Autor de novelas policiales, “padre” de un personaje entrañable como el detective Mario Conde, Leonardo Padura es también un lector agudo que ama el género y aquí lo mira desde adentro. Si el policial empezó siendo considerado una escritura “menor” hoy es uno de los géneros principales de la producción editorial. Y ha demostrado su capacidad de retratar y desnudar la realidad. Lo que pasa y no se dice. Lo que el crimen devela.
Aquí, otra entrega de su serie Leonardo Padura recomienda, donde comenta lo que va leyendo. Escribe Padura:
El camino del policial
A mediados del siglo pasado, cuando aun no se vislumbraba toda la importancia artística que alcanzaría una tipología literaria como la novela policial, gracias sobre todo a su capacidad para aprehender y reflejar las realidades sociales, el erudito mexicano Alfonso Reyes la consideró el género de nuestro tiempo, y ello “por dos motivos: 1. los autores que a ella se consagran son demasiado prolíficos, 2. la novela policial se escribe con apego a cierta fórmula o canon”.
Mientras Reyes lanzaba esta afirmación, mitad cuantitativa, mitad cualitativa, el género policial abría, en esa década de 1940, una brecha significativa en el contexto cultural de la lengua española, pues su juicio coincide con el momento en que, bajo el cristalino seudónimo de Honorio Bustos Domecq, Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares publicaban los primeros dos tomos de los relatos de este ficticio autor, los Seis problemas para don Isidro Parodi (1942) y Un modelo para la muerte (1946) obras que concretaron un importante hallazgo: la aclimatación de un género, que entonces era propiedad de anglosajones y franceses, a la norma lingüística porteña.
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En la conclusión de Reyes es evidente que el crítico había tenido como referencia fundamental un fenómeno literario que se había producido, y se estaba produciendo, en los espacios culturales ingleses, norteamericanos y franceses, donde autores como Agatha Christie, S.S. Van Dine, Erle Stanley Gardner –por solo mencionar a algunos de los más exitosos de ellos- creaban novelas en serie en las que, de una forma u otra, se reproducía una estructura narrativa apegada, como bien dice Reyes, a una fórmula que por lo general implicaba la existencia y develación de un enigma.
Cuánto conocía Reyes de lo que ya había ocurrido con autores como Dashiell Hammett (finales de la década de 1920 y principios de la siguiente) y ocurría con Raymond Chandler (desde la publicación de El sueño eterno, en 1939), es otro enigma, pues ya en sus obras, en cantidad y calidad, quedaba desmentida o superada la afirmación del estudioso.
Las décadas siguientes, y hasta la actualidad, han validado y a la vez negado la certeza de la afirmación de Reyes. Porque si bien es cierto que la novela policial se puede considerar el género de nuestro tiempo, no es solo –y no lo es, sobretodo– porque sus autores sean prolíficos (muchos lo son) o se atengan a una fórmula o canon (muchos todavía lo hacen), sino por lo que constituye su mérito artístico y social más trascendente: su capacidad de reflejar las realidades contemporáneas de las sociedades en que es cultivada esta literatura.
Cambiar de lugar
La aclimatación del género policial a la literatura escrita en lengua española se concreta en un largo proceso de tanteos imitativos que comienza muy temprano en el tiempo (fines del siglo XIX, principios del XX), en países como Argentina y Chile, para luego tener un momento de asimilación paródica muy bien representado con los relatos de Parodi (la asociación es evidente) o el libro clásico de Rafael Bernal, El complot mongol (1969) y que finalmente se asumirá, identificará y nacionalizará a partir de la década de 1970, con los primeros latidos de lo que ha sido calificado como el neopolicial iberoamericano cuando autores como Manuel Vázquez Montalbán, Paco Ignacio Taibo II u Osvaldo Soriano, entre otros pioneros, asuman el género con mirada postmoderna, intenciones sociales y, sobre todo, con aspiraciones artísticas que van desde el estilo hasta la violación de los cánones mencionados por Reyes… y comienza el cultivo extendido de una novelística que hoy no es solo literatura de masas o de evasión, como la calificó Dorothy Sawyers, sino también bandera de las más importantes editoriales de la lengua y hasta objeto de estudio por las academias por su demostrada capacidad para ser Literatura.
