Albert Traver
Asheville (EE.UU.), 3 oct (EFE).- Hasta hace una semana, muchos consideraban a Asheville (Carolina del Norte) como un ‘refugio climático’ en el sur de Estados Unidos por sus agradables temperaturas y su lejanía de la costa, propensa a inundaciones. El huracán Helene, el más mortal desde el Katrina, arrasó con esa ilusión.
Así, como ‘refugio climático’ en los Montes Apalaches, agencias inmobiliarias publicitaban la zona, que desde hace algunos años había empezado a recibir los llamados ‘migrantes climáticos’ desde otras regiones de Estados Unidos más castigadas por el tiempo.
La población de Asheville, centro de una pintoresca región montañosa que se extiende por tres estados, creció en la década pasada más de un 13 %, según datos oficiales del censo, de unas 83.000 personas a 95.000, y su área de influencia pasó de 425.000 a 470.000 personas, más de un 10 %.
Helene fue un duro golpe de realidad. Un huracán que había tocado tierra en Florida, a más de 600 kilómetros de Asheville, trajo lluvias torrenciales que provocaron la violenta crecida de los ríos y anegaron por completo la región, arrasando comunidades como Swannanoa, Marshall o Hot Sprigs y destruyendo vías y puentes.
Al menos 95 personas perdieron la vida en esta zona, cerca de la mitad de las 190 provocadas por Helene en todo el país, una cifra que posiblemente suba cuando los equipos de rescate lleguen a zonas inaccesibles hasta ahora. Un huracán no provocaba tantos muertos en Estados Unidos desde el Katrina en 2005, con más de 1.800.
Barrio a barrio
El presidente estadounidense, Joe Biden, sobrevoló el miércoles la zona tras recibir un informe sobre la destrucción y del despliegue de las agencias federales de emergencias para buscar a sobrevivientes y ha ordenado el despliegue inmediato de 1.000 soldados en la zona.
A la espera de la siempre lenta ayuda gubernamental, un ejército de voluntarios han creado una red que se encarga de llevar comida, agua, medicinas y suministros barrio por barrio, pueblo por pueblo, para evitar el colapso de una comunidad que ha visto como su economía quedaba paralizada de la noche a la mañana.
Eric Romero, vecino de Swannanoa, cargaba este miércoles en su camioneta cientos de raciones de comida para repartir entre los residentes de este pueblo 15 kilómetros al este de Asheville y a orillas del río Swannanoa.
“Estamos cerca del río. Hubo mucha destrucción. Pero ya lo que pasó, pasó. Hay que seguir adelante”, explicó a Efe.
Después de recibir durante varios días la comida de otros voluntarios, Romero decidió encargarse él de la entrega a sus vecinos pero también para llevarla “a otros lugares que no están teniendo acceso a ayuda”.
Cinco días después del paso de Helene, la región sigue sin agua, la luz va por barrios y la cobertura telefónica es muy limitada, pese a que empieza a recuperarse.
Danny Valdéz, de World Central Kitchen, peinaba las calles de Asheville con una camioneta cargada de sandwiches de barbacoa.
“¿Saben si hay alguien que necesite ayuda por aquí?”. Sin cobertura telefónica, Valdéz, originario de Nueva Orleans y acostumbrado a los huracanes, dependía del boca a boca.
En Biltmore Forest, al sur de Asheville, unos vecinos levantaban un punto de donación con suministros básicos al que ya estaba empezando a llegar gente.
“¿Necesitan comida? Mañana a las 10:30 les traemos 500 raciones, cuenten con ello”, dijo Valdéz tras entregar varias de sus raciones y anotar en su teléfono las coordenadas de este punto para añadir a la planificación.
Se da la paradoja que en Asheville, el Gobierno de Estados Unidos tiene la sede de su Centro Nacional de Información Ambiental (NCEI, en inglés), una agencia en la que trabajan cientos de científicos dedicados a monitorear el cambio climático.
El NCEI quedó inoperativo después de la tormenta.
Dos estudios preliminares publicados esta semana, uno de ellos de Berkeley, sugieren que el cambio climático contribuyó a que el impacto de Helene fuera más virulento, más probable y con más lluvia.
Después de haber promocionado Asheville como un ‘refugio climático’, la conclusión ahora parece ser que ya nada es seguro o está fuera del alcance de las crisis climática. EFE