En su cuenta de X (antes Twitter) Bruno Videla aclara: “Opino sobre educación porque trabajo en el aula”. Esa es tal vez la mayor brecha que se pudo apreciar en el debate en torno a una cuestión que vuelve cíclicamente: la repitencia, actualizada por la decisión de las autoridades educativas bonaerenses de eliminarla en el nivel secundario y pasar a un sistema de aprobación materia a materia.
De un lado, los expertos -casi todos teóricos alejados del pizarrón- y los políticos -interesados en mejorar las estadísticas-; del otro, los docentes, los que están en el aula.
Los mensajes en X de Bruno Videla –17 años de docencia en colegios secundarios de la Ciudad de Buenos Aires- son como un diario del día a día de las aulas, lo que verdaderamente pasa en las escuelas y a lo que deberían prestar atención autoridades y especialistas porque, como dice uno de sus tuits, del 12 de junio pasado, “es curioso que todos los especialistas celebren esta medida y todos los docentes sean críticos, ¿qué será lo que siempre subyace en esa desconexión?”
Inasistencias e indisciplina son dos constantes en sus mensajes. Un día de lluvia los cursos se vacían y no estamos hablando del conurbano: “Vengo hace tiempo contando que los chicos faltan mucho a la escuela, que es habitual tener sólo la mitad de un curso y muchos responden que hay que quitarles el plan, trabajo en Belgrano y Urquiza, no hay casi alumnos cuyos padres cobren plan, no es por ahí”.
Otro eje de sus comentarios es la defensa de la profesión: “Existe un dogma entre los especialistas en educación acerca de que los chicos no aprenden porque los docentes no sabemos generarles interés”, lo que “deriva en una serie de medidas cuya principal consecuencia es que no se prepara a los alumnos ni para el nivel superior ni para el mundo del trabajo, lugares que no necesariamente serán divertidos, lugares en donde hay que cumplir responsabilidades, plazos, horarios, etc.”. Porque el eslogan de que “la escuela se debe adaptar a cada alumno genera una ficción que luego no tiene correlato en sus vidas adultas y ahí verán la piña”.
“La escuela no debe ser una cárcel, pero no debe perder el foco”, escribió, y agregó, irónico: “Ojo, yo no soy especialista y quizás esté equivocado en todo…”
También protesta contra “la idea de que en la escuela el alumno no debe aburrirse”, de la que se desprende que el docente debe ser “más un coach o un entretenedor”, y que él cree que deriva de una “lucha de los especialistas contra una escuela tradicional imaginaria dispositivo de vigilancia foucaultiano”.
La voz que no les dan las autoridades muchos docentes la buscan en las redes. Desde hace varios meses, Videla anima debates con sus colegas en #SalaDeProfesores. El último fue sobre el tema “repitencia sí o no”.
No se trata, dice en esta charla con Infobae, de que maestros y profesores quieran una escuela a lo The Wall, sino de que antes la escuela estaba regida por dos sistemas, el académico y el disciplinario, y ahora nada de eso existe, debido por un lado al facilismo con el cual se promocionan materias y niveles, y por el otro la supresión de toda sanción disciplinaria. Ello se debe, dice, a que ciertas “concepciones ideológicas” asocian “a lo represivo” conceptos que “son clave para el desarrollo del proceso de enseñanza – aprendizaje”, es decir, “disciplina, orden, esfuerzo”. De las teorías que elaboran estos especialistas “se derivan políticas concretas que terminan generando un deterioro” de la calidad educativa.
Es lugar común decir que la repitencia no sirve, pero nadie ha demostrado que la no repitencia mejore los resultados educativos. Porque, más allá de la decisión de la provincia de Buenos Aires, que en realidad es un blanqueo de lo que en la práctica ya sucede, los resultados de permitir el pase de nivel -e incluso el egreso– de alumnos que no han adquirido los conocimientos correspondientes saltan a la vista.
En cualquier caso, son políticas que privan a los docentes de herramientas y degradan constantemente su autoridad, tanto disciplinaria como académica, porque la presión para que los alumnos sean aprobados es permanente y creciente.
