Perú es un país de contrastes, donde la belleza de los Andes se entrelaza con la costa del Pacífico; sin embargo, es también tierra de temblores, una realidad innegable que se inscribe en su historia. Situado en el Cinturón de Fuego del Pacífico, el territorio peruano es testigo constante de los movimientos telúricos que desafían tanto a sus habitantes como a las estructuras.
El Instituto Geofísico del Perú (IGP) es el encargado de la investigación sísmica en el país y viene desentrañando los misterios de estos movimientos subterráneos. Sin embargo, la incertidumbre persiste; el cuándo y el cómo siguen siendo enigmas insondables, retando incluso a las tecnologías más sofisticadas.
El tema de los sismos, lejos de ser un fenómeno reciente, se remonta a tiempos de los incas. Los antiguos pobladores del territorio peruano vivieron en carne propia la furia de la tierra. En el año 1490, dos violentos terremotos sacudieron la región, con magnitudes que superaron los 6,5 grados en la escala Richter, dejando su impronta en la arquitectura sagrada de Machu Picchu. Los muros se vieron deformados por la fuerza telúrica, obligando a los pobladores a innovar en técnicas constructivas que desafiaran a los temblores posteriores.
El proyecto de investigación Cusco-Pata, llevado a cabo por el Instituto Geológico, Minero y Metalúrgico (Ingemmet), dio más pistas sobre este período tumultuoso de la historia peruana. Mediante rigurosos análisis geológico-estructurales y de arqueosismología, los científicos identificaron más de 140 señales de daño ocasionadas por los sismos en los templos de Machu Picchu. Grandes bloques de piedra se desplazaron, las esquinas se astillaron, pero la esencia de la arquitectura incaica resistió con estoicismo el embate de la naturaleza.
Un legado de preparación sísmica
La arquitectura inca se distingue por su solidez, simplicidad y simetría, características que, junto con el uso ingenioso de piedras, ladrillos y adobe, confieren resistencia ante los movimientos sísmicos. La técnica de ensamblaje de piedras sin mortero, conocida como “albañilería de piedra seca”, revela la maestría de los constructores incas en el arte de la edificación.
Los muros, erigidos con bloques de piedra perfectamente tallados y encajados, exhiben una precisión milimétrica que desafía la lógica y asegura la estabilidad estructural. Esta técnica, heredada de generación en generación, ha resistido la prueba del tiempo y sigue siendo un modelo de ingeniería para el mundo contemporáneo.
La región de Cusco, cuna del imperio incaico, es también escenario de fenómenos sísmicos que maracron su historia. Terremotos de magnitud significativa, como los registrados en los siglos XVII y XX, dejaron su huella en la geografía y la memoria colectiva de sus habitantes. Aunque la causa exacta de estos eventos sigue siendo motivo de estudio, su impacto en la sociedad y el medio ambiente es innegable.
El proyecto Cusco-Pata, además de desentrañar los secretos geológicos de la región, abre nuevas perspectivas para la gestión del riesgo sísmico y la planificación urbana. Los datos recopilados permitirán la elaboración de políticas públicas orientadas a la prevención y mitigación de desastres, promoviendo así una cultura de resiliencia y adaptación en la población.
No solo enfrentaron los terremotos
Los fenómenos naturales, desde tiempos remotos, son protagonistas en la historia de la humanidad. Nuestros ancestros, dotados de una sabiduría ancestral, se vieron confrontados con la fuerza indomable de la naturaleza, adaptándose con ingenio o enfrentándose a su ira con temor reverencial. Los registros históricos son escasos, con crónicas que, aunque valiosas, reflejan una perspectiva occidentalizada que a menudo no alcanza a comprender la esencia del pensamiento andino.
Alfonso Klauer, en su obra “El Mundo Pre-Inka: Los Abismos Del Cóndor”, adentra al lector en la visión que tenían los incas sobre los fenómenos naturales. Para ellos, aludes, huaicos, desbordes de ríos, erupciones volcánicas, temblores y terremotos no eran simples calamidades, sino mensajes de la tierra, manifestaciones de su espíritu en ocasiones iracundo. Este profundo respeto hacia la naturaleza se traducía en un temor reverencial y en esfuerzos por aplacar su furia, convirtiendo así a la tierra en el centro de su religión.
La hidráulica inca sostiene la hipótesis de que nuestros antepasados tenían formas de registrar y transmitir conocimientos sobre estos fenómenos. Los quipus, las maquetas y el monolito de Saywite podrían haber sido vehículos para esta transmisión de saberes ancestrales, testigos mudos de una época en la que la interacción entre el hombre y la naturaleza era más estrecha y profunda.
Las historias de los cronistas españoles, al llegar a tierras peruanas, registraron con detalle las percepciones y creencias de los nativos sobre los desastres naturales. Klauer señala cómo Pedro Cieza de León, en 1548, describía la complejidad de las estaciones en el Perú, reflejando la sorprendente diversidad climática de la región, un fenómeno que desafiaba las concepciones europeas preestablecidas.
“En las sierras comienza el verano en abril, y dura mayo, junio, julio, agosto, setiembre, y por octubre ya entra el invierno (…) más en estos llanos junto a la mar del Sur es al contrario de todo lo susodicho, porque cuando en la serranía es verano, es en ellos invierno pues vemos comenzar el verano por octubre y durar hasta abril, y entonces entra el invierno; y verdaderamente es cosa extraña considerar esta diferencia tan grande, siendo dentro de una tierra y en un reino.”, dijo el cronista español.
El estudio de la visión andina sobre los desastres naturales durante el siglo XVI es un desafío complejo. La falta de registros directos de los nativos, sumada a la inevitable influencia de los prejuicios y la interpretación occidental de los cronistas españoles, dificulta la comprensión plena de este aspecto. Sin embargo, es posible identificar ciertos patrones en la interpretación de estos fenómenos, tanto por parte de los peruanos como de los colonizadores.
Los antiguos pobladores, según el trabajo de investigación “La visión de los desastres naturales en el mundo andino durante el siglo XVI”, atribuían los desastres naturales a la ira de los dioses, manifestada en epidemias, sequías, terremotos, tsunamis o erupciones volcánicas. Ante el temor de provocar esta ira, realizaban ceremonias y rituales para aplacarla, un fenómeno que revela la profunda conexión espiritual entre el hombre y la naturaleza en la cosmovisión andina.
La explosión del volcán Misti, durante el gobierno de Pachacútec, es un ejemplo destacado de esta relación entre el hombre y los fenómenos naturales. Ante la incapacidad de acceder al cráter del volcán, el inca ingenió un método efectivo para realizar las ofrendas, lanzando bolas de barro impregnadas con sangre de animales. Este episodio ilustra la complejidad de las prácticas religiosas y rituales de los incas, así como su profundo respeto por la fuerza de la naturaleza.