A las 6.29 am del 7 de octubre de 2023, alrededor de 3.500 miembros del grupo terrorista Hamas lograron atravesar el límite que divide la Franja de Gaza de Israel y asesinar, violar, incinerar y secuestrar a miles de israelíes. Esa agrupación -comandada hoy completamente por Yahya Sinwar– contaba al inicio de la guerra con 30 mil yihadistas y una composición sólida y en apogeo. Pero a casi un año de aquel día, esa fuerza y estructura militar están casi destruidas y desmanteladas.
Ese fatídico 7-O será difícil de enterrar. Además del pánico terrestre que sembraron, los yihadistas dispararon a esa misma hora más de tres mil cohetes, de los cuales apenas impactaron el 2 por ciento gracias al sistema Domo de Hierro que detecta y neutraliza las amenazas aéreas.
Al mismo tiempo, cuerpos anfibios de Hamas intentaron una incursión por mar. Otros, por aire en parapentes a motor. Drones armados con explosivos hicieron su parte: detonaron cargas en las cámaras de vigilancia colocadas en el límite político para dejar ciegos a los centros de respuesta y seguridad. Lo lograron. Constituyó uno de los más trágicos errores de la historia de las fuerzas de seguridad e inteligencia israelíes.
La frontera colapsó como nunca antes en 76 años.
La invasión relámpago se produjo minutos después de la salida del sol y fue por tierra, aire y mar y cuando en los kibutz la mayoría de las familias aún dormía. Sólo estaba despierto un enorme grupo de jóvenes que participaban del festival de música electrónica Supernova, en Reim, a pocos kilómetros de territorio palestino. En ese único lugar fueron masacrados 364 israelíes que habían ido a bailar con amigos y cuyos cuerpos fueron recuperados a lo largo de la imborrable jornada. De otros nada se supo: fueron secuestrados y llevados cautivos a Gaza.
Los terroristas incluso capturaron cadáveres de víctimas que ofrecieron a su pueblo como trofeos, desmembrándolos para compartir sus partes en una fiesta de sangre.
El armamento encontrado durante los operativos de rescate y respuesta al accionar terrorista confirmó lo que la inteligencia internacional conoce desde hace años: lanzagranadas, fusiles de asalto, chalecos, RPG y las municiones, fueron provistas a Hamas por Irán, su principal sponsor. Es difícil creer que el ayatollah Alí Khamenei no estuviera al tanto de una planificación perfectamente armada y ejecutada que llevó años.
Al día siguiente, el 8 de octubre, Hezbollah -desde el sur del Líbano– disparó cientos de cohetes, neutralizados por tecnología israelí. Los extremistas chiítas, también brazo armado iraní, ingresaban en la guerra iniciada el día anterior. De nuevo: ¿Teherán no sabía?
La respuesta israelí no esperó y fue contundente: decidió acabar con Hamas como organización terrorista para que dejara de ser una amenaza a su seguridad. De acuerdo a diversas fuentes basadas en Medio Oriente, actualmente el grupo sunita está desarticulado y con más de la mitad del total de sus militantes abatidos. Se calcula que 18 mil de sus miembros murieron en enfrentamientos con el ejército israelí o perecieron producto de bombardeos selectivos.
Hezbollah -el grupo terrorista más grande del mundo, diez veces mayor a Hamas– no atraviesa tampoco su mejor momento. Desde aquella fecha Israel ha protagonizado diversas misiones aéreas que terminaron con la vida de varios de sus comandantes, golpeando su cadena de mando.
El mayor golpe -o el más espectacular- lo produjo hace 10 días. Más de tres mil dispositivos buscapersonas –beepers– explotaron simultáneamente en Líbano y Siria. Era una herramienta de comunicación sólo utilizada por altos oficiales de Hezbollah y sus nexos iraníes. Al menos tres mil yihadistas resultaron heridos y se calcula -pese al número oficial libanés- que 500 de ellos murieron por las detonaciones. Israel no se atribuyó el hecho, pero le resultó casualmente cómodo a sus propósitos.
Tres días después, el 20 de septiembre, las fuerzas israelíes localizaron una importante y inusual cumbre entre altísimos comandantes de Hezbollah en el corazón de Beirut. Una docena de ellos fueron eliminados en un bombardeo hecho desde un moderno caza F-35. Entre los muertos figuraba Ibrahim Aqil, jefe de operaciones y de la Fuerza Radwan, encargada de infiltrar comandos en Israel. Casi dos meses antes, había sido alcanzado Fuad Shukr, el comandante de mayor rango del grupo terrorista.
De esa primera línea de mando sobrevive Ali Karaki, comandante del Frente Sur, aunque hace una semana resultó herido. Su martirio está cerca. La cadena descendente de órdenes de estos tres jefes fue absolutamente eliminada. Sólo Abu Ali Rida, de la Unidad Bader, aún no fue localizado.
Y este viernes continuaron las malas noticias para los chiitas y para Irán, la “cabeza del pulpo” cuyos tentáculos son los grupos terroristas que rodean Israel. Muhammad Hussein Srour, jefe del comando aéreo, Abbas Ibrahim Sharaf Ad-Din, su adjunto, y Hussein Hany, cercano y posible sucesor de Shukr, fueron también ultimados.
Al parecer Hassan Nasrallah, máxima autoridad de Hezbollah, ya no tiene con quien hablar. Ni por teléfono, ni por beeper, ni personalmente. Deberá recurrir a otros métodos de comunicación y a nuevos rostros, algunos de los cuales lo visitarán por primera vez en su bunker subterráneo del que rara vez sale.
La situación de Sinwar es más delicada aún. Rodeado por las fuerzas israelíes, se mantiene en los túneles de Gaza sin posibilidad de maniobra y emitiendo pocas órdenes tratando sólo de ganar tiempo. Hamas, desarticulado, actúa atomizado con células guerrilleras que no responden a nadie. Los 10 mil terroristas que aún siguen con vida actúan de forma independientes, sin recibir órdenes de más arriba. Su reestructuración será una tarea muy difícil, si alguna vez se consigue.
Tras la muerte de Ismail Haniye -jefe “político” de Hamas– en Teherán el 31 de julio pasado y del resto de los comandantes, Sinwar quedó como único referente de la agrupación. La noticia no resultó alentadora: fue el cerebro detrás de la masacre del 7 de octubre. Será difícil que se siente en alguna mesa de negociación: su única carta es mantenerse oculto y rodeado de rehenes en la interminable red de túneles que construyó hace años. Acorralado, los 101 israelíes que mantiene secuestrados son su principal escudo.
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