Gonzalo es tan inquieto que hoy, ni por asomo, deja caer el ancla en ningún sitio. Ni siquiera por el amor de su vida. Va donde lo lleve la vela flameante de su deseo. Ya veremos.
Nacido en Uribelarrea, provincia de Buenos Aires, fue el menor de tres hermanos de una pareja conformada por su papá, empleado, y por su madre, docente. Arrancó estudiando para ser abogado en la ciudad de La Plata, pero luego decidió dejar el derecho y se dedicó a estudiar para ser policía. En uno de sus viajes a su pueblo, en un boliche llamado La Grieta, conoció a Catalina. Corría el año 2015. Él tenía 21, ella 24. Gonzalo ya había decidido por entonces dejar el derecho y había comenzado a estudiar para ser policía.
“A lo lejos vi a una hermosa mujer. Cruzamos miradas y la conexión fue mágica. Me impactaron sus ojos celestes, muy claros. Enseguida comenzamos a conversar y me di cuenta de que era una persona distinta al resto. Yo, hasta ese momento, había tenido dos relaciones cortas, pasajeras. Me dijo que se llamaba Catalina, que estaba separada y que tenía un hijo de 5 años”, recuerda y sonríe con sus enormes auriculares rodeando su cabeza en esta llamada que recorre continentes y mares.
Sigamos. Catalina era del mismo pueblo. Su familia se componía de papá constructor, mamá comerciante y tres hermanas. Gonzalo la invitó a salir.
Un tatuaje y un accidente que lo cambió todo
“En nuestra primera cita, le dije con claridad que no quería nada serio con ella, que no estaba para formar una relación porque yo era una persona complicada y con poca paciencia. Creo que, en mi interior, tenía miedo a enamorarme. Tanto es así que llevaba un tatuaje con una frase, en alemán, que dice exactamente eso: ‘tengo miedo a enamorarme’. Se lo mostré, pero no logré espantarla. Ella se rio. Catalina es de esas personas que sonríen y transmiten paz y alegría. Empezamos a hablar por WhatsApp todos los días. Ella trabajaba como asistente social y cuidaba de su hijo. Las señales de amor siguieron avanzando, pero yo era joven, medio vago y un poco alocado. ¡Ni se me ocurría pensar en convivir”.
El día de la segunda cita, un accidente lo cambió todo. Gonzalo primero salió con sus amigos. “Tomé de más y, a pesar de que los chicos me escondieron la llave del auto para que no manejara en ese estado, yo tenía una copia y me fui igual a buscarla. No pude hacer ni dos cuadras. Choqué primero contra una casa y, luego, golpeé un árbol. El auto quedó destruido y yo salí, increíblemente, caminando. ¡Había chupado mucho y las consecuencias podrían haber sido espantosas! Para peor en ese momento era policía. Imprudencia total. Gracias a dios iba solo”.
A pesar de la borrachera se acordó de avisarle a Catalina de que no llegaría a su cita. Le escribió: “Me choque con una planta, estoy mal, mañana hablamos”.
Tampoco este cuento la alejó: “No entendía por qué ella seguía firme queriendo salir conmigo. Yo hacía todo para que ella se fuera”.
Los buenos tiempos
La historia de amor continuó y pudo más que los contratiempos y el autoboicot practicado por Gonzalo. Seis meses después él volvió a Uribelarrea y se mudaron a vivir juntos.
“Arranqué una etapa muy diferente de mi vida. Abracé su amor y su postura ante la vida. No éramos dos sino una familia de tres con su hijo Teo. Me llevé desde el primer día muy bien con él. Eso hizo que todo fuera mucho más fácil. Fue la mejor decisión que pude tomar. Convivir con un niño, no siendo su padre biológico, es un reto indescriptible, un momento de aprendizaje continuo para una persona que no tiene hijos. Me volvió responsable porque yo percibía que había un niño mirando lo que hacía. Tenía que ser un ejemplo. Teo me enseñó más a mí que yo a él”.
Gonzalo y Catalina disfrutaban de la familia que estaban construyendo. Fue una excelente etapa.
“El padre de Teo, los primeros dos años, no quería ni cruzarse conmigo. Hasta que un día dije basta. Era ridículo hacer dos festejos de cumpleaños para Teo. Me puse firme y les dije que nos dejáramos de tonterías y que lo hiciéramos juntos. A partir de ahí, con su padre empezamos a hablar. Fue genial. Tan buena fue la relación que él se mudó cerca nuestro para estar más presente en la vida de Teo”.
La vida de quién quiero vivir
De 2015 a 2019 Gonzalo trabajó para la policía, pero luego dejó y se empleó como contable en una empresa. Cambiaba de puesto, pero nada lo satisfacía. Consiguió un nuevo trabajo, pero tampoco le alcanzó. Soñaba con más y le dio por aprender a cocinar. Quería ser chef.
