Existen duplas que se forman de manera aleatoria, casi sin querer. Surgen y fluyen para dar vida a esos binomios que cruzan las fronteras para hacerse únicos. Aquí vamos a hablar de dos. Uno de ellos, el que conformaron Diego Maradona y Ramón Díaz, que se entendían de memoria dentro de la cancha. El otro, el de las madrugadas con el despertador, en el polo opuesto, jamás afiliados a los buenos momentos, pero que, gracias a esos dos futbolistas, habilidosos, goleadores y maravillosamente rodeados por un grupo inolvidable, hacían que el sonido del reloj en medio de la noche, fuese una bendición. Nos levantábamos e íbamos en busca del televisor, para ver a un equipo grandioso, que hace 45 años, nos llenó de placer en el Mundial Juvenil de Japón, cumpliendo el siempre árido mandato de las tres G: ganar, golear y gustar.
“Cuando llegamos a Japón sabíamos que no podíamos perder”, contó Maradona. “Yo me había propuesto una revancha por lo del Mundial ‘78 y allí la cumplí. Aquel fue, lejos, el mejor equipo que integré en mi carrera. ¡Nunca me divertí tanto adentro de una cancha! En aquel momento la definí como la alegría más grande de mi vida y, la verdad, sacando a mis hijas, hablando solo de mi carrera, me cuesta encontrar otra parecida. ¡Qué lindo jugábamos! Y nos seguían todos. Durante dos semanas hicimos levantar al país a las cuatro de la mañana”, rememoró Diego en su biografía.
Las sentidas palabras del Diez dan una muestra más de lo que significó ese equipo, pleno de virtudes, bajo la conducción de César Luis Menotti, apenas un año más tarde de la gloria máxima alcanzada frente a Holanda en la cancha de River. Por esas casualidades, que a veces se empeñan en producir los almanaques, la historia comenzó justo un año antes de la consagración. Ocurrió el jueves 7 de septiembre de 1978, cuando un grupo de chicos fue citado en el viejo gasómetro de avenida La Plata, seleccionados por el ojo sabio de Ernesto Duchini, un especialista en la detección de jóvenes valores.
Juan Simón formó parte de aquella tarde fundacional y así lo recordó en diálogo con Infobae: “Habían pasado menos de tres meses del Mundial ‘78 y allí se dio el primer encuentro con el Flaco Menotti. Para nosotros era una emoción increíble, no solo por la convocatoria, sino por estar frente al técnico que era campeón del mundo. Cuando comenzó a hablar, era como escuchar la voz de Dios, por su sabiduría y lo que significaba para el futbolero. No hay que olvidar que César fue el gran refundador del fútbol argentino, con todo lo que construyó desde que asumió, a partir de los que había ocurrido en Alemania ‘74. Éramos todos pibes, que estábamos viviendo un sueño y embobados con sus palabras”.
En la misma dirección fueron los recuerdos de Hugo Alves, quien ya había disputado algunos partidos en la primera de Boca Juniors: “La selección la armó Ernesto Duchini, que era un maestro y conocía mucho de divisiones inferiores y luego se sumó el Flaco Menotti. Cuando lo conocí, me dejó impactado por su sabiduría. En pocas palabras te hacía entender todo fácil y era como que te abría el cerebro (risas). Mi puesto era el de marcador central y un día César me dijo: ‘Usted anda muy bien en esa posición, pero allí tengo a Juan Simón y Rubén Rossi. Me gustaría ponerlo de lateral izquierdo, ya que creo que puede hacer también esa función’. Por supuesto le dije que sí, mientras sea del 1 a 11, está bien (risas). Desde ese momento, fui polifuncional, actuando en cualquier sector de la defensa y hasta en la mitad de la cancha”.
El juvenil comenzó a disputar algunos amistosos, donde iría demostrando que no era un cuadro más. Se medía contra equipos de Primera División, a los que no solo enfrentaba sin complejos, sino que les ganaba y hasta goleaba. Con esa preparación, llegó el turno del durísimo sudamericano de Montevideo, jugado en enero del ‘79, como lo evocó Hugo Alves: “Fuimos al torneo en Uruguay, que clasificaba al Mundial Juvenil de Japón y en la última fecha del cuadrangular final debíamos ganarle a Brasil. En el segundo tiempo nos dieron un penal y lo fui a patear con 70.000 uruguayos silbando, porque no querían que ganara Argentina. Era tan impresionante lo que se vivía, que no escuché el silbato del árbitro. Tuve la suerte de convertirlo y conseguir la clasificación”.
