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Apuntes de dos semanas en Harvard, MIT y Yale

Larreta en universidad de Estados Unidos
Horacio Rodríguez Larreta brindó conferencias y participó de encuentros académicos en las universidades de Harvard, MIT y Yale

Alejarme, aunque sea por unos pocos días, me dio la oportunidad de reflexionar y pensar con calma sobre los tiempos que estamos viviendo en la Argentina. A su vez, me permitió contrastar con los debates y las discusiones que se están produciendo en otros lugares y aprender de ellos. Más específicamente, en las universidades de Harvard, el MIT y en Yale, donde fui invitado a disertar.

Hace años, mientras estudiaba Economía en mi querida Facultad de Ciencias Económicas de la UBA, tomé una decisión. Mi sueño era poder, una vez recibido, realizar estudios de posgrado en alguna de las universidades más importantes del mundo, que están a la vanguardia en lo que hace a la gestión pública. Finalmente, la Universidad de Harvard me admitió y me abrió sus puertas para una experiencia que fue decisiva en mi formación.

Volver a Harvard después de más de treinta años me generó muchas emociones contrapuestas. La última vez que había estado allí fue poco después de asumir la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Volví a sentir el aroma especial e inconfundible que se huele en los edificios de la universidad y recordé mis años de estudio allí, rodeado de compañeros de las más diversas nacionalidades.

En 2018, Steven Levitsky y Daniel Ziblatt publicaron un libro muy influyente sobre política comparada. Su título, Cómo mueren las democracias, lo dice todo. El miércoles 24, Levitsky me recibió en su austera oficina en el David Rockefeller Center for Latin American Studies en Harvard, más conocido como DRCLAS o Dr. Clas, en la jerga de sus estudiantes y profesores. Allí almorzamos los dos.

Me interesaba mucho conversar con él. Cualquiera que haya leído su libro no puede dejar de pensar en los distintos procesos políticos que se vienen dando en diferentes países y, por supuesto, también en el nuestro. Su enfoque es claramente contrario a todo tipo de populismo.

No es difícil para quien conozca el trabajo de Levitsky encontrar paralelismos y detectar en la Argentina actual muchas de las características que señaló junto a Ziblatt en su famoso trabajo. Sin dudas, se trata de un caso que genera una mezcla de perplejidad, asombro y no pocas dudas en los ámbitos académicos, sobre todo entre quienes se han especializado en investigar sobre nuestra región. Las preguntas se dirigieron una y otra vez acerca de la solidez de nuestro sistema político, el rol de los diferentes actores, en particular del Congreso, la sustentabilidad del duro ajuste que se está llevando a cabo y, finalmente, cuáles son -o no- las posibilidades reales de llevar adelante su programa con éxito.

Larreta en universidad de Estados Unidos
Larreta disertó sobre el sistema político en Argentina

Mi posición es conocida. Yo siempre respeto quienes piensan diferente, defiendo el fortalecimiento de las instituciones y me he ocupado de trabajar por que el Estado funcione, especialmente cuando se trata de cuidar a los más vulnerables. En mi almuerzo con Levitsky, señalé mi preocupación por considerar el equilibrio fiscal, siempre imprescindible, como un fin en sí mismo. Porque igualmente imprescindible es la construcción de un Estado ágil y eficiente y de un acuerdo político amplio que dé sustentabilidad a las reformas que necesitamos.

El martes siguiente, Levistky me presentó en el marco del DRCLAS, donde dicté mi conferencia sobre la situación política en nuestro país, el avance del populismo y mi visión sobre cuál debería ser el camino para enfrentar nuestros graves problemas. Entre un encuentro y el otro volví a abrir su libro y marqué un párrafo que había subrayado: “La deriva hacia el autoritarismo no siempre hace saltar las alarmas. Los ciudadanos suelen tardar en darse cuenta de que su democracia está siendo desmantelada incluso cuando sucede ante sus ojos” (la traducción es mía). Evidentemente, Levitsky tiene motivos para pensar que el mundo democrático está acercándose a una zona de peligro para las instituciones.

En mis intercambios con profesores y estudiantes apareció una y otra vez la misma preocupación. ¿Son todos los populismos iguales? Algunos creen que sí, otros piensan que se trata de un fenómeno que cambia de país a país. Algunos presentan rasgos más ideológicos. Otros, en cambio, manifiestan posiciones radicalizadas “antipolítica” o “antisistema”. Como sea, el auge del populismo a nivel global, en cualquiera de sus versiones, es siempre una señal negativa. A Levitsky y otros académicos con los que tuve la posibilidad de conversar, la cuestión los llena de interrogantes. A mí también.

