Bilbao es una ciudad única en el mundo. Un ejemplo mundial de transformación urbanística que ha mantenido una cultura y unas señas de identidad que la hacen única y singular. Una villa que ha sabido combinar lo vanguardista con lo más tradicional. Sus calles, sus monumentos y su gente hará que cualquiera se sienta como en casa con tan sólo poner un pie en ella.
Se hace difícil hablar de Bilbao sin mencionar el Guggenheim, ese furor futbolístico por el Athletic, sus infinitas barras de pintxos, su gastronomía y sus postres típicos, como la carolina. Sin embargo, hay uno que destaca por encima del resto. Como bilbaína no podría obviar al bollo de mantequilla, el dulce por excelencia.
Tomarse un bollo de mantequilla y un café como hamaiketako (lo de las 11 en euskera), vamos el almuerzo, es uno de los placeres que cualquier local que abandona la ciudad echa de menos en su rutina. Un producto que de primeras puede no impresionar. A los hechos me remito. En más de una ocasión he tenido que escuchar: “¿Pero, qué tiene de especial?” o “Si es sólo un bollo de leche”. A esas personas que dudan de él únicamente les recomiendo probarlo, porque estoy segura de que su opinión cambiará.
Un bollo suizo del siglo XVIII
Este jugoso bollo suizo relleno con una crema elaborada con mantequilla batida con azúcar lleva siendo parte de la ciudad y endulzando desayunos, almuerzos y meriendas desde el siglo XVIII. Dos primos suizos, Bernardo Pedro Franconi y Francesco Matossi, llegaron a Bilbao en los primeros años de este siglo y abrieron una pastelería en el Casco Viejo. Poco después, ampliaron el negocio para crear el Café Suizo de la Plaza Nueva.
Este postre junto con otros dulces y recetas se popularizaron hasta el punto de que los primos abrieron otro Café Suizo en el Arenal y extendieron su negocio por todo España bajo el nombre Matossi & Franconi y Cía. Sin embargo, ellos no fueron los que añadieron la mantequilla. Se desconoce quién tuvo la brillante idea de mejorar la receta de esta manera, aunque siempre se cita al restaurante El Amparo y la Marquesa de Parabere de principios del siglo XX. Es este ingrediente el que marca la diferencia entre un bollo de calidad y uno “regulero”.
Las mejores pastelerías para comprarlo
Martina de Zuricalday
Es la pastelería artesanal más antigua de Euskadi, de hecho, es el comercio más añejo de la villa de Bilbao. Nació en 1830 y ha permitido a sus seis generaciones de pasteleros “dar su toque” a eventos distinguidos, como cuando los reyes Alfonso XII y María Cristina les solicitaban chocolates y azucarillos en siglo XIX para ofrecérselos a sus invitados.
Elaboran cada mañana artesanalmente los bollos: los espolvorean con azúcar y los meten en el horno unos ocho minutos, para más tarde partirlos y rellenarnos con esa crema de mantequilla.
Don Manuel
La pastelería Don Manuel levantó por primera vez sus persianas en 1984 bajo la dirección (nos da una pista el nombre) Jose Manuel Angulo y Elena Morán, su mujer. Cinco años más tarde, abrieron su actual local. A las recetas de siempre ha ido sumando nuevas creaciones inspiradas en elementos de la ciudad como la tarta Begoña o la Baldosa.
Pastelería Jardines
Pese a que los de Zuricalday sean, probablemente, mis favoritos, los de Jardines tienen un hueco especial en mi ranking. Esta negocio familiar del Casco Viejo es un referente en la ciudad y sus productos naturales son conocidos por su calidad. Además, tienen minis bollos de mantequilla.