La vida de Diego Quintana tuvo cambios constantes que lo llevaron a encontrar su propio camino hacia el bienestar emocional y, también, espiritual. Surgido de la cantera de Newell’s, donde llegó con cuatro años, debutó en Primera División en 1996 de la mano de Mario Zanabria. Al año siguiente, formó parte de una camada de futbolistas que hizo historia en Malasia en el Mundial Sub 20 con la selección argentina. Acompañado de talentos como Juan Román Riquelme, Pablo Aimar, Esteban Cambiasso, Walter Samuel, Lionel Scaloni –con este último mantiene una relación de amistad- entre otros, el exdelantero convirtió el gol que consagró al equipo de José Pekerman en la final contra Uruguay (triunfo por 2-1).
“Fue el gol más importante de mi carrera, por todo lo que significó el hecho de haber convertido el segundo en una final, y más con ese grupo de compañeros”, recuerda el campeón del mundo.
Popularmente conocido como Quintanita, se mantuvo en el plantel profesional de la Lepra hasta el 2001, año que pegó el salto a Europa para vestir los colores del Real Murcia de España, previo a tener una revancha en el fútbol argentino con la casaca de Instituto de Córdoba, para luego emigrar a Barcelona de Ecuador y posteriormente finalizar su carrera en Skoda Xanthi de Grecia en 2011. Con 33 años colgó los botines, y se mantuvo un tiempo alejado de las canchas e hizo el duelo de una manera distinta: viajó durante 40 días a China, Nepal y la India en un viaje de mochilero sin tener los lujos de los hoteles que frecuentaba cuando era futbolista.
“Estuve por varios templos meditando y sinceramente ese viaje fue un antes y un después: comencé a experimentar vivencias cada vez más profundas de la cultura milenaria que existe en China, cambió mucho mi forma de ser. Estuve siete días en el Himalaya e hice base un día en el campamento del Everest con 15 grados bajo cero”, destaca el ex deportista.
Su vida dio un giro inesperado en el momento de ser padre, ya que volvió a picarle el bichito de vincularse nuevamente con la pelota número cinco. “Cuando me retiré, no quise saber nada con el fútbol. Entonces, no iba a la cancha ni jugaba partidos. Estuve desvinculado por completo hasta que nació mi hijo, que fue creciendo, lo empecé a llevar a fútbol y a los cuatro años me dijo: ‘Papá, quiero ir a la cancha’. De esta manera, fuimos a la de Newell´s y empecé nuevamente a tener esas emociones”, sostiene Quintanita.
Hoy, el rosarino de 46 años está terminando el curso de entrenador de fútbol y no usa redes sociales porque “se pierde mucho tiempo y prefiero dedicárselo a mi familia”. Radicado en su ciudad natal, La Pulga se volcó de lleno al reiki a partir del día que un libro le llamó mucho la atención en una librería en Quito. “Sentí que un libro me estaba esperando, algo se despertó dentro mío y se conectó con la espiritualidad”, revela en diálogo con Infobae.
– ¿Qué es de tu vida, Diego?
– Estoy terminando el curso de entrenador en Rosario. En septiembre u octubre me dan la licencia Pro. Al mismo tiempo, estoy dirigiendo la Sexta División del Club ADIUR de mi ciudad, en el cual empezamos a trabajar este año; y estoy muy contento con eso.
– ¿Te picó hace poco el bichito de ser entrenador?
– Desde que me retiré, hice una especie de duelo con el fútbol. Fue en el 2011, cuando volví de Grecia. No quise saber nada con el fútbol. Entonces, no iba a la cancha ni jugaba partidos. Estuve desvinculado por completo hasta que nació mi hijo, que fue creciendo, lo empecé a llevar a fútbol y a los cuatro años me dijo: ‘Papá, quiero ir a la cancha’. De esta manera, fuimos a la de Newells y empecé nuevamente a tener esas emociones, me picó el bichito en la panza de vincularme nuevamente con el fútbol, y desde hace tres años comencé el curso de director técnico. En el 2023, estuve dirigiendo en otro equipo, en Central Córdoba de Rosario. Así que me siento muy bien, porque es mi hábitat natural.
– ¿Por qué pasaste por ese momento de estar alejado del fútbol?
– Fue un proceso en el cual disfruté de otras cosas que están fuera de este deporte, que a lo largo de mi carrera no podía hacerlo, por una cuestión de tiempos y demás. En su momento analicé por qué se dan algunas cosas de esa manera y llegué a la conclusión de que el fútbol fue sin dudas una especie de duelo que hice en mi vida.
– ¿Cómo fuiste llevando ese duelo?
