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No se terminaba de decidir y le mentía a las dos: impulsos locos, lujuria y un costo demasiado alto

(Imagen Ilustrativa Infobae)
Sergio conoció a Andrea en una fiesta, él era miope, al principio no le gustó pero terminó enamorado (Imagen Ilustrativa Infobae)

“Nos conocimos en un baile para gente de la colectividad judía en 1974 en la calle Corrientes al 2000, en la ciudad de Buenos Aires. Yo era miope, tenía cuatro dioptrías y usaba unos anteojos muy gordos. Por eso, cuando llegaba a las fiestas, me los sacaba en el baño y, después, ya no veía nada más. Tenía lentes de contacto, pero por aquella época eran duros y me molestaban mucho así que no los usaba. Cuando la vi Andrea estaba de espaldas. Me gustó su pelo lacio y largo. Le toqué el hombro para sacarla a bailar. Cuando se dio vuelta y la observé de cerca casi me muero: tenía una nariz enorme, horrible. Pero bueno, yo era en extremo tímido y ella me dio bola así que quedamos para vernos a la semana siguiente en el mismo lugar. Ella me dijo que tenía 16 años y yo tenía 18. La segunda vez me tuvo que decir la verdad porque se acercaba su cumpleaños… estaba por cumplir 15. No era nada linda, pero me daba bolilla”, recuerda con humor Sergio, 70, escribano.

Enamorarse de la “fea”

“Después de esa segunda cita ella me preguntó si yo estaba con auto. Obvio que no… yo había ido en colectivo. Entonces me dijo: ‘Mi papá me ofreció llevarte a tu casa’. El padre la venía a buscar desde Lanús. ¡En realidad el tipo quería saber quién era yo! Esa noche a las dos de la mañana tomamos los tres un café en la confitería La Ópera. Con la excusa de que podía ayudarme a sortear la colimba de una mejor manera, en esa época tocaba hacer el servicio militar, me dijo que tenía un militar conocido. Me pidió que le escribiera mis datos y yo le puse en una servilleta mi nombre, mi DNI, mi dirección y los nombres de mis padres. Se las ingenió para averiguar todo de mí con esa estrategia. Cuando supo que no era nadie indeseable, la cosa fluyó. Yo tenía una familia minúscula y mi papá había muerto cuando yo tenía 7. Ellos pasaron a ser como mi familia. Los padres de Andrea fueron como mis padres; su hermano fue mi hermano; sus tíos, los míos; sus primos, mis primos. Me enamoré de esa familia. Me iba de mi casa los viernes y volvía los lunes. Veraneaba con ellos, me tenían como a un hijo más. O sea: primero me enamoré de la familia, después de ella. El noviazgo duró unos tres años, hasta 1977″.

Sergio cuenta que en esa época, en su círculo cercano, las chicas no tenían relaciones con los novios y que ellos, entonces, gozaban de ciertos permisos. Era algo aceptado dice. Pero sin relaciones sexuales Sergio se fue enamorando de la narigona Andrea. Mucho más que ella de él.

“Era muy caprichosa. Y terminó abandonando el colegio en tercer año del secundario. Se fue a trabajar con el padre a las sederías que tenían en Once. Para ellos era más importante trabajar que estudiar. Yo estaba estudiando Derecho y ellos sugerían que dejara la facultad, trabajara y que nos casáramos jóvenes. De hecho, el padre compró un departamento para nosotros. Me espantó esa presión implícita para el casamiento. Seguí laburando de cadete y estudiando”.

(Imagen Ilustrativa Infobae)
El padre de Andrea compró un departamento para ellos y esa presión implícita para el casamiento lo llevó a cortar la relación (Imagen Ilustrativa Infobae)

Hasta que a los tres años vino la ruptura total. Por alguna tontería que ya Sergio ni recuerda. Eran demasiado chicos, dice.

