Para los ucranianos que resisten la guerra a gran escala desde hace dos años y medio, hay cambios en su cotidianeidad que no tienen retorno. Uno de ellos es que ya no conciben que alguien les hable en ruso y les resulta intolerable escuchar los nombres de sus ciudades y pueblos pronunciados a la manera rusa. Todos parecen atentos a cada matiz y corrigen de inmediato, por ejemplo, a quien dice Kiev en lugar de Kyiv, como si en esa acción también se les jugara una respuesta nacional a la agresión bélica.
El lenguaje, como el resto de la cultura, es otro frente de guerra entre rusos y ucranianos. Como hay pruebas contundentes de saqueo, destrucción y ensañamiento con los objetos culturales por parte de los rusos, organismos de derechos humanos planean llevar a tribunales internacionales una causa por genocidio cultural, ya que entienden que, detrás de esos ataques, hay un plan sistemático ordenado por el Kremlin para borrar las huellas de la cultura ucraniana.
No solo el Estado ucraniano está documentando los crímenes de guerra, hay decenas de ONGs que también lo vienen haciendo. Algunas iniciaron su labor el 24 de febrero de 2022, cuando comenzó la invasión explícita de los militares rusos; otras vienen trabajando desde 2013 y 2014, en el inicio del gran conflicto del Donbás, la guerra civil ucraniana entre prorrusos y proeuropeos en la que Rusia jugó un papel crucial aunque nunca admitió su presencia en el terreno. Recién con la anexión de Crimea en 2014 (que los rusos consideran “recuperación”) se hizo evidente el protagonismo de Vladimir Putin y su gobierno en las acciones en el Este ucraniano.
Esa fecha, 2014, se asocia con la llamada Revolución de la Dignidad, serie de manifestaciones populares en la maidan (Plaza de la Independencia de Kiev) que estallaron cuando, luego de un viaje a Moscú, el presidente pro ruso Viktor Yanukovich anunció repentinamente que no iba a firmar el acuerdo de asociación con la Unión Europea que se esperaba para esos días. Y esa fecha es también, de alguna manera, el comienzo de un renacimiento cultural ucraniano, uno más en la larga historia de este pueblo, condenado siempre a comenzar de nuevo.
Días atrás, un grupo de periodistas, expertos en derechos humanos y escritores viajamos a Ucrania invitados por la representación local del PEN, la organización internacional que defiende los derechos y la libertad de expresión de los autores. Desde el comienzo de esta etapa letal de la guerra, el PEN ucraniano se vio obligado a ampliar su esfera de acción: muchos de sus miembros -escritores, periodistas e intelectuales- se unieron a las tropas ucranianas. Algunos de los integrantes de la asociación se cuentan entre los muertos de esta guerra que es central para la geopolítica y cuyo final no aparece cercano en el horizonte. Hay exiliados, detenidos, muertos. Hay un hartazgo por lo que se vive y hay temor por lo que los ucranianos perciben como cansancio en el interés del resto del mundo en su causa.
Para cualquier artista o intelectual ucraniano hoy es imposible no tomar parte activa en el conflicto, sobre todo porque para ellos no son novedad las acciones de Rusia para arrasar con su cultura y su voluntad de independencia. Durante los últimos tres siglos, pensadores, escritores, lingüistas, artistas y académicos ucranianos se enfrentaron a los esfuerzos imperiales rusos y soviéticos por negar, asimilar y eventualmente eliminar su cultura y su lengua.
En un artículo publicado por The New York Times, Olesya Khromeychuk, historiadora y directora del Instituto Ucraniano en Londres, hizo un repaso por los “esfuerzos” rusos para borrar la cultura ucraniana, que fueron desde la prohibición de publicar libros y revistas en idioma ucraniano o de poner en marcha sociedades culturales hasta el exilio, encarcelamiento o ejecución de intelectuales influyentes. “Los escritores, poetas y artistas se convirtieron en las figuras que dieron forma a la identidad nacional”, escribió Khromeychuk.
Tal vez sea por eso que, con solo acercarse a algunos de los pueblos ocupados por los rusos y luego recuperados por los ucranianos, es posible constatar el daño a instituciones y símbolos culturales. Lo que se ve es desolador: centros culturales bombardeados, estatuas de grandes autores ucranianos atacadas por aire o dañadas con saña en tierra, bibliotecas arrasadas, desmanteladas, pulverizadas.
Odio. Eso se ve.
Cifras escandalosas
En una tarde de mucho calor en el verano europeo y con corte de luz -una de las modestas tragedias a las que los ucranianos debieron acostumbrarse luego de que los rusos atacaran instalaciones de la infraestructura energética en todo el país-, los integrantes de la delegación de la que formaba parte mantuvimos una reunión con organismos de derechos humanos.
