“No hay que dejar que ninguna otra persona apague el brillo de uno; siempre hay que mirar para adelante y usar la ropa que quieran usar, el color que quieran porque yo dejé mucho tiempo de usar blanco por los comentarios o por lo que me habían dicho; y hoy miro atrás y pienso, ‘no tiene por qué afectarme nada lo que diga el resto’, y usar lo que a mí me gusta”, dice y agrega con simpatía, “Y si les molesta el brillo… que se tapen los ojos”. Camila Mercado viene de una familia muy humilde, y de chica sufría bullying por su sobrepeso. Su fuerza y resiliencia ante la adversidad hicieron que logre transformar sus penas en algo positivo. Luego de aguantar graves amenazas de sus compañeras de escuela, a los 11 años descubrió que cantar era su lugar seguro. Así, con esfuerzo y una historia conmovedora, logró llegar a oídos de grandes productores musicales, quienes hoy forjan una gran carrera para la cantante. A sus 20 años, Camila triunfa en la televisión y en los escenarios de Argentina viviendo de lo que la salvó: cantar.
Luchar por un sueño
“Arranqué con esto en mi vida desde los 10 años porque era celíaca y no lo sabíamos, y hasta los 15 me costó un montón bajar de peso, y obviamente que recibía mucho bullying, en el colegio, fuera del colegio, en todos lados”, dice con dolor, explicando, “hasta que en un momento empecé a entrar como en depresión”, y detalla, “no quería salir de mi casa, me costaba mucho relacionarme con la gente… era todo muy difícil”. A partir de ahí, Camila empezó a percibir que le gustaba cantar.
Cuando dice “arranqué con esto”, Camila se refiere a las agresiones que sufrió las últimas semanas cuando se presentó a cantar en Pasión de sábado (América TV), el programa que representa a la movida tropical. El foco de las burlas era su vestimenta y fue atacada en las redes sociales por su outfit mientras cantaba. “Realmente no sé por qué razón”, se refiere a las ofensas recibidas, y sigue explicando dulce y calma, “No tiene explicación. Igual hasta el día de hoy también me sigo preguntando muchas cosas de la gente que veo. Digo, ¿por qué tanto odio hacia mí que ni siquiera por ahí ni me conocen?”, hasta que por fin, ella misma se responde con sabiduría, “Pero bueno, son cosas que no podemos explicar realmente”.
Camila nació el 29 de junio de 2004 en Río Cuarto, Córdoba, pero enseguida se mudó con su familia a Villa Reducción, “porque querían criarnos en un lugar más tranquilo”. Papá Román trabaja hasta el día de hoy en una manisera, y mamá Valeria fue empleada doméstica muchos años; ambos cordobeses. “No vengo de una familia que tenga posibilidades económicas altas, somos muy humildes y cuando tenía 14 años salía del colegio y me iba con mi mamá a trabajar limpiando casas. Sabía que si la ayudaba obviamente íbamos a terminar más rápido e íbamos a poder ir a comprar la comida, que muchas veces no teníamos, no nos alcanzaba. Entonces mucho tiempo hicimos las dos juntas eso”, cuenta con su voz ronca y la frente bien alta, y afirma, “lo cuento con mucho orgullo porque sé que gracias a eso hoy puedo estar acá viviendo de lo que me gusta, puedo disfrutarlo y ser muy agradecida de lo que tengo”.