Deseado reencuentro

“No supe nada más de Andrea, pero jamás pude olvidarla. Había sido mi gran amor. En 1983 me puse de novio con Beatriz y me casé al año siguiente. Ella era de Hurlingham y me la presentó un amigo que era actor. Tuve dos hijos: en el 87 y en el 91. Nunca me enamoré de Beatriz. Me equivoqué. Era muy buena persona, una mujer excelente que había estudiado para ser guía turística, pero yo siempre seguí enganchado con Andrea. No sabía nada de ella, pero tampoco la buscaba. Y no sé por qué no la buscaba”, recuerda hoy.

Pero Andrea sí sabía algo de él: porque Sergio ya trabajaba como escribano en la televisión. En ese momento estaba en un programa de Canal 13.

La vida siguió con demasiada tranquilidad para Sergio. Hasta que veintidós años después de aquella ruptura, Andrea y Sergio se reencontraron.

“En 1999 ella estaba infelizmente casada con un tipo que había dilapidado la fortuna familiar. Alguien le sugirió que presentaran la quiebra y Andrea fue a ver a un abogado especialista en derecho comercial que, casualmente, había sido profesor mío y, además, mi cliente. Él le dijo que necesitaba un poder y que le recomendaría un escribano. Me recomendó a mí. Ella no quiso llamarme, pero ya tenía algo: mi teléfono. Por esas mismas semanas, caminando por un lugar por el que nunca pasaba, me encontré con su hermano y otro día con su padre. Andrea se enteró y les dijo que ella era la única que no se encontraba conmigo…

Otro día de esos me sonó el teléfono de la escribanía. Era su hermano pidiéndome un teléfono para Andrea. Le dije: Que me llame ella. A la media hora me llamó. Me volví loco. El corazón me latía de una forma infernal. Esa misma noche nos encontramos a tomar un café en la esquina de Warnes y Angel Gallardo, frente a Parque Centenario. Enseguida me di cuenta de que ese encuentro sería algo non sancto, por el lugar que ella había elegido. Era obvio que era para que nadie nos viera. Esa noche fue un reencuentro pasional absoluto. Volvimos a las 5 de la mañana. Los dos estábamos tranquilamente casados, pero yo perdí la cabeza. Era pura pasión.

Pesadilla de infidelidad, traición en sueños, emociones negativas, conflicto amoroso, sueños perturbadores. - (Imagen Ilustrativa Infobae)
Cuando volvió a encontrarse con Andrea sabía que sería un encuentro non sancto – (Imagen Ilustrativa Infobae)

Durante un tiempo comencé a llegar a mi casa de madrugada. Tenía pretextos creíbles por mi trabajo: yo trabajaba con un detective que tenía que hacer actas a cualquier hora y Beatriz me había acompañado alguna vez a certificar. También tenía el pretexto de las reuniones políticas del Colegio de Escribanos: dos veces por semana nos reuníamos y salíamos a comer. Eso me daba espacio para el romance. Igual con el tiempo Beatriz sospechó. Las amigas le insistieron en que había algo raro. Contrató un detective para que me siguiera. Yo ví que alguien me seguía ese día, pero cuando llegué a mi casa ella ya tenía el informe y las pruebas en la mano. Era el 30 de diciembre de 1999 y, en un arrebato, sin pensarlo, me fui de mi casa. Enloquecí. No me importaron mis hijos, no me importó ella, no me importaron mis bienes. ¡Nadaaa! Cuando volví de trabajar dispuesto a irme, ella ya me había hecho las dos valijas con toda la ropa limpia y planchada. Beatriz me obligó a enfrentar a mis hijos y decirles la verdad de por qué me iba. Con la cola entre las patas acepté todo. Tenían 8 y 12 años. Lloraron mucho. Fue terrible. De lo peor de mi vida”.

Sergio se fue provisoriamente a la casa de su mamá y, después, alquiló un departamento. Él “volaba a medio metro del suelo”, reconoce. Era el año 2000.

