Entre los mitos urbanos de Bogotá rara vez se escuchan relatos que involucren a los típicos monstruos europeos, como vampiros u hombres lobo, pero al locutor Daniel Palacios lo contactó una oyente que asegura haber pasado una noche acompañada por un vampiro y sus guardaespaldas.
Años atrás, una de sus compañeras de trabajo en un reconocido banco que opera en Colombia la invitó como chaperona en una salida con un doctor que, para entonces, trabajaba con el Seguro Social.
Ahora puede seguirnos en Facebook y en nuestro WhatsApp Channel.
“Era una fiesta vallenata y, aunque a mí no me gustaba, la acompañé para que no se sintiera sola. Llegamos tipo 7:00 u 8:00 de la noche. Entramos y, para describirla, puedo decir que era de estilo inglés, en Teusaquillo… muy bonita”, recordó.
Siendo la única que no iba en pareja, se sentó junto a su amiga y decidió no bailar ni tomar durante toda la noche, con todo y que el plan le pareció “de lo más aburridor”. O eso pensaba hasta que “cerca de la media noche se empezó a oscurecer la casa” y, ya sola, decidió explorarla en busca de un teléfono de pared para llamar un taxi.
“Me fui al fondo de la casa, atravesando un pasillo, y al final de ese pasillo había una puerta. La abrí y, para mi sorpresa, había tres personas sentadas. Era una biblioteca. La sala estaba en orden. Un muchacho muy joven, de apariencia elegante, estaba sentado en el escritorio y otros dos sujetos estaban sentados al lado, con las cortinas corridas”, dijo en su relato.
La mujer se disculpó y les dijo que estaba buscando un teléfono para pedir un taxi. Entonces, el joven la invitó a sentarse y, aunque dudó al principio, terminó aceptando su oferta, a riesgo de interrumpir la conversación que mantenían hasta su llegada.
“Le pregunté si era su casa o si también había sido invitado y respondió que era suya. Entonces, le pregunté por qué no había salido a recibir a los invitados y me contestó que, desde que había muerto su novia en un accidente automovilístico, no solía asistir a fiestas, a pesar de que se rodeaba de otras personas todo el tiempo”, dijo.
Le explicó que todas las noches hacía una fiesta en su casa y, mientras miraba en su oficina, la mujer le preguntó por un extraño mapa que tenía colgado: “Dijo que era de su familia, que pertenecía a la nobleza y me mostró un anillo con una piedra roja que, según él, era símbolo de la realeza, nobleza o como quieran llamarle”.
Pensando que quería tomarle el pelo, se levantó para irse, pero cuando abrió la puerta descubrió que la casa estaba vacía. Ya no había fiesta ni estaba ninguno de los invitados que hasta hace pocos minutos había visto disfrutando de la noche.
“El muchacho se paró en la puerta y me pidió que me sentara, que no iba a pasarme nada y, por dentro, me preguntaba qué podía hacer. Tenía una sensación extraña y él se sentó a mi lado. Insistió en que no me preocupara y le pidió a uno de sus acompañantes que me trajera una aromática de manzanilla”.
Empezó a contarle su vida y, aunque admitió que le había parecido una mujer hermosa, le dijo que no podrían tener nada porque la haría sufrir. Sin embargo, insistía en que conversaran toda la noche y en que sus “guardaespaldas” se iban a encargar de que estuvieran bien.
Solo hasta que amaneció le pidieron un taxi: “Esa casa, para mí, ha sido el misterio más grande, porque sé que cuando empezó a salir el sol, como a las 5:00 o 6:00 de la mañana, él fue entreabriendo las cortinas y se vislumbraba Monserrate. Me dijo que mi taxi ya venía en camino y que, aunque había sido un gusto conocerme, no íbamos a volver a vernos nunca más”.
Al lunes siguiente le reclamó a su amiga por haberse ido sin esperarla, pero decidió guardar la historia hasta que encontró un programa de radio en el que podía contarla, con todo y sus detalles más irreales, sin miedo a ser juzgada.