Bruno Videla es politólogo, abogado y profesor de educación secundaria. Enseña desde hace 17 años. Llegó a trabajar en 7 colegios a la vez; actualmente son “sólo” 4 y tiene 10 cursos en total. Dicta Formación Ética y Ciudadana, Sociedad y Estado, Sociología y Derecho, a alumnos de 3° a 5° año, es decir, de entre 15 y 18 años.
El 11 de junio pasado escribió: “Hay alumnos de 2° año (de secundaria) que no saben leer, eliminada la repitencia van a llegar a 5to igual y ahí se inventará algo para que no se les vulnere el derecho a recibir un título”.
A esa falsa idea de lo que es la inclusión y al modo en que se está desvirtuando el rol de la escuela, se refiere en esta entrevista.
— Hay una nueva disposición sobre la repitencia que concierne a la provincia de Buenos Aires, pero que generó un debate en todo el país. ¿Qué piensan los que están en la trinchera?
— Agradezco poder expresarme acá porque muchas veces las voces de los docentes no tienen espacio y pensaba, por ejemplo, que sin las voces de los docentes no hubiera existido un “Abramos las escuelas”, por ejemplo, porque habría quedado en la opinión pública que los docentes no querían volver a clases, y yo siento que hoy un poco pasa lo mismo con este tema, pero esta vez en lugar de ser los sindicatos los que influyen en la opinión pública son los especialistas. Cuando se revisan todos los artículos sobre este tema lo que aparece es la opinión de los expertos que obviamente están todos de acuerdo con esta medida. Los docentes que estamos dentro del aula somos muy críticos, pero no ya con esta medida porque no se trata solo de si la repitencia sí o no, sino que hay algo de fondo que es considerablemente más grave que es saber por qué los chicos no aprenden. Las respuestas a esta pregunta son bastante amplias… En principio hay un deterioro generalizado de todas las instituciones dentro de ellas la familia, por supuesto; el proceso educativo de un niño transcurre en distintos ámbitos y la escuela es solo uno que se dedica quizás a las cuestiones más formales. Cuando la escuela se tiene que ocupar de enseñanzas que deberían provenir de otros ámbitos, pierde capacidad para desarrollar lo propio. Después también creo que hay determinadas concepciones ideológicas acerca de algunos conceptos que son clave para que se desarrolle ese proceso de enseñanza aprendizaje como ser disciplina, orden, esfuerzo, todos conceptos asociados a lo represivo. Entonces muchos de estos especialistas elaboran teorías de las cuales luego se derivan políticas concretas que cuando se aplican terminan generando un deterioro.
— Una de estas especialistas, siempre muy citada, dijo que la repitencia era parte de un sistema obsoleto, de castigo, de vigilancia, o sea la repitencia no tendría que ver con lo pedagógico según ella sino con el disciplinamiento. Y como disciplina hace rato es mala palabra en educación, entonces se elimina la repitencia y listo, se resolvió el problema.
— Claro, pero ahí lo que pasa es que cuando tenemos ciertos indicadores que dan datos que no nos gustan, los eliminamos. Entonces, el abandono es causado porque los chicos repiten, listo, eliminado. El abandono es causado porque los chicos quedan libres. Eliminamos la repitencia, y así todo el tiempo y el resultado final es que la calidad se deteriora y pareciera que no se puede revertir esa tendencia.
— Una parte del diagnóstico, sería que hay una desconexión total entre los que toman las decisiones y los maestros. Tampoco los sindicatos generan esa discusión; hablan únicamente de salario. Nunca se escucha a los sindicatos preocuparse por el tema del aprendizaje, o de la desautorización constante del maestro, no solo en términos disciplinarios, sino también pedagógicos. Si el maestro dice “este chico no está en condición de pasar de año, no aprendió”, luego es desautorizado por los directivos.
