En los cielos de la selva peruana, un estruendo rompió la tranquilidad natural. Una avioneta con una familia de misioneros a bordo fue derribada, precipitándose como un pájaro herido sobre el vasto manto verde de la Amazonía. Padre, madre e hijos, dedicados a su misión religiosa en tierras remotas, se vieron inmersos en una tragedia inesperada. Sus planes y esperanzas quedaron abruptamente truncados, perdidos en la densidad del bosque tropical.
20 de abril de 2001. James y Veronica Bowers se preparaban para abordar la avioneta Cessna de un solo motor que aguardaba en medio de la impenetrable selva peruana, en Iquitos, para ser exactos. Alistaban su equipaje con la calma de la rutina, mientras guardaban con cuidado la Biblia en la mochila, sin presagiar que aquel vuelo sería el último de sus vidas. El paisaje parecía envolverlos en su abrazo verde, ajenos al trágico destino que les esperaba.
Sus hijos, inocentes y confiados, tampoco podían imaginar la tragedia que se avecinaba. De haber conocido el cruel designio que les aguardaba, habrían rogado a sus padres que no subieran a esa avioneta, que permanecieran en Iquitos, donde podían seguir predicando la palabra de Dios sin desafiar al destino. Pero la inocencia y la confianza los mantuvieron ajenos al peligro, ignorantes de que ese viaje los separaría para siempre.
El último viaje de los misioneros: una tragedia que pudo haberse evitado
Un avión de la Fuerza Aérea del Perú (FAP), de modelo A-37, derribó el 20 de abril una avioneta civil estadounidense, causando la muerte de una misionera bautista y su hija de siete meses. Este trágico incidente ocurrió durante una operación conjunta entre Perú y Estados Unidos destinada a combatir el narcotráfico en la selva peruana, según el informe presentado por el secretario de Estado Adjunto para la Lucha Antidrogas, Rand Beers.
El vehículo aéreo realizó un aterrizaje forzoso en el río Amazonas, cerca de la localidad de Pebas, situada a 160 kilómetros al noreste de Iquitos. En poco tiempo, se confirmó la muerte de dos personas que viajaban a bordo, mientras que otras tres resultaron heridas.
De acuerdo con los hallazgos de la investigación, varios errores de procedimiento, como la comunicación deficiente, llevaron a las fuerzas peruanas a atacar por error la avioneta pilotada por Kevin Donaldson. La aeronave transportaba a una familia de misioneros estadounidenses desde Iquitos a Leticia, cuando fue confundida con un avión de narcotraficantes. Ante la falta de un plan de vuelo registrado por Donaldson para esa jornada, las autoridades malinterpretaron la situación contextual.
La tragedia se derivó de incomprensiones lingüísticas entre la tripulación estadounidense y un oficial peruano encargado de las comunicaciones, lo que impidió que la información crítica se transmitiera adecuadamente. Un video de 50 minutos, puesto a disposición durante la presentación del informe en Washington y Lima, muestra los momentos previos al derribo del aeroplano. En este, se observa cómo el piloto del vehículo siniestrado, sin comprender la situación, intentaba comunicarse con la torre de control de Iquitos, mientras el avión A-37 abría fuego.
Rand Beers informó que, aunque no se ha culpado explícitamente a nadie por el trágico error, las fallas persistentes en los procedimientos de identificación y comunicación desde 1994 parecen haber contribuido al incidente. Beers enfatizó que estos procedimientos se han “erosionado”.
Con relación a la operación y sus repercusiones, corresponsales de la agencia Efe citan que el entonces mayor general de la FAP, Jorge Kisic Wagner, enfatizó en la necesidad de reanudar las operaciones contra el narcotráfico pese a lo acontecido. “La selva peruana está inundada de aviones de narcotraficantes”, sostuvo.
Durante la investigación, se evidenció además que elementos críticos de la comunicación se perdieron debido al uso ineficaz del idioma inglés y a una congestión en los sistemas, lo cual complicó un entendimiento efectivo entre las fuerzas conjuntas de Estados Unidos y Perú. Esto, sumado a la falta de coordinación y a la ausencia de un plan de vuelo, culminó en un desenlace fatal que apuntó hacia una urgente revisión de las prácticas operativas.
En 2010, la CIA ―la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos― admitió haber derribado accidentalmente una avioneta en Perú en 2001, un incidente que provocó la muerte de dos civiles y dejó a tres personas con heridas de bala. El hecho ocurrió en el contexto de una operación antinarcóticos que sufrió fallos considerables. Como resultado, 16 agentes enfrentaron sanciones administrativas.
La revisión de este incidente se ha vuelto imperativa para evitar futuras tragedias y mejorar la eficiencia y precisión en las misiones antinarcóticos en la región. Es menester extraer lecciones de este error para fortalecer nuestras operaciones y asegurar que tales fallas no se repitan.
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Consecuencias del accidente aéreo
Tras un desafortunado incidente, el gobierno de los Estados Unidos decidió dejar de brindar temporalmente asesoría a gobiernos extranjeros sobre el derribo de aviones en Perú y Colombia. Asimismo, se acordó una compensación de 8 millones de dólares para la familia Bowers y otra de 6 millones para el piloto afectado. Este programa fue suspendido en 2001.
En un comunicado, la CIA declaró que no tenía poder para dirigir o bloquear las acciones del gobierno peruano y que sus agentes no estuvieron implicados en el derribo del avión en el caso Bowers. El personal de la CIA manifestó su desacuerdo con la calificación del avión misionero como una amenaza relacionada con el narcotráfico.