Las piedras tienen mala reputación.
Si se observa el monumento Canto al Trabajo, de Rogelio Yrurtia, más allá de la metáfora, es una enorme roca lo que dificulta el avance, lo que mancilla los esfuerzos. Incluso en el argot, en el lunfardo, ser piedra no es la mejor de las cualidades, lo mismo sucede con la expresión “tener el corazón” o “la cara de piedra”. Los ejemplos podrían seguir, claro, salvo que la piedra sea preciosa.
Porque existe una diferenciación entre unas piedras y otras que sí tienen características dignas de ser admiradas y, que, poseen el valor agregado de la belleza, de la rareza si se quiere, y que adornaron cuellos reales, justificaron matanzas, fueron la excusa para contar una historia de amor en medio del hundimiento del Titanic. Hay piedras dignas de ser fotografiadas, de despertar pasiones.
La piedra es, eso sí, un medio. Para construir, para protestar, para vencer a Goliath, para levantar muros, para separar el adentro del afuera. Y es que el mundo mineral es quizá, a los ojos de la humanidad, el que peor prensa tiene. Objetos inertes, a fin de cuentas.
Pero las piedras pueden latir. Pueden moverse. Y son testigos de la vida en el planeta, que no es poca cosa. Allí, entonces, hay un espacio para repensar la belleza más allá de lo estético, más allá del valor de mercado.
En esa belleza ingresa Marcela Cabutti en La piedra que predice, muestra que se presenta en el Centro Cultural Borges, donde a partir de una serie de esculturas proporciona un acercamiento sensible a la riqueza de la materialidad, a comprender una instancia de la vida a la que se suele patear al costado del camino.
La muestra, que se estrenó junto a otras cinco en el espacio de ubicado las Galerías Pacífico, está compuesta por más de una decena de obras que forman parte de una serie más extensa que Cabutti comenzó a realizar durante la pandemia en Balcarce, una ciudad a más de 400 kilómetro de CABA, a la que viaja hace 15 años por cuestiones familiares, pero que no había pensado como “un territorio a trabajar”.
“Concretamente me dijeron ‘queremos que trabajes sobre el territorio, que armes algo, un proyecto’. Durante nueve o diez meses estudié todo. Me contacté con vecinos, con arqueólogos de Necochea, de Mar del Plata, con escritores y docentes. Una vorágine para tratar de establecer todas las redes. Y algunas personas se volvieron clave, como Gustavo Muñoz, un entrenador que conoce la sierra, que arma carreras profesionales, quien me contó los mitos que después fui confirmando en la literatura. Entonces trabajé con cultura, con turismo y con colaboradores externos muy variados. Hice una propuesta de diez proyectos que se terminaron en marzo del año pasado”, comentó a Infobae Cultura.
Así, lo primero que realizó fue la video instalación “Los helecheros”, en la que “hablan de lo qué significa la libertad en el paisaje” y cómo “necesitan estar en la sierra para ser libres más allá de que la paga no es buena”.
Pero La piedra que predice se centra en las piedras movedizas de la ciudad, en su mitología, historias y formas, a través de una perspectiva que, con la petrología como eje, coloca a los minerales como centro de unión de dos continentes que alguna vez fueron uno y que, a su vez, representan la separación de los destinos de la humanidad.
Para esta charla de modalidad virtual, Cabutti se encontraba en Madrid, donde su video escultura El Sonido de la Piedra ingresó en la shortlist de 13 obras seleccionadas entre más de un centenar, en el marco del Festival Proyector, un evento que se realiza desde hace casi dos décadas con organización del coleccionista brasileño Hertzog da Silva y que en esta edición se desarrolló en 33 sedes de la capital española.
En El Sonido de la Piedra, obra ganadora del Premio Nacional del 2023, Cabutti colocó pequeñas rocas de cerámica en el punto de apoyo y balanceo de la movediza de Punta Tota, junto con una serie de micrófonos, que al recibir el impacto del movimiento causado por personas que saltaban sobre ella generó imágenes y sonidos de los quiebres y del “despertar” ígneo.
“Son piedras de origen precámbrico, que tienen más o menos 2.200.000.000 de años. Ese granito es el mismo de Tandil y el de los adoquines de San Telmo. Un geólogo de La Plata dató en Balcarce y en Namibia y pudo comprobar fehacientemente que los territorios estaban unidos. Los supercontinentes, Pangea, Gondwana, el cratón de África, el patrón del Río de la Plata. Calqué las piedras, las armé en cerámica cocidas, no pintadas, y en la parte de atrás dejé unos agujeros para que cuando se golpeen el sonido sea más brillante, más fuerte, no tan opaco. Y cuando se deja de saltar arriba, sigue latiendo el corazón abajo”, explicó sobre el proceso.
