No son actores. Pero se subieron al escenario para contar su vida a partir de una tragedia que atravesó a la Argentina como sociedad. Pero que a ellos los golpeó en lo más íntimo: el brutal atentado terrorista a la AMIA el 18 de julio 1994. Hugo Basiglio, Jennifer Dubín, Adrián Furman y Alejandra Terranova, protagonistas de la obra “La silla vacía”, son familiares de cuatro víctimas fatales de la bomba que demolió el edificio de la mutual judía y mató a 85 personas. Adrián, además, es sobreviviente: trabajaba en el sector de sepelios.
Este 2024 se recuerdan los 30 años del atentado. Y los cuatro se animaron a transitar distintas emociones: hay tristeza, bronca, nostalgia, toques de humor y fundamentalmente mucho amor. Con esas herramientas -que amalgamó la directora Sol Levinton– contaron la relación que tuvieron con sus padres -en los casos de Hugo, Jennifer y Alejandra-, y con su hermano, en el de Adrián. También, la angustia que vivieron desde aquel lunes a las 9.53 de la mañana hasta que los restos de sus familiares fueron hallados. Y el dolor de la ausencia y la reconstrucción personal a partir de entonces.
Quienes eran las víctimas
Hugo Norberto Basiglio: En marzo de 1994, el arquitecto Andrés Malamud, a cargo de las refacciones de AMIA, contrató a Basiglio para que trabaje como electricista. Durante casi toda su vida había sido colectivero. Así conoció a su esposa, Dolores: era una pasajera. Y en esa tarea sufrió un infarto. Era muy habilidoso para cualquier tarea del hogar, por eso Malamud confió en él. A ese trabajo, a su vez, Basiglio llevó a Martín Figueroa, un amigo suyo. El 18 de julio ambos estuvieron en AMIA desde temprano. No para trabajar, sino para cobrar el dinero de la tarea cumplida.
Fabián Furman: Tenía 30 años y era el mayor de tres hermanos. Cuando terminó el secundario se puso a estudiar arquitectura, pero dejó en tercer año. Desde entonces, era uno de los empleados del sector de sepelios de AMIA. Y, cuando terminaba su horario, conducía un taxi. Se había casado con Bibiana 18 meses antes del atentado, y estaban terminando de acondicionar una casa para mudarse.
Juan Carlos Terranova: Tenía 52 años, era mendocino y se dedicaba a la distribución de productos alimenticios. En 1994 estaba casado y tenía cuatro hijos: Juan Sergio, Marcelo, Patricia y María Alejandra. Cuando terminó el secundario, ya en Buenos Aires, su padre le instaló un puesto en una feria. Luego de casarse puso una verdulería. Desde el 84 era distribuidor de la panificadora Sacaan. El 18 de julio, cuando estalló la bomba hacía un reparto en la calle Pasteur junto a su hijo Sergio, que se salvó porque fue a llevarle un vuelto a un cliente.
Norberto Ariel Dubin: Tenía 31 años y era el subjefe de sepelios de AMIA. El menor de cuatro hermanos, estaba casado y tenía dos hijos, Juan Manuel y Jennifer. “El Gordo”, como le decían todos con cariño, fue despachante de aduana durante mucho tiempo, y en 1987 ingresó a trabajar a AMIA. Le gustaba contar chistes y soñaba con vivir en una casa frente al mar.
La obra
“La silla vacía” fue producida por AMIA y dedicada a las víctimas del 18J. Es la primera vez que la mutual incursiona en las artes escénicas para denunciar, dijeron, “que la impunidad vigente en la causa”, y no permitir “que el olvido se sume al poder destructivo que el terrorismo causó”.
La presentación de “La silla vacía” fue este martes 18 de junio, en una función especial a sala llena en el Auditorio de la AMIA, en Pasteur 633, el mismo escenario que fue blanco del terrorismo tres décadas atrás. La obra tiene música de Eduardo Blacher y la producción ejecutiva estuvo a cargo de Nadia Schraier, Paula Deak, Valentina Maquieira y Ezequiel Semo. Y la voz en off de Ricardo Darín, que presenta como “actores que no son actores” a los cuatro protagonistas.
Luego del emotivo estreno, el presidente de AMIA, Amos Linetzky, expresó: “Estoy profundamente conmovido por esta acción. Quiero expresar mi gratitud inmensa a los familiares que, con coraje, siguen siendo nuestro norte en el momento de hacer memoria y reclamar justicia”.
Para Elio Kapszuk, director de Arte y Producción de AMIA y autor de la idea, la propuesta teatral “es una experiencia íntima, única y genuina, que solo puede ser generada desde el encuentro y el diálogo entre personas que han atravesado y siguen transitando el mismo dolor. Los testimonios de los protagonistas proponen, con valentía y autenticidad, un recorrido sobre cómo la vida se transforma y cómo se sigue en medio de la injusticia y la impunidad,” aseguró.
Sol Levinton, la directora de la obra, explicó el origen del título: “Una silla vacía es un símbolo crucial de aquel que ya no está. En escena siempre hay una silla vacía, pero ni los actores ni el público pueden anticipar cuál va a ser. Porque la vida es así: impredecible, inesperada. No hay forma de pronosticar qué nos depara. No hay justificación para las personas que se convierten en víctimas, y nadie está exento de serlo. Pero, como decimos en la obra, una silla puede ser sólo una silla, y a veces puede ser mucho más.”
Las funciones siguientes que hasta el momento están programadas tendrán lugar el lunes 1, el martes 2 y el miércoles 3 de julio a las 20 horas, en el mismo escenario y en forma gratuita. Para reservar las ubicaciones, las personas interesadas deben reservar las entradas, sin costo, en el siguiente link: https://www.eventbrite.com.ar/e/la-silla-vacia-tickets-928551772347.