“Antes de conocerla siempre había tenido la idea de viajar. Después, me adapté al estilo tranquilo de vida familiar. En la pandemia los dos trabajamos mucho, no estuvimos encerrados, por lo que no nos resultó duro ese tiempo. Incluso agrandamos la familia y adoptamos una perra. Estábamos muy conectados, éramos una manada de a tres y nuestra loba era Catalina, guiando y apoyando nuestros proyectos, decisiones y crecimiento”.
Sin embargo, Gonzalo reconoce que con el paso del tiempo fue dándose cuenta de que se sentía atrapado, de que estaba haciendo una vida monótona. “Lo bueno era mucho, pero también había algo que me faltaba y me hacía sentir incómodo en esa comodidad. Tenía deseos no concretados y estaba llegando a la tercera década de mi vida. Fui cambiando mucho de trabajo en esos años que convivimos. No estaba satisfecho, sentía que había algo pendiente. Tenía muchas ganas de probar la experiencia de vivir en otro país, quería ser chef. Veía que muchos de mis amigos, por la situación, se iban a otros países y yo quería vivir eso también”.
En este camino existió un distanciamiento breve. Lo superaron y volvieron a elegirse. Se amaban demasiado. Pero el fondo no quedó resuelto. Él seguía soñando con viajar y Catalina, por su parte, se sentía vacía porque Gonzalo no le prestaba la atención que ella necesitaba.
Gonzalo empezó terapia. Quería descubrirse, conocerse. Fue una pregunta de su psicóloga la que provocó la decisión final.
“Me preguntó qué era lo que quería hacer yo. Me explayé diciéndole esto y esto y esto y esto… Me pidió que no le respondiera en ese momento, pero que pensara esta pregunta: ¿por qué no lo estás haciendo? Lo hice y ahí me di cuenta. Estaba viviendo la vida y los sueños de otra persona, no mi vida y mis propios sueños”.
La relación de Gonzalo y Catalina terminó el último día de 2021. “Me separé el 31 de diciembre de ese año y de la forma más tonta. Lo íbamos a pasar en la casa de mis viejos, porque para la Navidad habíamos estado con su familia. Esa misma tarde me llamó y me dijo que no iba a venir. Toda esa semana había sido de desencuentros. Ella se quedó en su casa y yo me quedé cocinando en la de mis viejos. Al otro día fui directo a buscar mis cosas y me fui. No hubo diálogo. No hubo pelea. No hubo discusión. Ella me amaba, pero no dijo nada. Yo sabía que era algo definitivo”.
Los vacíos se habían vuelto abismos.
Entender los motivos
Cuando un tiempo después llegó el momento de hablar pudieron hacerlo con total tranquilidad. Catalina le manifestó que entendía lo que le pasaba. “Me dijo que me quería, que habíamos tenido una relación muy linda y que me comprendía. Yo también la quería, no me iba por otra mujer, de hecho no volví a formar pareja hasta hoy. Pero necesitaba probar esta otra vida. Me quería dar el gusto. Quizá suene egoísta, pero es la verdad. De hecho, laboralmente yo estaba bien allá, pero soñaba con experimentar otras cosas. Quería viajar, conocer el mundo. ¡Jamás había estado más lejos que Uruguay!”.
En esa vida que deseaba Gonzalo no había lugar para Catalina. Primero, porque ella tenía a su hijo; segundo, porque su trabajo estaba en Uribelarrea y le iba muy bien y, por último, porque no era su necesidad sino la de él.
Gonzalo lo resume: “Elegí renunciar a mi trabajo, a mi familia, a mis amigos, a mi cercanía con ella para cumplir otros sueños: viajar, trabajar como chef internacional y encontrarme conmigo mismo. Ella decidió acompañar mi decisión y para mí eso la hizo crecer como persona. Ella es exitosa en lo que hace y tiene el corazón más grande que conocí jamás”.
Enseguida para Gonzalo las cosas fueron dándose. “Fue mágico. Pocas semanas después me contactó una persona desde Inglaterra por mi perfil de LinkedIn y me pidió el currículum. Quería tener una entrevista conmigo al día siguiente por Meet. Yo no hablaba inglés así que me hice unos machetes como pude con todo lo de cocina. Esta persona me preguntó si estaba disponible para ir a un reclutamiento en Dubai, me pagarían todo. Era septiembre de 2022. ¡Viajé feliz y casi me pierdo por los aeropuertos! Nadie hablaba español y yo no hablaba inglés, así que estaba todo el tiempo con el traductor del teléfono. En el aeropuerto tuve la suerte de que un chico de Nepal, cuando se enteró de que era argentino, empezó a saltar como loco, le encantaba Messi e iba a la misma entrevista. Fueron tres días intensos, pero no quedé para ese trabajo porque en ese momento había solo cien visas de Arabia Saudita para Argentina y ya se habían otorgado. Quedé loco, quería volver como fuese. Empecé a estudiar inglés y seguí aplicando a todo lo que veía hasta que llegué a un restaurante, Cipriani, de cocina italiana en Bahrein que necesitaba personal. Ya estaba canchero con las entrevistas y en diciembre de 2022 me contrataron. La primera semana estando allá me preguntaba qué cuernos estaba haciendo tan lejos. Tenía que aprender en inglés todos los nombres de las cosas que usaría en la cocina. Pero ser argentino es Messi Messi Messi y, aunque parezca mentira, eso te abre muchas puertas y es de gran ayuda. Cuando me quise dar cuenta ya entendía inglés. Después, me cambié a otro trabajo mejor en Arabia Saudita. Es donde estoy ahora. Trabajo para un restaurante de alta gama, una franquicia del chef francés Joël Robuchon que murió en 2018 y es el cocinero con más estrellas Michelin de la historia: 32”.