Si se piensa en una piedra movediza, el caso más conocido es la de Tandil. Sin embargo, explicó la artista, Balcarce tiene varias que fueron registradas y de las que hay archivos de fotografías. “Quizá algunas se cayeron, en el caso de esta suponemos que hacía como 40 ó 50 años que no se movía y dije ¿qué pasa si colocamos en su punto de apoyo algo que despierte a las otras piedras o que te haga sentir el latido del centro de la tierra?’”.
En la década del 60, contó, la piedra de granito era un atractivo turístico: “La descubrió una familia, hicieron la escalerita y esperaban arriba para vender bebidas. Era un recurso económico, incluso hay fotos de Fangio con su familia, que iban a probar el movimiento”, relató como uno de los detalles de su archivo personal “que tienen que ver con lo que sugiere la naturaleza, lo que nos enseña” que se presenta, en parte, en una vitrina.
El video puede observarse desde Diapasón, dos asientos con forma de horquilla que imita a la herramienta que se utiliza para afinar instrumentos musicales, donde las personas pueden balancearse con un movimiento similar al de la vibración de las capas tectónicas de la tierra y que funciona como metáfora de la falta de equilibrio en la naturaleza.
El recorrido continúa con Piedra refugio, una enorme obra que imita a un alero rocoso, donde un gorrión, parado sobre una orbe cristalina, se resguarda del exterior. “Está realizado a partir de una estructura metálica interior y, por fuera, descubrí un material de la India, que se usa para revestimiento sobre una base de resina con fibra de vidrio. Ese alero simula a las cuevas que hay con pinturas rupestres, que están estudiadas por las universidades de la zona y que no están abiertas al público, porque todo este territorio es privado desde la época de Roca”.
“Los primeros habitantes de nuestro territorio fueron el helecho, el musgo y los líquenes, que son ancestrales en todo este territorio de Tandilia. Entonces estas formaciones servían de protección para los distintos grupos nómades que llegaban, con el ganado engordado, para esperar a los que venían del sur de Chile durante la primavera, que traían piedras de origen volcánico para hacer los morteros, y hacer el trueque”, dijo.
Y agregó: “Se me ocurrió pensar que toda esa muestra podría ser un poco como una especie de oráculo para la vida, para la humanidad, animales y vegetales. Y que si tuviéramos la posibilidad de tirar de esa soga roja en cualquier momento podría producirse un gran cambio”.
Cabutti refiere a una soga de 100 metros que serpentea a través de toda la sala, pensada -dijo- desde “un mito asiático”, que sostiene que el destino de las personas “está unido afectivamente por un hilo rojo”.
Sobre una de las paredes se despliega en Latido de Piedras II, que remite al dibujo de picos y pendientes de electrocardiograma. “Los electrocardiogramas miden el ritmo eléctrico del corazón. Para esta obra trabajé con la investigadora Isabel Irurzun del Conicet, que junto a su grupo inventó un nuevo aparato, el sonocardiograma, que mide la intensidad de los sonidos. Entonces pasó el audio del video por un programa y me dio 1568 imágenes. Se recortaron unos 25 sobre MDF y con un mortero antiguo molí piedra que le da ese brillo”, mientras que en otra vitrina aparecen 19 metros enrollados “que son todas estas imágenes de archivos”, ya que le gustaba “la idea de pensar cuánto espacio ocupa el sonido”.
Sobre el fondo de la sala dialogan Piedras Solares y Sombras Verticales. La primera son cuatro fotografías en las que se experimentan el recorrido diario del sol, con las sombras que cada piedra proyecta en horas específicas durante cada estación del año y que fueron dibujadas con esferas de arcilla pintadas con caolín extraído del Yacimiento Cerro Segundo, de Sierra La Bachicha. En la segunda, se presentan panas de colores recortadas a escala real de las diferentes sombras proyectadas sobre la tierra de las Piedras Solares: Otoño (ocre), invierno (marrón), primavera (celeste) y verano (rojo), realizadas en la Sierra de la Barrosa.