Bullying en el colegio y salvación
“Desde los 10 años empecé con ‘ese’ problema y hasta los 16 que no descubríamos bien qué pasaba porque hacía un montón de cosas para poder bajar de peso pero no había forma”, relata explicando que sufría de obesidad infantil, “tenía mucho sobrepeso; a los 11 años pesaba 74 kilos, para mí edad era demasiado, y bueno me costó un montón…”, hace una mínima pausa recordando lo que viene, y dice con coraje, “porque también a esa edad en el colegio es súper complicado, súper”. De repente revela con valentía, “algo que me marcó muchísimo fue de más grande, cuando tenía 15 años, fue una compañera que en el pizarrón del aula dibujaba vacas y les ponía mi nombre”, me mira con incredulidad explicando lo inexplicable, y concluye, “horrible”. Y con su índice en la boca, anuncia “el golpe mortal”, que narrar, “Una vez me esperaba esa compañera afuera del colegio con una navaja, recuerdo, no sé por qué razón me tenía ese odio porque yo era una chica que, imaginate, ni siquiera hablaba en el curso”, y tirándose para atrás, con un rasgo de autodefensa dice, “de ‘pedo’ que iba al colegio”, y se apura, “iba porque tenía que ir pero realmente por tantas burlas no tenía ganas de estar ahí”. Continúa con el incidente de la compañera violenta, “me acuerdo patente que tuve que llamar a mi mamá y decirle que me espere afuera porque tenía miedo porque ya me habían avisado antes de que iba a hacer eso. Y ella salió con la navaja en la mano, arrastrándola por las paredes, rayando las paredes a propósito, dándome miedo… y eso es lo más fuerte que recuerdo”.
Lejos de poder hablarlo con su familia -y no porque no la tuviera, sino un poco por vergüenza y otro tanto por no traer más angustias al hogar-, la resiliencia de Camila fue su mejor aliada en los peores momentos. “A los 11 años descubrí que me gusta cantar, en un momento en el cual estaba muy mal”, pensativa se retrotrae al pasado y apunta con un tono melancólico, “bueno, estaba encerrada en mi pieza, no quería salir, lloraba todos los días y…”, mágicamente todo su rostro se ilumina para divulgar lo que viene, “ahí descubrí que la música era como un hueco que me ayudaba a sanar, a poder expresar lo que sentía”, dice con las palmas pegadas como quien reza a su Dios, “porque me costaba mucho expresarme, o contarle a mi mamá, ‘me está pasando esto’, ‘me está pasando lo otro’… y sentía que la música era el medio por el cual podía expresarme”, y remata anunciando con felicidad, “¡Y ahí descubrí que podía cantar!”. Aunque su hallazgo fue un salvavidas y un alivio total para sus angustias, la pequeña Camila aún vivía en las penumbras, “Me costó mucho mostrarlo”, aclara con un notorio orgullo propio. Su musa inspiradora tiene nombre y apellido: “Me gustaba mucho escuchar a Valeria Lynch”, cuenta con algo de pudor entre risas, y señala haciendo montoncito con las manos, “11 años tenía, y un día agarré y puse un karaoke de Valeria y empecé a cantar encima”, cuenta divertida que al ritmo de “Me das cada días más”, los acordes se alinearon y su pasión se manifestó.
Esa misma Navidad de 2015 Camila se animó y anunció a su familia: “Quiero cantar”. Todos se la quedaron mirando, “porque casi siempre yo no hablaba, no participaba, no nada…”, cuenta llevándose las manos a la boca, y alargando su mano hacia un costado retrata, “estaba en un rincón”. Así con su padres, su hermano y sus abuelos de audiencia, la chiquita puso la pista y el público no podía creer lo que oía, “Empiezo a cantar Señor amante; ellos me miraban y decían, ‘esta de dónde sacó la voz… y los temas de Valeria Lynch’, que ni imaginaban que yo escuchaba eso”. Enseguida, el visto bueno fue dado nada menos que por Oscar Puig, el abuelo materno, cantautor de folklore. “Vos tenés que dedicarte a esto”, narra impostando la voz del ‘viejo’, “‘Yo te voy a presentar en un escenario’, me dice”. Y ahí arrancó “toda esta locura” de poder exponerse en frente de la gente.
