Cuando Cristóbal Colón descubre América al servicio de los reyes católicos, lo que en realidad buscaba era el camino a la India. Tan es así que la prueba de eso está en que la población autóctona americana fue denominada, inicialmente, con ese gentilicio.
Por entonces, las rutas a Asia estaban monopolizadas por los mercaderes al servicio de las ciudades de Venecia y Génova, los más activos centros comerciales de Europa. Pero en 1453, cuando los otomanos toman Constantinopla, esas rutas, que sólo en una etapa eran marítimas (en la región del Mediterráneo), y luego se extendían a lo largo de lo que el geógrafo inglés Halford Mackinder llamaba el “pivote del mundo”, son interrumpidas por dos razones: se vuelven muy peligrosas y, por eso mismo, demasiado caras.
A las dificultades que presentaba entonces la Ruta de la Seda que conectaba a Occidente con China, la monarquía portuguesa encarga en 1497 al capitán Vasco da Gama el viaje oceánico más largo del mundo hasta ese momento y que acabaría con el descubrimiento de lo que, desde entonces, denominarían como la Ruta a la India.
Esta nueva situación permitió a los portugueses eludir el Mediterráneo y a la peligrosa península arábiga (ambas conformaban largos tramos de la vieja Ruta de la Seda), y llegar a la India por el Cabo de Buena Esperanza a través del Océano Indico, siempre por mar.
El acceso sin oposición al comercio con la India dio un impulso a la economía del imperio portugués con el que, finalmente, rompió el monopolio sobre el comercio del Mediterráneo y consolidó una posición destacada en el comercio transatlántico de la época hasta el siglo XVII, momento en que comenzaría su decline en detrimento de Gran Bretaña. Pero seguir hablando de la historia de la Ruta a la India nos quitaría tiempo de ver qué es lo que está pasando hoy en este país.
India está capturando la atención de todos y su acelerado crecimiento, su inmensa población y su potencial para las décadas venideras, podrían convertirla en la próxima gran superpotencia del mundo, junto con Estados Unidos y China.
Aunque luego de su independencia en 1947 India mantuvo una economía fuertemente centralizada, tras la crisis de 1991 y la caída de la URSS ese mismo año (su principal aliado comercial), dio inicio a una serie de reformas, entre ellas la liberación de la economía y un enfoque más orientado al mercado y a la expansión del sector privado.
Desde entonces, India se ha caracterizado por ser uno de los países con mayor crecimiento en el mundo junto con China, logrando un promedio en los últimos diez años de aproximadamente un 6%, duplicando su PIB y alcanzado el puesto número 5 de las mayores economías del mundo. El FMI prevé que, antes de que termine la década, habrá superado a Japón como la tercera.
Actualmente, la economía india está compuesta en un 22,62% de servicios financieros, inmobiliarios y profesionales; 18,68%: comercio, hoteles, transporte, comunicaciones y servicios relacionados con medios; 17,28% de producción de manufacturas; 15,03% en costos de administración pública, defensa y otros servicios; 13,66% agricultura, selvicultura y pesca; 8,07% construcción; 2,34%: electricidad, gas, suministro de agua y otros servicios; 2,31%: minería y canteras.
Las exportaciones india (petróleo refinado, medicamentes envasados, diamantes, joyería, arroz, entre otros) tienen destino en Estados Unidos, primero, con un porcentaje del 17% del total de los productos exportables de ese país, seguido de Emiratos Árabes Unidos (6,29%), China (5,74%), Bangladesh (3,50%). En América Latina, el primer importador indio es Brasil, con un escaso 1,68% del total de las exportaciones indias; representando Argentina el 0,32%.
Pero cuando se analizan las importaciones indias procedentes de Argentina, el 0,74% del total importado tiene origen en nuestro país. De este volumen el 79,1% es aceite de soja procedente del complejo santafecino. Este número permite detenerse en dos consideraciones a tener en cuenta: por un lado, la relación comercial es superavitaria para nuestro país (superávit que Argentina tiene con pocos países y no logra con sus grandes socios comerciales, como son el caso de Brasil, China y Estados Unidos, por citar algunos); y segundo, muestra las oportunidades que le quedan a la Argentina por desarrollar toda vez que casi el 80% de sus exportaciones a India son sólo un producto (seguido de Oro en un 12% y harina de soja en un 1,25%, siendo el resto de los productos menores al punto porcentual), cuando las exportaciones de ese país con destino a la Argentina son mucho más variadas y equilibradas.
A pesar de presentar algunos obstáculos en este frente, India cuenta con una característica determinante en su economía y para su futuro: su demografía. En 2023 se convirtió en el país más poblado del mundo, con 1.428.627.663 habitantes. Y su población será una parte esencial de su crecimiento económico, que se da por descontado.
