Hasta febrero de 2003, las tres manzanas del Barrio de los Diamantes, en Amberes, Bélgica, era considerado uno de los lugares más seguros del mundo, con 63 cámaras de seguridad distribuidas en sus pocas calles y una división de policía especializada. Tantas precauciones tenían sentido, por allí pasaba – y sigue pasando – el 80 por ciento de los diamantes en bruto del planeta. Allí se los corta, se los pule y, claro, se los compra y se los vende, en operaciones que alcanzan los 220 millones de dólares por día.
En el corazón mismo del barrio se encuentra el Antwerp World Diamond Centre (Centro Mundial de Diamantes) cuya bóveda, en el segundo subsuelo del edificio, tenía entonces 189 cajas de seguridad y estaba protegida por diez sistemas de protección de altísima tecnología. En esas cajas, los comerciantes de las piedras más valiosas del mundo guardaban sus piezas a la espera de realizar sus operaciones, convencidos de que las dejaban en un lugar inexpugnable.
Así parecía ser hasta que el fin de semana de largo de San Valentín, entre el 14 y el 16 de febrero de 2003, cuatro hábiles ladrones que portaban los sugestivos apodos de Genio, Monstruo, Speedy y el Rey de las llaves, liderados por el joyero italiano Leonardo Notarbartolo, violaron todos y cada uno de los sistemas de seguridad de la bóveda y vaciaron cien de esas 189 cajas para llevarse diamantes de todo tipo por un valor de 100 millones de dólares.
La operación, planificada durante dos años, fue perfecta y los ladrones nunca habrían sido atrapados de no ser por un error burdo que dos de ellos cometieron cuando estaban a punto de cruzar la frontera con Francia. Capturarlos no sirvió de mucho, porque el botín nunca fue recuperado y todavía hoy se lo busca. También sigue siendo un misterio si actuaron por cuenta propia o contratados por alguien y si el robo fue un objetivo en sí mismo o una habilísima maniobra para encubrir una millonaria estafa a las compañías de aseguraban los diamantes que allí se guardaban.
Cuando fue capturado – sin un solo diamante en su poder – Notarbartolo aseguró que muchas de las cajas que habían violado estaban vacías, que solo se habían llevado piedras por unos 18 millones de dólares. Según él, esas cajas habían sido vaciadas por sus propios dueños poco antes del robo para después cobrar los seguros por las puedras que ya no estaban.
Una propuesta indecente
El plan comenzó en 2001, cuando Notarbartolo, joyero de profesión, alquiló una oficina en el edificio del Centro Mundial de Diamantes, en la cual hizo algunas operaciones de compra y venta que pudieron comprobarse. Lo que no quedó nunca claro es si las hizo por cuenta propia porque le interesaba hacerse un lugar en el negocio de las piedras preciosas – como sostuvo ante los interrogadores – o si en realidad las hizo con dinero y piedras aportadas por el financista del robo.
El joyero italiano – que ya contaba con un pasado sospechoso aunque nunca probado en el mercado negro de las piedras – aseguró que su negocio era algo totalmente legal y que lo del robo surgió después cuando alguien se le acercó mientras tomaba un café en un bar de la calle Hoveniersstraat, uno de los más concurridos del barrio, y le hizo una propuesta que no pudo rechazar.
-Yo sé quién es usted y no se lo voy a decir a nadie. ¿Aceptaría un pago de 100 mil euros por responder una sola pregunta? – dijo Notarbartolo que le propuso su interlocutor, cuya identidad nunca reveló.
-Hágame la pregunta -contestó el italiano.
-¿Es posible robar el Centro Mundial de Diamantes?
Por esos 100 mil euros, Notarbartolo aceptó investigar la bóveda y descubrir si su seguridad tenía puntos débiles que hicieron posible el robo.
La investigación
Lo cierto es que, por ese encargo o por cuenta propia, el italiano se puso en la empresa. El primer paso fue alquilar una caja de seguridad en la bóveda, lo que no le planteó ninguna dificultad porque ya lo conocían y, además, tenía una oficina en el mismo edificio.
Para registrar todo lo posible consiguió una lapicera con una pequeña cámara oculta con el que fue fotografiando el interior de la bóveda cada vez que accedía a su caja de seguridad supuestamente para guardar o retirar piedras. También detectó cada uno de los sistemas de alarma, los sensores y las cámaras de vigilancia.
