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Bimonetarismo o subdesarrollo: ¿cuál es el problema?

Exportaciones Argentina
En el segundo trimestre de 2024, se registró un aumento del 27,6% en el índice de cantidad de las exportaciones. Foto de archivo.

La expresidente Cristina Fernández de Kirchner publicó esta semana un documento titulado “Es la economía bimonetaria, estúpido. Aportes para un debate argentino”. Es valorable su aporte, dado que permite analizar por qué nuestro país permanece estancado hace décadas.

No es la única que deambula por la periferia analítica de los grandes problemas argentinos describiendo epifenómenos del subdesarrollo sin hacer ninguna referencia al mismo. No lo conceptualiza, ni lo menciona en su análisis del drama argentino en su documento. En eso coincide con una larga nómina de políticos de la historia contemporánea, que merecería una reedición del libro Estatuto del Subdesarrollo, publicado por Rogelio Julio Frigerio en 1967.

Pasan las décadas, pero se mantiene intacta la conclusión del fundador del desarrollismo argentino: “Cuando me puse a alinear las distintas corrientes económicas, me encontré muy de pronto con que el espectro ideológico del anti desarrollismo argentino comprendía desde los sectores llamados de la derecha, hasta el propio Partido Comunista Argentino, pasando por los puntos intermedios de los economistas de la CEPAL y los economistas del peronismo. Para desentrañar ese alineamiento reduje la posición de esas tendencias a dos puntos fundamentales: como hacen el diagnóstico de la crisis argentina, y cuáles son las soluciones que nos proponen”.

Siguiendo el método de Frigerio, veamos cual es el diagnóstico de la Doctora Kirchner. En su documento, literalmente afirma que “es necesario abordar el verdadero problema de la economía argentina… Hoy la Argentina no tiene los dólares para pagar la deuda y los mercados lo saben”. En otro párrafo de su documento, Cristina vuelve a hacer hincapié en los problemas financieros y monetarios, cuando refiere que “desde 1972 se calcula que Argentina atravesó 54 corridas cambiarias” y considera que “una corrida cambiaria se define a partir de una cierta caída de las reservas internacionales y/o en movimientos del tipo de cambio”.

Agrega luego que “esa misma moneda es, además, la única que se puede utilizar para pagar las importaciones que el país necesita para producir, generar riqueza y trabajo bien remunerado”. Más adelante llega a la conclusión de que el bimonetarismo y las corridas “permiten explicar las dificultades de la macroeconomía argentina… Abordar el problema de la economía bimonetaria y su correlato, la carencia de una moneda fuerte, es lo que debería movilizar a las fuerzas políticas y sociales que siguen creyendo en la Nación”.

Podemos así observar que comete el mismo error de quienes se encuentran en las antípodas de su pensamiento. En ambos extremos del péndulo ideológico argentino hay quienes todavía creen que la causa de los problemas nacionales se ubica en su epidermis monetaria y cambiaria, pero no conceptualizan que lo que ocurre en esos mercados es una consecuencia directa de la estructura productiva material de nuestro país.

Argentina no es un país “en vías de desarrollo” o atrasado. Ese es un eufemismo de quienes confunden crecimiento con desarrollo, y parten de un diagnóstico equivocado que luego trasladan a sus recetas para superar la crisis argentina. Esto es, el nuestro es todavía un país cuya estructura económica material lo inhibe de crecer sostenidamente. Y en la base de ese problema se encuentra la falta de inversión, particularmente en sectores estratégicos como infraestructura, petroquímica, siderurgia y energía.

La Doctora Kirchner describe epifenómenos cambiarios y monetarios del subdesarrollo, pero omite hacer referencia a la estructura productiva argentina y al déficit de inversión física que sufrimos desde hace décadas. No conceptualiza que tanto el bimonetarismo como las 54 “corridas” cambiarias que enumera en su documento se explican porque antes de nuestras recurrentes “corridas” cambiarias hubo recurrentes cuellos de botella en nuestra balanza de pagos. Es cierto que de algún modo refiere que esos cuellos de botella se produjeron por la insuficiencia de nuestras exportaciones para pagar las importaciones que necesita nuestro país para funcionar normalmente, pero no avanza en un análisis cualitativo de esas importaciones, que se concentran en petróleo, gas, energía, bienes de capital, tecnología, maquinarias y equipos.

Como sostiene Frigerio, el principal error de quienes no conceptualizan el subdesarrollo en todo el arco del péndulo ideológico argentino es creer que los problemas macroeconómicos nacionales se originan en aspectos accesorios como la esfera monetaria y cambiaria, cuando en realidad se expresan en esa superficie pero su origen está en la estructura material de la producción y distribución de bienes y servicios, y en cómo ello se expresa en la composición del balance comercial argentino. A pesar de una reversión del deterioro de los términos de intercambio, que eran negativos en el siglo XX pero resultaron favorables en buena parte del siglo XXI, la estructura de nuestro comercio exterior no difiere mucho de la existente a mediados del siglo pasado.

Según el INDEC, entre 2022 y 2023 el 60% de nuestras exportaciones se originaron en la venta al exterior de animales vivos y productos del reino animal, productos del reino vegetal, aceites animales o vegetales y productos de las industrias alimentarias. Mientras que el 60% de nuestras importaciones se concentraron en productos minerales, productos de industrias químicas e industrias conexas, plástico, caucho y sus manufacturas y productos de industrias químicas y conexas.

Dólares Agroexportaciones
Las entidades que representan el 48% de las exportaciones argentinas atribuyeron este resultado al régimen de dólar exportador vigente desde diciembre de 2023 (Foto: Shutterstock)

A pesar de la extraordinaria tecnificación de nuestra producción agropecuaria, que tiene tanto o más capital agregado que muchas ramas industriales, y de la mejora de los términos de intercambio producidas desde la irrupción de China como gran protagonista del comercio mundial y del abaratamiento relativo de muchos productos industriales en los últimos 30 años, todavía dependemos de una buena cosecha o del clima para que la producción del “campo” pueda generar las divisas que necesitamos para que el país funcione con estándares modernos.

Desde una visión desarrollista, consideramos que solo vamos a superar el subdesarrollo si logramos conseguir y sostener durante varias décadas un flujo masivo de inversiones de capital en sectores prioritarios y estratégicos, como los que promueve el Régimen de Incentivos a las Grandes Inversiones (RIGI) recientemente aprobado por el Congreso y reglamentado por el Poder Ejecutivo Nacional. Dado su diagnóstico, no es sorprendente que la Doctora Kirchner haya sido una de las principales detractoras del RIGI y que haya expresado en su documento una fuerte crítica al actual gobierno manifestando que el presidente Milei “ha abandonado en la práctica el discurso liberal de anti-intervencionismo estatal, sino que también ha dejado de lado la teoría monetarista”.

Es notable observar que en su versión siglo XXI los economistas del peronismo, algunos sectores socialdemócratas y la izquierda se oponen a un régimen que incentiva inversiones prioritarias para el desarrollo argentino, de un modo parecido al que siguieron los antidesarrollistas que conspiraban contra las políticas del presidente Frondizi para lograr el autoabastecimiento de petróleo entre 1958 y 1962.

El Estatuto del Subdesarrollo parece continuar hasta nuestros días. Además de la izquierda y del peronismo, no faltan economistas del otro lado del péndulo que creen que el RIGI es una herejía antiliberal porque el Gobierno prioriza e incentiva grandes inversiones en determinados sectores de la economía como infraestructura, siderurgia, energía y petroquímica, en lugar de dejar que la mano invisible del mercado resuelva su destino sectorial y geográfico. Es el subdesarrollo, estúpido.

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