Con el pasaporte a Japón ya sellado, Menotti comenzó a trabajar con la vista puesta allí, haciendo algunos pequeños retoques. Uno de ellos fue la incorporación de Gabriel Calderón, por entonces delantero de Racing, que de esta manera nos rememoró ese momento: “No fui al Sudamericano de Uruguay, pero en cuanto César vio mi rendimiento en el torneo local, me llamó para formar parte del juvenil que se preparaba para el Mundial. Tengo un recuerdo muy fuerte del primer encuentro con él, que me pone la piel de gallina hasta el día de hoy. Nos reunió para dar las directivas de cómo serían los entrenamientos para llegar a pleno a la competencia y dejó una sentencia: ‘Chicos: yo voy a Japón para ser campeón, no segundo. Pero no vamos a ser campeones porque yo soy bueno o porque gané la Copa del Mundo del año pasado. Vamos a serlo porque las cualidades de ustedes son las justas para ser los mejores’. Por su personalidad y claridad, nos convenció a todos de lo que íbamos a lograr”.
El domingo 26 de agosto fue el momento del debut, en la lejana ciudad de Omiya y a las 7:20 de nuestro país. Eran tiempos donde no existía la televisión por cable y los cuatro canales recién iniciaban sus emisiones a media mañana. Pero allí hubo una excepción y ATC transmitió en directo, con Mauro Viale y Enrique Macaya Márquez como enviados, en una verdadera proeza para la época, a nivel comunicaciones. Argentina fue una aplanadora que superó a Indonesia por 5-0, con todos los goles convertidos en el primer tiempo: tres de Ramón Díaz y dos de Maradona.
Dos días más tarde se aseguró la clasificación a la siguiente fase al superar por la mínima a Yugoslavia, con tanto del Pichi Escudero, en un partido duro y parejo. La fase de grupos se cerró con una goleada ante Polonia 4-1, donde Menotti introdujo varios cambios en la formación. Para Juan Simón, fue una tarde muy especial, ya que convirtió un gol: “Recuerdo que íbamos ganando 2-0 y ellos recién habían descontado. Nosotros teníamos muchas jugadas de salida y una libertad absoluta para mandarnos al ataque. En un momento, en una maniobra, vi el hueco y empecé a subir, observado que había distintas líneas de pases, hasta que me encontré cerca del área rival y con la posibilidad del remate. Le pegué y salió lo que salió (risas). Nunca imaginé que sería uno de mis pocos goles oficiales”.
Otro de los enviados especiales para ese torneo fue Juan Carlos Morales, excelente relator, que trabajaba en radio Rivadavia, la emisora líder, en el equipo de José María Muñoz. Para él fue una experiencia inolvidable: “Me enteré pocas semanas antes que iba a tener que hacer la travesía hacia Japón, sin demasiada preparación. Llegué unos días antes que se inicie el torneo junto a Tito Junco, que iba a ser el comentarista y de a poco nos fuimos juntando los pocos enviados argentinos. Era toda una historia muy particular, porque el enlace se hacía por línea telefónica vía España y de allí a nuestro país. En el partido contra Polonia, por ejemplo, hasta los 20 minutos, solo llegábamos hasta Madrid y no entraba en Buenos Aires. No teníamos buen retorno, por supuesto. Si la línea se quedaba en algún lado, chau, no iba más (risas). La atención que nos brindaron los japoneses fue fantástica, eran de avanzada. Tras ese inconveniente, les fuimos a reclamar y se querían morir. Nos pedían disculpas de todos los modos posibles”.
Otro domingo y otro madrugón, como la semana anterior, para poder ver los cuartos de final, de un equipo que ilusionaba cada vez más. El rival era Argelia, que había tenido una buena fase de grupos. Pero Argentina volvió a demostrar sus virtudes, sobre todo el poderío de ataque, para sellar otro 5-0 concluyente, con tres conquistas de Ramón Díaz, una de Maradona y la restante de Calderón. El martes 4 esperaba Uruguay en la semifinal, en la que, para muchos, podría ser una final anticipada. El primer tiempo fue parejo y con jugadas al límite de ambos lados. Al comenzar el complemento, una mala salida del fondo Celeste fue aprovechada por Escudero, que eludió a un defensor y asistió a Ramón Díaz, quien definición con frialdad y certeza. Un rato más tarde, Maradona de cabeza puso el 2-0 definitivo.
Había llegado el momento del partido decisivo ante Unión Soviética en la mañana argentina del viernes 7 de septiembre. Horas antes había llegado al país una misión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, con el fin de investigar y tomar denuncias sobre lo que ocurría en el país. Esa situación dio el pie exacto a la junta militar, para usar también a este Mundial: decretó asueto para el día siguiente, propalando por los medios afines una idea: “Sin importar el resultado, Argentina ya ganó. Mañana todos a festejar a las calles”.