— En principio lo de la desconexión es real. En el fondo de eso existe un concepto, no quiero decir errado, pero por lo menos discutible, de lo que llamamos inclusión. La política adhiere a este concepto de la inclusión que finalmente termina siendo excluyente porque ahora tenemos más chicos dentro del aula, pero lo cierto es que aprenden menos. La desconexión viene un poco por la urgencia de la política en exhibir resultados. Un gobernante que sabe que en dos años hay elecciones y tiene que mostrar que fueron más chicos a la escuela, que egresaron más. Entonces, “compran” estas teorías porque les son funcionales y si luego no dan resultado siempre existe la posibilidad de hacer responsables a los docentes que no están capacitados, que no entendieron este nuevo paradigma porque vienen de la escuela arcaica y en realidad los que tienen en la cabeza esta escuela como dispositivo de control son más bien los especialistas que diseñan teorías para una escuela que hoy no existe y para alumnos que hoy ya no existen.
— En tu cuenta de X vas contando cosas de la cotidianeidad de la enseñanza como que un viernes, en un curso de 5° año, de 18 alumnos, 8 están ausentes. ¿Los chicos no van al colegio y no pasa nada?
— No. Lamentablemente se volvió habitual que un día normal falte la mitad del curso.
— ¿Por qué faltan? ¿Porque saben que no les pasará nada?
— Se ha roto todo un sistema de incentivos y eso genera un currículum oculto. Es decir, un conjunto de enseñanzas y aprendizajes por fuera del currículum formal que en definitiva también van formando a los chicos. ¿Qué es lo que aprenden? Y… aprenden que determinadas faltas no tienen consecuencias en una edad donde además están buscando permanentemente el límite. Es natural en los adolescentes el ir midiendo hasta dónde pueden llegar, y con todas estas medidas entienden que cada vez pueden un poquito más y no pasa nada.
— En el caso de la Ciudad de Buenos Aires, ¿existe un límite de inasistencias?
— Hace hace poco se ha modificado y ahora la regularidad es por materia, por bimestre. Pero una cosa son las normas. Todos los días tomo lista, pero lo cierto es que no conozco, por lo menos yo, a docentes que se pongan firmes, y digan “no cumpliste, así que vas a venir a rendir“. Por lo general, los chicos terminan aprobando igual. Lo que pasa es que para no aprobar a un alumno tenés que justificarlo de una manera que se hace tediosa. Entonces, muchas veces los docentes sopesan la situación y dicen “ya está, si hizo lo mismo que los demás, vino menos veces, pero bueno, listo, ¿qué se le va a hacer?”
— A los chicos, en tus clases, ¿les interesan los temas que das?, ¿se sienten obligados a ir, a hacer las tareas?
— Tenés de todo. Tenés alumnos que son muy inquietos en cuanto al conocimiento y que se enganchan, tenés algunos a los que no les interesa absolutamente nada, que no quieren estar ahí, tenés otros que no van… Lo complejo es lograr que todos esos chicos tan diferentes, aprendan lo mismo, entonces uno hace lo que puede, es muy artesanal.
— ¿Te sucede desaprobar a un alumno? ¿Y entonces qué pasa? ¿Se va a diciembre, a marzo? ¿Es antiguo lo que digo?
— Bueno, marzo y diciembre, en realidad diciembre y febrero, existen formalmente, pero en la práctica, los chicos prácticamente no van a examen, porque existen otras instancias para acreditar esas materias, por ejemplo en Capital hay un periodo de intensificación al final de cada cuatrimestre. Los chicos que deben materias tienen que seguir yendo y vos tenés que hacer una propuesta para que recuperen esos contenidos, pero existen otros dispositivos donde son otros profesores los que los evalúan, o sea, existen muchas instancias. Para el chico desaprobar no es una tragedia en el sentido en que quizás lo vivíamos nosotros, ¿no? Perdías a tu grupo, se te atrasaba la vida… eso no existe más. No me parece mal en el fondo, lo que sí me parece mal es que sea tan laxo, porque a ver, imagínate que un chico que no vino en todo el año, que no hizo absolutamente nada, yo en dos semanas no le puedo explicar toda la materia y encima evaluarlo. Los mismos que diseñan esta política saben que es así, pero que te dicen, “bueno, con que sepa lo mínimo ya está”. Inventaron algo que se llama núcleo de aprendizajes prioritarios y eso explica el deterioro en la calidad.
