Si hay un diseñador que ha puesto color y estampados a la ropa de la Argentina, ése es Benito Fernández. Cuando el mundo decía que había que vestirse con ropa de líneas netas y colores neutros, él repartía flores, rayas y toda la gama de tonos fuertes en sus vestidos, siempre le puso siempre mucha alegría a sus colecciones. Inauguró el primer local de ropa en 1987. Años después inauguró La Maison con alta costura.
– Yo siempre traté de reinventarme y de hacer cosas diferentes, de sacar prejuicios, no solamente en el diseño, sino en la forma de manejar la empresa. Empecé a hacer alianzas con marcas, empecé a ser más popular en las redes y en la televisión para poder hacer alianzas, como con Topper y tener mi línea de perfumes.
– Sos el del vestido largo de los casamientos, el de la madrina, la novia, las fiestas, los eventos de alta costura.
–Es lo que me dio la posibilidad y el nombre para poder acceder a otro mundo, donde marqué mi ADN y me diferencié. Y eso me posibilitó hoy hacer un montón de cosas.
Vistió y viste a infinidad de figuras a lo largo de todos estos años, pero hay dos que son emblemáticas porque recorren el mundo con sus vestidos. Una es Máxima Zorreguieta, hoy reina de Países Bajos y la otra es Valeria Mazza.
– ¿Le seguís mandando vestidos a Máxima?
– Sí, no tanto como cuando era princesa, ahora es un poquito más difícil el contacto. Pero sí, la sigo vistiendo. Máxima y Valeria, como nombraste, son mujeres que representan a la marca. Porque más allá de lo importante que es Máxima es una mujer que labura, que cuida a sus hijas, a su familia, que representa a la mujer de hoy que lucha por los derechos de las mujeres. Me gusta su desenfado, su pelo suelto, nada estructurado.
– Los colores fuertes.
– Cuando ella elige colores me elige a mí siempre.
– Le hiciste un vestido rojo que se vio en todo el mundo…
– Tremendo, que lo usó tres veces ya. Estuvo expuesto en una exposición por los diez años del Principado en Holanda.
– Ahora es reina, ¿no es el mismo ida y vuelta?
– Le mandás la ropa y ella elige donde ponérsela. Yo no tengo ni idea donde se lo va a poner ni cuando. Ellos no dicen de quién es el vestido ni nada, no se dice de dónde son.
– ¿Te enterás porque lo ves en los portales? ¡Ése es mío!
– Lo veo en las revistas, en los portales. Ése es mío,sí.
– ¿Cómo es el protocolo para vestir a una reina que vive en Europa en una vidriera permanente?
– Ella atraviesa un poquito el protocolo, pero hay cosas que no se debe poner.
– ¿La pollera hasta donde?
– La pollera es a la rodilla cuando el vestido es corto. Los escotes no pueden ser muy pronunciados. Hay cosas que tenés que cuidar. No a los tajos. Hay ropa que tal vez usa para su vida privada y no para lo protocolar.
– Se estrenó la serie sobre Máxima, ¿te llamaron?
–Me llamaron, pero después se postergó por la pandemia y no coincidimos, estoy ansioso por verla para ver si sale algún vestido.
Benito Fernández, antes de dedicarse al diseño, estudió Derecho durante cuatro años. Cuando era joven el mandato era estudiar una carrera tradicional.
– ¡Qué horror! Sí, el disléxico estudió Derecho.
– Con dislexia desde muy chiquitito.
– Sí, de toda la vida.
“HACE 30 AÑOS QUE NO LEO UN LIBRO”
– Las personas con dislexia tienen muchas veces problemas para leer.
– De hecho no leo hace 30 años. Hace 30 años que no leo nada.
– ¿Audiolibro?
– No, Ni siquiera. Pensá que yo le tomé mucha fobia a la lectura porque fue lo que marcó mi infancia. Yo tuve una infancia re linda, papá, mamá, hermano, todo bien, pero por la dislexia… Tuve mucho bullying. Al no leer bien escribís mal y al escribir mal, hacés todo mal.
– ¿Cómo que no leés hace 30 años?
– Hace 30 años que no leo un libro,sí.
– ¿Cómo te nutrís?
– Me nutro de otras maneras, no necesariamente por la lectura.
–¿Se puede vivir sin leer?
– Se puede vivir sin leer, sí, por lo menos a mí me funcionó. Me encantaría poder leer y que me entusiasmara leer, pero yo le tomé fobia a la lectura porque me perjudicó mucho en mi infancia y mi adolescencia y no, no puedo. Pero me nutro de la vida desde otro lugar. Me puedo sentar a hablar de cualquier tema sin haberlo leído desde un libro.
