[”Las obreras que voltearon al zar” se puede adquirir, en formato digital, en Bajalibros clickeando acá.]
Militante socialista, sindical y del movimiento de mujeres, la periodista Olga Viglieca Strien, que además es coautora de “Nenina” y guionista de “La cena blanca de Romina”, desde hace más de dos décadas investiga la historia de las trabajadoras y las luchas por su emancipación. Con una vastísima trayectoria en los medios, trabajó en El Porteño, El Periodista, Página/12, Clarín, Diario Z, y colaboró con varios medios del exterior. Además de codirigir junto a Mónica Urrestarazu la colección “Biblioteca de Mujeres” para la editorial Biblos.
En una entrevista a cargo de María Belén Marinone en el marco de Experiencia Leamos, la periodista presentó su libro más reciente, Las obreras que voltearon al zar, un contenido exclusivo de la plataforma Leamos.com, que forma parte de la colección “Mirá como nos leemos”.
El 8 de marzo de 1917, las obreras textiles de San Petersburgo, cansadas de la vida precaria y denigrante a la que estaban siendo llevadas, llamaron a la huelga general y abandonaron las fábricas del principal distrito fabril de esa ciudad. La fecha requiere de una explicación porque se suele hablar de la “Revolución de Febrero” y se debe a un desfase entre el calendario gregoriano y el juliano, que era el que usaban en Rusia. El 8 de marzo era, para ellos, el 23 de febrero.
Aquella “Revolución de Febrero”, entonces, suele ser descalificada por despolitizada y espontánea, pero terminó por sumar a la huelga a toda la clase obrera, a la par que disuadió a los regimientos enviados a reprimirlas, derribó el sistema de autocracia y abrió el camino de la Revolución de Octubre. “Fue una revolución de mujeres hartas de sus propios padecimientos”, dijo Viglieca. Muchas de ellas no tenían partido, ninguna experiencia política, y el 80% era analfabeta. Pero dijeron basta. “Y con ese basta profundo demolieron ocho siglos de la autocracia zarista”.
Lo que terminó por provocar el levantamiento fueron las horas y horas de cola que las mujeres debían hacer para conseguir comida. Filas en las que las mujeres aprendieron a insultar a Dios (a la Iglesia Ortodoxa) y al Zar. “El estallido fue por dos cuestiones”, explicó Viglieca, “por un lado, las mujeres conocieron su propia fuerza al estar integradas a la fábrica, y luego por las familias hambreadas: cuando las mujeres no tenemos con qué parar la olla –y esto forma parte de toda la historia de la edad moderna–, estallan las revoluciones”. Es la historia de la revolución francesa, de la inglesa, y, dijo Viglieca, de las piqueteras en el argentinazo”. Si se acaba la comida y los hijos empiezan a tener hambre, dijo, no importa el grado de politización de una mujer: sale a buscar algo que la lleva a chocar inmediatamente contra el aparato del Estado, que es quien tiene que garantizarlo.
Viglieca señaló que, si uno ve las consignas políticas hasta que se derrumba el zarismo, se da cuenta de la velocidad con que la conciencia revolucionaria pega saltos gigantescos. Porque aquella primera huelga del 8 de marzo era por pan y arenques –“como si nosotros dijeramos por el derecho al pan’–, pero luego cambia a “Abajo la guerra: paz, pan y tierra”, para que hubiera una distribución de la tierra que estaba en poder de una monarquía y de un puñado de señores semifeudales, y para que vuelvan los hombres del frente de la Primera Guerra mundial. “A las mujeres les importaba un bledo la Patria”, dijo Viglieca, “lo que les interesaba era la defensa de la vida y garantizar que sus hijos tuvieran lo indispensable para vivir”.
Ver la entrevista completa en Experiencia Leamos.
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