Andrea, que tenía tres hijos adolescentes, consiguió que su marido dejara la casa y se separó. Sergio se hizo cargo económicamente de ese divorcio. Pero los chicos le hicieron la guerra: “Había mala onda con ellos, porque había aparecido yo ocasionando la separación. Todo lo habíamos hecho de manera atolondrada”.

Engañar a la amante con la ex

La felicidad fue brevísima. Duró apenas un mes.

“En enero mi hijo mayor cumplió 12 años. Estaba en Pinamar con su madre, su hermano y con mi ex suegra. Y ese día viajé a saludarlo. Cuando me reencontré con Beatriz volví a tener deseos locos de estar en familia. Extrañaba mucho eso. No era amor, no era pasión, no era ella. Era la familia. Empecé la tarea de la reconquista de Beatriz y en febrero nos fuimos todos juntos de vacaciones a Merlo, San Luis. Viajamos como un matrimonio separado, en dos habitaciones distintas. Sabía que tenía que pagar el precio y bancar. Ahora, era Andrea la engañada y que no sabía nada de esta nueva misión mía por reconquistar a Beatriz y a mi familia”.

La noche en que volvieron de San Luis Sergio tenía cita con Andrea. Por eso a su hijo menor que le había pedido ir a dormir con él a su departamento le había dicho que no y le inventó una excusa. Beatriz sospechó de inmediato. Esa noche lo llamó y Sergio la atendió: le dijo que estaba en un restaurante determinado comiendo solo. La verdad es que estaba en ese restaurante con Andrea sentada en frente. Fue un gran error. Beatriz cayó al lugar y lo pescó in fraganti.

“Fue un verdadero escándalo. Porque le agarró una crisis de nervios. Andrea solo miraba. Tendría que haberme ido con Beatriz esa noche por lo mal que estaba, pero no reaccioné y me quedé con Andrea. Beatriz era débil y Andrea era fuerte. Ahí me reprendí y me dije que estaba siendo demasiado desprolijo, que debía tomar una decisión razonada y definitiva sobre qué hacer y con quién vivir. Al día siguiente le dije a Andrea de tomar un café y rompí la relación. Pero le mentí una vez más. No le dije que quería volver con Beatriz, le conté que quería estar solo. Me iba con la mujer que me daba una familia. Igual tuve que remarla durante dos o tres meses más para que Beatriz me permitiera volver a mi casa. Cuando lo hice, al principio, fue todo hermoso. Como un nuevo noviazgo. Con el tiempo volvió la rutina y el aburrimiento”.

(imagen ilustrativa infobae)
Al día siguiente de ser descubierto por Beatriz, decidió romper su relación con Andrea. Elegía la mujer que le daba una familia (imagen ilustrativa infobae)

El amor que se va y más mentiras

“Dos años después me enteré de que Andrea se iba con dos de sus tres hijos del país porque no tenía dinero para subsistir. El negocio de su padre no existía más, se había fundido; el depto donde habían vivido se lo habían rematado por deudas. Andrea se había instalado con sus hijos y sus padres en un dos ambientes donde vivían encimados. Su ex se había desentendido de todo y ella tenía que mantenerlos. No tenía ni un peso, estaba pasando necesidades. Pero había encontrado como una solución pasajera la posibilidad de emigrar a Israel. Porque el estado a los judíos que emigran les da un plan de acogida muy bueno: durante un año te brinda obra social, te da dinero por mes y tenés tiempo para organizarte. Ella tendría que estudiar hebreo, pero tendría un año de tranquilidad. Cuando me enteré de su elección la busqué desesperado”, narra Sergio. Hablaron mucho y él le prometió el universo: “Le dije: No te vayas porque yo te voy a ir a buscar. Le prometí que sería diferente esta vez, que viviríamos juntos. Le imploré que no se fuera. Se fue igual. Y yo cumplí: la fui a buscar. A Beatriz le dije que me iba a Estados Unidos porque tenía que ver a un cliente. Pero saqué un pasaje via Miami hacia Tel Aviv. En Israel pedí que me sellaran el pasaporte en una hoja en blanco y a la vuelta hice que la salida la sellaran en esa misma página. Después la arranqué. Beatriz revisó el pasaporte porque sospechó algo raro, pero no se dio cuenta de que no había correlatividad en las páginas”. La mentira le había funcionado a Sergio, quien era una máquina de promesas vanas. En realidad, él afirma en la actualidad, que estaba totalmente confundido con lo que quería para su vida y que actuaba por impulsos.