– La verdad es que fue un proceso muy lindo, en el cual pude viajar al exterior y vivir otras experiencias. Estuve en China, la India y Nepal. Ese viaje fue un antes y un después en mi vida. Además, le dediqué mucho más tiempo a mi familia y a mis amigos, y disfruté de las cosas cotidianas, del día a día, con personas que por haber estado nueve años afuera, no lo pude hacer. Así que ese tiempo lo disfruté mucho.
– ¿Qué te llevó a elegir esos países?
– Siempre tuve una atracción por la cultura china y de Nepal, por todo lo que tiene que ver con el hinduismo. Además, siempre quise hacer un viaje como mochilero, porque a lo largo de mi carrera fui a hoteles muy buenos, que te servían todo, ya que el confort que tenían era excelente, pero quería vivir otra experiencia, que al final fue fantástica. Fui de mochilero, viví tres días en un tren desde Hangzhou, China, hasta Lhasa, capital de Tíbet, y fue un viaje único. Quería vivir otro tipo de experiencias y estos lugares son increíbles para hacerlo.
– ¿Qué fue lo más extraño que te pasó en ese viaje?
– Durante siete días estuvimos transitando la Ruta de la Seda, desde el Tíbet hasta la frontera con Nepal. Entonces, una de esas noches la pasamos en la base del Everest y dormimos a -25 grados bajo cero, fue una locura. Los paisajes son hermosos. Los lagos que ves son de un color turquesa natural y no están contaminados. Fue un viaje sin un plan previo y llegué a la conclusión de que lo mejor que te puede pasar es viajar sin tener un plan determinado.
– ¿Cómo armaste el viaje?
– Lo único que saqué fue el pasaje desde Buenos Aires a Beijing, y el regreso lo tenía a los 50 días desde Nueva Deli a Buenos Aires. En ese tiempo, tenía lugares en mi cabeza que quería visitar, pero no planifiqué nada y me dejé llevar. Lo único que reservé fue un hostel en el centro de Beijing. A partir de ahí, se fueron dando un montón de sincronicidades, porque ni bien llegué, me fui haciendo amigo de otros extranjeros que me recomendaban lugares y hoteles en donde parar. De esta manera, fui transitando todo mi viaje.
– ¿Lo volverías a hacer?
– Sí, lo volvería a hacer, pero me quedaría un poco más en Katmandú, en Nepal, donde estuve solo dos semanas. De hacerlo de nuevo, me quedaría más tiempo en esa ciudad. También, me gustaría conocer Japón, porque soy maestro de reiki, que nació en ese país. Yo tengo una cercanía con todo lo que tiene que ver con la cultura de Oriente y especialmente, la de Japón y China.
– ¿Profesás el hinduismo?
– No, no tengo una religión, pero sí todo lo que tiene que ver con las distintas religiones de Oriente como el budismo y el hinduismo me llaman mucho la atención. Yo no lo práctico porque la religión que profeso es la mía, no tengo una en particular. Pero uso el reiki como una filosofía de vida.
– ¿Cómo nació tu relación con el reiki?
– Fue en el 2005 cuando estaba jugando en Ecuador. Recuerdo que un día fui a un shopping y pasé por una librería, y sentí que un libro me estaba esperando, que algo se despertó dentro mío y se conectó con la espiritualidad. Me topé con ´Las siete leyes espirituales del éxito” de Deepak Chopra. Ahí empezó mi camino espiritual. Me permitió conectarme con el reiki, y establecerlo como una filosofía de vida para gestionar el tema de las emociones. Recuerdo que cuando vine a la Argentina, en uno de esos viajes de vacaciones, mi mamá había iniciado el primer nivel de reiki y me explicó de qué se trataba; me llamó mucho la atención. Así que hice mi primer nivel, pero por una cuestión de tiempo recién al otro año llevé a cabo el segundo y luego el tercero, hasta qué al regresar de Grecia me convertí en maestro. Desde ese entonces, lo sigo practicando, pero no ejerzo, lo uso más bien como una filosofía de vida propia.
– ¿Cuál sería la diferencia entre ejercer y no hacerlo?
– Para ejercer, debés hacerlo con otras personas. De esta manera, yo debería imponer el reiki con las imposiciones de manos para poder armonizar los distintos centros energéticos que tenés a lo largo del cuerpo, y se lo deberías hacer a otras personas; eso no lo hago únicamente conmigo.
– ¿Se podría implementar el reiki en el fútbol?