– No necesitás leer.
– Yo no, no lo necesito. Y no es algo que me preocupe. Vos querés que yo lea y no voy a leer (risas).
– ¿Cómo hiciste para cursar y estudiar cuatro años de Derecho?
– No sé cómo hice. Tenía 3,80 de promedio, bajo. Me faltaron ocho materias y largué. En esa época no existía la carrera de diseñador, entonces era muy difícil pensarse. Mi mamá no era modista ni mi papá sastre. Cuando yo descubrí más grande que existía la carrera, ahí sí decidí largar derecho e irme a estudiar a París. Si miro para atrás, veo que de chiquito me gustaba acompañar a mi abuela a comprar en Santa Fe y Canning las telas para hacerles los vestidos a sus hijas. Tenía seis hijas mujeres, era imposible comprar ropa, había que hacerla.
– En otros tiempos las vocaciones ligadas al arte o a lo creativo estaban relegadas a la categoría de hobby más que a la actividad profesional.
– Creo que una de las cosas por las que estoy acá es por sacar prejuicios. Yo empecé a sacar el prejuicio ése, mi padre era médico, mi hermano máster en Estados Unidos de economía. Si no seguías una carrera tradicional no ibas a vivir. Yo vine a sacar el prejuicio de la sexualidad: vengo de ser hetero, de tener dos hijos y ahora soy gay. De imponer las estampas y los colores latinoamericanos en un momento en el que se miraba solamente lo que se hacía en Europa. Soy padrino de Asdra que busca incorporar a la gente con síndrome de Down a lo social y a lo laboral. Siempre fue atravesar prejuicios. Es algo que mi cabeza hace todo el tiempo.
– ¿Cómo estás de salud?
– Re bien, haberme internado me hizo súper bien. Estoy con un montón de proyectos. Voy a hacer Cantando por un sueño, estoy definiendo un terreno para hacer un edificio con mi nombre y mi estética en La Plata, voy a presentar zapatillas, hago mi desfile el 4 y vuelvo a la alta costura a full. Voy a dejar el prêt a porter, me quieren comprar la marca. Voy a hacer porcelanas con una marca muy reconocida.
– Estás bien.
– Estoy bien. Me pasaron cosas como nos pasan a todos. Yo perdí a mi papá, mi mamá, mi hermano, mi papá se suicidó, me fundí en 2001. Me pasa que que en los momentos más bajos, más oscuros, más negros, como lo quieras llamar, vuelvo con mucha más fuerza y más arriba. Yo le decía a mi psicólogo: no quiero pasarme de rosca porque después me paso de rosca. Con todo el prejuicio que tenemos con los temas mentales pensaba: nadie me va a llamar, nadie va a querer hacerse un vestido conmigo, nadie va a querer hacer un proyecto conmigo porque somos muy prejuiciosos. Somos prejuiciosos con los cuerpos, imaginate con las enfermedades mentales. Entonces me daba mucho miedo y la verdad es que no, vuelvo a explotar, vuelvo a estar arriba .
– Afortunadamente ahora se habla de las enfermedades mentales. Antes eran tabú absoluto.
– Igual hay mucho prejuicio, hay mucho prejuicio todavía. El atenderte con un psiquiatra, el tomar medicamentos… Sí, tenemos prejuicios. Fui a un solo evento, porque todavía no estoy preparado, y sentí una mirada de… “Ahí viene, ahí viene el que estuvo internado”.
– “El que estuvo internado”. ¿Como distancia?
– Sí, como distancia, como “me corro de la foto”. Y yo creo que soy así también. Todo el mundo me decía: ¿no te dio bajón? ¿No te enojaste con el que lo hizo? Y no, porque somos así.
– ¿Te reconocés en el prejuicio?
– Me reconozco y reconozco a los argentinos en eso.
– ¿Te pasó concretamente?
– Sí, me pasó concretamente y voy a hablar con esas personas.
– ¿Más de uno?
– Sí, un par, pero reconozco que somos prejuiciosos. Prejuiciosos con la política, con los cuerpos, con todo.
– ¿Cuál creés que es el miedo? Vos contaste públicamente que estuviste internado.
