Back

El verano español de 100 niños ucranianos lejos de la guerra: “Más que un regalo, es un buen recuerdo”

Las familias participantes en el Programa Extraordinario de Respiro de la Asociación Chernóbil elkartea (José Luis Martínez)
Las familias participantes en el Programa Extraordinario de Respiro de la Asociación Chernóbil elkartea. (José Luis Martínez)

El verano llega y se va. Es algo que no cambia, casi obvio, pero tiene algo especial para Pymofii. Cuando el verano empieza, él tiene seis años. Cuando acaba, ya ha cumplido siete.

Solo que este 16 de agosto, día en el que por séptima vez sopló las velas, sí resultó un día distinto a todos en los que lo había celebrado su cumpleaños. Con él no estaban su madre ni su padre, tampoco los abuelos ni sus patos, de los que él, pese a su corta edad, es responsable. Lo acompañaban, en cambio, Ana y Jose Luis, también sus hijos, sus nietos… hasta el conserje del edificio en el que se encontraba, a más de 4.000 kilómetros de su casa.

Pymofii es uno de los 108 niños que han participado en el Programa Extraordinario Respiro de la Asociación Chernóbil elkartea. Esta entidad lleva trayendo a España niños ucranianos desde hace casi 30 años. Al principio, lo hacían porque, al pasar unos meses o unas semanas en nuestro país, se regeneraba su sistema inmunitario, muy debilitado por la radiación liberada en algunas zonas tras el famoso accidente nuclear.

No obstante, desde que Rusia invadió Ucrania hace dos años, lo que intentan es que todos esos jóvenes tengan también un “respiro”. Solo que en vez de regenerar las defensas del cuerpo, se trata de algo más profundo, algo más difícil de ver y de reparar si se rompe.

Algunos de los participantes del programa 'Extraordinario Respiro'
Algunos de los participantes del programa ‘Extraordinario Respiro’

Los primeros días en España

Pymofii podría encajar en ese concepto tan tristemente utilizado: un niño de la guerra. Es por eso que su familia lo presentó como candidato al programa de la asociación y por lo que resultó elegido. A su granja, ubicada a unos 45 kilómetros de Kiev, comenzaron a llegar cartas de José Luis y Ana, un matrimonio prejubilado de Pamplona dispuesto a acogerle. Se habían enterado de la iniciativa por un conocido del trabajo de él, aunque era algo que llevaban tiempo queriendo hacer.

Finalmente, llegó el momento del viaje. Pymofii se subió a un autobús -en Ucrania el espacio aéreo está cerrado- e inició una travesía de tres días por carretera. Él y los demás niños estuvieron parados más de 11 horas en la frontera con Polonia, aunque finalmente lograron llegar a España. “Llegó muerto del viaje”, recuerda Jose, “y lo primero que pidió fue una ducha”. Ese primer día, cuenta él, le enseñaron la que sería su nueva casa, también la habitación que habían preparado para él. Allí se acostó a las nueve de la noche y no se despertó hasta las 12 del mediodía, 15 horas después.

Quienes lo iban a acoger en su casa durante julio y agosto se encontraron con “un niño vergonzoso, muy tímido, que venía de un entorno rural y que no estaba acostumbrado al bullicio”. Una última característica algo complicada por la época en la que llegó, puesto que a los pocos días de empezar su periplo en España comenzaron las fiestas más populares de Pamplona: los Sanfermines. “Se le notaba agobiado”, recuerda Jose.

La habitación que Jose y Ana prepararon para Pymofii
La habitación que Jose y Ana prepararon para Pymofii

Un descubrimiento por ambas partes

Sin embargo, esa timidez escondía una personalidad que no tardó en conquistar a la pareja. “Al final resultó que era muy activo, y muy listo: le encantaban los animales, las matemáticas, y jugar a las damas y al ajedrez”. Sobre esto último, Jose tiene la anécdota de la primera vez que sacó el tablero para echar una partida con el niño de seis años.