En efecto, la pirámide poblacional de India sigue una formación tradicional con las personas más jóvenes siendo las más numerosas y las mayores las menos numerosas. Esta pirámide le permite tener una gran cantidad de mano de obra joven, una demanda interna alta, la posibilidad de sostener a las personas mayores que no están trabajando y contar con una población suficiente de reemplazo. Y en demografía estas tendencias no se revierten ni modifican sin que medie un hecho por demás extraordinario.
Gracias a la cantidad de personas en edad de trabajar, la tasa de dependencia de la India es menor al 50% y ha caído durante los últimos 20 años. Esto le permite a las personas en edad de trabajo disponer de más dinero para invertir, emprender, educarse y consumir, sin tener que destinar la mayor parte de sus recursos a hijos o a la asistencia de personas mayores.
Un buen ejemplo de esto lo podemos ver, precisamente, en el caso chino. Un 24% del crecimiento económico de este país entre el período de 1978 – 2010 se dio gracias a la forma en que creció su población. Es decir, lo que provocó alrededor de una cuarta parte del famoso crecimiento de China fue el crecimiento poblacional y la tasa a la que se dio este crecimiento. Como las familias de entonces estaban limitadas a tener un solo hijo en su mayoría, el ratio de dependencia era bajo, lo que redundó en más ahorro, más acumulación de capital y más capacidad de reinversión.
Si bien es de esperar que conforme India se vaya desarrollando la tasa de natalidad caerá, lo que hará que se enfrenten a los mismos problemas a los que se enfrentan China y Japón en estos momentos, esto no ocurrirá sino hasta dentro de algunas décadas. Se espera que la población india comience a declinar recién para el 2065, año en el que habrá llegado a la suma de 1.692.634.194 habitantes. Hoy el 28% de los jóvenes del mundo viven en India. Más de la mitad de la población tiene menos de 25 años, y más del 65% no supera los 35.
En este sentido, la aceleración del crecimiento de su economía, con la consecuente mejora en los niveles de consumo de la población, espera mejorar significativamente los niveles de demanda internacional. La India se muestra como una excelente oportunidad para seguir ampliando el mercado externo de los bienes argentinos y como un nuevo y muy competitivo proveedor de bienes con destino a Argentina y los países de América Latina, en numerosos rubros en los que China se ha posicionado como un confiable proveedor.
En 2021 más de la mitad de la energía que consume India provino del carbón (57%), el petróleo (26,6%) y el gas natural (6,3%). La mayor parte de este carbón es importado de Indonesia y Australia. India consume cerca de 5 millones de barriles de petróleo diarios, de los cuales produce cerca de 700 mil. El resto es importado en más de la mitad de Irak, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos y Kuwait, aprovechando su posición privilegiada al lado del Golfo Pérsico.
Y en cuanto al gas natural India produce cerca de la mitad de lo que consume. Mientras que el restante es importado en forma de gas natural licuado de Qatar, Estados Unidos y Emiratos Árabes Unidos.
El cambio demográfico radical que vive el mundo está provocando un dolor de cabeza para las economías desarrolladas, que verán cada vez más difícil poder conseguir trabajadores jóvenes. Y esto representa una enorme oportunidad para India, que se suma a una de las iniciativas que algunas empresas han empezado a denominar como China plus 1, con la que buscan diversificar su cadena de suministros que, después de varias décadas de inversión, se habían vuelto excesivamente dependientes de China.
Empresas como Apple, Samsung y Google han empezado a diversificar su producción en India, que por supuesto no será un cambio rápido, pero que tiene además el objetivo de aprovechar el que podría convertirse en uno de los mercados más grandes del mundo en los próximos años, conforme más personas en India comiencen a formar parte de la clase media. Además, hoy otra cosa, entrando en los temas que hacen a la política exterior de este nuevo gigante asiático. Matices que deben tomarse en cuenta, sobre todo quienes acostumbran a analizar la escena internacional con mirada excesivamente compartimentarizadas. India no es China. Para los países de Occidente el acercamiento a India es un valor de este tiempo, como hace más de cincuenta años lo fue el acercamiento estadounidense de Nixon/Kissinger a la China de Mao/Zhou para neutralizar la URSS.