(Imagen Ilustrativa Infobae)
Sergio fue a buscar a Andrea a Israel, pero le dijo a su mujer Beatriz que iba a Estados Unidos a ver a un cliente (Imagen Ilustrativa Infobae)

“En 2001, cuando atravesé medio planeta para ir a buscarla, tenía 46 años. Pero seguía mintiendo. A ella en Israel le dije que ya estaba divorciado. Así conseguí que volviera a la Argentina. Para que ella regresara tuve que indemnizar a Israel por el dinero que el estado había invertido en ella. Una fortuna, pero no me importaba porque yo seguía los dictados de mis locos impulsos”.

Fracaso reiterado

“A mi regreso a la Argentina tenía muy pocos días para resolver mi situación. Andrea vendría entre diez y quince días después que yo, y tenía que en ese tiempo separarme de Beatriz y mudarme”, cuenta, “Le dije a Beatriz que la cosa no funcionaba, que me quería separar. Pero no le conté nada de Andrea. Aunque ella siempre sospechó que Andrea seguía estando detrás de todo lo que yo hacía”.

Como su escribanía era muy grande, tomó un ambiente de sus oficinas y lo acondicionó como un dormitorio. Se instaló ahí: “Por segunda vez en dos años tuve que pasar por el horrible momento de explicar a mis hijos pequeños por qué me iba de casa. Y armé las valijas y me fui a vivir a la escribanía”.

Cuando Andrea aterrizó con sus hijos, en julio del 2001, proveniente de Israel, Sergio y ella comenzaron a organizar sus sueños. Empezaron a buscar la casa que Sergio quería comprar: grande para que vivieran todos y con jardín.

Hoy dice convencido: “Felizmente eso no se dio. Yo ya tenía el préstamo concedido y una propiedad vista, pero estalló la crisis de diciembre de 2001. Ahí suspendí todo y alquilé un departamento para ella y sus hijos. No para mí porque me quedé en la escribanía. Por qué hice eso no lo sé. No me decidía. Igual fue una época de éxtasis total aunque condimentado con la inmensa culpa y la tristeza de no vivir más con mis hijos que tenían 14 y 10 años. Esta vez la experiencia de pareja duró un poco más.

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Sergio quería comprar una casa grande con Andrea, que tuviera jardín y todo, pero finalmente les alquiló un departamento y él se quedó en la escribanía (Imagen Ilustrativa Infobae)

A los ocho meses nos separamos de nuevo. No sé cómo explicarlo, pero creo que me empecé a sentir usado. Estaba claro que a Andrea no le gustaba estar en Israel y que me utilizó para volver. Yo con mi locura la rescaté. Sentía que había más interés por parte de ella que amor. Mientras yo seguía manteniendo dos familias. Creo que la verdad es que ella nunca me quiso lo suficiente para que yo tomara la decisión irrevocable de vivir juntos. También es cierto que yo no la pasaba nada bien con sus hijos. En la mesa me daban la espalda, me hacían vacío. Sentía que hacía todo para que tuvieran un techo y estuviesen bien y que ellos no estaban mínimamente agradecidos. Hasta que un día mi psicólogo me preguntó por qué esperaba su agradecimiento. Me dijo: ¿Ellos te pidieron algo? Y me dí cuenta de que tenía razón. No me habían pedido nada. En ocho meses se desmoronó todo lo que creí estar construyendo con Andrea. En marzo de 2002 dejamos de vernos, pero seguí pagando el alquiler para que tuvieran un techo hasta que venció el contrato en julio de 2003″.