“Elegí cualquier día para que solamente una vez al año, a la misma hora, coincidan ese dibujo marcado por las esferas, que son de cerámica pintadas con el caolín que saqué de una cantera abandonada”, dijo. Y agregó sobre la historia regional de este mineral arcilloso: “El caolín se exportaba a Alemania, a una firma que se llama Villeroy Boch, que llegó a restaurar los mosaicos de Pompeya y Herculano y le hacía la vajilla al Papa hasta que no sé por qué se frenó. El caolín es el oro blanco, el principal elemento para la porcelana. Entonces, lo usé como para pintar esas marcas redondas. Y después digo ‘bueno, la sombra puede tener color, la sombra puede ser suave, la sombra puede ser blanda’, las recorté en cuatro panas que a mí me resonaron con los colores de esas estaciones”.
Finalmente, en Ejercicios de acercamiento Cabutti ofrece otras piezas fotográficas en las que une con su cuerpo África y América del Sur, en una proyección de un mapping en acuarelas, que simboliza esa conexión perdida.
— ¿Cuál fue el último de los proyectos de Balcarce?
— Fue un homenaje a las mujeres pintoras de paisajes de la ciudad, que tienen alrededor de 90 años, a las que llevamos con sus sillas de ruedas. Con Daniel Loayza, que se recibe del doctorado en la Facultad de Bellas Artes y que trabaja con realidad aumentada, “colgamos” sus cuadros en el paisaje que las inspiró. Entonces ellas veían a través del celular sus obras dentro del paisaje. Armamos todo un recorrido para el Día de la Mujer, y simultáneamente se mostraba los cuadros en tela en la Casa de Cultura.
— ¿Cómo te llevás con la Realidad Aumentada?
— Es un recurso. No es que a mí me interese. Siempre tengo mucho respeto con la tecnología, lo mismo que con el video. Yo trato de apropiármelo desde algún lugar para que para mí tenga un sentido.
— Ya que entramos en el tema tecnología. En tu obra la presencia de la escultura era una constante, hasta estos últimos trabajos en video, ¿por qué el cambio?
— Yo hago video-esculturas, al video lo pienso como una escultura. Conozco mis posibilidades, pero tampoco quiero seguir durante 30 años haciendo las lluvias con forma. O sea, las hago, me encantan, pero siempre me exijo más. Ese es mi lugar cómodo y necesito ubicarme en uno más incómodo, donde el resultado o el proceso me sea desconocido. Y con este proyecto encontré un territorio donde me gusta estar, que me permite soñar.
— ¿Sentís que el hilo conductor tiene que ver con ese proceso, más allá de lo material?
— Sí, ese hilo conductor tiene que ver con mi formación de escultora. No tenerle miedo a desarrollar otras cosas, y pensar lo espacial, ponerle el cuerpo. Soy de las que hace las cosas, no mando a hacer, ayudada por supuesto, pero pongo el cuerpo. Además, para mí la materialidad está pensada en muchos sentidos, no solamente lo palpable, sino también en qué me sugiere una determinada materialidad. Hay una cosa que me da adrenalina, me motiva, que es ir probando otras cosas. Lo que ya sé o incorporé en mi obra, ya está ahí. Una vez que sé el comportamiento del material, bueno, voy trabajando lo que creo que ese material me brinda.
— Claro, pero también está el cambio de pasar de ser una artista del taller a trabajar en un territorio, las dimensiones y las posibilidades son otras. ¿Creés que hay un “movimiento tectónico” en este momento de tu carrera?
— Sí, pero para no perder el equilibrio, sigo trabajando escultóricamente. Las piedras que marcan la sombra son modeladas, saco la foto, etcétera. O sea, necesito el cuerpo, recordar mi origen.
— Es como que durante mucho tiempo aprendiste un lenguaje, a través de las manos, y ahora ese lenguaje lo estás aplicando en un espacio mucho más grande, en un contacto directo con eso que vos ficcionalizabas, ¿no?
— Hay algo de todo eso. Y también un enorme placer. Yo a mis alumnos de la Universidad de La Plata les pido que encuentren la pasión en el territorio, donde quieran, en el lenguaje, en el marco de referencia, no importa. Porque me preocupa qué pasa con estas nuevas generaciones de artistas y su relación con la pasión, por dónde les corre.
— Además de la pasión, ¿qué otra cosa creés que es fundamental transmitir a las nuevas generaciones?
— Que tenemos que ampliar nuestro público. Somos apasionados y podemos hablar entre artistas toda nuestra vida y somos felices. Y lo importante es saber interactuar con la gente, la gente que se emociona y que ingresa por primera vez a una sala. Saber llegarle al otro, al desconocido.
En el Borges, junté a todos los guías y guardias de sala y les expliqué de qué va la muestra, porque cuando la gente les pregunte quiero que sepan de qué estamos hablando. Entonces ya ahí establecés otro vínculo. Yo voy a ser siempre feliz en este campo. El desafío que tenemos es contagiar esa felicidad del arte a otra gente. Hay que transmitir.
