Cabrera Infante)
— Hablamos del gobierno de Allende.
— Sí, del año 70, comienzos del allendismo. Gran ilusión por el castrismo. Y yo creo que a los 3 días, porque no es más, a los 3 días yo sabía que si ese mismo régimen se hacía en Chile yo iba a ser el primer exiliado. Luego hice contacto con Guillermo Cabrera Infante, exiliado de la primera hora del castrismo, le mandé el primer ejemplar de Persona non grata a Londres donde él vivía, y le dije “en España dicen que yo tengo delirios de persecución porque creo que me están escuchando con micrófonos”. Y él me contestó: “No hay delirio de persecución ahí donde la persecución es un delirio”. Perseguidores delirantes en nombre de la teoría; es una cosa muy extraña, sólo en el siglo XX existió una enfermedad igual.
— Fidel se enojó, entre otras cosas, porque usted seguía frecuentando a escritores que ya eran malditos para el régimen.
— Fue una situación muy complicada porque yo venía de Chile, de una revolución diferente, que comenzaba en el Sur de América. La primera noche estuve tres horas hablando con Fidel Castro. No se podía hablar menos, fue corto. Y al día siguiente, vinieron escritores cubanos a verme al hotel donde yo estaba y la imagen que me dieron de Cuba era exactamente la inversa, porque muchos de esos escritores habían estado, y algunos seguían, presos en campos de concentración. Había unas unidades militares de ayuda a la producción; a esas unidades iban los santeros, los borrachines, los homosexuales, etcétera. Así que yo dije: las cosas no son como las cuentan.
— Cuarenta años después de eso, ¿no le sorprende la vigencia que todavía tiene el mito de la revolución cubana?
— Yo le voy a decir una cosa, hay gente que lee el libro ahora por primera vez y le encanta. Y una persona me dijo hace poco “en este libro he entendido lo que es el comunismo por dentro”. En Madrid, donde vivo, se me acercan personas de 40, 50 años, y me dicen “tú me ayudaste a salir de la ideología sectaria en que yo estaba”. O sea que es perfectamente vigente el tema. Pero la memoria humana es corta, escasa. Y nuestra conciencia de los temas es relativa.
Hitler fue antisemita… y Stalin también
— Lo mismo pasa ahora. Usted dio una conferencia sobre las víctimas de los totalitarismos, pero unos reivindican unas víctimas y otros, otras. Para algunos, la dictadura de izquierda es buena y la dictadura de derecha es mala.
— Hay un libro que acaba de salir en Perú, las memorias de un pintor muy bueno, Fernando De Szyszlo, tiene más años que yo, que es bastante decir, tiene como 92. Y Szyszlo dice “en un tiempo, si tú eras castrista, eras buen pintor, y si eras anticastrista, eras mal pintor, o mal escritor”. Y yo viví eso, yo viví eso. Viví un veto político literario impresionante después de publicar ese libro. Y tuve rechazos literarios de editoriales que ahora me encantaría publicar, porque son reveladores. La mentalidad humana es así, había un fanatismo, había un parti pris (**). Visité aquí el Museo del Holocausto, hacen un trabajo muy interesante, pero les dije “tengan presente lo siguiente: Hitler fue antisemita… y Stalin también”. El complot de los médicos judíos, el complot de los escritores judíos, etcétera. Así que las cosas son diferentes, son matizadas y son más compartidas a veces.
— Ahora bien, en La última hermana, hay un personaje real, el almirante alemán Canaris, que muestra que a veces no es tan fácil dividir entre buenos y malos, porque es un personaje más complejo.
— El jacobinismo francés se caracterizó por decir los buenos están acá y los malos allá. Robespierre dijo: “No conozco más que dos partidos en Francia, el de los buenos y el de los malos ciudadanos”. Eso es un error garrafal. Canaris era miembro de las fuerzas navales alemanas. Amaba profundamente la Marina alemana. Había estado en Chile en la Primera Guerra Mundial cuando su barco fue hundido. Conoció mucho el país y además era un hispanista. Un conservador que no era nazi.
— Podía pasar también.
— Cuando sube Hitler, Canaris considera que es un bárbaro, un salvaje; está convencido de que va a perder la guerra. Cuando Hitler invade Polonia, Canaris, que había sido agregado naval en Madrid y era bastante amigo de los militares españoles, le manda a decir a Franco que él cree que Hitler va a perder la guerra y que ningún soldado alemán va a poder pisar suelo de Inglaterra. Franco entiende y no se alía con Hitler. Son cosas que no están en la norma y en la fórmula de la historia. Son marginales pero muy importantes como elementos de la historia. Porque Canaris ayuda a María, pero también a los conspiradores contra Hitler; les dice que tengan mucho cuidado, que es peligroso lo que hacen, pero no los delata. Por eso Hitler lo manda a ahorcar. Así que ahí hay un conservador que combatió por Alemania y que fue ahorcado por Hitler.
— Lo que pasa es que frecuentemente se quiere clasificar de este lado los buenos, de este lado los malos.
— Es típico, sí. Es lo mismo que decíamos antes: los escritores castristas son buenos escritores y los anticastristas son malos escritores.
— Así es.
— ¿Y Julio Cortázar? Yo le tenía simpatía, pero después de mi episodio cubano se enfrió la cosa. No quiero entrar en detalles…
— Fue uno de los escritores que a usted le bajó la cortina, por el libro Persona non grata.
— Sí, me bajó la cortina.
— Mencionó recién a Venezuela. Acá se debate si es o no una dictadura. ¿Usted cómo lo definiría?
— Un país que cierra la Asamblea elegida por el pueblo, que a los opositores los encarcela, que a toda persona que se opone a su gobierno la manda a la cárcel, que censura a la prensa, es lo que se llama una dictadura, exactamente una dictadura. Chávez era más listo que éste, disimulaba mejor. Éste es muy primario, no puede disimular que su deseo de estar en el poder es superior a todo lo demás, a toda ideología. Y hay otra cosa: esta Venezuela es la heredera directa de Cuba. Cuba apoyó a fondo este sistema y está infiltrada hasta debajo de las piedras. Y nuestra complacencia, no mía, pero la complacencia que hubo con el caso cubano, que fue increíble, fue exagerada, absolutamente exagerada, la estamos pagando ahora con el caso Venezuela.
(*) La mayor redada de judíos en Francia (julio de 1942). Fueron llevados inicialmente al Velódromo de Invierno,
(**) Del francés: preconcepto, parcialidad