8 de la noche del lunes 23 de septiembre en el barrio porteño de Balvanera, a la altura de la zona popularmente conocida como Once. La primavera arrancó puntual y fresquita, engañosa como siempre. Por eso, en la puerta de los estudios BAB, sobre la calle Esparza, se va formando una fila de personas abrigadas con lo justo -camperitas de cuero y pollera, pantalones cargo y buzos oversized, chupines y parkas- como si fuera la entrada a un boliche. En realidad, hoy no hay baile: la idea es ver de forma presencial el debut del Cantando 2024 (América).
Adentro la efervescencia es parecida pero, detalle muy importante, no hay histeria ni divismos. Todos los que están circulando por allí lo están por algún motivo y cada uno sabe qué es lo que tiene que hacer. Nadie escatima atención ni sus buenos modales. Una estación de dulces reparte pochoclos y algodones de azúcar, mientras una barra invita fernet con coca, aperol, gin, vodka y/o gaseosas como para acompañar el bandejeo de sánguches de pollo y fiambre.
Falta un rato para que arranque la acción en vivo, pero los protagonistas ya están acá, como si nada, en su hábitat natural. Están a la vista los camarines de los que van a cantar –Agustín Cachete Sierra, Coti Romero, Josefina Pouso y Walter Alfa Santiago– y también la sala de maquillaje, donde se ve cómo los participantes (y el cuerpo de baile que protagonizó la introducción) son retocados en su estilo antes de ganar aire y que sean de ellos todas las luces.
En el estudio está todo montado como si el vivo ya estuviera corriendo. Florencia Peña está ataviada en una bata practicando cómo tiene que decir las publicidades. Pablo El Chato Prada, histórico productor de estos big shows, la apuntala, le marca lo que tiene que saber y le presenta a la chica encargada de asistirla durante el programa. Pícara y chispeante, hace chistes con todos, se divierte con la tribuna que se empieza a poblar e incluso accede a un mano a mano con Teleshow… Pero en cuanto ve la cámara, pide que por favor no, que todavía no está maquillada como para la ocasión. OK, Flor, vamos con el grabador, a la vieja usanza, como era la cosa antes de esta lógica dominada por las views y las interacciones. Y dice: “Estoy nerviosa, ansiosa, con mucha adrenalina, con ganas de debutar, y entendiendo que es un programa que me va a hacer aprender mucho. (…) Me parece que hay muchos estímulos a los que voy a tener que estar atenta. (…) Yo soy picante, no me molesta ser picante, pero ahora voy a ir viendo por dónde va, que seguramente sea desde el humor y desde lo picante también”.
Se va la conductora y entra Nacha Guevara para hacer las pruebas de cámara. Alguien pide que despejen todo el estudio, que se baje un poco la música y que se haga un poquito de silencio. Aunque la siguen muy de cerca para que pueda acomodarse como debe en su silla de jurado, se la ve entera, radiante, como si el episodio de salud que sufrió hace poco más de una semana no hubiera existido. Eso sí, en plan de dosificar sus energías, prefiere no conversar ahora y se retira a su camarín ni bien le confirman que está todo en orden para cuando tenga que salir al aire.
Coti Romero sale del aire del stream del Cantando 2024 y nos dice que lo que la motiva es escuchar “Never say never”, uno de los primeros hits del canadiense Justin Bieber, ese en el que canta algo así como “Jamás diré jamás / Voy a luchar por siempre, hasta hacerlo bien / Y cada vez que me noquees, no me voy a quedar en el piso”. A Alfa se le hace un nudo en la garganta al evocar a sus padres cuando nos confiesa que el hecho de cantar el tangazo “Cambalache” lo lleva a sus 4 o 5 años de edad y recordar un diálogo doméstico: “Mi viejo le decía a mi mamá: ‘Mirá cuando el Chino cante Cambalache como Julio Sosa’”. Cachete Sierra se siente confiado al tener que rapear un tema de Trueno y un ratito antes de llegar al aire se lo ve probando la métrica de la canción en los pasillos del estudio, como un niño aprendiéndose sus diálogos antes de un acto escolar.
¿No hablamos de él todavía? Marcelo Hugo Tinelli llega al estudio unos 40 minutos antes de que empiece el show y cambia el aire del lugar. Sube la espuma, le piden selfies, se activa una chispa extra entre los cronistas que hasta ese momento venían trabajando tranquilos y con eficacia. Es EL testimonio a tener y nadie se lo quiere perder. Algunos se lamentan por lo bajo cuando el conductor, ahora en un rol casi de director técnico, se vuelve escurridizo. Da una nota en vivo para LAM (América) y se escabulle en el camarín de Florencia para augurarle éxitos. Da otra y va a visitar a los jurados. Da una más y está por hablar con Teleshow, pero… “Tengo que ir al estudio, mirá la hora que es”, dice, muestra que en su celular ya son las 10 de la noche, la hora señalada. Y se disculpa, pero promete: “Quedate por acá que salgo del estudio y hablamos todo lo que quieras”.
Está por arrancar el programa pero en vez de verlo desde el estudio, estamos en el control. La adrenalina es mucho más palpable acá que en el lugar de los hechos, donde en este momento la música está alta y Martín Salwe, desde su asiento de locutor, arenga a los presentes, pide más ambiente, más calor. Chato Prada mira el reloj y las pantallas que tiene delante suyo. Consulta el minuto a minuto y pide que le entreguen, que ya es momento de ir al aire. Desde su cabina le habla el estudio y pide, a las 22.06, que se corte la música, que ya empieza. “Atentos que venimos”, dice alguien atrás suyo. “Vamos con los gritos y los aplausos, bien arriba”, le grita otro a los que están en el estudio. “3, 2, 1… ¡Largá!”, pide el Chato. “Corre”, dice después y confirma que ahora sí, estamos en vivo.
