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Guillermo Saccomanno: “La literatura es política, pero sobre todo es ideológica, escribas lo que escribas”

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Guillermo Saccomanno, desde Villa Gesell: “La literatura es política, pero sobre todo es ideológica, escribas lo que escribas”

Guillermo Saccomanno llegó a Villa Gesell en los primeros años de la década del noventa. Venía de la gran Ciudad, de la Capital —porteño del ‘48, barrio de Mataderos— trabajaba en publicidad como director creativo: le iba muy bien. A la par, escribía historietas y había publicado algunos pocos libros que amenazaban con alargarse en una obra. “Un buen día decidí tirar todo al carajo y venirme acá”, dice con el celular en la mejilla. Está en un auto, en la parte de atrás. Mientras habla por teléfono le indica al chofer dónde doblar, dónde estacionar, a mitad de cuadra, cuánto es, muchas gracias, gracias a usted, buen día. “¿En qué estábamos?”, retoma. A 400 kilómetros de las oficinas de Dios y con el mar a sus pies, siguió con las historietas y algunas notas periodísticas esporádicas que escribía, y empezó a dar talleres literarios. Con eso, le alcanzaba. “Me vine acá endun ejercicio de depuración”, dice. El objetivo de fondo, el fin esencial: “dedicarle más tiempo a la literatura”.

Del otro lado de la línea de tiempo, que aún continúa, que no amaina, está este libro: Mirlo: cuadernos de la amistad (Seix Barral). “Tal vez solo se pueda ser objetivo con los muertos después de un tiempo, bastante tiempo, cuando la ausencia distancia la idealiza”, comienza. En esa voz que narra y recuerda, que evoca y dialoga, pero que también reflexiona y poetiza, Saccomanno construye una suerte de diario sobre sus amigos de Gesell, como la fotógrafa Adriana Lestido, o como el escritor Juan Forn, que falleció tres años atrás. Es una búsqueda zigzagueante, dubitativa, conflictuada, que avanza y retrocede, que gira, que mira el cielo, el mar, que hace zoom, que toma distancia, pero firme en este aspecto: la amistad es el gran espejo múltiple de lo que somos: “lo que nosotros somos en los otros”, escribe. Y páginas más adelante: “Quizás esta compilación de apuntes, aun en su imperfección, compone un libro. Quizás uno sobre la soledad”.

Cuando llegó a esta ciudad balneario —dice Saccomanno ahora, ya en su casa, posiblemente con el teléfono en altavoz y recostado en un sillón mullido—, encontró “un grado de concentración mayor y más tiempo para escribir”. “Y algo que una vez me dijo un vecino: cuando tenés una traba, un bloqueo, un problema, bajás a la playa, caminás un rato contra el viento, y cuando volvés a tu casa lo tenés solucionado. Parece mentira, pero es bastante así. Es trabajar con el espacio. Y creo que hay algo que para mí es fundamental: la relación con la naturaleza y con la apertura que significa el mar. No es lo mismo estar en el bosque, que es mucho más hacia adentro, que estar frente al mar, que te representa amplitud, apertura. Y por otro lado, acá que encontré una solidaridad que consiste en que de pronto vos necesitás algo en la farmacia, un Termofren para tu pibe, y te olvidaste la guita o no tenés, y el farmacéutico te dice: traémela mañana”.

Guillermo Saccomanno
“Mirlo: cuadernos de la amistad” (Seix Barral) de Guillermo Saccomanno

En ese cambio de vida (“vivir de manera más espartana, más asceta, prescindir de toda la bijuterí mental que implica la ciudad”), Gesell se convierte en un “territorio de escritura”: “Entendí que la mejor manera de conocer el lugar era escribirlo. En esa época ya colaboraba para Página/12 y le propuse a Lanata una serie de contratapas durante un verano sobre la historia de Villa Gesell, que después se convirtió en un libro, El viejo Gesell, que fue muy criticado porque metí el dedo en la llaga con respecto a historias familiares; y tuvo bastante circulación”. El “pico” de esa literatura referenciada fue Cámara Gesell, “una novela oscura que cuenta el otro Gesell, el turbio, el verdadero, que puede ser leído como metáfora del país”. “Y aunque suene pedante —agrega—, el sueño de todo escritor es inventar un pueblo: Winesburg, Ohio de Sherwood Anderson, Yoknapatawpha de Faulkner, Macondo de García Márquez. Yo no inventé nada, el pueblo ya estaba, pero era mi territorio”.