– Sí, lo que pasa es que nos paralizan las enfermedades mentales. Mi padre era médico y tenía el consultorio en mi casa, de chico me mostraba las enfermedades, corporales. Yo no le tengo tanto miedo como a las enfermedades mentales. De hecho, mi padre se termina suicidando. Le tenemos mucho miedo y el miedo te paraliza. Y cuando a vos te paraliza algo te da rechazo a hablar del tema, ese rechazo a estar con gente que te dice que se va a internar. Cuando me aconsejaron mi psicólogo y mi psiquiatra y decidí internarme, yo también tenía el prejuicio. Dije: voy a ir a un lugar súper hostil, con gente que también es adicta y que va a ser súper agresiva. Nada de eso es así.
– Un hermoso club de locos.
– Un hermoso club de locos donde no tenía celular, donde mi cabeza se reseteó, se puso en blanco. Empecé a estar sin angustia, a divertirme, a reírme. Yo había perdido la risa, algo que para mí era fundamental. Estuve internado un mes y diez días en la clínica Abril.
–¿Hasta cuándo? ¿Ahora en julio fue?
– Sí, en julio, exactamente en julio.
– ¿O sea que hace poco saliste?
— Salí hace un mes (risas). “Saliste”. “Te soltaron” (risas).
– Saliste.
– Sí, salí. Y para mí fue maravilloso porque me dieron instrumentos para poder batallar con lo que tenía que batallar. Primero estuve en el Otamendi ocho días por un episodio en que me caí, me desmayé, tuve un pico de estrés, angustia. Tuve una arritmia en el corazón y me tuvieron una semana en el Otamendi directamente en terapia intermedia. Ahí no podía llegar a casi nadie, no tenía celular, no podía hablar por teléfono, nada. Y eso me ayudó mucho a decir: hasta acá, el cuerpo me dijo basta y a poner la página en cero. Pero también me di cuenta hablando con mi psicóloga y psiquiatra, que los problemas seguían estando, que los tenía que enfrentar, Yo estaba cerrando locales, despidiendo gente que estaba trabajando conmigo hace muchos años y para mí era muy doloroso y no lo podía enfrentar, por eso también ese desenlace que tuve. Y decidimos que había que hacer algo para prepararme para enfrentar de nuevo un montón de problemas.
– ¿Hacer algo más profundo?
– Sí, y por eso decidí voluntariamente internarme en la clínica Abril.
– La gente más joven habla más libremente de sus trastornos de ansiedad, de fobias, de depresión con mucha naturalidad. Vos siempre hablaste y no es la primera vez que atravesaste un cuadro de depresión.
– No, a mí me gusta hablar porque está bueno para sacar prejuicios y acompañar a la gente. Cuando conté que me hice pis en la cama hasta los 14 años, no sabés la cantidad de padres que me llamaron para decir “qué suerte que lo hablás porque para la familia es un problema”. Siempre les digo que con la dislexia no hay que preocuparse porque a los chicos, cuando vos te preocupás, lo complicas más. Hay que ocuparse, son cosas distintas.
“LO PEOR DE TODO ES QUE NO LO CONTAMOS, QUE NO LO DECIMOS”
– ¿Viste que mucha gente está convencida que nunca va a atravesar una depresión? Como si diera más vergüenza que otras enfermedades mentales.
– Sí, a veces las negamos, eso es lo peor. Y lo peor de todo es que no contamos, que no lo decimos. El decirlo es lo más importante, a tus seres queridos, pedir ayuda porque se sale. Los últimos meses yo ya había dejado de tomar la medicación y me encerraba el fin de semana con la ventana cerrada y la persiana baja. Cuando venían mis hijos levantaba todo, prendía la tele, como si estuviera todo normal, porque no los quería cargar a ellos con mi oscuridad, con mi depresión. Y eso está mal, hay que comunicarlo, hay que mostrarlo, hay que ver.
“HABÍA DEJADO DE TOMAR LA MEDICACIÓN. ESTABA MUY MAL, EN UN POZO DEPRESIVO MUY PROFUNDO”
– ¿Por qué dejaste de tomar la medicación?
– Porque estaba muy mal, porque estaba en un pozo depresivo muy muy profundo.
– Era como dejarte llevar.
– Sí, me costaba bañarme y sacar al perro. Lo más fuerte fue cuando a mi nieto Fermín, que tiene dos años, me angustiaba verlo, no podía estar con él. Era tremendo.
– ¿Esa oscuridad profunda cuánto tiempo duró?
– Eso fue en los últimos tres meses, antes de que me internaran.
– ¿Pediste ayuda?
– No, porque me desmayé. Me internaron.
– Te encontraron.
– Sí. Y me dijeron que tenía arritmia y no sé cuántas cosas más.
