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Él es argentino y ella alemana: se enamoraron y hoy llevan el tango y el folclore a todo el mundo

Luis Pereyra
Luis Pereyra y Nicole Nau (Fotos: gentileza)

Ella se apasionó con el tango al verlo bailar a él hace más de tres décadas. Y decidió recorrer los más de doce mil kilómetros que separan su Alemania natal de la Argentina para aprender sobre el 2×4. En ese momento, no imaginaba que ese viaje cambiaría para siempre su vida en todo sentido. Pero así fue. Hoy, Nicole Nau y Luis Pereyra son esposos y pareja de baile. Viven seis meses en Wuppertal y el resto del año en Quilmes Oeste. Y recorren el mundo con la compañía El sonido de mi tierra, con la que actualmente están presentando el espectáculo de baile, Vida! Argentino.

—¿Cómo hicieron posible este proyecto?

L.P.: Hace más de 20 años que hacemos un espectáculo de folclore y tango que financiamos con nuestro propio bolsillo. Contratamos artistas argentinos, bailarines, músicos… Y hemos hecho mucho en Europa, en la misma Alemania, Bélgica, Holanda, Suiza, Austria, Francia, Bélgica y otros puntos que recorrimos llevando el arte de la cultura dancística, que no es a priori muy fácil de manifestar, a todo el mundo.

—Usted es argentino y su relación con esta música debe haber nacido en su infancia…

L.P.: Exactamente. Al nacer en Santiago del Estero, en mi familia era propio bailar. Pero debuté profesionalmente en el año ‘75, en Caño 14 de la calle Talcahuano, en el ballet de Mario Machaco y Norma Re, que fue la esposa y madre de las hijas de Santiago Ayala, el Chúcaro. Después, en 1984, me independicé y me incorporé al boom de Tango Argentino, de Claudio Segovia y Héctor Orezzoli, donde estuve durante once temporadas consecutivas. Mi última actuación con la compañía fue en Broadway en el 2000.

—¿Y cómo apareció Nicole en esta historia?

N.N.: Yo en realidad tenía otra profesión, era diseñadora gráfica, pero me había quedado pendiente el sueño de bailar…. Era una necesidad. Hoy, los dos rozamos los 60 años. Pero, a los 23, yo sentía que ya era grande para empezar con alguna disciplina como la danza clásica. Y sin embargo, sabía que había algo que todavía no tenía definido. Porque, en aquella época, no había Internet. Así que yo conocía muy poco del tango, nada del folclore y tampoco sabía mucho de Argentina. Hasta que llegó a mi ciudad el espectáculo en el que trabajaba Luis. Y fui a verlo.

Luis Pereyra
Luis y Nicole en sus primeros años de pareja

—¿Qué pasó entonces?

N.N.: Me impactó tanto ver a esos bailarines que parecían imanes y escuchar esa música, que tuve la necesidad de volar a la Argentina para conocer más sobre el tango. En ese momento era estudiante, así que ahorré plata para un viaje de seis semanas y me me fui sola. Al principio fue un impacto, porque en mi fantasía Buenos Aires era una ciudad completamente distinta, más glamorosa. Y me dije: “¿Qué hago acá?”.

—¿Y?

N.N.: De a poco comencé a descubrir el lugar. Corría el año ‘88 u ‘89 y no había tantos espectáculo de tango. Así que aprendí tomando algunas clases y después me volví a Alemania, pero con la idea de que esto era lo que quería hacer.

—¿Hasta ese momento no había vuelto a ver a Luis?

N.N.: No. Solo lo había visto una vez en el escenario. Y, obviamente, era un artista a admirar para mí. Porque hacía lo que yo quería aprender y de la manera en que me gustaba.

—¿Pero usted vino detrás del tango o detrás de él?

N.N.: Detrás del tango. De alguna manera, nuestra historia se empieza a escribir cuando yo tomo el primer contacto con él al verlo bailar en Alemania, que fue lo que me llevó a querer venir a la Argentina. Pero, hasta ahí, no habíamos tenido ningún contacto personal. Sin embargo, después de ese primer viaje volví a mi país y, en las vacaciones, regresé a Buenos Aires por tiempo indeterminado. Mi frase fue: “Me quedo hasta que se me termine la plata”. Porque, de verdad, quería formarme como bailarina.