Hace poco más de un año, en el mes junio de 2023, Washington invitó a Modi, en visita de Estado, a pronunciar un discurso ante el Congreso estadounidense y saluda desde el balcón del primer piso de la Casa Blanca, en lo que suele ser un honor pocas veces dispensado a dignatarios extranjeros. Un mes más tarde, el primer Ministro indio acompañó a Macron durante el desfile del 14 de julio, previo a participar en una cena de gala en el Louvre y recibir la Gran Cruz de la Legión de Honor. Estos episodios, naturalmente, no llegan a estas costas del sur, pero fueron seguidas muy atentamente en los despachos de gobierno en Beijing y Moscú.
En efecto, el primer proveedor de armas de India, Rusia, es en la actualidad su primera fuente de petróleo. Así, las ventas de este insumo representaron el 15% de los ingresos presupuestarios federales rusos en el 2023. Así es, las famosas sanciones impuestas por Occidente a Moscú no son muy acatadas por los grandes jugadores del mundo emergente.
En este sentido, interrogado por sus “socios” occidentales durante la Conferencia de Münich sobre Seguridad el 17 de febrero pasado (el evento en materia de seguridad internacional más importante del mundo desde la década de los 60 del que participan los más altos cargos de gobierno de todo el mundo, mandos militares, académicos especializados y empresas de seguridad), el Ministro de Relaciones Exteriores indio, Subrhamanyam Jaishankar, dio a entender que India juega simultáneamente en varios tableros, cosa que seguirá haciendo y por lo que no tiene que dar demasiadas explicaciones. Esta respuesta no motivó ningún tipo de represalia contra Nueva Delhi por la sencilla razón de que los grandes jugadores saben que India no es China.
En su libro “The India Way: Strategies for an Uncertain World” (El camino de la India: estrategias para un mundo incierto) publicado en 2020, Jaishankar presenta la política exterior que él conduce como una forma de “multialineamiento” que permite que India defienda “sus propios valores y sus propias convicciones”. En ese sentido, la sinuosidad diplomática de su país se explica claramente atendiendo dos elementos: el extraordinario crecimiento económico de la india (en particular de sus grandes corporaciones con cada vez mayor gravitación global) y en el mayor peso del país en el orden internacional. En este último ámbito, pareciera que Modi intenta competir con China y al mismo tiempo promover el surgimiento de una nueva relación de fuerzas entre el Norte y el Sur. Robert Kaplan, uno de los genios vivos en geografía y estudios internacionales, sostiene que en los próximos años “India surgirá como el Estado pivote clave de Eurasia debido a su efecto en las relaciones entre Estados Unidos y China”.
Sin embargo, en este juego de equilibrios y decisiones con alto nivel de autonomía relativa, hay una cuestión sobre la cual el gobierno nacionalista de Modi no cede, y es su apoyo a Israel. El 27 de octubre de 2023, India se abstuvo durante una votación de la Asamblea General de Naciones Unidas que llamaba a un cese del fuego humanitario en Gaza. En esa oportunidad, el canciller Jaishankar sostuvo que se trató de una posición solidaria toda vez que su país también es victima del terrorismo. Un mes después, durante una reunión de urgencia de los BRICS, India fue el único miembro de ese espacio en rechazar la condena a Tel Aviv por sus abusos en Gaza, rompiendo una larga tradición de apoyo a la causa palestina iniciada por el Congreso Nacional Indio de Nehru y las posturas pioneras de ese país en materia de no alineamiento y solidaridad con los movimientos de liberación nacional de entonces.
Este dato es fundamental, porque refuta la idea de que la incorporación al BRICS+ le hubiera significado a la Argentina un condicionamiento en la aspiración del actual gobierno de reconfigurar su alianza con Occidente o por que esa misma ampliación incorporó otros países con los que el nuestro mantiene severas tensiones. El caso indio, tanto en esto como en otros análogos, es un buen ejemplo de ese multialineamiento propio del actual contexto global de transición de poder.
Por el contrario, la membresía argentina a BRICS+ para acceso a mercados emergentes y mayor influencia geopolítica, entre otras ventajas, es una línea de acción de nuestro país en el lento pero constante camino a constituirse como potencia media, algo que deberá volver a considerar más temprano que tarde. El alineamiento con Washington pretendido por el gobierno de Milei soslayó la inexistencia de presiones por parte de la administración Biden para con relación a la futura membresía argentina al grupo, o bien ignora que Brasil convive armoniosamente con su condición de miembro fundador del BRICS y sólido candidato a la OCDE.
Todo esto es prístino para quien comprende que la política internacional es la verdadera política mientras que los asuntos domésticos no hacen más que a la buena administración. Es en ese escenario atravesado por numerosas diagonales de poder que la Argentina del siglo XXI debe hacer su equilibrio. En el actual estados de cosas, tener un más acabado diagnóstico respecto de los actores llamados a protagonizar el nuevo orden mundial, es parte del trabajo que hay por delante.