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Un ciudadano chino exiliado denunció haber sido víctima de persecución religiosa, torturas y robo de órganos perpetrado por el régimen

sustracción de órganos en China
Cheng Pei Ming, quien fue víctima de la sustracción de órganos en China (Marcos/)

Cheng Pei Ming tiene 58 años y una cicatriz que atraviesa su tórax desde adelante hacia atrás por el lado izquierdo desde hace más de 20 años. Veinte años después de haber sobrevivido una sustracción forzada de órganos, está listo para compartir su historia y desenmascarar a quienes identifica como “el mal”. Es la primera víctima conocida de unas macabras prácticas sobre las que ha decidido hablar en público por primera vez.

En una entrevista publicada por The Telegraph, Cheng relata que todavía sufre un “dolor extremo” cada día, dos décadas después de que le extirparan partes de su pulmón y su hígado. “Creí que me matarían. No estoy seguro de que pensaran que podría sobrevivir, pero lo hice”, afirmó al medio británico, para el que además posó exhibiendo una cicatriz que rodea su pecho hasta la espalda.

A mediados de la década del 90, Cheng comenzó a practicar Falun Gong, un movimiento espiritual que se extendió por China pero fue ilegalizado en 1999. Desde entonces, el Partido Comunista Chino (PCCh) lo etiquetó como un “culto malvado” y una amenaza para el estado, y comenzó a perseguir brutalmente a sus practicantes. “Falun Gong enseña a la gente a ser buena y a tener compasión y empatía por todas las personas. No queremos hacerle daño a la sociedad, la persecución contra nosotros nunca debería haber ocurrido”, aseguró Cheng.

El caso de Cheng Pei Ming revela un oscuro episodio en la historia reciente del país asiático. Según se informó en The Telegraph, Cheng fue detenido en septiembre de 1999 y torturado repetidamente. Cada arresto fue acompañado por una presión intensa para renunciar a su fe. Al negarse, Cheng fue expulsado junto con su familia de su hogar en la provincia oriental de Shandong.

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Cheng Pei Ming, rehaciendo su vida en EEUU (Marcos/)

En el contexto más amplio, en las dos décadas que siguieron a la prohibición de Falun Gong, la industria de trasplantes de órganos de China experimentó un crecimiento sin precedentes. Órganos vitales estuvieron disponibles en los hospitales estatales en cuestión de días, un plazo que ningún otro sistema nacional de trasplantes ha podido igualar. The Telegraph también destaca que un tribunal independiente de Londres dictaminó en 2019 que el gobierno chino seguía cometiendo crímenes contra la humanidad al atacar a minorías, incluido el movimiento Falun Gong, con la sustracción forzada de órganos.

La persecución que sufrió Cheng no fue aislada ni reducida. Durante los años siguientes a su primer arresto, fue “secuestrado por el PCCh” en cinco ocasiones, cada una resultando en una tortura “insoportable”, según Cheng dijo a The Telegraph. En 2002, fue sentenciado a ocho años de prisión. Recordó que muchos otros practicantes de Falun Gong desaparecieron. Algunos fueron enviados a campos de trabajo de “reeducación” y otros fueron torturados hasta la muerte.

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Cheng Pei Ming, fue esposado a una cama (Marcos/)

Significativamente, la ONU manifestó en 2021 que aparte de los practicantes de Falun Gong, otras minorías como uigures, tibetanos, musulmanes y cristianos también habían sido blanco de estas atroces prácticas en China. No obstante, el PCCh ha negado persistentemente las acusaciones, afirmando que “los practicantes de Falun Gong no habían sido asesinados para obtener sus órganos”.

Cheng logró evadir a las autoridades chinas durante 14 años, pasando cinco de esos años en Tailandia, donde se le concedió el estatus de refugiado por la ONU. Finalmente, en julio de 2020, Cheng Pei Ming llegó a Estados Unidos, logrando escapar de la sombra de la tortura que había sufrido.

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Reconstrucción 3D de la tomografía computarizada que muestra los pulmones del Sr. Cheng (Marcos/)

Incluso después de 20 años, Cheng todavía siente las secuelas físicas de aquella terrible experiencia: “Recuerdo haber preguntado: ‘¿Por qué no me matan?’ Y dijeron: ‘Es demasiado fácil, nos da un gran placer torturarlos’”.

Estas prácticas siguen siendo una herida abierta en China, tanto para las víctimas individuales como para los observadores internacionales de derechos humanos. Cheng Pei Ming se ha convertido en un símbolo de resistencia y en una voz crucial que pide la exposición y denuncia de estos crímenes.

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