Los camaleones pueden pasar largos periodos de tiempo sin parpadear. Además, su visión es de casi 360 grados, una particularidad que les permite controlar todo lo que ocurre a su alrededor.
La ópera prima de Zoë Kravitz, a la que hasta ahora conocíamos como modelo y actriz y por ser la hija de Lisa Bonet y el cantante Lenny Kravitz, comienza precisamente con la imagen de un pequeño camaleón. En ese momento, no sabremos lo que significa, pero, poco a poco, irá adquiriendo un sentido revelador. Y es que nos encontramos frente a una obra que está plagada de esos pequeños detalles que pasan desapercibidos, de imágenes subliminales y que irán guardando significados perturbadores a medida que vaya avanzando la trama.
De qué va ‘Parpadea dos veces’
Resulta difícil definir Parpadea dos veces, también hablar de ella sin hacer spoilers, pero lo que está claro es que nos encontramos frente a una película que escapa a cualquier tipo de convencionalismo, que sabe cómo jugar con los géneros y las expectativas del espectador y que nos sumerge en un espacio en el que late el desasosiego, la extrañeza y que poco a poco irá derivando en el terreno del terror más puro, hasta el punto de reinventar, de alguna manera el subgénero del rape and revenge para hablar del abuso de poder masculino en la era del Me Too.
La protagonista de la historia se llama Frida (Naomi Ackie) y vive con su mejor amiga Jess (Alia Shawkat), ambas trabajan como camareras y siempre lo hacen en un evento especial de la empresa King-Tech, cuyo fundador, Slater (Channing Tatum) ha creado una fundación filantrópica para lavar su imagen después de algún suceso (que nunca sabremos) por el que ha tenido que pedir perdón de forma pública.
El año anterior, hubo una especie de conexión entre Frida y Slater, pero nadie parece recordar muy bien lo que ocurrió. Ahora, el magnate le prestará toda su atención e incluso la invitará, junto a su amiga, a que lo acompañe a su isla privada con sus amigos, entre los que se encuentran Vic (Christian Slater), Cody (Simon Rex), Tom (Haley Joel Osment) y Lucas (Levon Hawke). Cada uno se llevará a una chica, entre las que se encuentra Sarah (Adria Arjona) y aterrizarán en un extraño paraíso tropical que huele a chamusquina desde el primer momento.
Sin embargo, todo parece idílico, ¿por qué preocuparse? Cada chica tiene a su disposición todo lo que desea, vestidos blancos con reminiscencias griegas, a modo de ninfas, champán a granel, drogas alucinógenas y un extraño perfume que se echarán todos los días y que se extrae de una de las flores que crecen en ese ecosistema.
Una película que habla del Me Too de manera diferente
Todos los días el grupo repetirá las mismas acciones, como si se encontraran en un resort sin fecha de caducidad. Si el inicio podría remitir en un primer momento a Puñales por la espalda: El misterio de Glass Onion, lo cierto es que no van, en absoluto, por ahí los tiros. Más bien nos encontramos en el territorio de las fábulas inquietantes y con un trasfondo ideológico potente de Jordan Peele, cambiando aquí el racismo por el feminismo.
Poco a poco nos iremos sumergiendo en un espacio confuso e inquietante. ¿Cuánto tiempo llevan ahí? Se darán cuenta de que no lo saben, han perdido esa noción. Tampoco recuerdan mucho de lo que hicieron el día anterior, solo las chicas, que comienzan a tener hematomas por el cuerpo, y otros signos de violencia.
En ese sentido, Kravitz modula a la perfección el tono, la intriga, el estado de inquietud y paranoia perpetuo a través de una dirección milimétrica en la que todas las piezas irán poco a poco encajando y que desembocará en una pesadilla en la que late el delirio y la perversión.
En ciertos aspectos, se podría emparentar esta película como No te preocupes querida, de otra actriz convertida en directora, Olivia Wilde, en la que se planteaba una ‘distopía’ ilusoria para hablar sobre el dominio masculino sobre las mujeres, la manipulación, y el deseo patriarcal de tenernos sometidas a su voluntad. También estaba ahí la idea de despertar (o no) de ese sueño que se convierte en metáfora de la cultura de la violación, a partir de bloquear los recuerdos para perpetuar el abuso.
En definitiva, Zoë Kravitz ha configurado una obra tremendamente perturbadora, en ocasiones disparatada, y otras veces absolutamente sádica a la hora de construir una crítica demoledora alrededor de la sociedad patriarcal y cómo perpetúa la misoginia. Por eso, hay que estar con los ojos bien abiertos, como los camaleones.