Era la hora de la siesta cuando Halia Chyzhyk, directora ejecutiva de la Lemkin Society, nos habló sobre la causa por “genocidio cultural” que esa ONG está preparando para llevar a la Corte Penal Internacional. Cuando le preguntamos por fechas, aseguró que la presentación será antes de diciembre de este año.
La Lemkin Society lleva su nombre por Raphael Lemkin, el jurista polaco que acuñó el concepto de “genocidio” en uno de sus libros en 1944 y trabajó incansablemente para que la legislación internacional reconociera como crimen lo que hoy se define como “el exterminio o eliminación sistemática de un grupo humano por motivo de raza, etnia, religión, política o nacionalidad”. En el mismo libro, El dominio del Eje en la Europa ocupada, Lemkin hablaba de “genocidio cultural”, ya que para él, la destrucción de una cultura era central en su formulación de genocidio.
En el informe que nos detalló Chyzhyk, los números hablan solos: según el Ministerio de Cultura ucraniano de junio de 2024, las fuerzas rusas destruyeron o dañaron 1080 objetos culturales en Ucrania. Equipos del HeMo (Laboratorio de Seguimiento del Patrimonio Ucraniano) hicieron 56 expediciones a 12 regiones e inspeccionaron 784 objetos culturales. La conclusión de los expertos es que, a través del daño al patrimonio cultural, se busca dañar a la nación entera y es ahí, en esa idea, donde el concepto de genocidio cultural comienza a filtrarse y a tomar forma.
También de acuerdo al informe del Ministerio de Cultura, 116 museos y galerías de arte fueron destruidos o dañados a partir de la invasión de febrero de 2022 (acá podés leer una nota sobre uno de los museos). Algunas de esas instalaciones ni siquiera estaban próximas al frente de batalla y no había otros edificios en los alrededores, lo que les hace concluir a los expertos que los ataques fueron intencionales.
También fue dañado el Museo Khanenko, ubicado en la capital ucraniana, una institución que alberga la mayor colección de arte europeo y asiático del país, aunque hoy no se la puede ver: sus piezas fueron evacuadas y están a resguardo en un lugar desconocido. Mientras tanto, la mayoría de sus paredes y sus vitrinas están vacías, a excepción de algunas que ofrecen obras cedidas por coleccionistas privados que decidieron correr el riesgo por su cuenta.
La experiencia de visitar un museo vacío es alucinante, una suerte de instalación de arte contemporáneo que grita en esa ausencia tantas cosas. Las autoridades del museo ofrecen todo el tiempo propuestas culturales como conciertos o muestras de fotos a la espera de ese arte fabuloso escondido, que también espera que termine la guerra.
Los vidrios del museo estallaron cuando, en un ataque ruso, uno de esos misiles se clavó en la tierra del Parque Shevchenko en octubre del 2022, un maravilloso espacio verde ubicado justo frente al museo.
Fue también en octubre de 2022, y antes de retirarse de la ciudad de Jerson, que los rusos saquearon los museos locales y robaron casi 100.000 objetos. Alrededor del 80% de la colección del Museo de Arte Oleksiy Shovkunenko y las piezas más valiosas del Museo Regional de Costumbres Locales también fueron robadas. Se estima que todo ese material hoy está en Rusia.
Las iglesias tampoco se salvaron de los bombardeos: en enero de 2023, la Catedral de la Transfiguración de Odesa fue incluida en la lista de Patrimonio Mundial de la UNESCO junto con todo el centro histórico de la ciudad. En noviembre del mismo año, fue destruida por un ataque con misiles. Uno de los misiles cayó sobre el techo de la iglesia y demolió al menos tres muros del templo.
Así como la religión es un punto de conflicto entre rusos y ucranianos pese a ser ambas poblaciones mayoritariamente cristianas ortodoxas (ver esta nota), la lengua y la literatura también son centros de disputa. Solo una orden explícita de arrasar con los libros puede explicar que 131 bibliotecas hayan sido destruidas en todo el país y que 746 hayan sido severamente dañadas. En total, según información oficial, se perdieron 187 millones de ejemplares de libros en ucraniano.
Otro ejemplo del odio hacia la lengua ucraniana y las producciones literarias te lo conté en esta nota, y ocurrió cuando los rehenes del pueblo de Yahidne que pasaron 27 días secuestrados en el sótano de una escuela pidieron papel higiénico para limpiarse luego de hacer sus necesidades. Los soldados rusos les entregaron páginas de los libros en ucraniano que estaban en la escuela.
“Rusia ha llevado a cabo acciones amplias y coordinadas para marginar, socavar y, en última instancia, eliminar las manifestaciones tangibles e intangibles de la cultura ucraniana desde su ocupación ilegal de Crimea y partes de Luhansk y Donetsk”, se lee en un detallado informe de la sudafricana Liesl Gerntholt, en el sitio del Pen estadounidense.