— Es una estafa, le das un título que no le va a servir de nada porque no certifica aprendizajes, y es una estafa al que se esfuerza.
— Es lo que te decía antes de romper un sistema de incentivos. Hay alumnos que directamente no vienen a la escuela y aparecen en octubre, noviembre, con alguna excusa, algún argumento que justifique esa ausencia y vos como escuela tenés la obligación de armarle una propuesta para que él pueda seguir. Entonces, el chico que fue todos los días a clase, ¿cómo se va a sentir? A todo esto tenés que sumarle que la familia ha tenido un deterioro, la familia como estructura conformada por adultos que guían al chico. Entonces la verdad es que no sorprenden los resultados, cuando uno mira las medidas que se aplican y cuando uno está en el aula y ve el impacto que tienen.
— Disciplinariamente, ¿tenés recursos? Por ejemplo, llegás al aula, hay un desorden, y no sé… en mi época había que pararse al lado del banco y saludar. O sea, el orden era instantáneo, claro que siempre había un revoltoso, pero ahora he escuchado a profesores decir que les toma mínimo cinco o diez minutos disciplinar el aula para poder empezar a enseñar. ¿Es así?
— Suele ser más así con los más chiquitos. Porque además son clases más numerosas. Sí, lleva tiempo, pero quizás no porque sean revoltosos, sino por el tema de que te presten atención.
— No consideran que sea obligación escuchar…
— De que te saluden, olvidate. No digo que se paren, ni nada, pero es habitual en un curso decir “hola, buen día” y que no te responda nadie, y que estén con el telefonito, entonces les hablás, no te miran. Hoy el celular es un problema grande.
— ¿Cómo puede ser que no esté prohibido el celular en el aula? Salvo que el profesor diga “saquen el celular, que vamos a hacer algo…”
— Es que, de vuelta, no es el celular, son las normas de respeto, porque yo también tengo celular y estoy hablando con vos acá y no lo estoy mirando. Lo cierto es que muchas veces el celular es una herramienta útil. Hoy los chicos ya no usan más libros, tampoco fotocopias. Entonces muchas veces el único soporte que tienen por el cual les podés transmitir materiales terminan siendo estos medios digitales. El problema es que en el mismo celular donde tienen la actividad que yo traje para hacer en el curso tienen también el whatsapp, Instagram, y entonces eso exige una vigilancia constante. Muchas veces son los mismos padres que se comunican con los chicos. No podés hablar por teléfono, le decís, “es mi mamá que me está preguntando algo”. “Pero si es tu mamá tiene que saber que estás en clase, si necesita algo, puede llamar a la escuela”. Te contesta: “No, no, es un toque”… Creo que la batalla contra el celular definitivamente se ha perdido. Entonces, ¿qué hacés? Antes, había dos regímenes, el académico y el de disciplina. Vos podías repetir porque no aprobabas materias o porque tenías muchas amonestaciones. Eso no existe más. Si tengo un alumno que no me da bola, que no me habla, que no me escucha y está en la suya, ¿qué puedo hacer? Bueno, una notita. Hago un acta. Una vez que se acumulan notas, van al Consejo de Convivencia que convoca al alumno a que reflexione, y así pasó todo el año.
— Sinceramente es admirable que puedan enseñar en ese clima, porque no es un clima educativo, no es propicio para sentarse a enseñar y aprender.
— Es así, para que un proceso de enseñanza-aprendizaje se desarrolle virtuosamente son necesarias ciertas condiciones de respeto básicas, que una persona hable y la otra la escuche. Porque a veces se malinterpreta, yo no quiero que la escuela sea The Wall…
— Pero se ha ido al otro extremo. Hoy la escuela es un lugar donde se aprende poco y todos aprueban…
— Sí, pero porque justamente con esto de la obligatoriedad del secundario se hace una interpretación cuestionable de la educación como un derecho. La educación es un derecho porque te permite acceder al goce de otros derechos que son fundamentales, pero no es un derecho tener el título. Pero entonces, si vos hacés cualquier cosa que pueda truncar la posibilidad de que ese alumno tenga ese título es como que estás cercenando el derecho a la educación del niño. Eso después lleva a que se hace todo lo necesario para que ese alumno egrese y listo.