A miles de kilómetros y ajenos al clima que se generaba por estas tierras, los muchachos del juvenil estaban listos para el mayor desafío. Apenas comenzado el segundo tiempo, un balde futbolero de agua helada cayó sobre todos con el gol de los soviéticos, pero 15 minutos más tarde, la historia comenzaría a cambiar en uno de los momentos más trascendentes en la carrera de Hugo Alves, que así lo evocó: “Arrancamos perdiendo 1-0 hasta que el árbitro nos dio un penal. Y ahí recuerdo una anécdota, porque Guillermo Nimo, por televisión, decía: ‘¿Cómo puede ser que estando Maradona los penales los pateé Alves?’ Y la verdad que tenía razón (risas). Como ocurría todas las veces, Diego venía a pedírmelo y yo le respondía: ‘Rajá de acá’. Era un irresponsable bárbaro (risas). Pude convertirlo, porque fui con mucha fe. Yo era el designado, porque Menotti había hecho una competencia entre todo el plantel, donde llegamos con Diego a la final y se la gané”.
Podrían haber surgido algunas dudas lógicas en ese momento, pero nada de eso pasaba por la cabeza de esos chicos, seguros de los que estaban haciendo, como rememoró Juan Simón: “Nunca pensé que esa final se podía escapar. En el video se puede observar que después del gol de ellos, seguimos tocando en todos los sectores de la cancha, porque estábamos convencidos de la idea y disfrutábamos de jugar juntos. Obviamente que era un partido complicado y contra un rival durísimo, pero sabíamos cuál era nuestro potencial”. Tres minutos después, el Pelado Díaz tomó una pelota en el centro del campo y aceleró a su estilo, de manera incontenible para cualquier adversario, definió cruzado para el 2-1 y solo mediaron unos instantes para que Maradona de tiro libre, sellara el score definitivo.
Argentina era nuevamente campeón del mundo y las calles de toda la geografía nacional se tiñeron de celeste y blanco en una fiesta genuina. Pero en otros ámbitos la situación era un poco más engorrosa, como le tocó atravesar a Juan Carlos Morales: “La idea era lograr una comunicación entre Videla (en los estudios de ATC donde había visto el partido) con Maradona y Menotti (en los vestuarios del estadio de Tokio). Tito Junco fue quien bajó a los camarines. Yo me quedé en la cabina, porque no tenía ninguna intención de participar de eso y buscaba la forma de eludir esa alternativa. Muñoz estaba en los estudios centrales de Rivadavia y repetía sistemáticamente ‘hay que cumplir con el operativo’, sin decir cuál era. Lógicamente era algo que debíamos hacer porque estaba previsto, pero no fue una situación cómoda. Tito Junco trataba de lograr el enlace en medio de la locura del vestuario. Horacio García Blanco, otro gran comentarista de la emisora, estaba junto a Videla para concretar el diálogo. Nosotros estábamos al tanto desde antes de iniciar la transmisión de tener que hacer ese enlace, porque teníamos conocimiento que acá se habían suspendido las clases. Había un manejo del tema como para que la mayor cantidad de gente se sumara a los festejos, más allá de un partido de fútbol”.
Quizás por la onda expansiva de lo ocurrido un año antes, por la presencia de Maradona o el deleite que daba verlos, se generó una inmensa expectativa. ¿Ellos eran conscientes? Simón tiene la respuesta: “Por medio de los enviados de la televisión, teníamos información de lo que ocurría aquí, aunque las comunicaciones eran totalmente diferentes, al punto que yo hablé con mi familia solo una vez a lo largo del torneo. La gente se identificó mucho porque jugábamos bien, estaba el Flaco Menotti y también Diego, que ya era una figura internacional. Sabíamos de la repercusión, pero nunca imaginamos el tremendo recibimiento, más allá que todos saben que fuimos vilmente utilizados, a tal punto que mandaron un avión de la Fuerza Aérea a Brasil para buscarnos, que nos llevó a Aeroparque, de allí en helicóptero a la cancha de Atlanta y luego en micro a la Casa de Gobierno”.
Para Gabriel Calderón, la influencia de Menotti fue decisiva: “Fue el entrenador que más me enseñó a nivel táctico y me ordenó dentro de la cancha. Aquel equipo fue maravilloso en juego y con estadísticas contundentes: ganamos los seis partidos, marcando 20 goles y recibiendo apenas 2. Fue un comienzo de carrera ideal para todos nosotros con la emoción de ser campeón del mundo tan lejos de casa. El gran mérito de César fue crear un fútbol ofensivo gracias a potenciarnos a cada uno de nosotros, con un eje de ataque letal que conformé junto al Pichi Escudero, el Pelado Díaz y Diego”.
Un equipo deslumbrante que logró algo que es patente de eternidad en el fútbol: que la formación siga saliendo de memoria, aún 45 años más tarde: García; Carabelli, Simón, Rossi, Alves; Barbas, Rinaldi, Maradona; Escudero, Díaz, Calderón. Gracias por aquellas madrugadas, por el fútbol y por haber hecho una dulce realidad el mandato de las tres G: ganar, gustar y golear.