El lugar y rol de las universidades en el mundo contemporáneo es quizás una de las cuestiones más relevantes y desafiantes de nuestro tiempo. Por ello, recuperar la idea de universidad y confrontarla con la tendencia dominante de transformar las casas de estudio en industrias académicas se nos impone como una tarea importante y urgente.
Para el filósofo y teólogo Romano Guardini, el sentido último de la universidad es la búsqueda de la verdad, una verdad cuya existencia defiende en sí misma, sin supeditarla a otros criterios. Para este autor, cuando se olvida esta tarea, la universidad se convierte en una mera escuela profesional y pierde su profundo sentido espiritual. Y añade que en la búsqueda de la verdad se traba aquella relación fundamental que salvaguarda a la persona en su libre dignidad y cumple su importante e insustituible rol en la sociedad.
Por su parte, el papa Francisco, en su magisterio, le da una importancia superlativa a la educación y al rol de la universidad. Los considera las herramientas para reconstruir “el sueño” de la fraternidad universal a través de un camino educativo que ponga en el centro a la persona, para que así se despierte y abra el corazón “al llamado interior del buen samaritano”.
Para el Santo Padre, educar es siempre un acto de esperanza que invita a la transformación de la lógica estéril y paralizante de la indiferencia en otra lógica capaz de acoger nuestra pertenencia común. El valor de nuestras prácticas educativas, nos señala, no se medirá solo por haber superado pruebas estandarizadas, sino por la capacidad de incidir en el corazón de una sociedad y dar nacimiento a una nueva cultura.
En este marco, el Papa Francisco señala diversas misiones para la universidad, muy especialmente para la universidad católica. Aquí vamos a señalar solo algunas que nos parecen especialmente importantes.
Primero, la universidad es el lugar donde el pensamiento nace, crece y madura abierto y sinfónico. Es el “templo” donde el conocimiento está llamado a liberarse de los límites estrechos del tener y del poseer para convertirse en cultura, es decir, en “cultivo” del hombre y de sus relaciones fundamentales: con el trascendente, con la sociedad, con la historia, con la creación.
La palabra ”universidad”, nos recuerda Francisco, deriva de “universo”, que significa el “conjunto de todas las cosas”. Y, en el caso de la universidad católica, este último adjetivo hace referencia a la totalidad, lo que implica una referencia a la armonía.
De aquí proviene que la universidad católica debe contribuir a formar mentes y corazones que trasciendan la estrechez de las ideologías y sean capaces de observar la realidad con una visión panorámica que pueda reposar sobre el misterio de Cristo y del mundo, del hombre y de la mujer en todas sus dimensiones.
Segundo, la cultura que surge de la universidad así concebida, representa verdaderamente la salvaguardia de lo humano. Ahonda en la contemplación y moldea personas que no están a merced de las modas del momento, sino bien arraigadas en la realidad de las cosas. Para el Santo Padre, quien ama la cultura no se siente nunca satisfecho, sino que lleva en sí una sana inquietud. Busca, interroga, arriesga, explora e investiga; sabe salir de sus propias certezas para aventurarse con humildad en el misterio de la vida, que se armoniza con la inquietud, no con la costumbre; que se abre a las otras culturas y advierte la necesidad de compartir el saber. Este es, para él, el espíritu de la universidad y su misión central.
Tercero, la cultura nos acompaña en el conocimiento de nosotros mismos. Las célebres palabras del oráculo de Delfos “conócete a ti mismo” deben ser recordadas. Para Francisco, conocerse a sí mismo significa reconocer los propios límites y, en consecuencia, frenar la propia presunción de autosuficiencia, porque reconociéndonos criaturas nos volvemos creativos, sumergiéndonos en el mundo, en vez de dominarlo. Mientras que el pensamiento tecnocrático persigue un progreso que suele olvidar a la persona concreta y desconoce límites, la persona real está hecho también de fragilidad, y es a menudo ahí cuando comprende que depende de Dios y que está conectado con los otros y con la creación. El asombro que surge del contraste entre la fragilidad y la grandeza del hombre contribuye a formar una cultura nunca satisfecha y siempre en búsqueda, inquieta y comunitaria, disciplinada en su finitud y abierta al absoluto.
Cuarto, la vocación de la universidad católica es preparar a las generaciones más jóvenes para que se conviertan no sólo en profesionales cualificados, sino también en protagonistas del bien común, en líderes creativos y responsables de la vida social y civil con una visión integral del hombre y del mundo. De este modo, podrán enfrentar los enormes desafíos que enfrenta la humanidad, que el Papa sintetiza en cinco denuncias claras: el individualismo, el consumismo, la exclusión, el abuso del poder y el lucro desmedido que conspiran en contra de la fraternidad y de una ecología integral.
En suma, Francisco nos invita a construir un ideal universitario que recupere lo mejor de la tradición, pero que a la vez consolide un ámbito de reflexión que aporte los criterios para desarrollar una nueva cultura que responda a los actuales desafíos de la humanidad. Un ideal donde se busque la verdad y el conocimiento por sí mismos, alejado de la instrumentalización que generan tanto las ideologías, como la excesiva burocratización autocentrada de la institución universitaria.
(*) El autor es profesor e investigador de Ciencias Jurídicas en la USAL