Ese mismo jueves por la tarde tuve una reunión con el economista turco Dani Rodrik, uno de los más importantes y prestigiosos del mundo. Hace años que vengo siguiendo sus posiciones, sobre todo en el marco de la New Industrial Policy, una suerte de reconfiguración de la política económica, el comercio internacional y el desarrollo en la era de la globalización. Probablemente uno de los hombres más opuestos en sus ideas a las que profesa el presidente Milei.

Dani Rodrik y el desafío de pensar de nuevo el desarrollo y la política industrial

Dani Rodrik nació en 1957 en Turquía, en una familia judía sefaradí. En 1975 pudo trasladarse a los Estados Unidos para estudiar en la Universidad de Harvard, en Boston. Desde que en 2011 publicó con enorme éxito su libro La paradoja de la globalización, su nombre está asociado a un tema que me interesa particularmente: cómo aprovechar los beneficios del libro comercio sin perjudicar las condiciones de empleo en países como el nuestro y cuál es el rol del Estado para lograrlo.

Rodrik me recibió en su oficina en la John F. Kennedy School of Government, donde es profesor de Economía Política Internacional. A su vez, co dirige allí un programa y una red cuyos nombres me atrajeron de inmediato: Reimaginando el Programa Económico, el primero y Economía para la Prosperidad Inclusiva, la segunda.

Reconozco que tengo una obsesión con el desarrollo y con encontrar un camino que nos permita contar con un Estado fuerte y capaz de generar igualdad de oportunidades para todos pero que, al mismo tiempo, garantice la estabilidad macroeconómica a partir del equilibrio fiscal. Para estos temas, Dani Rodrik es la persona indicada para conversar.

Hace años que Rodrik viene sosteniendo, a través de sus libros e investigaciones, que el fenómeno de la globalización podría tener una contracara negativa para los países en desarrollo. No discute la necesidad de abrirse al intercambio, pero una y otra vez alerta sobre la necesidad de una participación inteligente del Estado y los gobiernos para aprovecharla para sacar provecho de sus consecuencias sociales y económicas. Más allá de los beneficios de la globalización, este rol del Estado es una clave en la obra de Rodrik a la hora de volver competitivas a las economías nacionales. Ya hemos aprendido que los usos del libre comercio no son iguales ni tienen los mismos efectos en países desarrollados y poderosos que en países como la Argentina.

Larreta en universidad de Estados Unidos
El ex jefe de Gobierno porteño mantuvo un encuentro con jóvenes argentinos que estudian en universidades de EEUU

En los inicios de su carrera académica, las posiciones de Rodrik eran algo marginales. Corrían los años del llamado Consenso de Washington y las políticas de apertura indiscriminada y el nuevo liberalismo estaban de moda en prácticamente todo el mundo. Sin embargo, con el tiempo y los resultados, sus posiciones comenzaron a ser cada vez más escuchadas y su influencia entre los economistas no ha cesado de crecer. Rodrik demostró, con datos reales, las complejidades del impacto de la globalización y la necesidad de contar con un modelo de desarrollo.

En el presente, Rodrik encarna como pocos una visión moderna sobre la política industrial. No deja de sorprenderme que entre nosotros haya calado hondo la negación de toda política industrial para el desarrollo. No es lo que se está pensando en el mundo académico. No es lo que piensa Rodrik.

A lo largo de mi viaje tuve la oportunidad de conversar con otros profesores y estudiantes que piensan, como yo, que tenemos que encontrar un camino diferente. Siempre pensé que necesitamos acordar un verdadero plan de desarrollo para nuestro país. La New Industrial Policy es un camino posible. Existe una enorme cantidad de debates y discusiones que nos permiten aprender y descubrir que tenemos una enorme oportunidad para generar crecimiento e inversiones de manera rápida y consistente en el tiempo.

Las ideas de Rodrik son provocadoras y ponen en cuestión las certezas que muchos economistas y políticos suelen manifestar. Uno a uno, los fundamentalismos en materia económica se caen a pedazos frente a la evidencia de los resultados. Su visión es pragmática y abierta, alejada de cualquier dogmatismo. Una vez finalizado nuestro encuentro aproveché para sentarme en un bar, pedir un café y disponer de un tiempo para leer un paper que Rodrik publicó junto a dos colaboradores. Su título: The New Economics of Industrial Policy (La nueva economía de la política industrial). Como cuando era un alumno más en Harvard, tomé una lapicera y subrayé una frase que me dejó pensando: “La prominencia de la política industrial ha crecido enormemente en los últimos años, dado que los gobiernos han desarrollado crecientemente una premeditada política industrial para enfrentar una serie de problemas: la transición verde, la resiliencia de las cadenas de valor, el desafío de buenos trabajos y la competencia geopolítica”.