— Hace tiempo que empezó este sistema de resolver la repitencia eliminándola. Una maestra de primeros grados me decía que, si pasan cuatro o cinco chicos a segundo grado que no aprendieron lo que lo que tenían que aprender en primero, se retrasa toda la clase. Eso es lo que ha estado pasando en la escuela argentina. A cada año le van llegando alumnos peor preparados. Entonces no se puede dictar los contenidos previstos para ese nivel, hay que empezar más atrás.
— Sí, yo he tenido alumnos de tercer año que no podían leer de corrido. Algunos especialistas hablan de una primarización del secundario.
— Si fuese como la primaria de antes, sería bueno, se terminaba séptimo, habiendo sido muy bien alfabetizado. Ahora, ¿qué podés hacer con un alumno que no sabe leer?
— Lo más triste y doloroso es que generalmente son alumnos que vienen de contextos vulnerables. Lo que intento es prestarle mayor atención, tratar de que hagamos juntos las cosas, pero es como querer contener con el dedo una ola gigante que sabés que te va a tapar. Y ese chico termina pasando de año y seguramente termina quinto año, claro, por todo lo que comentaba antes. Si vos querés plantarte firme, “el alumno no sabe, no lo puedo aprobar”, viene otro y lo aprueba y termina pasando igual…
— Por eso digo que la autoridad docente está licuada, no hablo solo de la disciplina sino de lo pedagógico.
— Aparte, los especialistas que elaboran estas teorías han sido muy eficientes en instalar en la opinión pública que los malos resultados se deben en gran medida a un déficit en la formación de los docentes o que los docentes siguen pensando en la escuela de hace 30 años.
— O que no saben motivar al alumno. El docente, aparte de saber su materia, tiene que ser una especie de animador o de showman.
— Y eso hoy es muy difícil porque con todos los estímulos externos que tienen los chicos no podemos competir. Yo no puedo hacer mi clase más interesante que un juego que están jugando con siete pibitos más.
— ¿Existe hoy alguna instancia en la cual los docentes sean escuchados en estos temas? ¿O cuál sería la vía? Porque los sindicatos de esto no se ocupan. ¿Cómo hacer valer la voz de los que enseñan?
— No lo sé, pero creo que si te parás en la puerta una escuela o vas a cualquier sala de profesores, el 99 por ciento te va a decir lo mismo que te estoy diciendo yo. Y me parece que se puede arreglar esto, pero hay que reformar todo el sistema, desde la formación de los docentes del jardín hasta el secundario y que es muy probable que los resultados los veamos en 30 años o más. Entonces, claro, nadie quiere escuchar a un docente decir eso. Tampoco hay mucho interés, en conocer qué piensa el docente. De hecho, cuando quieren implementar nuevos planes, hacen un simulacro de consenso. Vienen un día a la escuela, te dan un papelito para llenar unos cuadritos, pero finalmente tienen todo medio cocinado. Institucionalmente no hay un lugar donde los docentes puedan dar sus opiniones. Lamentablemente, la discusión sobre estas cosas se da entre el Gobierno y los sindicatos y cuando hay que consultar se consulta a los expertos.
— Hay que decirles que miren X, porque hay muchas cuentas como la tuya que es muy activa y donde contás todo lo que pasa en el día a día, pero hay muchos otros docentes que también lo hacen.
— Sí, pero muchos tienen miedo de hablar porque a veces cosas tan simples como mostrar un libro de temas, con todas los resguardos de la intimidad, puede ser visto por algún directivo como una traición. Muchos docentes no se animan a contar las cosas que viven en la escuela, y muchos lo hacen desde el anonimato, pero me parece que eso hay que empezar a revertirlo porque aunque los expertos tienen un conocimiento valioso, los docentes vemos la película completa porque estamos ahí. Yo sé lo que enseñaba hace 15 años y sé lo que enseño ahora y sé que ahora enseño menos.
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