– ¿O sea que no pediste ayuda?
– No. Por eso digo que hay que pedir ayuda. ¿Pedir ayuda? No, al contrario. La oculté. Soy de una generación donde todo se ocultaba. Se ocultaban temas políticos, se ocultaban las enfermedades, si alguien era infiel en la familia, todo se ocultaba. Es muy difícil salirnos de eso, tengo 64 años, a mi me pasó. Los chicos por suerte hoy pueden hablar y no ocultan.
“LA SENSACIÓN ERA QUE NADIE QUERÍA MÁS NADA DE MÍ”
– Me impresiona que esta vez no hayas contado nada. ¿Te encontraron así? ¿Mal, mal?
– Estaba mal, estaba jodido, nunca me había pasado. Me había visto fuera del circuito de mi trabajo, desconectado con mis amigos. La sensación era que nadie quería más nada de mí. Y lo loco es que hoy, un mes después de haber estado internado, estoy en mi mejor momento con un montón de proyectos y un montón de gente que me quiere. Agradezco, y sobre todo agradezco a la gente que se acercó a mis hijos a ayudarlos a enfrentar lo que yo les dejé, un bombazo. Yo estaba cerrando el local y echando a la gente. Estaba internado y no podía hacer nada, cuando estuve en Abril podía hacer solo una llamada por día.
“TOQUÉ LO MÁS BAJO QUE SE PUEDE TOCAR, NO HAY MÁS BAJO”
– ¿El problema económico fue el detonante de la depresión?
– Sí, porque toqué lo más bajo que se puede tocar, no hay más bajo de lo que yo toqué. Y el haberme reseteado fue gracias a decir: de esto hay que salir. Y me interné voluntariamente. Después de la internación tampoco podía estar solo y me fui a vivir a lo de Diego Impagliazzo, somos amigos desde hace 30 años. Le dije: tengo que ir a tu casa. Así, de una, no es que le dije: “¿puedo?”
– Estás describiendo una situación límite que no habías vivido en otras depresiones.
– Sí, esta fue la más fuerte. Creo que esto venía desde la pandemia. La pandemia psicológicamente nos afectó mucho.
– No había fiestas para vender vestidos.
– No vendías y el encierro creo que a todos nos afectó. Fue una sumatoria de cosas y después quedar afuera del circuito de la moda. Fue super fuerte.
– ¿Cómo hacés ahora con los negocios? Tenés que cerrar, despedir, indemnizar.
– Hoy estoy rearmando toda la empresa, enfocándome en las cosas que son productivas. Tengo gente que me está ayudando. Antes laburaba todo el día, ahora no. Ahora después de esta nota me voy a mi casa a relajarme. Me tomo a veces un mediodía, me tomo una tarde, voy a la plaza con Fermín o a desayunar con él.
“ESTUVE 40 DÍAS SIN CELULAR. ¿VOS TE IMAGINÁS 40 DÍAS SIN CELULAR?
– Hay situaciones contrapuestas y fuertes. Una, cuando desenchufaste todo, cuando estabas internado en el Otamendi y te diste cuenta cuánto te aliviaba no tener contacto con el celular, con las redes. Nos cuesta imaginarnos en esa situación.
– Lo loco era que las enfermeras, como soy conocido, me querían atender y me decían: lo podemos subir al 4.º piso. ¿Viste que el Otamendi tiene unos cuartos divinos? Yo estaba en terapia intermedia, no tenés ventanas ni un sillón para que la gente se siente. Y yo decía: ‘no, déjenme acá’.
– Solito.
– ‘Solito, acá solito’. Necesitaba ese momento de estar desconectado de todo, porque no era un problema solamente económico, era una crisis existencial mía en todo sentido. Y aunque los últimos tres gobiernos han hecho un desastre con la industria que yo más quiero que es la textil, tampoco le quiero echar toda la culpa a los gobiernos. Yo también he hecho cosas mal. La realidad es que necesitaba ese aislamiento y no poder hablar por teléfono.
“EN EL SANATORIO ME QUERÍAN PONER EN UN CUARTO DIVINO Y YO DECÍA: NO, DÉJENME ACÁ, SOLITO”
– Más allá de esa situación límite es un lindo ejercicio para hacer de vez en cuando. No pasa nada.
– No pasa nada, imaginate que estuve 40 días sin celular. ¿Vos te imaginas 40 días sin celular? Y ahora mido el celular, antes era tenerlo todo el tiempo al lado mío, contestaba al minuto. Ahora por ahí que te contesto a las tres o cuatro horas o al otro día.