La acción es seguida con atención y hay gestos de aprobación por cómo sale el cuadro inicial y la entrada de Flor. Vuelven a chequear el rating y sube la tensión, a la espera de que la audiencia haga lo suyo y el número haga su camino ascendente. Vamos al estudio y vemos entre las “patas” del piso / escenario a los jurados, expectantes. De un lado están Nacha y Milett Figueroa, del otro, justo enfrente, Flavio Mendoza y Marcelo Polino. Este último, relajado, hombre de miles de estas batallas, se da vuelta y nos dedica un saludo. Nos cruzamos para el otro lado. Lo vemos a Tinelli apoyando a su novia antes de hacer su ingreso al estudio. La arenga, la cuida, le da toda la confianza. Y ella va.
Un ratito después, Marcelo entra al estudio y logra la mayor ovación de la noche. Un enjambre de aplausos que se arma entre la tribuna popular que tiene de frente y la platea vip que está a ras del suelo, a su izquierda, donde cada año se destaca la infaltable presencia del Mago Sin Dientes. Tiene su merecido protagonismo, bromea con Flor y los jurados, se queda a un costado. Y se va del estudio. Hay que irse atrás de él, es nuestro momento para charlar. Pero no. No aun.
Tinelli entra al control y se agacha para decirle algo al Chato Prada. La puerta vidriada del control se cierra pero se ve que siguen hablando. Marcelo se incorpora y decide seguir las acciones desde ahí. Sabe que del otro lado lo estamos esperando para charlar, pero todavía no. Un rato después vamos a entender por qué.
Marcelo vuelve a entrar al estudio, dice algunas cosas al oído de la producción del piso y vuelve a salir, más relajado. “Bueno, ahora sí”, habilita y apretamos rec. A nuestro alrededor, una jauría de cronistas y cámaras ansiosos empujan, se quejan, gritan “redondeá”. Lo de siempre en estas coberturas. El tiempo es tirano incluso afuera del aire.
Tinelli la elogia a Flor, le tira flores a la producción por su labor y destaca la importancia de que un big show esté al aire en estos momentos de la televisión argentina. “Me cuesta más no siendo el conductor. Estar afuera del aire me pone un poco más tenso en el día, aunque después al aire no te toca la responsabilidad de estar ahí. Voy analizando el minuto a minuto, quiero ver cómo va, vas corrigiendo que la luz, que otra cosa… Pero está todo muy bien”, confiesa sobre su estado de ánimo. ¿Le importan los números del minuto a minuto? “A mí me importa el minuto a minuto de la vida, y no es una frase hecha. Yo vengo trabajando desde hace 34 años. En las primeras épocas de Telefe hemos hecho ratings muy grandes, muy importantes, otros no tanto. Por supuesto que me importa. Es como el que está en una obra de teatro y dice ‘No me importa si no viene la gente’. O como si tuvieras una verdulería y digas: ‘No me importa que la gente no me compra’. Perdón, tratá de que te importe, porque si uno un día vas a tener que cerrar la verdulería”, argumenta.
Y remata, seguro: “Esto es más o menos lo mismo. A mí sí me importa, lo vivo de una manera totalmente diferente a como era antes, pero sí me importa, me importó y me va a seguir importando. Me parece que tiene algo adrenalínico ahí que me gusta”. Y entonces, ¿cómo vive el minuto a minuto de la vida? “Voy día a día, no digo: ‘Bueno, vamos a ver en tres, cuatro años después’. Nunca lo hice en mi vida, voy disfrutando del día a día, que es lo que te va llevando dentro de lo que a uno le gusta, de ser persistente en las cosas. Me parece que uno tiene que ser persistente, de intentarlo una y otra vez, de golpear puertas. De buscar siempre, como le digo a mis hijos, el lugar. El lugar se encuentra, pero cuando decimos: ‘Bueno, ya está, me cansé’, ahí entra otro en ese momento”, predica, casi como consejo de vida. Gracias, gracias Marcelo.
Adentro del estudio, total normalidad. La tribuna, estoica y colorida, mantenía el ánimo. Bancó a Josefina Pouso ante el 0 (cero) de Polino y abucheó un poquito a Alfa, quien era alentado por el Mago sin Dientes y otros amigos. Y justo cuando se disponía a cantar, Flor Peña anunció el final de este primer programa.
Dicen que de las fiestas hay que retirarse en el mejor momento para no ver cómo todo se va barranca abajo. Lejos de ser decadente, el final mantuvo el relax generalizado de la noche. Los cámaras empezaron a guardar los cables y los micrófonos, mientras otros apuraban un último trago en la barra. En eso, la familia de Coti Romero consolaba a su hija pródiga, que no estuvo mal, pero la traicionaron los nervios. Se notó cierta decepción en el rostro de Alfa, aun vestido de tanguero, por no poder cantar y tener que esperar hasta este martes. Cachete se prestó risueño ante los últimos pedidos de selfies y saluditos. Y Pouso se fue radiante a su camarín, sin rencores por la calificación y entendiendo que todo esto, después de todo, es un juego. Puro show. Y que mañana habrá revancha.