En el corazón del Establecimiento Penitenciario Miguel Castro Castro, rodeado de los altísimos muros que delimitan San Juan de Lurigancho, surge una historia de transformación y renacimiento. Es aquí, en el distrito más poblado del país, donde los internos están encontrando en la gastronomía una manera de generar ingresos y forjar un futuro mejor. Infobae Perú tuvo la oportunidad de visitar estas instalaciones y conocer de cerca los economatos que están cambiando vidas.
Los internos de Castro Castro han encontrado en la gastronomía no solo una manera de generar ingresos, sino un camino hacia la redención y la reinserción social. Este esfuerzo, conocido como “economato”, forma parte de la iniciativa “cárceles productivas” y está supervisada por el área de trabajo del penal. Aproximadamente 350 internos, aprendices de cocina y repostería, se dedican con empeño a este oficio que les permite sustentar sus necesidades y las de sus familias.
“Cuando ingresé al penal, no sabía nada de cocina. Me dedicaba a la construcción civil, pero aquí vi una oportunidad para sobrevivir”, confesó Germán uno de los internos, mientras revuelve una olla con precisión y destreza. La gastronomía, en este contexto, se ha convertido en una salvavidas para muchos.
Lecciones aprendidas entre cucharas y sartenes
Adentrarse en los economatos es una experiencia transformadora. No es solo el aprendizaje técnico lo que modifica la vida de estos hombres, sino la posibilidad de reconstruir sus sueños y forjar un futuro diferente. La capacitación en cocina no solo mejora sus habilidades culinarias, sino que también refuerza su autoestima y les da un propósito. “Iniciamos sin saber mucho, pero gracias a la guía de expertos, hemos aprendido a profesionalizarnos. Aquí dentro, cada plato es una nueva esperanza que alimenta tanto al cuerpo como al espíritu”, relató Germán a Infobae Perú, mientras termina de preparar un pedido de ceviche para compartir.
Este sentimiento de logro y propósito se refleja en el brillo de sus ojos mientras imaginan una vida más allá de las rejas. Las historias de reinserción social exitosas comienzan en estos economatos, donde los internos encuentran un refugio de creatividad y trabajo duro.
“Mis hijos me visitan y se sienten orgullosos de mí. Saben que estoy haciendo algo positivo aun estando aquí”, compartió emocionado el dueño del restaurante ‘El Calqueño’, quién trabaja en la cocina.
Desafíos y recompensas de estos emprendimientos
El camino hacia la redención no es sencillo. Requiere una voluntad férrea y una fuerte ética de trabajo. Los internos enfrentan desafíos diarios, desde la escasez de ingredientes hasta las dificultades propias de la vida en un penal, pero su espíritu no se doblega. “Aquí aprendemos a hacer mucho con poco. Ha sido difícil, pero ser trabajador y persistente es lo que realmente importa. Al hacerlo, encontramos un nuevo propósito en nuestras vidas”, comentó uno de los protagonistas de esta historia de transformación quién es uno de los primeros en vender el famoso pollo a la brasa en el penal.
Además, esta iniciativa no solo les brinda habilidades prácticas en la cocina, sino también valores como la disciplina, el trabajo en equipo y la resiliencia. Las recompensas van más allá de las ganancias económicas; cada pequeño logro culinario representa una victoria personal y una conquista sobre las adversidades cotidianas. “Aunque la vida aquí es dura, trabajar en la cocina me da la oportunidad de sentirme útil y de aprender de mis errores”, añadió otro de los internos, subrayando la importancia de esta segunda oportunidad.
El significado del aprendizaje culinario para los internos
Cada plato que los internos preparan es una prueba de su capacidad para cambiar y adaptarse. La cocina se convierte en un refugio, un lugar donde pueden enfocarse en lo positivo y construir nuevas habilidades. “Aquí no solo aprendemos a cocinar, también aprendemos a ser mejores personas. He decidido que, cuando salga, abriré mi propio restaurante. Aplicaré todo lo que he aprendido aquí para comenzar de nuevo y contribuir a la sociedad”, dijo con determinación uno de ellos.
El aprendizaje culinario en Castro Castro representa mucho más que una simple capacitación. Para los internos, es una forma de recuperar la dignidad perdida y de demostrar a sí mismos ya sus familias que son capaces de cambiar. “La gastronomía me ha dado una nueva perspectiva de vida. He aprendido a valorar el esfuerzo y la dedicación, y eso es algo que llevaré conmigo siempre”, reflexionó Rubén a Infobae Perú. Sus palabras son un reflejo de la transformación que el económico ha traído a sus vidas.
El impacto de esta iniciativa en las vidas futuras de los internos
Para muchos, estos economatos representan una segunda oportunidad, una chispa de esperanza en medio de la oscuridad. Los internos no solo adquieren habilidades culinarias, sino también la confianza y determinación necesarias para construir un futuro mejor. “He decidido que al salir, abriré mi propio restaurante. Aquí aprenderé a cocinar, pero también aprenderé a nunca rendirme”, concluyó otro interno, mientras sueña con el día en que cruza las puertas del penal para no regresar jamás.
La gastronomía es más que una actividad comercial para estos hombres; es una herramienta de cambio social y personal. Las historias que emergen de los economatos de Castro Castro son un testimonio viviente del poder transformador de una segunda oportunidad. En cada plato, en cada receta aprendida, subyace un mensaje de esperanza y redención para aquellos que buscan rehacer sus vidas y contribuir positivamente a la sociedad.