Descubrió que los sistemas de seguridad eran diez. Hasta la puerta exterior de la bóveda solo había una cámara, pero en la sala de monitoreo los operadores no le daban mucha importancia cuando la persona que ingresaba era alguien conocido. La puerta tenía una cerradura simple y una combinación digital de cuatro números. Además, le habían instalado un sensor magnético que se activaba al abrirse sin autorización de un guarda.
Después de la puerta externa había otra, enrejada, a través de la cual se veía el interior de la bóveda, donde había otros cuatro sistemas de vigilancia: sensores de luz, movimiento, calor y una cámara interna. Por último, las paredes contaban con un sensor sísmico para evitar cualquier perforación. Es decir, a prueba de boqueteros.
Cuando ya tenía las fotos y todos esos datos, Notarbartolo se puso en contacto con tres hombres – también italianos – con quienes alguna vez había trabajado. Uno de ellos el el Genio, un especialista en desactivar alarmas; el segundo llevaba el apodo de Monstruo y era experto en abrir cerraduras y sistemas de electricidad, además de ser un experto conductor de autos; el tercero, conocido como el Rey de las Llaves, era un cerrajero capaz de replicar – sin siquiera tener las originales – las sofisticadas llaves de la bóveda. También convocó a otro hombre, Speedy, que no poseía ninguna habilidad especial, pero que era su amigo y un ladrón de probada sangre fría.
Un año después de que el enigmático financista le hiciera la pregunta de los 100 mil euros, Notarbartolo lo citó en un galpón de las afueras de Amberes, donde lo esperó con sus cómplices y una detallada maqueta del lugar del robo.
-Es posible hacerlo y, si quiere, nosotros podemos encargarnos – le dijo el italiano al hombre sin nombre.
La escena del galpón es parte del relato que el jefe de la banda les hizo a sus interrogadores. Para los investigadores, lo más probable es que el financista nunca existió y que el robo siempre fue un plan exclusivo de Notarbartolo y sus cuatro cómplices.
Un robo espectacular
El viernes 14 de febrero Notarbartolo entró una vez más a la bóveda con la excusa de guardar unos diamantes y aprovechó la ocasión para rociar con un spray de laca los sensores de calor y de movimiento. De esa manera, la alarma no saltaría cuando entraran. Ya estaba todo listo y a la banda solo le quedó esperar al domingo16, cuando se jugaría la final del Diamond Game, un torneo organizado por los comerciantes de diamantes al que nadie faltaba. El día ideal para dar el golpe.
Con las calles del Barrio de los Diamantes casi vacías, Notarbartolo condujo un Peugeot 307 alquilado con una identidad falsa hasta el edificio aledaño al Centro Mundial de Diamantes. Evitaba así ir a su oficina ese día, con lo que no quedaría registro de su presencia en el lugar del robo.
El Rey de las llaves abrió la cerradura de ese edificio y el Genio subió hasta la azotea. De allí pasó al edificio del Centro Mundial de Diamantes donde, usando un escudo de polyester, inutilizó una alarma de calor y logró entrar. El resto de los ladrones iba detrás de él, mientras cubría las cámaras de seguridad con plástico negro.
Así llegaron hasta la bóveda. Allí el Genio comenzó a desactivar una por una las medidas de seguridad de la puerta. Frente a la puerta interior enrejada, cuando el Rey de la Llaves se aprestaba a usar la cerradura que había falsificado, el Genio le avisó que no era necesario: por costumbre o por descuido, el guardia había dejado la original colgada en la pared.
Apagaron las luces de la bóveda, abrieron la puerta y el Monstruo caminó once pasos en la oscuridad – como habían calculado milimétricamente en la réplica – hasta el centro. Allí, alzando las manos alcanzó y desactivó el panel que activaba a los sensores. Por las dudas, también utilizó una cinta aisladora para asegurar que el sensor de luz, el mismo que Notarbartolo había cegado con el spray de laca.
Recién entonces volvieron a encender la luz y se pusieron a trabajar sobre las cajas de seguridad, a las que fueron abriendo con taladros manuales por temor a que, si utilizaban artefactos eléctricos, activaran los sensores sísmicos de las paredes.
