La nota manuscrita que encontraron los guardiacárceles debajo de la almohada tenía solo cinco palabras: “Yo no cometí esos asesinatos”, decía. Hacía pocos minutos que -avisados por otros presos- se habían topado con el cadáver de Vlado Taneski en uno de los baños. El cuerpo estaba todavía tibio, con la cabeza sumergida en un inodoro. No había signos de violencia y, después, la autopsia no dejaría dudas: el tipo se había suicidado.
Taneski, periodista, de 56 años, separado y padre de dos hijos, había llegado la noche anterior a la cárcel de Totovo, una pequeña ciudad de Macedonia, con prisión preventiva mientras era indagado por tres crímenes y una desaparición. Quizás con esas cinco palabras póstumas -y su propia muerte- buscaba salvar lo único que parecía importarle: el prestigio obtenido por ser el cronista de policiales que mejor informaba, precisamente, sobre esos crímenes. Eso era también lo que lo había perdido, porque la policía no demoró en descubrir que era un hombre que sabía demasiado.
Las tres víctimas fatales y la mujer desaparecida eran ancianas que trabajaban como empleadas de limpieza y vivían en el mismo barrio que Taneski, en Kicevo. Los tres cuerpos de las muertas habían sido encontrados desnudos dentro de bolsas de consorcio y en las autopsias quedó demostrado que el asesino las había asfixiado con un cable de teléfono luego de golpearlas y violarlas.
Taneski se venía luciendo con sus crónicas sobre los casos, que publicaba en el diario Utrinski Vesnik, de alcance nacional, y en otros medios locales. En sus artículos no se limitaba a recoger las declaraciones de investigadores y familiares, sino que también incluía informaciones que superaban en mucho las que conseguían otros periodistas que cubrían los casos. Así, dio detalles del interior de la casa de una de las víctimas y escribió en otra crónica que el cuerpo de la mujer pudo haber sido arrastrado del dormitorio a la cocina.
Al leer esas notas, sus colegas pensaban que Taneski tenía acceso a una fuente de la investigación que ellos desconocían o bien que estaba simplemente especulando, pero a la policía le llamó la atención la precisión de algunos de sus datos, que solo los investigadores conocían y se habían cuidado muy bien de preservar para no entorpecer las pesquisas. Eso hizo que sospecharan de él.
Cuando lo detuvieron en su casa de Kicevo el 20 de junio de 2008, Vlado Taneski supo que estaba perdido.
El cronista que sabía
El 16 de noviembre de 2004, la empleada de limpieza Mitra Simjanoska, de 64 años, desapareció de su domicilio, y la policía encontró en la cocina de su casa un rastro de sangre. Dos meses después, un empleado de limpieza encontró su cuerpo dentro de una bolsa de plástico en un basural de las afueras de Kicevo, una pequeña ciudad de apenas 20.000 habitantes. El cadáver tenía evidentes signos de que la mujer había sido atada, torturada, violada y estrangulada. Llevaba menos de dos semanas muerta, de lo que se dedujo que el asesino había mantenido a la víctima cautiva durante más de cuarenta días.
Por vivir en la ciudad, Taneski se encargó de cubrir el caso para el diario Utrinski Vesnik, de la capital Skopje, y para el periódico local Nova Makedonija. Desde el primer momento se adelantó a los otros periodistas que trabajaban sobre el asesinato, con datos que ninguno tenía. Los investigadores se preguntaron quién le proporcionaba tanta información, pero en ningún momento sospecharon de él. Creyeron que los datos se los pasaba una fuente interna, probablemente alguno de los policías o funcionarios judiciales que trabajaban en el caso.
Así, a pesar de los llamativamente fidedignos reportajes de Taneski, las pesquisas se centraron en dos delincuentes que ya habían asesinado a otro anciano semanas antes del crimen de Mitra. Durante el juicio, el cronista policial mejor informado de toda Macedonia escribió: “Esposados y con ojos escrutadores, Ante Risteski, de 28 años, y su amigo Igor Mirčeski, acusados de un horrible homicidio en Kicevo entraron al tribunal. Miraban al techo con ojos inexpresivos y de rato en rato susurraban, como para sí mismos: ‘Todo terminó, ahora pagaremos por nuestros crímenes’”.