– El tema generacional es complicado. Cuando empecé con el reiki, recuerdo que me juntaba con mis amigos del fútbol, excompañeros algunos de ellos, y nos reuníamos cuando congeniábamos en Rosario y les explicaba sobre todo esto. Recuerdo que estábamos en un restaurante cerca del río y se me rieron todos. Además, me decían “enano vos estás loco”. Hoy, cuando me encuentro con alguno de ellos, no te digo que practican el reiki, pero lo hablan con mucho respeto, y algunos están metidos con otras terapias alternativas. Ese cambio fue una cuestión que la vida misma te va llevando. En definitiva, lo que haga bien y sume, bienvenido sea. Ess un poco lo que pasa con el reiki y es muy difícil incorporarlo en el fútbol en las generaciones actuales, lo veo un poco difícil. Pero no sería imposible, porque dependerá de la persona que maneja un grupo, de su crisma para encontrar la manera de imponer el reiki a sus jugadores.
– ¿Uno de esos amigos era Lionel Scaloni, con quien jugaste en Newells?
– Puede ser que haya sido, porque lo hablamos en varias oportunidades. Lionel debe saber que sigo por este camino, lo mismo que Lucas Bernardi, algunos de los amigos que me dejó el fútbol. Cada persona es muy particular con lo que siente, con lo que aprendió cuando era chico. Es muy particular el tema para cada uno.
– ¿A qué edad llegaste a Newells?
– A los 4 años me llevaron al club, y a partir de ahí, hice todo el recorrido en las Divisiones Inferiores. Empecé desde el Baby fútbol hasta que jugué a Primera. Es mi segunda casa Newell’s, donde pasé momentos inolvidables. Estaba más adentro del club que en mi propia casa. Somos unos agradecidos al club que nos educó y nos formó como personas también. Mario Zanabria me hizo debutar en 1996. Es un gran entrenador y muy buen tipo, muy inteligente, un gran maestro.
– Tu buen andar te permitió jugar en el seleccionado Sub 20 que se coronó campeón en el Mundial de Malasia 97. ¿Marcaste el gol más importante de tu carrera en la final contra Uruguay?
-Sí, fue el más importante de mi carrera, por todo lo que significó el hecho de haber convertido el segundo tanto (2-1) en una final, y más con ese grupo de chicos; fue algo fantástico. Si bien queda en la memoria de todos, no sólo el hecho de haber sido campeones, sino por la forma en que ganamos ese Mundial, y por la manera que jugaba ese seleccionado.
– Luego, pagaste el salto a Europa.
– Sí, estuve tres años en el Real Murcia de España. En el primer año, jugué casi todos los partidos y en los otros dos me costó bastante. Yo estaba en un proceso en el cual no entendía algunas cuestiones de por qué no jugaba, y ese fue uno de los momentos más importantes de mi carrera. Porque cuando no jugás es cuando más aprendes, y uno como futbolista más crece. A pesar de haber jugado poco, lo tomé como un gran aprendizaje para mí y me sirvió para lo que vino después.
– Que fue una revancha en el fútbol argentino…
– Si. Estuve seis meses en Instituto de Córdoba, después me fui medio año a Barcelona de Ecuador para luego emigrar a Grecia, donde estuve seis años. Una liga completamente distinta a la nuestra y una cultura diferente también, sobre todo a la cultura española donde había estado. Los griegos en el fútbol son muy pasionales y lo viven como nosotros.
– ¿Por qué colgaste los botines en el 2011?
– Porque hacía bastante tiempo que estaba afuera y tenía ganas de empezar a disfrutar otro tipo de cosas. Si bien había sido una experiencia muy buena la de Grecia, tenía ganas de volver a mi país, para estar más cerca de mis viejos, de mi hermana, de mi familia y de mis amigos más cercanos. Un poco por eso tomé la decisión de quedarme en la Argentina.
– ¿Te quedó alguna deuda pendiente en tu carrera?
– No, la verdad que no. A nivel profesional soy un agradecido por todo lo que he vivido en el fútbol y en los lugares donde pude estar. Jugué en Newells, salí campeón del mundo, y cosas pendientes no me quedaron. Obviamente me hubiera gustado estar en la Selección Mayor, pero no lo tomo como algo que me faltó, porque estoy muy feliz con la carrera que hice.
– ¿Cómo es vivir sin redes sociales?
– Sí, bueno (risas) lo tomó de una manera muy natural no usar las redes sociales, sino se pierde mucho tiempo. Lo veo a mi hijo que estamos hablando y le tengo que pedir por favor que deje el teléfono. Tenemos un programa en el celular que nos dice cuanto tiempo lo utiliza. A lo mejor está entre tres a cuatro horas por día, porque nosotros le restringimos el celular. Pero imaginate las personas que están todo el día usándolo; son horas y mucho tiempo perdido que no aprovechás para hacer cosas más productivas, por lo menos así lo veo yo.