Luis Pereyra
La alemana descubrió el folclore de la mano de Luis

—¿Y lo logró?

N.N.: Invertí todo en clases de tango. Y empecé a estudiar algo de clásico, porque me di cuenta de que hacía falta preparar el físico también. La verdad es que hice una carrera algo importante con mi baile, pero era infeliz. Y esto recién cambió cuando entré en la producción de una ópera para un festival de Europa para la que buscamos un bailarín solista y se sumó Luis. Nosotros ya nos veníamos cruzando profesionalmente, pero recién ahí empezó a germinar nuestra relación.

L.P.: Hasta ese momento éramos amigos y nos queríamos, pero no pensábamos que pudiéramos terminar siendo familia. La cosa es que en el 2000, cuando yo estaba dirigiendo El viejo Almacén, Nicole me llamó para proponerme hacer la ópera Orestes, Último Tango, con Julia Zenko, Carlos Vittori y dirección de Betty Gambartes y Diego Vila. Y me quedé con el protagónico. Simultáneamente, supe que ella estaba separándose por esos chismes de camarín y bueno, sucedió lo que tenía que suceder.

—¿Usted sí la tenía fichada?

L.P.: Desde hacía muchos años…Siempre se lo dije. Y me dolía, porque yo sentía una gran atracción y un enorme cariño por ella, era un amor inmenso, pero ella estaba con otra persona. El tema es que entré por la ventana a ese proyecto. Y, en la misma sala donde yo había tomado mis clases de baile en los ‘70, comenzó nuestra historia con un abrazo y un beso. Así que le estoy muy agradecido a Dios y a la Virgen, de que me hayan permitido compartir mis días con Nicole.

—Pero, ¿cómo dio ese primer paso?

L.P.: Fue muy natural. Estábamos los dos solos en la sala de ensayo, porque nos habíamos quedado a repasar el área que me tocaba a mí con ella. Y era una escena de hacer el amor en el piso, ¿no? Yo tenía las pulsaciones muy altas. Eso no me pasaba cuando estábamos ensayando con todos, pero ahí sí. Y sentí la necesidad de abrazarla y besarla sin decirle nada. Yo esperaba los zapatazos, los insultos… Y hubiera sido lo lógico. Pero ese mismo impulso me llevó a decirle, inmediatamente, que la amaba. Y ahí empezó todo que nos llevó primero al noviazgo, al casamiento en el 2011 en Argentina y a tener tres hijos, que ella llevó en su vientre y que no pudieron crecer: uno quedó en Alemania y los otros dos en Quilmes.

LUIS PEREYRA Nicole Nau
Luis y Nicole en el Registro Civil de Quilmes, el día de su boda

—¿Fueron tres embarazos que no llegaron a término?

L.P.: Tal cual, tenían más de tres y cuatro meses de gestación pero no se pudieron sostener. Fue muy lamentable. La última fue Silvana, que quedó en Düsseldorf, antes María quedó en la manito de Nicole, en Bernal, y Joshua, que fue un parto muy doloroso para ella y quedó en la casa en la que vivimos actualmente en Quilmes.

—Esto debe haber sido muy duro para usted, Nicole….

N.N.: Sí, la verdad que fue muy doloroso. Pero agradezco mucho haberlos tenido en el vientre, porque yo siento que aunque no llegaron a este mundo los chicos están. Y nosotros somos mamá y papá de los tres. En ese sentido, creo que el último ginecólogo que me atendió fue muy inteligente. Él me dijo: “Lo que entra naturalmente, también naturalmente se va. A esperarlo”. Ya sabíamos que no tenía más latidos y estuvimos casi dos semanas con ese chiquito en la pancita, bailando, por lo que tuvimos el tiempo de despedirnos. Hasta que, con un parto normal, lo tuvimos en casa. El médico me dijo que, recién después, lo llamara par ir a la clínica y ver si realmente se había hecho completo. Y eso me dejó en paz. Porque, con los otros dos, me durmieron para limpiarme. Y es como que entrás siendo madre y salís sin nada. Y eso duele, porque te llena de culpa. De repente sentíamos que éramos una familia y, de un momento a otro, éramos Luis y Nicole nada más. A veces pienso cuánta gente se debe separar en un momento así, porque te enfrentás a un vacío enorme.

—Ustedes, sin embargo, se unieron más.