En Gesell suele pasar dos meses y después se va a Buenos Aires a visitar a sus hijas. Veinte días y regresa. “Este es el lugar donde me afinqué y donde hice amistades. En algún momento sentí, y creo que esto es existencial, que a cierta edad, uno mira hacia atrás lo caminado, y se pregunta: ¿qué queda por caminar, quiénes están, quiénes no están? A veces es como un bowling: vos sos un muñeco, mirás a los costados y fueron cayendo todos a tu alrededor, y quedás con dos o tres muñecos más parados ahí hasta la próxima. Si yo miro a los costados, entre mis amistades se fueron muchos, y muchos importantes. En este libro quise acercarlos, sacarlos de la cosa cholula o figuretti, y mostrarlos como seres humanos, porque son mis amigos. Son también lo que se llevaron de mí, porque el que se va se lleva partes de vos: Seguís manteniendo un diálogo, y no es que yo sea espiritista, New Age ni nada por el estilo, pero de golpe te sorprendés hablando con los que se fueron”.

Guillermo Saccomanno
“A veces es como un bowling: vos sos un muñeco, mirás a los costados y fueron cayendo todos a tu alrededor, y quedás con dos o tres muñecos más parados ahí hasta la próxima” (Foto: Luciano Gonzalez) (Luciano Gonzalez/)

—Pienso en el cruce entre la literatura y la realidad, porque hay una construcción de personajes, vos reflexionás sobre este asunto. Es no ficción, pero a la vez también es ficción, ¿no?

—Hay algo híbrido en este libro. No son biografías, tampoco es un diario ni es exactamente testimonio, pero funciona por momentos como testimonio de la amistad y funciona por momentos como diario. De hecho, tiene una escritura que se aproxima al diario. Y es una ficción: los mecanismos con los que se articula son los de la ficción. En todo caso, al igual que la novela familiar, es la novela que uno se cuenta a sí mismo. Pero no es literatura del yo, que me parece de cuarta como categoría. ‘Me torcí un tobillo y escribo una novela’. No, va por otro lado la literatura. Yo la veo como una moda, una etiqueta, y si algo interesante tiene la literatura es que podés romper con las convenciones. Sino, ¿para qué escribís? Dedícate a otra cosa. O por lo menos intentalo. En todo caso en este libro hay algo de lo confesional, del diario, del relato del pasado, memoria. Todo esto me lo planteo en el libro. Y hay una operación con la memoria, pero que busca escaparle a la melancolía llorona y quitarle el cuerpo a la autocompasión.

—Hablabas de la solidaridad, y podría decirse que estamos en tiempos esquivos en ese aspecto: tiempos de individualidad, de autosuperación, de exhibicionismo, de autosuficiencia. Me pregunto cómo se conjuga esta novela con la época.

—Hay varias cosas. Raymond Carver, a quien descubrí hace un tiempo, un maestro, tiene algunos textos íntimos como La vida de mi padre, que para mí es un modelo. Y por otro lado, también Carver tiene un artículo en el que habla de Santa Teresa y dice que hay que volver a la palabra ternura, que hoy está desacreditada. Como si hablar de amor fuera patrimonio de las revistas femeninas con consejos New Age o no entra dentro de lo cotidiano. En esta crisis de representación que vivimos, las palabras han perdido significación; la ternura también. ¿Por qué no hablar de amor y del amor viril? ¿Qué tiene de malo? ¿Por qué buscar un encasillamiento? La amistad entre amigos, ¿cómo se denomina? ¿No es amor lo que se plantea entre los amigos? ¿En una amistad no fluye un sentimiento que llaman solidaridad, también fraternalismo? Y además, con las amistades se va constituyendo algo del orden de la cofradía, y me parece que eso está en el libro. Eso de los tres o cuatro que se juntan a contar historias en el hotel, la relación que se va estableciendo entre los personajes y la ficcionalización de sus vidas. Al contar sus vidas, por más que algunas historias están muy pegadas a la realidad, a lo sucedido, como la de Ricky, Patri y el cáncer, al contarlas tuve que ficcionalizar. Estoy pensando, no sé por qué, en un autor que a Juan y a mí nos gustaba mucho en sus comienzos: Carrère. En De vidas ajenas trabaja con material autobiográfico. De alguna manera también lo hace Sebald o John Berger. A mí me cuesta definir este libro, porque no es que me senté y me propuse escribir una novela, fue escribiéndose. Y además estoy convencido que el libro me fue escribiendo a mí. Aunque puede ser una experiencia engañosa, me fue ordenando el pasado y el por qué estoy aquí, qué hago aquí y quién soy. O en todo caso, la pregunta central: ¿quién es yo?