En ese interín Beatriz y Sergio hicieron un divorcio express y sellaron un acuerdo donde lograron sanar heridas y mantener una buena relación.

El precio a pagar

La vida de Sergio siguió transcurriendo en la escribanía y terminó comprando un departamento en ese mismo edificio.

En el verano del 2004 se tomó unas vacaciones con sus hijos en la montaña. “Nos fuimos a Las Leñas porque a ninguno nos gusta el mar. Saqué un paquete de diez días con actividades de rafting, mountain bike, caballos, senderismo. El 14 de febrero me dio una gran jaqueca que no podía más. A la noche en el lobby había un show en el hotel y tocaron la canción de Sabina 19 días y 500 noches… Y me dije: esta es mi historia. Pasaron unos meses hasta que me enteré que ese 14 de febrero Andrea se había casado con alguien que había conocido en un velorio. ¡Me dolió muchísimo! Hice terapia toda mi vida, desde que pude pagarlo, pero no estaba preparado para esa sensación”.

Beatriz no volvió a formar pareja. Quizá estaba desencantada de todo: “La madre de mis hijos, con quien tenía una relación muy cordial, murió hace un mes. Tuvo demencia frontotemporal, la misma enfermedad que tiene el actor Bruce Willis. En un año y pico se murió sin que yo haya tenido la buena actitud de pedirle perdón. Me arrepiento mucho de no haberlo podido hacer porque la hice sufrir mucho”.

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Beatriz murió sin que él haya tenido la buena actitud de pedirle perdón, contó Sergio (Imagen Ilustrativa Infobae)

Sergio leyó a Alejandro Dolina y le gustó esa frase donde refiere “lo que me costó el amor”. Le pregunto si no sería mejor llamar pasión o de otra manera a ese sentimiento. Se queda callado y, luego, responde que sí. Le pido que enumere todo lo que cree que le costó… Se ríe y dice que no es lo más importante, pero que le costó mucho dinero. Después va al hueso y desgrana: “Me costó muchísimo sufrimiento. Me costó perder una familia en su vida cotidiana. Me costó el no poder hablar todos los días con mis hijos. No llevarlos siempre al colegio. A pesar de que ellos no me reclamen nada, son culpas que me tiro encima porque me cuestiono el tiempo que les resté. Me perdí sus infancias. Yo, encima, trabajaba muchísimo en esa época. Perdí también a la mujer que más me quiso, Beatriz. La dejé dos veces. Me manejé más con impulsos que con reflexión. No elegí, actué sin pensar”.

Le pregunto si cree que es más importante, entonces, conservar a quien nos quiere que perseguir el amor alocado que no nos quiere tanto; le pregunto si pudiera desandar el camino del tiempo y elegir -ahora sabiendo lo que ocurrió- qué haría.

Piensa bastante antes de responder. Y lo hace con sinceridad aplastante.

“Elegiría haber sido más prolijo en mi primera etapa de infidelidad. En ese primer encuentro pasional con Andrea. Que Beatriz no se enterara nunca. Porque, pasada esa lujuria que no tenía en mi matrimonio, me quedaría con Beatriz. Lo que viví con Andrea debería haber sido solamente una aventura pasajera. Eso”

Le hago una última pregunta. ¿Acaso cree que tendría que haber mentido mejor, pero haber vivido el romance de todas maneras? “Sí. En todo caso querría haberlo vivido. Así es”.

La vida, después de todo, cada uno la vive como quiere. O como puede. Y el que esté libre de yerros que tire la primera piedra.

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* Amores Reales es una serie de historias verdaderas, contadas por sus protagonistas. En algunas de ellas, los nombres de los protagonistas serán cambiados para proteger su identidad y las fotos, ilustrativas

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