N.N.: Sí. Fue extremadamente difícil, porque además venimos de dos idiosincrasias muy distintas. Pero logramos seguir porque pudimos hablar en demasía de todos los temas, hasta del más pequeño, y ponernos en la sala de ensayo a danzar de la forma en que podíamos para tratar de buscar alivio. Y entonces, desde la creatividad, sentimos que de alguna manera fuimos honrando a nuestros hijos.

—Recién mencionó las diferentes idiosincrasias. ¿Cómo lograron compatibilizar dos culturas tan distintas como la argentina y la alemana?

N.N.: No fue fácil, tuvimos muchísimos malentendidos y nos agarramos muy feo. Porque lo que por ahí en Alemania es normal, en Argentina no lo es y viceversa.

Luis Pereyra
Luis y Nicole tuvieron varios desencuentros por las diferencias culturales

—¿Por ejemplo?

N.N.: En mi país se tiene la costumbre de ponerse los mejores vestuarios para ir a la iglesia a honrar a Dios. El tema es que un día me puse un trajecito muy bello de flores, blanco, para ir a la misa con Luis. Y él me abrió la puerta del auto y me dijo: “Así no vas”. Yo no entendía nada. Él estaba muy enojado conmigo y yo estaba muy herida. Entonces me dice: ”Estás insultando a toda la gente pobre que va al templo”. Es que nosotros íbamos a una parroquia de Quilmes a la que iba mucha gente necesitada. Y él decía que yo les estaba poniendo en la nariz que tenía lo que ellos no. Pero yo le dije: “Me he visto así por el Señor, no para aparentar”.

—Entiendo.

N.N.: También pasaba que, por ahí, Luis me decía un martes: “Tengo ganas de ir al cine el sábado”. Y yo el sábado me vestía para salir, porque para los alemanas la palabra se cumple. Pero él me decía: “No, el martes tenía ganas, pero hoy no”. Así que se tuvo que acostumbrar a decirme: “Hoy martes pienso que sería lindo ir al cine el sábado, pero el sábado no se si voy a querer ir”. Y no a pensar en voz alta. Situaciones por el estilo vivimos varias, en las que no entendíamos ni quisiera por qué nos peleábamos. Y era porque las cosas tenían distinto significado para uno y otro.

—¿Usted se acostumbró a la vida en la Argentina los seis meses que pasa en Quilmes?

N.N.: Absolutamente. De hecho, cuando estoy en Wuppertal extraño muchísimo mi casa allá, donde tenemos nuestros animalitos

—¿Y usted, Luis, se adaptó a Alemania?

L.P.: Yo lo vivo como una pesadilla, pero muy linda. Me cuesta un poco porque no hablo bien el alemán, obviamente. Pero me siento muy querido y respetado por los vecinos. Estamos en un barrio donde hay mucha paz y tranquilidad, lleno de bosques. Y yo tengo mi espacio, mis libros y mi música. Eso libera la creatividad. En Argentina, en cambio, siempre he sentido mucho ruido por las cuestiones sociales. Desde ya que extraño. Pero, de alguna forma, me ayuda pensar en la vida que han tenido Atahualpa Yupanqui o Jairo en Francia, y esos ejemplos me estimulan a seguir haciendo cosas por mi país aunque sea a la distancia.

Luis Pereyra
La pareja en pleno show

N.N.: No por nada el espectáculo se llama El sonido de mi tierra. Y nosotros, al trabajar de esto, donde estemos llevamos a la cultura argentina. Viajamos con una valija llena de Argentina.

—¿Incluye el mate?

N.N.: Claro. Yo tomo, me gusta muchísmo.

L.P.: Tengo que decir que hemos marcado toda una tendencia en Europa. Por supuesto, el tango es la bandera que está a la vanguardia de la cultura argentina en el mundo, pero cuando la gente escucha una zamba, una chacarera o un malambo, realmente se pone como si fuese un festival folclórico de campo. Y nos llena de orgullo. Obviamente, en los últimos tiempos nos está costando mucho invertir en mi país. El año pasado hicimos funciones en el Teatro Astral con muchísima repercusión, pero no es fácil. Al público local le cuesta asimilar este tipo de espectáculos. Y ojalá algún día cambie esto, porque los artistas necesitamos poder trabajar en nuestro terruño.

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