Como era la primera vez que jugaban juntos, él, que era mayor, comenzó con la intención de jugar relajado e incluso darle alguna ventaja. Una idea que se le quitó de la cabeza al poco de empezar la partida. “Me ganaba siempre, y encima el niño se reía mientras lo hacía”, revive entre carcajadas.

Pero Pymofii también tenía mucho que aprender. “No sabía nadar”, revela Jose. En cuanto se enteraron, decidieron que era una buena idea apuntar al pequeño a un cursillo de natación. A él, en cambio, no le hizo mucha gracia. “No quería ir”, rememora el padre de acogida.

Avisaron entonces a su madre biológica para ver si esta era capaz de convencerle. “Se ve que le puso firme, porque después de la llamada aceptó ir y no soltó ni una queja más”. Una aventura que fue “regulín” el primer día, debido sobre todo a que el chico no conocía el idioma con el que hablaba el monitor. Problemas que, con todo, fueron salvados en la segunda clase. “A partir de ahí fue tan bien que cuando terminó el cursillo él no quería que se acabara”.

Este curso, que le permitió también disfrutar mucho el viaje a las costas de Tarragona que realizaron llegado el mes de agosto, demuestra también un hecho que dejó alucinados a Jose y Ana: la capacidad de él y el resto de los niños para dominar el idioma. “Son esponjas. Pymofii al tercer día ya sabía contar del 1 a 50 en español y se ha marchado entendiéndolo todo”. Al principio, era necesario usar el traductor para comunicarse, algo que con el paso de las semanas fue dejando de ser necesario.

Con su familia natal se fueron comunicando también de manera constante. Hacían videollamadas una vez cada una o dos semanas, y Jose hablaba con la madre todos los días para contarle cómo iba. Ella también los ponía al día sobre la cruda realidad que se vivía en Ucrania durante el verano. “Hablando con la madre me decía ‘pues mira llevamos dos días con un asedio: misiles, drones… Estoy sorteando a los terroristas del aire”.

Vistas desde el piso en el que Jose, Ana y Pymofii pasaron algunas semanas de agosto en la costa catalana.
Vistas desde el piso en el que Jose, Ana y Pymofii pasaron algunas semanas de agosto en la costa catalana

Realidades cruzadas

En España, procuraron proteger al niño de cualquier información sobre el conflicto, aunque era inevitable que estuviera presente. “Nosotros vivimos cerca del aeropuerto”, explica Jose. “Cuando el niño llegó a casa pasó un avión y se quedó parado mirándolo”. Desde esa primera reacción, Pymofii siempre les alertaba si detectaba alguno en el cielo, aunque solo fuera por la estela que dejaba en el cielo. “Jose, un avión”, decía siempre, pese a que ya le habían explicado que era algo habitual.

Pequeños destellos de una realidad sobre la que nos explican un poco más desde Chernóbil elkartea. “La vuelta a casa siempre es alegre”, nos explica durante el viaje Marian Izaguirre, voluntaria y presidenta de la asociación. Ella es una de las personas adultas que los ha acompañado en su viaje de vuelta. Otros tantos días en autobús para que los pequeños se reencuentren con sus familias. “Ahora es volver a su rutina, a su casa”.

Pero explica Marian que la parte “dura” de la realidad es a partir de la vuelta al colegio, dado que ahí es más habitual encontrarse con los estragos de la guerra. “Los colegios tienen que tener un refugio aéreo para que todos puedan ir si suena la alarma”, explica. Si suenan las sirenas, no van al centro. “La asistencia al colegio no es regular por todas esas cosas”.

Una situación a la que habría que sumarle otras posibles dificultades surgidas por los reiterados ataques a las infraestructuras de la provincia. “Pasan muchos días sin luz”. Pero, como explica la voluntaria, “sin luz quiere decir sin frigorífico, sin poder cargar el móvil, sin poder ver la televisión”.

Y claro, la oscuridad. Pymofii, según nos cuenta Jose, le tiene miedo. “Cuando se movía de noche por la casa, encendía todas las luces”. No soportaba las tinieblas. En cambio, algo que adoraba cuando llegaba la falta de luz era, precisamente, quedarse en el salón con el televisor encendido. De ahí se negaba a marcharse incluso cuando ya se le cerraban los ojos. “No tengo sueño”, mentía si le invitaban a marcharse. A la mañana siguiente, esperaban a que se despertara solo. Si lo hacían ellos, el niño se sobresaltaba.

