Durante 2024 se cumplen 50 años de la visita de san Josemaría Escrivá a la Argentina, una figura cuya visión resuena con una relevancia inusitada en la actualidad, marcada por la denominada “grieta”. En su visita a la Argentina en junio de 1974, san Josemaría no solo predicó sobre la fe y la espiritualidad, sino que también abordó temas como la convivencia y el pluralismo: la realidad social y política que se vivía en el país no le fue ajena y sus consejos fueron muy oportunos para ese momento, y lo siguen siendo para hoy.
En sus charlas, instó a no hacer distinciones entre las personas por sus opiniones o posiciones sociales y abogó por un acercamiento lleno de compasión y comprensión. En una sociedad marcada por la polarización, su mensaje resulta crucial. La idea de “ir del brazo de los que no piensan como vosotros” contrasta con la tendencia actual de enfrentarnos.
Sus enseñanzas no estuvieron circunscriptas a la realidad de violencia que vivía el país en ese momento. En una carta de julio de 1933, decía: “Con la luz siempre nueva de la caridad, con un generoso amor a Dios y al prójimo, renovaremos, a la vista del ejemplo que nos dio el Maestro, nuestras ansias de comprender, de disculpar, de no sentirnos enemigos de nadie… Con la caridad, seréis sembradores de paz y de alegría en el mundo, amando y defendiendo la libertad personal de las almas, la libertad que Cristo respeta y nos ganó”.
San Josemaría propuso una ética de convivencia basada en la caridad y la justicia, donde el respeto mutuo y la ayuda desinteresada son fundamentales. Su consejo de que no debemos imponer nuestras opiniones con violencia o coacción es una llamada a la tolerancia. En la carta ya mencionada, afirmaba: “Debemos vivir en una conversación continua con nuestros compañeros, con nuestros amigos, con todas las almas que se acerquen a nosotros. Esa es la santa transigencia. Ciertamente podríamos llamarla tolerancia, pero tolerar me parece poco, porque no se trata sólo de admitir, como un mal menor o inevitable, que los demás piensen de modo diferente o estén en el error. Se trata también de ceder, de transigir en todo lo nuestro, en lo opinable, en aquello que -no tocando lo esencial- podría ser motivo de discrepancia”.
Además, nos recuerda que el verdadero cristianismo no conoce de luchas ni divisiones. “La lucha es anticristiana”, decía, destacando que debemos hablar de entendimientos y acuerdos, no de peleas y odios.
En un reciente mensaje enviado a la Argentina, el papa Francisco continuó esa línea: “Que todos podamos buscar lugares de integración descartando la descalificación del otro. Que la grieta se termine, no con silencios y complicidades, sino mirándonos a los ojos, reconociendo errores y erradicando la exclusión”.
Al reflexionar sobre la visita de san Josemaría, es inevitable notar la discrepancia con nuestra situación actual. La “grieta” no solo divide políticamente, sino que también fractura la sociedad a niveles más profundos, creando desconfianza y rencor.
Para San Josemaría, el quehacer universitario cumple un rol muy significativo en la promoción del diálogo y la convivencia pacífica. En 1972, afirmaba: “La universidad no vive de espaldas a ninguna incertidumbre, a ninguna inquietud, a ninguna necesidad de los hombres (…). Pero, al estudiar con profundidad científica los problemas, remueve también los corazones, (…), despierta fuerzas que dormitan, y forma ciudadanos dispuestos a construir una sociedad más justa. Contribuye así con su labor universal a quitar barreras que dificultan el entendimiento mutuo de los hombres…”.
Al celebrar los 50 años de la visita de san Josemaría a Argentina, tenemos la oportunidad de revivir sus enseñanzas. Su llamado a la unidad, al respeto y a la caridad es más pertinente que nunca.