Camino a la fama
A los 12 años Camila se presentó en un escenario por primera vez, “Cuando empecé a recibir comentarios súper lindos, que era algo que yo normalmente no recibía, dije, ‘este es mi lugar’”, expresa con la mirada alegre, “Y todas esas cosas me ayudaron a sanar lo que había pasado antes”. Desde ese entonces, nunca más se quiso bajar de un escenario, “es mi lugar seguro, donde nadie puede lastimarme”. El ganar en seguridad aportó para que los Mercado encuentren el real motivo por el cual su hija tenía sobrepeso, “Cuando descubrieron que era celíaca, ahí empezó mi tratamiento. Físicamente empecé a cambiar y a creer más en mí, pero no por haber cambiado físicamente sino que también hubo un cambio dentro mío que hizo empezar a decidirme a cumplir mis sueños”, señala. Saber que era intolerante al gluten, significó que tuviera una gran lucha por cambiar sus hábitos alimenticios, después de muchos estudios se demostró que tenía celiaquía y todo empezó a mejorar para ella: su humor, su ánimo y sus ganas de vivir. Y en cuanto a los comentarios ajenos dice, “Hoy me cuido más por mí que por el resto. Me miro al espejo y me acepto tal cual soy, me gusta lo que veo, ese es un gran avance que he hecho hace muy poquito tiempo. De a poco voy rompiendo un montón de barreras”.
Cantó por toda Córdoba hasta los 17 años, incluso tuvo una banda de cumbia con su papá y su hermano, “‘Doble identidad’ se llamaba, era una banda familiar. No teníamos plata, lo hacíamos porque nos gustaba”. Y finalmente Camila abre su corazón de par en par para emocionarse, “Hoy en día tengo la posibilidad de tener mucha gente que quiere vestirme para los shows; me regalan mucha ropa y zapatos. Pero recuerdo cuando tenía mi banda y mis papás hacían lo posible para que yo tuviera un vestuario de artista. Y me acuerdo que tenía un solo par de zapatos que usaba para cada presentación que tenía”. Y aunque ya se presentaba ante audiencias medianas, Camila seguía siendo una niña adolescente igual que todas, así que un día se le plantó a su mamá y le dijo, “Che, má, estos zapatos ya los usé un montón de veces”. Tenía “miedo” de lo que pensaría el público de verla siempre con la misma ropa, pero lo cierto es que los Mercado vivían con lo justo y lo necesario, “No nos alcanzaba para comprar otro par de zapatos. Entonces, con mi mamá agarramos y los pintamos de otro color”, se ríe pícara, “…y yo salí con otros zapatos”.
La pandemia para Camila resultó ser su golpe de suerte, “Pablo Serantoni, mi productor de hoy, en ese momento hacía vivos. Yo me anoté en una lista, él vio un video mio en mi perfil y tuve la suerte de que me llame”, dice con humildad. Así desde ese entonces ella se unía a todos los vivos y cantaba una canción de cierre. En la pandemia Camila aprendió que toda crisis es una oportunidad porque aunque su madre se enfermó mal y eso la preocupó muchísimo, en aquel momento la vida le presentó a quien le dio la oportunidad de dar el gran salto de su vida. Cuando terminó el confinamiento, Camila viajó a Buenos Aires llamada por los hermanos Serantoni. “Gracias a la pandemia conocí a mi productor, a través de las redes me escuchó cómo cantaba, y hoy en día estoy acá”, dice con su franca sonrisa. La conocieron, la escucharon en vivo y finalmente se dio su gran sueño: firmó su primer contrato con la productora. “Obviamente que no fue de un día para el otro todo esto porque llevó su tiempo, buscamos el camino, y recién hace un año debuté como cantante profesional”.
El sueño de Camila se cumplió con creces, “Esto es algo muy loco porque vivo literalmente en ‘Pasión de sábado’, el programa con el cual crecí viendo con mi familia desde la televisión de casa”, explica como un chico que vive dentro de Disney, “mis productores compraron una casa pegada al estudio, que tiene conexión con todo ‘Pasión’, entonces yo entro y salgo, por ejemplo, cruzando ‘Pasión’ al medio todos los días… ¡es una locura!”, se nota su gratitud mientras lo cuenta. “Yo no vengo de una familia de plata, y de repente llegué acá y tenía aire acondicionado en la pieza”, dice como quien se ha ganado la lotería, “jamás en mi vida había visto un aire acondicionado”. Y finalmente expresa su fin mayor, “Es increíble porque jamás en mi vida me hubiera imaginado estar acá, vivir de lo que me gusta; arranqué haciéndolo como un hobby o algo con qué expresarme y de golpe terminé viviendo de cantar”.