Mientras día a día sentía cómo su vida se le consumía en esa celda infame, bajo tierra, sin luz y ventilada por tubos, disimulada en un subsuelo improvisado en una mercería en el barrio rosarino de Bella Vista, el mayor Argentino del Valle Larrabure, en las cartas que sus captores del ERP permitían que enviase, tenía presente a la Fábrica Militar de Pólvora y Explosivos, de la que era subdirector al momento en que fue secuestrado.
Nunca imaginó que cincuenta años después, no solo que la Iglesia Católica estuviera estudiando la posibilidad de elevarlo a la categoría de mártir, sino que dicho establecimiento llevase su nombre.
Había sido creada en 1937 a partir de una iniciativa del ministerio de Guerra para que el país pudiese abastecer de pólvora y explosivos a las fuerzas armadas y de seguridad. Funciona en un predio de 316 hectáreas, cerca del centro de la ciudad cordobesa de Villa María.
Desde su cautiverio, en la primera misiva de septiembre de 1974 enviaba cariños a los empleados y operarios de la fábrica, y en la del 22 de octubre escribió que “estoy enterado de la designación de Fornari como director de la fábrica. Decile que no me deje parado ninguno de los proyectos que teníamos”. Con Mario Norberto Fornari, tenían la misma edad y eran íntimos amigos desde los tiempos en que habían estudiado juntos en la escuela técnica.
Entre 1965 y 1967 estuvo en la Fábrica Militar de Tolueno en Campana, donde se elaboraba nafta de excelente calidad y donde había sido nombrado director interino; en la de Villa María fue subdirector en diciembre de 1969 y entre 1972 y en 1973 fue enviado a perfeccionarse a Brasil. En enero de 1974 volvió a ocupar la subdirección hasta el 12 de agosto de ese año en que fue secuestrado por un comando del Ejército Republicano del Pueblo (ERP).
El ataque
Ese sábado 12 de agosto de 1974 a la tarde hubo, como todos los fines de semana, partido de fútbol en la canchita de la fábrica y Larrabure se había dado una vuelta para ver jugar a su hijo Arturo. Le festejó unos goles y después siguió camino a su despacho. A la noche había fiesta en el casino de la fábrica y el hijo tuvo permiso para ir después de medianoche porque el disc jockey era el cabezón Alamo, su entrenador de fútbol. No estaría solo. Su hermana Susana, de 17, iría a la ciudad a bailar.
Cerca de la una de la mañana del domingo 11 comenzó el ataque de unos 70 integrantes del ERP cuando el conscripto Mario Pettiggiani –estudiante de arquitectura- cortó con una pinza el cerco perimetral de la fábrica para permitir el ingreso de los terroristas. El soldado Jorge Fernández, que estaba en la guardia, quedó hemipléjico por un disparo en la cabeza. Fueron al casino donde se hacía la fiesta ya que buscaban al teniente coronel Osvaldo Guardone, director de la fábrica, que estaba en su casa. El mayor Larrabure y el capitán García se dieron a conocer, y se llevaron a ambos. Antes de irse, quisieron capturar a Guardone, pero resistió a los tiros, matando a uno de los atacantes.
Cuando se alejaban del lugar en automóviles, el capitán García terminó malherido al querer fugarse y fue abandonado más adelante. El combate dejó un saldo de un policía muerto y siete heridos, entre policías y militares. Se estima que los guerrilleros, que se llevaron unos 120 fusiles FAL, armas y explosivos, tuvieron dos muertos y siete u ocho heridos.
Arturo se quedó dormido viendo televisión y a eso de las dos de la mañana lo sobresaltaron disparos, gritos y órdenes que se impartían por altavoces. No sabía qué hacer. Se puso a rezar. Vio a su mamá, a la que llamaban Marisú, que la traían amigas. Lloraba, la sostenían por sus brazos. Ahí supo que habían secuestrado a su padre.
