La vainilla es “producto del tiempo y la paciencia”, dice Cristian García Murillo. En 2016, su padre plantó vides alrededor de árboles de cacao en su finca de El Valle, una ciudad de la costa pacífica colombiana. El año pasado, Murillo vendió 50 kg de vainas curadas, en parte suministradas por cultivadores locales, a restaurantes de todo el país. Es un buen negocio. Un kilogramo alcanza los 2,5 millones de pesos (600 dólares), más de 100 veces lo que los pescadores de la región obtienen por el mismo peso de atún.
La vainilla, una orquídea, es originaria de América Central y del Sur. En el siglo XVIII se introdujeron vides de contrabando desde México a Europa, y más tarde se implantaron en Reunión, donde un niño esclavo descubrió cómo polinizarlas a mano. Hoy en día, la cercana Madagascar proporciona el 80% del suministro mundial. Como la vainilla sigue polinizándose a mano, es la especia más cara del mundo después del azafrán. Hace años que la demanda supera a la oferta. Los compradores buscan nuevas fuentes, como Colombia.
La selva tropical que rodea El Valle alberga vainilla planifolia, una especie muy popular. En los últimos ocho años se han abierto unas 200 plantaciones de vainilla, gestionadas por consejos comunitarios, con el apoyo de la organización benéfica Swissaid. Su producción proporciona unos ingresos muy necesarios. Alrededor de dos tercios de los habitantes del Chocó, la región donde se encuentra El Valle, ganan menos de 3,50 dólares al día.
La planifolia de El Valle es genéticamente distinta de la común y sigue siendo polinizada por las abejas, lo que le confiere un aroma especial. Alejandro Henao Pérez, director en Colombia de MANE, un gigante francés de las fragancias, compró recientemente muestras para probarlas. Según él, el atractivo de la vainilla reside también en sus credenciales ecológicas, que atraen a muchos consumidores. Como la enredadera envuelve los árboles, ofrece a los lugareños un incentivo económico para no talarlos.
La producción tendrá que aumentar rápidamente. Mane afirma que necesitará al menos una tonelada de vainas secas al año, más del doble de lo que la empresa gestionada por los ayuntamientos de El Valle espera comprar a los productores este año. Se necesita más inversión para formación, control de calidad y comercialización. Sacar las vainas del Chocó, que tiene pocas carreteras, es caro. Además, los ingenieros genéticos están trabajando en una variedad autógama. Sin embargo, para Alejandro Álvarez, de Selva Nevada, una heladería ecológica de Bogotá, el “sabor espectacular” del grano del Pacífico disipa esas preocupaciones.
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