En el vibrante Centro de Lima, se alza el antiguo Convento de la Concepción, un sitio que encierra más de cuatro siglos de historia. Fundado en 1573 por Inés Muñoz durante la era virreinal, este edificio se convirtió en un centro de la vida religiosa de la orden de las concepcionistas y en un emblema de la historia de la capital peruana.
Las paredes del convento, impregnadas de fe y tradición, han sido mudos testigos del incesante cambio de eras y de los hitos que han definido el espíritu de la ciudad. Sin embargo, en el fluir constante de la modernidad, el Convento de la Concepción se ha transformado profundamente. Actualmente, donde antaño resonaban oraciones, se despliega el bullicio de un centro comercial. Este cambio refleja la adaptación de la arquitectura colonial a las nuevas necesidades urbanas, fusionando el pasado con el presente.
El sitio, que fue un claustro dedicado a la vida contemplativa, ahora se presenta como un espacio donde el comercio y la vida cotidiana limeña cobran protagonismo. Esta reconversión ha permitido preservar y dar un nuevo uso al patrimonio arquitectónico, asegurando su conservación y permitiendo que la ciudadanía y visitantes sigan disfrutando de una parte de la rica historia de Lima.
¿Quién construyó el Monasterio Concepción?
Fue Inés Muñoz, una mujer nacida en el seno de una humilde familia de campesinos andaluces que jamás imaginó que su vida tomaría un giro tan dramático y trascendental. Sin saber leer ni escribir, se embarcó en un destino extraordinario al unirse en matrimonio con Francisco Martín de Alcántara, medio hermano materno del célebre conquistador Francisco Pizarro. Juntos se adentraron en la aventura que cambiaría para siempre el destino de América: la expedición de Pizarro.
El acercamiento a Pizarro les otorgó una posición de privilegio en el nuevo mundo. La crónica de Bernabé Cobo “Historia de la Fundación de Lima” pinta un retrato vívido de la vida de Inés en el Perú, donde, junto a Francisco Martín, disfrutó inicialmente de una existencia desahogada, recompensada con las encomiendas que proporcionaban estatus y riqueza.
Inés se responsabilizó de la educación y protección de los hijos de Pizarro, una labor que se intensificaría tras la trágica jornada del 26 de junio de 1541, cuando tanto Pizarro como su esposo, Francisco Martín, cayeron a manos de los insurgentes almagristas.
Envuelta en el luto, la resiliencia de Inés se manifestó al reconstruir su vida al contraer segundas nupcias con Antonio de Ribera, un distinguido miembro del Cabildo de Lima y Caballero de la Orden de Santiago. Su unión fue bendecida con un hijo: Antonio de Ribera, “el Mozo”.
El joven heredó las encomiendas familiares a la muerte de su padre. Sin embargo, la fortuna no sonrió por mucho tiempo; el derroche y los excesos le hicieron dilapidar la herencia paterna y falleció sin descendencia luego de luchar una larga enfermedad.
La decisión de construir el Monasterio
En un conmovedor acto de fe y memoria, Inés Muñoz de Ribera, viuda marcada por la pérdida y la adversidad, decide marcar su legado en la Ciudad de los Reyes a través de la fundación de un Monasterio dedicado a Nuestra Señora de la Concepción. Así lo narra Liliana Pérez en su profundo artículo “Inés Muñoz de Ribera, emigrante a Indias”, desentrañando los motivos que la impulsaron a erigir un refugio espiritual tras la muerte de su único hijo legítimo.
Movida por un espíritu de caridad y con el deseo de ayudar a “muchas hijas de conquistadores pobres” que deambulaban por las calles de Lima en condiciones de “riesgos y necesidades”, Inés se aproxima con devoción al final de su vida.
El 2 de julio de 1573, una octogenaria Inés se aproxima al Arzobispo Fray Jerónimo de Loayza con una firme propuesta: la creación de un monasterio en el que, además de ofrecer servicio a Dios, ella misma anhelaba resguardarse.
La solemnidad se materializa el 15 de septiembre de ese mismo año, cuando, ante el Escribano Francisco de la Vega, se sella el documento fundacional. El Monasterio de la Concepción surge, así, no solo como un acto de fe, sino también como una institución de acogida y protección para las jóvenes más desfavorecidas de la época.
Generosa en sus últimos años, Inés concede al monasterio un patrimonio significativo, entre el que destacan sus viviendas en la plaza principal, la “Huerta perdida” y otras valiosas propiedades rurales. El monasterio, más que un simple edificio, se convierte en el símbolo de una herencia, la de una mujer que, enfrentada al dolor y a la soledad, decide forjar un santuario de esperanza y ayuda en el corazón de Lima.
Las sutil expropiación del Monasterio de la Concepción
Desde la llegada de los españoles, la flamante Ciudad de los Reyes no disponía de un mercado central que ordenara la vorágine comercial, lo que desembocaba en un desorden palpable en sus rutas de intercambio.
Para aliviar este caos, la administración virreinal intentó concentrar el bullicioso comercio en emblemáticas plazas como la Mayor, San Francisco y de la Inquisición —hoy Plaza Bolívar—. Estos intentos de organización buscaban agrupar a mercaderes y abastecedores, facilitando así la actividad comercial y la vida cotidiana de los limeños.
Pese a esfuerzos notorios, la ciudad seguía clamando por una solución más estructurada, clamor que encontró eco en la visión del presidente Ramón Castilla. Con espíritu reformista, propuso erigir un mercado unificado que sirviera de epicentro para el intercambio comercial de Lima. Pero para ello, se necesitaba espacio; un espacio que colisionaría con los intereses eclesiásticos.
Dicha ambición reformista implicó la controvertida expropiación de terrenos pertenecientes al monasterio de la Concepción, en una época donde el poder de la Iglesia había mermado, como comentó el historiador Juan José Pacheco de Prolima:
“Desde la Independencia, el convento perdió poder y muchos de sus sacerdotes. Cada vez estaba más vacío. El Estado aprovechaba esos lugares para construir edificios públicos”.
En un movimiento osado, el 7 de marzo de 1847 se inicia la demolición de una parte del convento; desde la avenida Abancay hasta el jirón Andahuaylas, pero se preservaron el huerto y el jardín para dar paso al nuevo bazar. Actualmente este lugar es el conocido Mercado Central, llamado también Gran Mariscal Ramón Castilla.
De monasterio a un centro comercial
En el corazón de Lima, justo en la avenida Abancay, nos encontramos con ‘La Concepción’, un centro comercial moderno que vive al ritmo de una de las zonas más activas del Cercado. Pero este lugar no siempre fue un punto de encuentro para compras y paseos; antes, en ese mismo terreno, se levantaba el Convento de la Inmaculada Concepción, un sitio lleno de tradición y oración que formó parte importante de la historia de la ciudad.
A pesar de los cambios y el desarrollo del área, una parte del convento logró sobrevivir por un tiempo, manteniendo su función religiosa y su iglesia, como un pequeño rincón de paz en medio de la urbe en crecimiento. Sin embargo, llegó un momento en la mitad del siglo XX en que la Lima en expansión necesitó más espacio, y con la ampliación de la avenida Abancay, ese pedacito de historia tuvo que desaparecer.
Actualmente el centro comercial ‘La Concepción’ ubicado en la avenida Abancay 325 no se olvida de sus raíces. Lleva su nombre en memoria del antiguo convento, como un tributo a su pasado religioso y cultural. Aunque el convento ya no esté físicamente allí, su espíritu sigue vivo en el nombre del centro comercial y en los recuerdos de la comunidad de Lima.