Ese restó está dentro de un mega proyecto de una moderna megalópolis llamado Neom que implica un desembolso de 500.000 millones de dólares con los que Arabia Saudita busca entrar en el mundo del turismo internacional. Sigue contando Gonzalo: “Los sueldos acá son muy buenos porque se están abriendo al turismo. Es barato y gasto poco porque tengo casa y comida pagas. Vivo en un complejo con gimnasio, cancha de tenis, pileta y trabajo ocho horas. Una vez al año me dan pasajes para viajar a mi país. Además, voy conociendo el mundo. La semana que viene capaz que me voy a Petra, Jordania, o a Egipto”.
Reencuentro fugaz
El 11 de mayo de 2024 Gonzalo volvió de vacaciones a Argentina. Llegó al pueblo y pensó en Catalina, como siempre. “Quería verla, pero no quería interrumpir nada. No sabía en qué andaba. Pero ella se enteró de mi llegada y me mandó un mensaje. Yo sabía que después me volvía a Arabia Saudita, pero nos vimos igual. Sigo pensando que la amo, pero también pretendo continuar con mi experiencia. Ella es la persona con la que quisiera formar mi familia, pero no es este el momento. Catalina me contó que después de que me fui le quedó un gran vacío. A mí también me quedó ese hueco. En Arabia el vacío es constante. Hay días en los que te sentís muy realizado. Otros, en los que extrañás mucho y lo peor es el domingo. Es ese día de la semana cuando me da el bajón y necesito estar en familia. ¿Parejas? No, alguna relación ocasional, pero pareja ninguna”.
A pesar de estar tan lejos y de la convicción de que su decisión fue acertada, Gonzalo sigue preguntándose sobre el amor. “Quizás esta parte de nuestra historia no sea el final de la historia. Quizás tengamos que pasar por todo esto para entender que la vida es una sucesión de horas. Cada momento es lo que cuenta. Quizás nos sirva para ser mejores personas el día en que nos volvamos a ver. Ambos sentimos ese vacío que te deja dentro ese amor que quedó lejos, al punto que parece que ninguna otra persona podría llenarlo. Nos recordamos con una sonrisa y con mucho afecto. Fuimos una familia joven y feliz que, durante ocho años, ayudó a crecer sano y con valores a ese hijo del corazón que es Teo. Supimos llevar a cabo esa crianza entre su madre, su padre biológico y yo. Dejamos de lado los egos y el amor nos enfocó en ese eje. Hoy es un adolescente maravilloso. Con Teo seguimos hablando. Ya tiene 15 años y es muy lindo saber que crece bien. ¡Su tío era mi capitán de rugby y Teo juega también el mismo deporte! Así que tenemos mucho en común”.
Gonzalo se acomoda los auriculares y queda freezado en la imagen. Cuando volvemos a conectarnos cuenta que las llamadas por WhatsApp no funcionan muy bien en Arabia Saudita porque hasta hace poco tiempo no se podían hacer.
“Llegué a los 30 años viviendo en Arabia Saudita. Estoy a 14 mil km de mi ciudad, del lugar donde viven mis tesoros de la vida, mi familia, mis amigos y mi gran amor. Mi lugar en el mundo siempre será mi querido Uribelarrea. Sé que puede sonar raro elegir alejarse del sitio donde tenés lo que más valorás y que encima esa lejanía te duela. Pero bueno, estoy descubriendo y cumpliendo mis sueños. Hoy me siento íntegro, aunque no esté con esa persona mágica que amo con todo mi corazón. Estoy en la otra punta del mundo y en cada lugar nuevo que conozco me imagino con ella, compartiendo la experiencia. Cobijo la ilusión de volver a la Argentina para emprender algo propio. Siento que podemos tener pendiente un segundo tiempo y que quizá sea mejor que el primero. Pero no quiero ser egoísta ni generar esperanzas falsas porque la vida tiene siempre un final abierto. No puedo dejar a Catalina esperando a que yo concrete mis sueños y tampoco me gusta la idea de que me estén esperando. Ella es sin dudas el amor de mi vida, pero cuando decidí me elegí a mí mismo. La decisión no puede estar mal porque si no soy feliz yo, no podría hacer feliz a otra persona”.
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* Amores Reales es una serie de historias verdaderas, contadas por sus protagonistas. En algunas de ellas, los nombres de los protagonistas serán cambiados para proteger su identidad y las fotos, ilustrativas