Se dice que Emiliano Zapata, al ver la imponente silla presidencial en el Palacio Nacional, no pudo evitar detenerse. El aire pesado de la historia lo rodeaba mientras dirigía una advertencia a su compañero de armas, Pancho Villa. “Esa silla está embrujada”, murmuró, con la voz grave de quien ha visto de cerca la traición y la corrupción. Según Zapata, todo hombre que se atreviera a sentarse allí, por muy noble que fuera, terminaría perdiendo el rumbo, cegado por el poder.
Villa, siempre osado, no se dejó impresionar. Con un gesto burlón, se dejó caer en el asiento, sintiendo el cuero frío bajo sus manos, mientras un fotógrafo inmortalizaba el momento. Zapata, en cambio, se mantuvo firme en su negativa. No sería él quien cargara con el peso del hechizo, la sombra del poder que, según su creencia, deformaba el carácter de quien lo reclamaba.
Este episodio, que forma parte del imaginario histórico de México, ha sido retomado por el investigador Alejandro Rosas y el historiador Carlos Silva en su ensayo La silla embrujada, un título cargado de simbolismo que resume el peso y el misterio del poder presidencial en la nación. A lo largo de sus páginas, Rosas y Silva ofrecen un recorrido exhaustivo por las sucesiones presidenciales mexicanas de los siglos XX y XXI, hilando anécdotas como la de Villa y Zapata con documentos históricos y un profundo análisis de lo que significa gobernar en México.
Con una radiografía minuciosa, el ensayo revela un hilo invisible pero constante que atraviesa las sucesiones presidenciales de México, desde aquellas dominadas por el Partido Revolucionario Institucional (PRI), dueño del poder durante siete décadas, hasta la más reciente, que abrió las puertas del Palacio Nacional a Andrés Manuel López Obrador. A través de cada relevo, el texto muestra cómo el PRI, con sus interminables transformaciones, construyó un reinado de poder casi absoluto, moldeando la política mexicana hasta el hartazgo. Y luego, como una tormenta de cambio, la irrupción de López Obrador, el eterno opositor, prometió dar un vuelco a la historia y romper con los vestigios del régimen priista, aunque las sombras del pasado aún persisten en los rincones del poder.
Aquí, algunos párrafos del capítulo donde habla de las últimas elecciones presidenciales
¿Elección de Estado?
De buenas intenciones está empedrado el camino al infierno
Durante la etapa de oro del dedazo —1940 a 1994—, poco importaban los resultados del gobierno saliente en el desarrollo de la sucesión presidencial. Al fin y al cabo quien tenía la última palabra en la elección del sucesor era el presidente, por lo que más que pensar en la continuidad de un supuesto proyecto de nación que sólo duraba seis años, su decisión tenía que ver con sus consideraciones personales, de ahí que no haya sido casualidad que algunos se arrepintieran de su resolución una vez que dejaron el poder.
Pero, a partir de la alternancia presidencial del año 2000, el desempeño del presidente y de su administración durante su sexenio fue factor fundamental en la sucesión y en el resultado de las elecciones.
El gobierno de Fox fue mal calificado por la ciudadanía porque no cumplió con su promesa del cambio, por eso Calderón ganó apenas por 250 mil votos en 2006; la guerra contra el narco durante el gobierno calderonista fue la piedra en el zapato que llevó a Acción Nacional a devolverle la presidencia al Partido Revolucionario Institucional (PRI) en 2012, mientras que la escandalosa corrupción de la gestión de Peña Nieto fue la primera causa para que López Obrador ganara en 2018.
En el presente sexenio aparecieron nuevas variables y, a pesar del fracaso del presidente López Obrador en su promesa de alcanzar la cuarta transformación, los resultados poco importan: la percepción de Morena frente al electorado goza de cabal salud y el partido se encamina a ganar en 2024. La magia de transformar miles de millones de pesos en apoyos para algunos sectores de la sociedad.
Desde antes de iniciar el gobierno de Andrés Manuel una parte de la ciudadanía aseguró que el país se encaminaría al desastre, que México se convertiría en una dictadura como la de Venezuela, que el peso mexicano se iría por las nubes frente al dólar, que habría crisis económica, que la inversión extranjera abandonaría el país, que el crecimiento de la economía sería de cero o negativo y que con toda seguridad el autoritarismo del presidente se materializaría en su reelección, por las buenas o por las malas.
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El presente sexenio ha sido marcado por el despilfarro de recursos públicos a manos llenas: el costo de la cancelación del Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México y el dinero invertido en el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles (AIFA), que no solucionó el problema de la saturación y que usan pocos mexicanos para las necesidades de la capital; el costo de la refinería de Dos Bocas, que triplicó su presupuesto original; la construcción del Tren Maya, que nunca será rentable, y la Megafarmacia del Bienestar, que es uno de los mayores absurdos de gobierno de la historia reciente. Ocurrencias que al final serán pagadas no por López Obrador ni por Morena, sino por todos los mexicanos, sean o no partidarios del líder supremo.
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El gobierno de López Obrador militarizó al país al otorgarle obra pública, recursos y contratos a diestra y siniestra al ejército y a la marina sin rendición de cuentas. Del mismo modo, ha cedido espacios a la delincuencia organizada más por torpeza que por complicidad y, por lo pronto, ya es el sexenio más violento de la historia, con un número escalofriante de homicidios dolosos y desaparecidos.
El crimen organizado se ha convertido en factor de riesgo en las elecciones: desde 2018 centenares de candidatos y autoridades políticas han sido asesinadas en campaña o en funciones.
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A pesar de los avances que México ha tenido en materia electoral desde que el gobierno dejó de ser juez y parte en las elecciones (1996), aún prevalecen resabios del viejo sistema político. Sin embargo, la historia, como el destino, es caprichosa y demuestra que todo puede cambiar de un instante a otro.
En conclusión
Con una radiografía minuciosa, el ensayo La silla embrujada revela un hilo invisible pero constante que atraviesa las sucesiones presidenciales de México, desde aquellas dominadas por el Partido Revolucionario Institucional (PRI), dueño del poder durante siete décadas, hasta la más reciente, que abrió las puertas del Palacio Nacional a Andrés Manuel López Obrador.
En conclusión, la historia reciente de México demuestra que el poder sigue teniendo efectos transformadores en quienes lo ejercen, como sugiere la metáfora de la “silla embrujada”. Aunque el Partido Revolucionario Institucional (PRI) moldeó la política mexicana durante más de siete décadas, la llegada de Andrés Manuel López Obrador marca un nuevo capítulo en el presidencialismo del país.
Sin embargo, los problemas estructurales persisten: la violencia, la corrupción y el autoritarismo siguen siendo sombras que acechan cada transición. El ensayo invita a reflexionar sobre cómo, más allá de las promesas de cambio, la silla del poder continúa ejerciendo su embrujo sobre quienes la ocupan.