— ¿En qué proyectos estás trabajando?
— Principalmente, en dos. Uno, a partir de la experiencia en Balcarce, tengo la idea de generar una serie de acciones, de actividades, que conecten el cratón de América del Sur con el de África. Hacer como un diálogo de ejercicios para volver a unir esta deriva continental, esta separación de los continentes pensados como la separación de la humanidad porque estamos, a nivel de comunicación, cada vez más alejados.
Por otro, estoy en un proyecto dirigido por Mariano Giraud, que es un referente en el trabajo tecnológico, y Eva Grinstein, como curadora, en el museo Marco La Boca, donde armaron un laboratorio, a4e_media, que se presentó en arteba. Están entre otros artistas Lux Lindner y Adriana Bustos. Es un proyecto que tiene que ver con propuestas inmersivas, porque quiero entender qué placer puede producir eso. Hay propuestas que se están haciendo, con Van Gogh por ejemplo, que no sé si le gustaría que su obra fuera inmersiva, no está para defenderse. No creo que todo sea para ser “inmersivo”.
A mí me parece muy interesante qué puedo explorar como artista de esto, hasta dónde puedo exigirle al lenguaje, qué puedo hacer sentir al otro con formas que no existen en la naturaleza. Quizá sea una muestra que se materialice en algún semestre de 2025. Me interesa también que esté acompañado por el objeto escultórico, no necesariamente el mismo que se digitalice, así para que el que no use los visores también pueda participar. Entonces, vas a atravesar y vas a llegar a una ficción inmersiva pero que hace referencia a la obra de cada uno. Ese es el desafío de las nuevas tecnologías.
— Estás expandiendo tu relación con la mediación tecnológica entonces, ¿por qué?
— Creo que es una herramienta para que los más jóvenes puedan descubrir los mundos de los artistas que estamos trabajando ahora, si no, nos dejan afuera. No me voy a dedicar a eso, aprovecho esta oportunidad, esta invitación, para trabajar desde el lugar incómodo en el que esto me coloca.
Estoy haciendo un camino inverso, en el que parto de mis propias esculturas del 2000, y las estoy llevando al paisaje de Balcarce, como si fuera un paisaje que no existe, un paisaje lunar, si querés. Llevo lo que hice con mis propias manos al mundo virtual en un terreno que ya conozco y es rarísimo lo que corporalmente me produce, como que no me quiero ir. Me preocupa el avance de lo inmersivo. Me preocupa cuán real es, cuán verdadero como arte es, qué contagia al público.
— Volvés a ingresar a otro territorio.
— Sí y al que desconozco totalmente. No sé bien para dónde va, pero me parece que lo estoy tomando desde un punto de vista positivo, sobre todo porque yo me siento limitada tecnológicamente. No soy rápida para todo esto, pero me dejo ayudar. Aprendo, pregunto mucho, estoy así todo el tiempo.
— Claro, pero el desconocimiento también es lo que genera las preguntas, lo que permite tomar caminos que quizá nadie tomó.
— Totalmente. Yo llevé una caja de piedras de Balcarce para escanear, no quiero que se haga con fotos, quiero jugar con la verdad.
— La corporalidad aparece otra vez.
— Claro. Entonces, esa verdad después se transforma en ficción. Estoy entrando a un mundo de fantasía, como Alicia en el País de las maravillas, caigo por un agujero que no sé a dónde voy.
— Un poco el objetivo del arte es ese, en un punto. Que te haga caer en un agujero en donde no sabes dónde vas a terminar, tanto como creador o como espectador.
— Sí. Y a mí me preocupa la expectación sobre todo. Entonces hago como un juego entre el pasado y el futuro, y me estoy divirtiendo. Básicamente, después de la pandemia, me propuse divertirme, a pesar de muchas cosas que pasan. Hay que permitirse cambiar todo el tiempo, la sorpresa. No saber lo que estoy amasando, en qué va a terminar. Eso me parece que lo tomé como un camino, como una identidad. Podría estar haciendo siempre lo mismo, pero no puedo, siento que la vida me urge, que quiero hacer muchas cosas, quiero probar. La vida en un determinado momento te dice “bueno, a hacer todo”. Yo soy agnóstica, no creo en otra vida. Entonces todo lo tenemos que hacer es ahora, ahora, acá, sí, sin dudas.
*La piedra que predice, de Marcela Cabutti, en el Centro Cultural Borges, Galerías Pacífico, Viamonte 525, CABA. Miércoles a domingo de 14 a 20 h. Entrada Gratuita