– También me impactó cuando vos decidiste publicar después en las redes una carta donde les pedías disculpas a tus hijos.
– Sí, obvio, porque les dejé un quilombo tremendo y porque no les conté cuáles eran mis problemáticas, no les conté que estaba mal. Porque los arrastré a ellos a una situación horrible entonces sí, tenía que pedir disculpas. El punto siempre es el mismo: el no contar, el no hablar. Tenemos que empezar a abrirnos y a hablar y a contar y a compartir con nuestros seres queridos porque nos van a entender. A mí se me sumó la culpa que sentía por transferirles a ellos una carga, cuando ellos tienen sus propios problemas.
– También le pediste disculpas a tus empleados.
– Sí, obvio. Porque es muy difícil cerrar un local en este momento, que te vaya mal y tener que despedir gente que tenés trabajando hace ocho años promedio. Son chicas que conozco un montón, que quiero y que han trabajado y han puesto el lomo por la empresa. Es muy difícil eso.
– ¿Cómo cuidás hoy la salud mental?
– Psicólogo, psiquiatra, me divierto mucho con los dos. La paso muy bien y hago cosas que me gustan. Me cuesta decir que no, me cuesta enfrentar las cosas, entonces trato de empezar a corregirlo.
– Pasan los años, pasan los gobiernos, ¿por qué la ropa es tan cara siempre en la Argentina?
– Los gobiernos no han hecho nada para que podamos generar una industria y han hecho lo imposible para que cierren las fábricas. Antes nosotros hacíamos los géneros, ahora los géneros son todos importados. Es impresionante la cantidad de impuestos, la gente piensa que somos ricos y la ropa en Argentina es carísima.
– No se permitió importar ropa más barata.
– Sí, pero a mí no me importa competir, que me pongan otra marca al lado. A mí lo que me importa es poder hacer las cosas y que no me cobren los impuestos que me cobran. A mí que me pongan otra marca al lado… Yo estoy seguro de lo que hago y no por soberbia. No me importa ni que hagas una marca low cost como Zara ni que me traigas a Dolce & Gabbana. Benito Fernández es una marca que se vende y que tiene un nicho. El tema también son los volúmenes, hacemos muy poco volumen y el volumen es lo que te hace bajar los precios. Entonces, es un país donde los impuestos son altísimos, donde todo es carísimo, donde te aumentan las cosas porque sí y por las dudas, sumado al poco volumen que hacés en una marca como la mía. En Estados Unidos de una remera se hacen 20 mil, 50 mil, yo hago 100. Cuando hacés 100 te va a salir mucho más caro el género y la mano de obra y salir a competir es muy difícil. Todavía tenemos tantos diseñadores en Argentina, tanta creatividad, que podemos ser competitivos. Pero tiene que haber un acompañamiento desde el Gobierno. Si el Gobierno apoya, el privado se mete.
– Brasil decidió hace unos años apoyar activamente y promocionar a los diseñadores con las semanas de la moda en San Pablo, por ejemplo.
– Seamos sinceros, en Brasil hace 30 años no te comprabas nada. Y si comprabas algo no decías que era brasilero. Hoy Brasil es potencia, exporta a todo el mundo. Con España pasó lo mismo, no tenía nada y hoy España tiene las marcas que más venden, como Zara, como Mango y a los diseñadores de alta costura. Porque hay un proyecto del gobierno a largo plazo, cosa que acá no hay. Acá hacemos cosas a corto plazo, la foto con el intendente, con el gobierno de la ciudad… Y no es por ahí, es pensar a largo plazo.
– Habrá que hablar además de la implementación de la ley de talles con vos que sos un derrumbador de prejuicios.
– Sí, me parece que tenemos que empezar a sacar prejuicios. Pero también, cuando la producción es poca, se nos hace más cuesta arriba hacer más talles. Una mujer para mí no tiene medidas, medidas tiene una heladera o un televisor de 70 pulgadas. Pero desde el gobierno tienen que empezar a trabajar porque si no, no se va a poder implementar. Vos podés decir: hagan 40 talles, y… ¿quién lo va a poder hacer? He vestido a Jenny de Cuestión de peso con 140 kilos, me encantó vestirla. Las mujeres son todas las luchas que están dando, son las que han crecido, las que nos han llevado a nosotros a mejorarnos. Estos últimos 20 años las mujeres han hecho una lucha tan tremenda, tan apasionada, y han evolucionado tanto que a mí me encanta estar cerca de ustedes más allá de si tenés 90, 60, 90.