Los dos hombres fueron condenados a cadena perpetua, pese a que los rastros de semen hallados en el cuerpo de la anciana no correspondían a ninguno de los acusados. Ni siquiera se planteó la posibilidad de un tercer atacante, y Risteski y Mirčeski fueron condenados a perpetua.
“El monstruo de Kicevo”
Después del juicio, la carrera de Tareski se sumergió en un pozo. Dejaron de pedirle artículos desde la capital y solo colaboraba de tanto en tanto cubriendo noticias locales -que no eran muchas- para el Nova Makedonija. Tal vez por eso, para recuperar el prestigio que veía diluirse día tras día, volvió a matar tres años después.
A principios de noviembre de 2007 Ljubica Licoska, de 56 años, salió a hacer unas compras al finalizar su jornada como empleada de limpieza, pero nunca regresó. “Era una mujer tranquila y bondadosa. Luchaba contra la pobreza y trabajaba limpiando casas para alimentar a su familia”, le contó un familiar de Ljubica al periodista, sin saber que estaban hablando con el asesino, cuando apareció el cadáver de la mujer en febrero de 2008.
Igual que en el caso de Mitra Simjanoska, el asesino había mantenido secuestrada de Ljubicca hasta días antes de que encontraran su cuerpo envuelto en una bolsa de consorcio en un bosque próximo a una estación de servicio en una ruta de acceso a Kicevo. “El nuevo crimen es la noticia del día en la ciudad. Abundan los rumores. Mientras la policía trabaja en el caso, la mayoría de los habitantes piensa que este crimen está relacionado con el de Mitra Simjanoska”, escribió en primicia Taneski el 6 de febrero de 2008 para el diario Utrinski Vesnik.
Nuevamente, Taneski siguió el caso paso a paso y en notas sucesivas desarrolló una teoría sobre cómo se habría perpetrado el secuestro de Ljubicca: habló de una ventana abierta, de una lámpara encendida, de un ataque por sorpresa donde la víctima se resistió, e incluso, de una puñalada en el pecho. Los detalles que el cronista publicaba sorprendieron a los investigadores, pero no tanto como para sospechar del periodista.
El 16 de mayo de 2008, un vecino encontró el cadáver de Zivana Temelkoska, una empleada de limpieza de 65 años, metido en una bolsa de plástico y abandonado sobre un montón de basura junto a la cancha de fútbol de un equipo de Kicevo. Llevaba nueve días desaparecida y, como las anteriores víctimas, había sido abusada sexualmente y asesinada por ahorcamiento. “Tenía trece heridas en el cráneo y múltiples fracturas de costillas”, concluyó la autopsia.
Dos días después del hallazgo, Taneski llamó a su editora y le aseguró que estaba relacionado con los otros dos asesinatos de mujeres ocurridos. El 19 de mayo publicó un artículo titulado “Asesino en serie acecha a Kicevo”. En el texto decía: “La gente de Kicevo vive con miedo después de que se haya encontrado otro cuerpo asesinado en la ciudad. El cadáver se parece mucho a uno descubierto a veinte kilómetros de Kicevo el año pasado y existe la posibilidad de que estos monstruosos asesinatos sean obra de un asesino en serie”. Casi al final de la nota, bautizó al asesino en serie como “El monstruo de Kicevo”.
Bajo sospecha
Para entonces, la policía ya había relacionado a las tres víctimas: tenían edades similares y se dedicaban a labores de limpieza, vivían solas, habían desaparecido y las habían encontrado violadas y brutalmente asesinadas. Además, el modus operandi del asesino era el mismo: las secuestraba y las mantenía cautivas varios días antes de matarlas por estrangulamiento con un cable de teléfono; después metía los cuerpos en bolsas de consorcio y los abandonaba en lugares de las afueras de la ciudad.