Luego, rodeado de jóvenes que entraban y salían, abrí mis apuntes para preparar las siguientes conferencias.

Harvard, MIT, Yale, empanadas, vino y una espina

La primavera en Boston comienza a hacerse sentir. Al igual que en Buenos Aires, disfruto mucho de recorrer la ciudad y moverme de un lado al otro en bicicleta. Después de tanto tiempo, me encanta verificar que los lugares que habitaba y frecuentaba como estudiante siguen estando allí, con el mismo encanto de siempre, llevándome a evocar mis veinticinco, veintiséis años, cuando los recorría una y otra vez.

El jueves 25 de abril dicté mi conferencia en Bloomberg Center for Cities de Harvard. Se trata del centro de estudios más importante del mundo en el tema de la gestión de gobiernos municipales. Allí fui presentado por Jorrit de Jong, su director. Confieso que me emociono y me da mucho orgullo cuando encuentro que nuestra gestión en la Ciudad de Buenos Aires es un ejemplo y un caso de estudio en Harvard. El riguroso método de gestión que aplicamos en nuestra querida ciudad llamó mucho la atención de la audiencia, integrada básicamente por profesores, estudiantes e investigadores de Harvard.

El punto de partida fue de extrema actualidad en muchísimas ciudades: Anti-System Sentiments and Urban Politics (Sentimientos anti-sistema y política urbana). Los mismos fenómenos que vemos en nuestras ciudades en la Argentina se reproducen de manera equivalente en otros lugares. En distintas ciudades los vecinos plantean relaciones complejas con sus administraciones y los sistemas regulatorios. Por momentos se da una paradoja. Por un lado, emergen con fuerza discursos que proponen dinamitarlo todo mientras que, al mismo tiempo, los ciudadanos exigen a sus gobiernos municipales servicios públicos de alta calidad.

Me impresionó mucho y muy bien el nivel de las preguntas de quienes me escucharon. Querían saber por qué la revista The Economist había señalado recientemente que Buenos Aires era la mejor ciudad para vivir en América latina. Pero un tema se llevó buena parte del diálogo posterior. Todos querían saber cómo logramos convertir a Buenos Aires en la ciudad más segura de la región y en la segunda ciudad más segura de todo el continente. En un momento en que el mundo debate acerca de iniciativas autoritarias o populistas de gestión de la seguridad urbana, simbolizadas en el “modelo Bukele”, generó mucho entusiasmo nuestra experiencia y la aplicación de nuestro modelo exitoso de gestión, moderno y democrático.

A partir de esta conferencia y a lo largo de los días que pasé en Harvard, me instalé en una oficina donde los estudiantes, muchos de los cuales están haciendo sus tesis e investigaciones sobre gestión de ciudades, me pidieron citas para profundizar en estos temas. Uno tras otro acudieron a hacerme más preguntas. No sólo sobre la cuestión de seguridad. Les llamó mucho la atención el desarrollo de distritos específicos que llevamos adelante en Buenos Aires. En particular, el Distrito Tecnológico, que facilitó la instalación en la zona de Parque Patricios de numerosas compañías de tecnología, revitalizando todo el barrio. Y también les despertaba curiosidad nuestro modelo de cercanía con el vecino.

Larreta en universidad de Estados Unidos
Luego de las conferencias académicas y un encuentro informal con estudiantes, Larreta aseguró que su viaje tomó un nuevo significado sobre el futuro de los jóvenes en Argentina

El mismo espíritu de entusiasmo me llevó más tarde al Massachusetts Institute of Technology, más conocido por sus célebres iniciales: MIT. Hacia allí marché para exponer sobre Políticas de Integración Urbana. En el MIT la conversación fue más coloquial y pude contar nuestra experiencia y el enorme desafío que sigue siendo desarrollar contextos dignos para quienes se encuentran en condiciones desfavorables y pude contar el impacto que tuvieron y siguen teniendo estas políticas sobre la calidad de vida de innumerables familias.