Las sombras de Jose y Pymofii en una visita a una granja con animales
Las sombras de Jose y Pymofii en una visita a una granja con animales

Un buen año

Hablamos con Marian antes de que ella, los niños y el resto de voluntarios lleguen a Polonia, desde donde entrarán en Ucrania. Nos dice que, en términos generales, ha sido un verano “tranquilo”, más allá de los incidentes normales que ocurren con los niños de vez en cuando. Las relaciones entre los niños y las familias han ido especialmente bien. “Durante todo el verano, tanto las monitoras como la asociación están en contacto con las familias y con los menores para ir solventando esas pequeñas cosas que puedan surgir, malentendidos o cositas del día a día que pasan”.

Su trabajo, una vez los pequeños se encuentran en España, es montar una “red de información” para irse “ayudando a que la acogida vaya mejor y sea fácil para todas las partes”. De este modo, entre quienes acogen, las familias a través del móvil y el personal de la asociación, junto con los voluntarios ucranianos, los niños nunca están solos ni desatendidos.

Un ejemplo es lo que ha ocurrido una vez han llegado a Polonia. Se han detenido en la frontera y es allí donde Marian y el resto de miembros de la asociación se han despedido de los niños. Allí, estaban esperando los voluntarios ucranianos, que han sido los responsables de acompañar a los pequeños en la segunda parte del viaje: atravesar Ucrania para dejarles este mismo domingo, sanos y salvos, junto a sus familias.

Algunos de los niños y voluntarios del programa 'Extraordinario Respiro' en el viaje de vuelta a Ucrania
Algunos de los niños y voluntarios del programa ‘Extraordinario Respiro’ en el viaje de vuelta a Ucrania

Un buen recuerdo

Poco antes de marcharse, Jose y Pymofii fueron al parque de Sendaviva junto con otras familias, en actividades conjuntas que preparaba la asociación. Allí, el primero también pudo hablar con otros padres y comprobar que todas las experiencias estaban siendo “positivas”. Una impresión que se reforzó el día de la despedida. “Todos estábamos con lágrimas”.

Él también echa de menos al crío, que “se deja querer” por todos quienes lo conocen. No solo las personas, pues “el perro lo está buscando por la casa”. Ellos, por su parte, ya han hablado con la familia del niño, quienes les han asegurado que podrán seguir manteniendo el contacto. Jose, aún así, lo tiene claro: “Lo dejo al criterio de su familia”. La guerra, dado que muchas veces se cortan las comunicaciones, tendrá mucho que ver en eso también.

Así, con la llegada -se espera que sea hoy- de Pymofii y los otros 107 niños, el Extraordinario Respiro habrá llegado a su fin. Tocará trabajar en las Navidades, un periodo en el que también se producen estancias de un mes desde que comenzó la guerra. Confían en que, de nuevo, sean quienes han participado en el programa quienes convenzan a otros para que se unan y vivan una experiencia que, como bien dice Jose, para todos es, “más que un regalo, un buen recuerdo”.

Tanto él como Ana se han quedado “con ganas de repetir”. Ahora, tendrán la oportunidad no solo de acoger a más niños, sino de ofrecerse también como “familia de apoyo”. Esta era una figura de la que ellos pudieron disponer este año, basada en otros padres de acogida con experiencia disponibles para ofrecer consejo y ayudar puntualmente a aquellos primerizos que tengan también algún problema.

Cualquier interés y ofrecimiento, en definitiva será bien recibido, dado que, como bien explica Marian: “Siempre hay más niños disponibles para ser acogidos que familias que se ofrezcan”. Así, son quienes hospedan los que al final determinan el número de niños que pueden pasar unos meses lejos del conflicto. El verano llega y se va. De momento, la guerra continúa.

admin
admin
https://1lockers.net
0
YOUR CART
  • No products in the cart.