El presidente Javier Milei acaba de presentar frente al Congreso el proyecto de Presupuesto 2025. El hecho en sí es inédito, puesto que tradicionalmente esta tarea estaba delegada en el Ministro de Economía.
Lo particular del caso fue que Milei no se enfocó en las proyecciones macroeconómicas que un presupuesto suele tener, sino más bien en difundir un cambio en la metodología de su armado. Es que, vale decirse, es allí donde radica toda la novedad.
¿De qué se trata el anuncio? Básicamente hasta hoy los presupuestos tomaban una proyección de ingresos, luego armaban un objetivo de gasto público, y finalmente eso determinaba un resultado fiscal.
Por ejemplo, un gobierno podía pensar que en 2034 los ingresos iban a ser $1.000, pero dado que había muchas necesidades que abastecer, entonces el gasto iba a ser de $1.200, y entonces finalmente íbamos a tener que conseguir $200 adicionales para financiar esta diferencia negativa entre el ingreso y el gasto.
vvLo particular del caso fue que Milei no se enfocó en las proyecciones macroeconómicas que un presupuesto suele tener, sino más bien en difundir un cambio en la metodología de su armado
La propuesta de Milei es muy distinta: consiste, en primer lugar, en establecer como un dato objetivo e inmodificable el nivel de los intereses de deuda a pagar en el año. Así, por ejemplo, si en 2025 Argentina tiene que pagar intereses de deuda por $100, ese será el punto de partida.
Una vez establecido los intereses a pagar, se hará una proyección de ingresos para el año. Digamos, entonces, que esta proyección arroja que se recaudarán $1.000. Una vez determinados estos dos valores, entonces se establecerá el gasto público primario (sin intereses), que en ningún caso podrá superar a los ingresos.
Para el ejemplo que veníamos analizando, el gasto del gobierno en destinos que no sean los intereses de la deuda, no podrán superar los $900. Así las cosas, el resultado financiero será siempre de equilibrio. Es decir que la cuenta “Ingresos – Gasto Primario – Intereses de Deuda”, siempre será igual a cero.
En lenguaje más técnico, el gobierno siempre apuntará a tener un superávit primario por el monto de los intereses de la deuda y, por lo tanto, siempre tendrá equilibrio financiero.
Por ejemplo, si en 2025 Argentina tiene que pagar intereses de deuda por $100, ese será el punto de partida.
Adicionalmente, Milei anunció lo que ocurriría si los ingresos obtenidos fueran superiores o inferiores a lo proyectado. Y ahí la regla será la siguiente: si son superiores, entonces se podrá pagar más deuda de la planificada, siempre que la mayor recaudación responda a un fenómeno transitorio. Ahora bien, si el aumento de ingresos es considerado permanente, entonces se bajarán los impuestos.
Si los ingresos observados en un año terminan siendo inferiores a lo proyectado, entonces el objetivo de déficit no se verá sacrificado. El gobierno reducirá el gasto público para seguir cumpliendo, siempre y en todo momento, con la regla fiscal.
El anuncio, al que le están faltando todos los números proyectados para el 2025, pero que seguramente estén en el proyecto oficial, busca reforzar una vez más la señal del compromiso del gobierno con el equilibrio de las cuentas públicas.
¿Y por qué tanto énfasis en este tema?
Bueno, porque nunca es excesivo aclarar las consecuencias que el desmanejo fiscal ha tenido en Argentina. De los últimos 64 años, solamente en 7 el gobierno alcanzó el superávit financiero, incluyendo el 2024. Este triste registró llevó, por un lado, a dos crisis de hiperinflación (en 1989 y 1990), pero también ha hecho que en los últimos 15 años el país haya figurado sistemáticamente en el top 10 del ránking mundial de la inflación, con célebres acompañantes como Venezuela, Irán y Sudán del Sur.
Si esta nueva metodología se cumple, y Argentina nunca más tiene déficit financiero, otro flagelo de los últimos tiempos quedará en el recuerdo: le diremos adiós a la inflación
Otra consecuencia nefasta que ha tenido el déficit fiscal en el país han sido las crisis de deuda. Acaso la más recordada sea la de finales de los años ‘90 y principios de la década del 2000, que terminó con el corralito, el default y el abandono de la convertibilidad, que catapultó los niveles de pobreza e indigencia. Otra crisis del estilo, aunque menor en magnitud, fue la de la gestión de Mauricio Macri, que a pesar de tener un buen equipo económico con buenas intenciones de ordenamiento macro, lo llevaron a la crisis cambiaria, a dos fuertes devaluaciones y a una fuerte caída económica con pérdidas salariales para todos los niveles.
En este sentido, la nueva metodología presentada por Milei es más que interesante. Y creemos desde aquí que, en la medida que a iniciativa avance en las cámaras legislativas (algo que seguramente vuelva a ser extremadamente difícil), entonces mayor será el entusiasmo de los mercados, y más rápidamente podría bajar el riesgo país, permitiendo una reducción de las tasas de interés y una recuperación más rápida de la economía.
Obviamente, también sabemos que, si esta nueva metodología se cumple, y Argentina nunca más tiene déficit financiero, otro flagelo de los últimos tiempos quedará en el recuerdo: le diremos adiós a la inflación.
Alguno podría pensar que la propuesta es muy extrema. Es posible, pero extremos han sido los desequilibrios del pasado, y extremo es el nivel de deterioro que las políticas irresponsables han generado en la calidad de vida de todos. Tal vez sea hora de enfrentar la realidad, y parece que el gobierno está proponiéndole eso a la clase política.
El fin de la demagogia y el comienzo de un camino de reconstrucción económica de la mano de la austeridad fiscal.
El autor Investigador Asociado del centro FARO de la Universidad del Desarrollo, en Chile, profesor universitario y consultor de empresas