Para Putin, Ucrania no existe
“La Ucrania moderna fue creada completa y enteramente por Rusia, más específicamente por la Rusia Bolchevique y comunista”. La frase fue pronunciada por el presidente ruso Vladimir Putin poco antes de la invasión de febrero del 2022 y no era una provocación más sino uno de los argumentos ensayados para justificar la gran guerra que se avecinaba. En los años anteriores, varias veces había repetido que “no hay base histórica para señalar que el pueblo ucraniano es una nación separada de los rusos” y también que Ucrania no es una nación.
Putin necesitaba instalar la idea de que lo que entonces llamaba “Operación militar especial” no afectaba la soberanía de nadie. Si Ucrania no existe, no puede tener soberanía. Por aquellos días, Joshua A. Tucker, profesor de ciencias políticas de la Universidad de Nueva York y experto en Rusia, aseguró en una nota del New York Times que el líder ruso estaba armando su propio esquema para mostrarle al mundo que “Ucrania no tiene el tipo de derechos que asociamos con las naciones soberanas”.
“Fue una señal de que Putin pretende argumentar que una intervención militar en Ucrania no estaría violando la soberanía de otro país”, explicó Tucker. En esa misma dirección, podría decirse que en su argumentación, tampoco existen la cultura ucraniana, el arte ucraniano, la religión ortodoxa ucraniana y que, así como “recuperaron” Crimea, Rusia debe salvar a los ciudadanos de Ucrania del apetito del Occidente próspero, de las garras de la Unión Europea y también las de la OTAN.
Naturalmente, nada de esto piensa una gran parte de los ucranianos, que sí existen y para quienes también existen su país y su cultura; que aspiran a terminar con la opresión rusa y a tener la libertad de elegir a sus socios con independencia de las opiniones del Kremlin.
Según puede verse con solo estar unos días en ese país, los efectos de la rusificación terminan siendo los contrarios del objetivo de Putin. Muchos ciudadanos que hablaban desde siempre ruso y ucraniano, eligieron ahora solo hablar ucraniano. Otros que no lo hablaban, eligieron dejar de hablar ruso y abocarse a la lengua nacional.
En una entrevista de julio de 2022, el novelista, poeta y ensayista ucraniano Yuri Andrukhovych habló de este efecto paradójico: “Es bastante irónico que cada intento que Rusia ha hecho para destruir la cultura ucraniana haya tenido el efecto opuesto. Actualmente existe una tendencia generalizada entre los ucranianos a hablar exclusivamente en ucraniano y se escribirán nuevos poemas, novelas, cuentos, ensayos en ucraniano. Es la mejor manera de vencer a los agresores rusos y sobrevivir en la catástrofe humanitaria que nos han provocado”, dijo.
“Construir” un caso
Como para entender el alcance de esta causa que está preparando la Lemkin Society sobre “genocidio cultural”, consulté a Ignacio de Casas, abogado experto en derechos humanos y secretario académico de Derecho en la Universidad Austral. Ignacio fue uno de mis compañeros de viaje a Ucrania y tuvo la gentileza de resumirme así la letra chica de cómo se manejan estas cuestiones.
“Desde el 2022, e incluso antes, miles de personas que son víctimas o testigos de crímenes de guerra, crímenes de lesa humanidad o incluso genocidio, capturan y envían videos, fotos, relatos y otros datos que inundan las redes, las comisarías, fiscalías, etc. Las ONGs están tratando de sistematizar y documentar toda esta información de una manera que sirva para “construir” y probar casos que puedan llevarse a tribunales con posibilidades reales de llegar a condenas, de personas concretas, con nombre y apellido. Es una labor que también está haciendo la oficina del Procurador General de Ucrania. Pero la cantidad de crímenes que se están cometiendo es tan grande, que todas las manos posibles son necesarias.”
– ¿A qué te referís cuando hablás de “contruir un caso”?
– Para lograr justicia frente a las violaciones de derechos humanos y del derecho internacional que se están dando, es necesario poder demostrarlo en un juicio. Eso requiere, por un lado, identificar las personas responsables de las violaciones con nombre y apellido (quién dió la orden, quién la ejecutó, qué fue lo que hicieron); y además poder probar que lo hicieron, que aquello que se alega que hicieron constituye un crimen previsto en el código penal del país que lo juzga o contrario al derecho internacional (por ejemplo, el Estatuto de Roma, que contiene los crímenes de la competencia de la Corte Penal Internacional: genocidio, crímenes de guerra, de lesa humanidad o agresión).
— ¿Y una vez que se construye el caso, adónde se lo lleva? ¿Cómo se elige el tribunal ideal para cada caso?