Los investigadores también habían elaborado un perfil del asesino en serie. Según los perfiladores, se trataba de un hombre maduro, de complexión fuerte e inteligencia por encima de la media, que vivía en la misma zona donde se habían cometido los crímenes, conocía a las víctimas. Un psicólogo aportó otro dato para describirlo: probablemente había sido maltratado durante su infancia.
“Las motivaciones del monstruo de Kicevo aún no están claras. Las mujeres eran amigas y vivían en la misma parte de la ciudad. La policía tiene algunos sospechosos a los que está interrogando”, escribió Taneski en una de sus crónicas sobre el caso, donde además criticaba duramente a la policía por la falta de resultados en la investigación y por “implicar a hombres equivocados”, en una clara alusión a Risteski y Mirčeski, que estaban presos por el asesinato de Mitra Simjanoska.
Comenzó, además, a dejar nuevas pistas que llamaron la atención de la policía. Describió la posición en que habían sido los tres cadáveres y contó, por ejemplo, que una de las víctimas había sido engañada por el homicida alegando que su hijo estaba herido, momento que aprovechó para secuestrarla. En otro artículo contó que una de las mujeres llevaba un crucifijo de oro macizo en el cuello y que “el resplandor de sus ojos azules fue apagado por el manto de la muerte”. Reveló, incluso, el modelo de cable telefónico usado por el asesino para estrangular a sus tres víctimas, un dato que nunca había sido revelado.
Los investigadores habían ocultado estos datos a propósito y el periodista había caído en la trampa. “Leímos sus historias y nos hizo sospechar. Sabía demasiado”, explicaría después el vocero de la policía, Ivo Kotevski. Taneski quedó en el foco de la investigación, pero para acusarlo era necesario conseguir más pruebas.
Atrapado sin salida
La evidencia llegó gracias a unos rastros sanguíneos encontrados en el cuerpo de Zivana. El análisis forense confirmó que no pertenecían a la víctima identificó el tipo de sangre y registró el ADN. Luego, los investigadores consiguieron órdenes judiciales para conseguir muestras de varios vecinos de las víctimas, de un taxista y de Taneski. El resultado no dejó dudas: el ADN del periodista coincidía con el ADN de la sangre de Zivana y con el de los restos de semen encontrados en las otras dos víctimas.
El 20 de junio de 2008, la policía finalmente detuvo a Vlado Taneski y lo acusó de tres delitos de violación y asesinato. También de la desaparición de otra empleada de limpieza, Gorica Pavleska, de 73 años, en mayo de 2003, cuyo cadáver nunca había aparecido. La policía registró su vivienda, donde encontró cordones y cuerdas que coincidían con los usados para atar a las mujeres, algunas pertenencias de las víctimas y material pornográfico sadomasoquista.
“Todas estas mujeres fueron violadas, abusadas y asesinadas de la manera más terrible y tenemos pruebas muy sólidas de que Taneski fue responsable de las tres muertes. Esperábamos que nos diera detalles de una cuarta mujer que desapareció en 2003″, dijo el portavoz policial Kotevski al anunciar su detención.
Los colegas de Taneski jamás imaginaron ese desenlace. “Cuando la policía me llamó para decirme: ‘Su reportero es el asesino’, apenas podía creer lo que oía. Decir que me quedé atónita es un eufemismo. Estaba estupefacta; temblando. No podía creer que fuera el asesino en serie, y parte de mí aún rehúsa a creerlo. Estamos conmocionados. Lo conozco como un hombre excepcionalmente tranquilo y nunca lo hubiese creído capaz de hacer algo así”, escribió la editora del Nova Makedonija.
A pesar de las pruebas abrumadoras en su contra, durante los interrogatorios Taneski se mantuvo firme en su inocencia y aseguró que todo era un malentendido. Después de pasar dos días en una celda de la comisaría de Kicevo fue trasladado a la cárcel de Tetovo, a la espera del comienzo del juicio.
Apenas 24 horas después, el cuerpo inerte pero aún tibio de Vlado Taneski apareció con la cabeza metida en el inodoro de uno de los baños de la prisión. “El monstruo de Kicevo” había decidido suicidarse y, al mismo tiempo, acabar con el cronista que lo había encarnado para poder escribir sobre él.