Y uno de los protagonistas de ese proceso cultural en el ámbito iberoamericano es un escritor chileno que, con un número notable de obras a cuestas, no se cansa de recurrir al género y de darnos en cada ocasión una pieza inquietante en cuanto a los conflictos que refleja y el modo de expresarlos: y claro que me refiero a Ramón Díaz Eterovic…
A partir de Pinochet
Los asuntos del prójimo (LOM Ediciones, Santiago de Chile, 2012) es la más reciente (según mis informaciones) de las dieciocho novelas del género negro que ha publicado Díaz Eterovic, todas protagonizadas por el detective Heredia, su personaje fetiche, que vio la luz en 1987 en la novela La ciudad está triste. Desde entonces y hasta el presente, con todas y cada una de las aventuras de este detective heterodoxo en sus métodos investigativos y hosco de carácter, Díaz Eterovic ha hecho notables ejercicios de penetración en la sociedad chilena de nuestro presente, asumiéndola como el resultado de un pasado (en muchos sentidos inconcluso) marcado por el trauma de dos décadas de férrea y cruel dictadura de Augusto Pinochet, una época oscura, pletórica de crímenes políticos y de Estado, años de imperio del miedo.
Gracias a esta intención sociológica y realización artística, la novelística policial de Díaz Eterovic se puede leer como una crónica de la vida social, política, económica, pero sobre todo existencial de un país latinoamericano marcado por muchos de los conflictos que han jalonado su evolución contemporánea y las vidas individuales de sus ciudadanos.
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Por su extensa e intensa labor creativa, este novelista ha merecido numerosos galardones literarios, entre ellos en dos ocasiones el Premio a la Mejor Obra Literaria del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes de su país. Su personaje Heredia ha pasado también a ser protagonista de una serie de televisión y llevado al formato de comic pero, sobre todo, le ha valido al escritor el favor de los lectores chilenos que lo consideran uno de sus referentes literarios, un mérito nada despreciable en un país que entre sus novelistas contemporáneos exhibe nombres como los de Roberto Bolaño, Luis Sepúlveda, Antonio Skármeta, Jorge Edwards o Diamela Eltit. ¡E Isabel Allende!
Los asuntos del prójimo abunda en esa intención ideoestética del autor chileno para insistir en algunas de las obsesiones que la alimentan: las veleidades del poder, la necesidad de develar verdades, la relación difícil entre la legalidad y una justicia que no siempre es justa.
La muerte de la joven universitaria Lorena Morán, golpeada y violada, sirve de motor a esta historia cuando Heredia es contratado por Helena Vander, amiga y (ya lo sabrán los lectores) algo más de la finada Lorena. Un crimen que, según todas las trazas, podía ser uno más de los muchos que se vinculan con la violencia de género, sirve en esta ocasión para que Heredia penetre en el universo oscuro de las iglesias cristianas que, como una pandemia (por decirlo en términos de moda) se han ido estableciendo en las sociedades latinoamericanas, las más de las veces medrando con la fe y, sobre todo, con la debilidad y la ignorancia de grandes sectores de la población.
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El proceso mismo de la investigación encomendada a Heredia, le sirve al escritor para cumplir varias de sus intenciones. Así, la novela traza un mapa de la actual Santiago de Chile, una ciudad que se levanta sobre marcados contrastes económicos que se reflejan en su estructura física; mientras, la trama recorre algunas de las manifestaciones de los ejercicios de poder que en la novela se concretan en abusos sexuales y psicológicos; y, en el centro de interés argumental, la utilización de la fe de las personas con fines perversos y de dividendos económico que permiten además crear tremebundas alianzas políticas.
El personaje de Heredia, por su parte, asume el paso del tiempo y envejece. Respecto a novelas anteriores se le advierte más escéptico y reflexivo, menos vehemente y activo, igual de sentencioso y filosófico (“El pasado es un texto que no se puede corregir”, dice, entre otras muchas máximas) y, como él mismo reconoce (no es muy modesto el señor), se presenta como “un hombre que seguía fiel a sus maltratados valores de siempre”.
Como buena novela policial, Los asuntos del prójimo llega a sus desenlaces develando los misterios encadenados que sirvieron de motor argumental. Se hace justicia de modos no demasiado ortodoxos, pero se hace. Y, como obra representativa de este neopolicial iberoamericano en que milita y cuyas características comparte, su lectura nos deja ese sabor agridulce de constatar que ni siquiera la develación de una verdad puntual o la turbia realización de un acto de justicia reparan los males profundos de unas sociedades que necesitarían de muchas más verdades y mucha más justicia para ser espacios en los que impere el respeto a la dignidad humana y la siempre esquiva justicia social, con todos y para todos.
Quién es Ramón Díaz Eterovic
♦ Nació en Punta Arenas, Chile, en 1956.
♦ Estudió Ciencias Políticas y Administrativas.
♦ Escribió poesía.
♦ Es uno de los creadores del Festival Iberoamericano de Novela Policial Santiago Negro.
♦ El detective Heredia es su principal personaje y protagoniza más de diez novelas y tiene su versión televisiva: Heredia y asociados.
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