A las 5.30 de la mañana del lunes 17 – la dead line que habían fijado porque poco después comenzarían a llegar los primeros empleados – habían abierto cien cajas de seguridad. Como en muchas de ellas, además de diamantes, había documentos y otros papeles, decidieron volver el contenido completo de cada una de ellas en las bolsas para no perder tiempo en separar la paja del trigo.
Salieron por donde habían entrado, cargaron el Peugeot 307 alquilado con las bolsas y fueron hasta un departamento que Notarbartolo había alquilado a pocas cuadras. Allí separaron las barras de oro, joyas, monedas y diamantes de los papeles, a los que metieron en otra bolsa para quemarlos. En esa bolsa, además, el italiano metió facturas y planos de la bóveda que guardaba allí y que, si eran descubiertos, lo relacionarían con el robo.
Se fueron en dos autos. El Genio, el Rey de las llaves y Monstruo partieron en uno de ellos rumbo a un refugio que tenían previsto; Notarbartolo y Speedy enfilaron con el otro vehículo hacia la frontera de Bélgica con Francia.
Un error tonto y fatal
Después de guardar el botín en un lugar seguro que habían preparado previamente, el joyero italiano y su amigo se dirigieron a la frontera con la bolsa de los documentos en el auto. Notarbartolo pensaba quemar el contenido una vez que estuvieran en Francia, pero Speedy, temeroso de una revisación de rutina, insistió para que prenderlos fuego en medio del campo, antes de llegar a la frontera.
Se detuvieron cerca de una chacra y bajaron la bolsa, pero cuando estaban por encender la pila de papeles, el dueño del lugar escuchó ruidos y los vio. Presas del pánico, escaparon al auto pero dejaron la bolsa. El granjero ni siquiera miró los papeles, pero llamó a la policía para denunciar que unos tipos habían “tirado basura en su propiedad”.
Cuando la policía revisó los papeles, el robo de las cajas de seguridad del Centro Mundial de Diamantes ya era noticia. Por eso, cuando encontraron planos y otros papeles relacionados con el edificio dieron la alerta.
La basura quedó en manos del equipo especializado en investigar el robo y allí encontraron pistas para identificar a los ladrones. Gracias a un sándwich a medio comer y el ticket de una panadería pudieron revisar en las cámaras de seguridad del comercio a los clientes que estaban allí en el momento de la venta del sándwich y descubrieron a un hombre musculoso al que pudieron identificar como Ferdinando Finotto, alias Monstruo.
También había una factura por la compra de una cámara portátil a nombre de Leonardo Notarbartolo y una tarjeta a nombre de Elio D’onorio, un experto electricista, que no era otro que el Genio. Con un teléfono registrado a nombre de Notarbartolo se analizaron llamadas realizadas en el horario del robo y se detectaron muchas llamadas con un tal Pietro Tavano, más tarde reconocido como “Speedy”.
Pocos días después del espectacular robo, todos sus autores, salvo El Rey de las llaves, estaban identificados.
Detenciones y condenas
Sin imaginar siquiera los avances que había hecho la policía, Notarbartolo decidió regresar a Amberes para seguir yendo a su oficina y no generar sospechas. Lo detuvieron cuando entraba al edificio del Centro Mundial de Diamantes.
Unos días después, Interpol capturó a D’Onorio, el Genio y a Speedy en las dos ciudades italianas donde se habían refugiado. El Monstruo estuvo prófugo hasta noviembre de 2007, cuando fue identificado y detenido luego de una larga investigación para rastrearlo.
Los tres recibieron condenas de cinco años, mientras que a Notarbartolo lo penaron con diez años por ser el ideólogo de la operación. Fue liberado al cumplir seis años entre rejas, por buena conducta, pero volvió a ser detenido y debió cumplir el resto de la pena por no compensar a las víctimas.
El italiano insistió en que no podía hacerlo porque no tenía el botín. Aseguraba que casi todo el producto del robo estaba en poder del enigmático financista que lo había contratado y que no eran 100 millones de euros sino menos de 20 millones, porque el resto de los diamantes denunciados habían sido sacados de las cajas de seguridad por sus dueños antes del robo para estafar a las compañías donde los tenían asegurados.
Hoy, Leonardo Notarbartolo tiene 70 años, está en libertad y sigue jurando que no tiene en su poder ni uno de los diamantes robados. Cierto o falso, lo único seguro es que, salvo unas pocas piedras que fueron recuperadas, el botín del Centro Mundial de Diamantes de Amberes sigue sin aparecer.