Después de un fin de semana con amigos y colegas me subí al tren hacia New Haven. Allí me esperaba una nueva conferencia, ni más ni menos que en Yale. En este caso, el tema fue diferente. Me pidieron que hablara sobre mi experiencia, mis años de formación y el surgimiento de mi vocación por lo público. Querían saber el impacto que había tenido mi paso por una universidad como Harvard en mi carrera pública. Fue un encuentro en el que no estuvo ausente la situación política argentina y el resultado de las últimas elecciones. Allí expuse acerca de mi proceso de aprendizaje, tanto personal como político, tras la derrota en las elecciones internas del año pasado. Hablé sobre cuáles considero que fueron mis errores, qué factores subestimé y qué haría hoy de otra manera. El debate posterior incluyó también las cuestiones vinculadas a la inserción de nuestro país en el mundo y el impacto de los sucesivos giros en materia de política exterior que venimos teniendo desde hace años.

Volví en tren a Boston para una nueva conferencia en Harvard, en el David Rockefeller Center for Latin American Studies, el martes 30 de abril. En esta ocasión mi presentador fue el propio Steven Levitsky, con quien había estado reunido unos días antes. El tema, como no podía ser de otra manera, fue el auge del populismo en el mundo y, en particular, en nuestro país. Allí pude plantear mi propia visión sobre los caminos que podríamos transitar para lograr salir de la trampa populista de los discursos altisonantes y las soluciones insuficientes. Una vez más, hablé de mi idea de tres ejes, simultáneos y no excluyentes: la estabilidad consistente de nuestra macroeconomía, la necesidad de un acuerdo político amplio para impulsar un verdadero plan de desarrollo que se extienda más allá de los cambios de gobierno y una profunda transformación del Estado que garantice la igualdad de oportunidades para todos los ciudadanos. Estoy convencido que estas tres acciones realizadas coordinadamente y en simultáneo son las únicas que nos permitirán construir las transformaciones que necesitamos.

El miércoles 1º de mayo me reuní con el economista venezolano Ricardo Haussman. Su currículum impresiona: Ph.D. por la Universidad de Cornell, funcionario durante la presidencia de Carlos Andrés Pérez, ex economista jefe del BID y una de las mentes más brillantes entre los economistas contemporáneos. Haussman es profesor de Practice of International Political Economy en la Harvard Kennedy School. Desde 2006, dirige el Laboratorio de Crecimiento, el Growth Lab, un hub internacional que ha trabajado en investigación sobre crecimiento y desarrollo en más de 30 países en todo el mundo. No fue la primera vez que nos encontramos. Ricardo había trabajado con nosotros en la definición de los sectores con mayor potencial de crecimiento en la Ciudad. Esta vez, la conversación giró sobre las nuevas ideas en torno al desarrollo económico. Fue sumamente provechosa. La experiencia del Growth Lab es parte de lo que me gustaría aplicar en nuestro país.

En medio de todas estas actividades, una noche me invitaron a un encuentro con empanadas y vinos argentinos junto a una veintena de estudiantes de nuestro país que están viviendo en Harvard. Fue una experiencia extraordinaria y, en cierto modo, también una señal de los tiempos que estamos viviendo. Hace unos cuantos años, yo era un estudiante como todos ellos. Por entonces ya tenía la misma obsesión que sigo teniendo hoy por la buena gestión pública. Como ellos, trataba de aprovechar cada clase, cada minuto de mi tiempo, en aprender y trabar vínculos con futuros colegas y profesores. Sin embargo, descubrí que aquel sueño que me había llevado a Harvard, el de volver a la Argentina para volcar todo el conocimiento que había recibido en la administración de lo público, está hoy ausente entre los estudiantes argentinos. Es como si algo se hubiera roto. Les pregunté uno a uno qué imaginaban para su futuro y ninguno planteó siquiera la opción de volver a su país. En medio de bromas, charlas sobre fútbol, anécdotas de la política y cuentos sobre la universidad, ni un solo estudiante pudo imaginar su futuro viviendo en la Argentina. No los puedo culpar de nada y entiendo sus razones.

La pasé muy bien con todos ellos, pero aquel encuentro me dejó una espina que aún no puedo quitarme. Estos estudiantes argentinos le dieron un nuevo significado a este viaje cargado de nuevas experiencias. Sin saberlo, ellos renovaron mi compromiso y mi vocación de contribuir a hacer de la Argentina un lugar donde ellos y tantos otros jóvenes que se han ido o sueñan con emigrar puedan encontrar la oportunidad de desarrollarse profesionalmente, tanto en el sector público como en el sector privado de nuestro país. Los necesitamos.

Así, ya en el avión de vuelta, apunté esta última frase que ahora comparto: la Argentina no puede ni debe quedarse sin su talento.

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