Fueron meses angustiantes, ya que el ERP solo negociaba con la familia y se negaba a hacerlo con el Ejército. En un momento los captores, a través de una chica joven que se acercó a la casa de los suegros de Larrabure, alcanzó la propuesta de canjearlo por cinco terroristas. La esposa pidió una reunión con la presidente Isabel Perón para plantearle la situación y cuando ya tenía el saco puesto para ir a Casa de Gobierno, le cancelaron el encuentro.
La familia pidió una prueba de vida. Le mandaron una foto que los impresionó. Ese mayor, que en cautiverio ascendió a teniente coronel, estaba piel y hueso, que desmentía lo que el militar escribía en las cartas que recibían en la casa de los suegros en Floresta, en las que decía que estaba bien y que era tratado con corrección.
Con el no de Isabel Perón se cortaron las negociaciones. Por testimonios conocidos posteriormente, los terroristas le propusieron dejarlo libre a cambio de que trabajase para ellos en el armado de explosivos. No aceptó. Los propios subversivos lo calificaron de patriota.
En la fábrica de Villa María no solo salían explosivos y pólvora, sino otros elementos que entonces no se fabricaban en el país como barnices y esmaltes. Larrabure siempre ideaba proyectos para incentivar la producción con el propósito de que sean mejorados por la actividad privada.
Larrabure tenía una relación especial con Fabricaciones Militares. No podía disimular su alegría cuando se batía algún récord de producción o aumentaba la exportación de alguno de los productos que allí se producían.
Luego de 372 días de cautiverio, lo asesinaron ahorcándolo, aunque quisieron hacer pasar la muerte por un suicidio. Su cuerpo apareció el 19 de agosto de 1975. Tenía 43 años.
Lo velaron en el regimiento de Patricios y a la viuda le comentaron la intención de Isabel Perón de concurrir al velorio. “Ahora la que no la quiere recibir soy yo”, respondió la viuda.
Cuando allanaron el lugar donde había estado cautivo, encontraron una poesía escrita por él a la que había titulado “Soledad, desesperanza”, en la que reveló cómo se sentía en realidad, y donde exponía todo aquello que había ocultado en sus cartas. “En la soledad del cautiverio, lascerado por el recuerdo y la tristeza…” comienza.
Cuando era cadete de tercer año le habían puesto el mote de “poeta tucumano”, ya que las poesías que escribía se las hacía recitar al pelotón que tenía a cargo.
En 1977 la familia se sorprendió cuando la revista Gente publicó un diario que Larrabure había llevado durante su encierro. “Estremecedor documento de una época”, tituló. La familia no tiene los originales, sino que las copias que circulan se basan en lo publicado en la revista.
Cuando intuía que no saldría con vida de su encierro y preparaba a su familia a acostumbrarse a la idea de que no lo volverían a ver, escribió “a la fábrica de mis amores, a Fapolex, que siga siempre adelante, con la pujanza de siempre. Mis saludos a todos los profesionales, subprofesionales, operarios y empleados”. Sonó a despedida.
Por estos días existe una comisión impulsada por el obispo castrense monseñor Santiago Olivera, quien también se había ocupado del caso del cura Brochero, que estudia el caso de elevarlo a mártir de la iglesia católica, el primero que sería militar. “Es el mejor reconocimiento a una víctima del terrorismo y la mejor reparación por su condición de religioso”, explicó su hijo Arturo.
Asimismo, aseguró a Infobae que la imposición del nombre de su papá es un hecho inédito, ya que la propuesta surgió del poder civil del ministerio de Defensa, y no del seno de las fuerzas armadas. En su caso, es la segunda vez que ocurre. La primera fue cuando, con Fernando de la Rúa como jefe de gobierno, se emplazó en 1995 su busto en avenida del Libertador, frente al Museo Nacional de Bellas Artes.
Viniendo de Córdoba capital por la ruta 9 vieja -la que ya casi no se usa porque se opta por la autopista- un tramo lleva, desde 1980, el nombre de Larrabure y se cree que en las inmediaciones durante un tiempo hubo un monolito que lo recordaba.
Su hijo aseguró que “pasó casi una vida esperando este reconocimiento. Y agregó: “Es una hermosa sorpresa”.