—No es una experiencia recurrente la de sentarse a leer y no entender bien qué es eso que estás leyendo. Incluso con películas o series. En general, uno entra avisado. Con este libro no: uno avanza y no sabe bien qué es. Permanece el desconcierto, la incertidumbre. ¿Creés que es un valor?

—Sí, porque está todo etiquetado, clasificado. De golpe entrás en la categoría novela literaria, ¿cómo, las otras novelas no lo son? ¿Las novelas románticas no lo son? Yo me siento sorprendido con lo que está pasando con mi literatura. Planeta lanzó la biblioteca Saccomano. ¿Esto querrá decir que yo tengo un estilo? No lo sé. Por otro lado, entrás en una librería de cadena, de shopping, una Cúspide o Yenny. En la primera mesa están los bestsellers y literatura japonesa, que se vende mucho en determinadas librerías libros de autores japoneses. Después vienen la literatura femenina, categoría en la que no creo. Tampoco en literatura trans. Está la literatura buena y la literatura mala y todo el mundo sabe lo que esto quiere decir. Y después viene autoayuda y después viene política y está todo separadito las etiquetas. ¿Un escritor tiene que pensar en dónde se va a encuadrar? Pensar hacia donde te vas a encuadrar es pensar a quién le querés vender tu libro. Implica pensar ya en el dinero, en la venta.

Feria del Libro - Inauguración oficial 28-04
Guillermo Saccomanno dando su discurso inaugural de la Feria del Libro de Buenos Aires, año 2022, La Rural (Augusto Fornaciari/)

En la biblioteca de Saccomano no hay libros suyos. Esta mañana, cuando quiso llevarle un ejemplar de Mirlo a una amiga, se dio cuenta que no tenía. Entonces pasó por Alfonsina, la librería de Pepe Roza, y compró uno. “No tengo libros míos por la siguiente razón: si lo revisás puede ser que pienses ‘antes me salía mejor’ o ‘¿cómo pude escribir esta barrabasada?’ No es saludable tener libros propios en la biblioteca”, y ríe.Pero cuando escucha una alusión al discurso que pronunció en la inauguración de la Feria del Libro 2022, lanza un bostezo forzado y dice: “¿Otra vez sopa?” Evita el recuerdo repetitivo del intenso debate entre editores y autores sobre la permanente tensión entre literatura y mercado. Evita también lo panfletario, pero nunca lo político: ciertos aspectos de su materialismo se han colando en esta conversación, pero ahora, ya en el final, agarra la escopeta, abre la puerta de una patada y sale a cazar a la última liebre despolitizada del monte de los lectores:

—La literatura es política, pero más que nada es ideológica frente a la realidad, escribas lo que escribas: ciencia ficción, poesía, fantástico, policial, realismo. La ideología entra por todos lados: la referencialidad con la realidad está y no está. Viñas decía que hay que fechar los textos. Me lo dijo así: ‘Hay que fechar los textos, hermanito’. ¿Qué quiere decir? Que cuando vos leés un texto de hace algunos años y querés tener una lectura más plena, podés indagar qué estaba pasando en ese momento. Y cuando vos leés autores como Liliana Heker, Marta Lynch, Beatriz Guido, David Viñas, Dalmiro Sáenz, Abelardo Castillo, toda esa generación, tenés que fijarte lo que estaba pasando alrededor: estaba presente la izquierda, era fuerte, estaba la experiencia del Che Guevara, de Cuba, se discutía el compromiso, y esa literatura era en cierto modo una literatura de denuncia, no siempre explícita, porque la buena literatura no es bajada de línea, pero estaba cruzada por la realidad”.

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