– La gravedad e internacionalidad de estos casos hacen que existan varios foros posibles para juzgarlos. En primer lugar, aquellos del territorio donde se cometen los crímenes. Es decir, los tribunales domésticos ucranianos. Allí es donde previsiblemente buscará llevar sus casos el Procurador General de Ucrania (PGU). Y donde también podrían hacerlo las ONGs que están investigando y documentando en el terreno. Otra posibilidad es hacerlo en tribunales internacionales, como la Corte Penal Internacional (CPI), que sabemos que tiene abierta una investigación general con toda una serie de sospechosos. El Fiscal de la CPI tiene un mecanismo abierto para recepción de información, y puede recibir la colaboración tanto del PGU como de ONGs y de víctimas o testigos individuales.
Nombres detrás de las cifras
A veces leemos datos y más datos y, en la enormidad del horror, se nos olvida que detrás de las cifras están las historias de vida y de muerte. Que detrás de los cuadros y las estadísticas están las personas y los símbolos de una identidad. Por eso, van aquí algunos episodios, para tener una idea de lo que estamos hablando.
El sacerdote Stepan Podolchak, de Iglesia Ortodoxa de Ucrania, fue asesinado en Kalanchak, región de Jerson en febrero de 2024. El religioso había presidido el servicio en ucraniano y se había negado a trasladar su iglesia al Patriarcado de Moscú, a pesar de las presiones de los servicios de seguridad del gobierno ruso.
Como conté en esta nota, el escritor Volodymyr Vakulenko, autor de libros infantiles, poeta y traductor, fue asesinado durante la ocupación de Izuim, en la región de Kharkiv. En marzo de 2022, luego de la ocupación de Izium, Vakulenko -una autor con presencia en el debate público- fue secuestrado por los militares rusos y desde entonces se desconoció su paradero. Recién en mayo de ese año, después de la liberación de la región por parte de los ucranianos, se descubrió una fosa con cadáveres y entre ellos estaba el de Vakulenko, quien venía llevando un diario de la ocupación y, a modo de prevención, lo había enterrado en el jardín de la casa de su padre.
El acordeonista y director de orquesta Yuriy Kerpatenko fue asesinado por militares rusos en septiembre de 2022. Lo acribillaron a través de la puerta de su departamento, luego de que el músico se negara a conducir un concierto organizado por los ocupantes.
La muerte de la novelista e investigadora Victoria Amelina es el caso más conocido, posiblemente por el modo en que se dio, ya que ella estaba cenando junto con los miembros de una delegación colombiana que visitaba los territorios en disputa cuando la pizzería fue bombardeada por misiles rusos, en Kramatorsk, el 27 de junio de 2023. Victoria murió a causa de sus heridas el 1 de julio y sus amigos no dejan de llorarla.
Cuando murió, hacía varios meses que venía trabajando con Truth Hounds, organización que documenta crímenes de guerra y violaciones a los derechos humanos. Según cuenta en el libro homenaje Nothing Bad Has Ever Happened su gran amiga Tetyana Teren -periodista, ensayista, directora ejecutiva del PEN ucraniano-, aunque Vika -así la llamaban los íntimos- era una mujer solidaria y apoyaba todas las causas desde el comienzo de la invasión, sentía que no alcanzaba, que le era necesario participar más activamente en la investigación de los crímenes de guerra rusos y fue por eso que se unió a la organización y cambió el registro de su escritura, de la ficción a la no ficción.
Mientras tanto, por sus contactos con escritores de otros países, a través de sus redes sociales contaba lo que estaba ocurriendo en Ucrania y lo necesario que era que el mundo abriera los ojos ante el genocidio cultural que estaban perpetrando los rusos. Es posible que su voz haya sido la más escuchada fuera de Ucrania. Fue a través del trabajo con Truth Hounds que Vika Amelina descubrió el diario de la ocupación de Volodymyr Vakulenko, enterrado en el jardín de su padre.
Ese diario, prueba literaria y de martirio de un pueblo, hoy se encuentra exhibido en el Museo del Holodomor, que narra la historia de la hambruna artificial a la que Stalin sometió a los ucranianos entre 1932 y 1933 y que, al igual que los escritores y otras instituciones locales, en la actualidad cuenta mucho más que aquella historia criminal del siglo pasado, ya que le da lugar en sus muros y vitrinas a episodios de la guerra que tiene lugar por estos días.
Lo hace en busca de paralelos escalofriantes entre las acciones rusas en contra de los ucranianos de otros tiempos y las del presente. Quienes tomaron esa decisión curatorial lo hacen, como todas las instituciones ucranianas y como todos los protagonistas del arte y la cultura ucranianos, porque algo hay que hacer para seguir gritándole a todos que la cultura de ese pueblo corre el riesgo de desaparecer si el mundo no hace algo para evitarlo.