Hace 177 años nacía en Estados Unidos Katharine Hepburn (1907-2003), una actriz icónica en la industria cinematográfica, reconocida por ser la única mujer en haber obtenido cuatro premios Oscar como mejor actriz. Auténtica y con una mentalidad de avanzada, supo ser una figura revolucionaria del feminismo en Hollywood y, al igual que cualquier persona, fue víctima de sus propias contradicciones.
Katharine Hepburn vino al mundo el 12 de mayo de 1907 en Hartford, la capital del estado de Connecticut, siendo la segunda hija dentro de una familia de seis hermanos de un estrato socioeconómico progresista y acomodado. Su padre, Thomas Hepburn, era urólogo y mantenía una amistad con el escritor George Bernard Shaw, mientras que su madre, Katharine Houghton, era una reconocida activista del feminismo. Ambos progenitores contribuyeron activamente a diversos movimientos de cambio social en Estados Unidos: Thomas fundó una organización enfocada en la prevención de enfermedades venéreas; por su parte, Katharine lideró la Asociación de Sufragio Femenino de Connecticut y promovió campañas sobre el uso de métodos anticonceptivos. Desde temprana edad, a los ocho años, Hepburn acompañaba a su madre en las manifestaciones a favor del sufragio femenino, derecho que fue aprobado en 1919 y ratificado oficialmente en agosto de 1920.
La orientación liberal de su educación, centrada en aspectos sociales y no económicos, propició que desde temprana edad Kathie desafiara las convenciones sociales y los prejuicios morales vigentes. Por ejemplo, desafió las normas de género al adoptar el apodo “Jimmy”, cortarse el cabello al estilo de los varones de su época y competir con ellos en pruebas de habilidad física. Se destacó en la práctica de la natación y el tenis, sintiéndose agradecida por la educación progresista y el apoyo incondicional de sus padres. No obstante, este período de felicidad y aprendizaje tuvo un abrupto final el 3 de abril de 1921.
En una jornada que quedaría marcada por la tragedia, Kathie, a sus 13 años, encontró a su querido hermano Thomas, de 15 años, sin vida; se había ahorcado. Durante unas vacaciones en Nueva York, en la residencia de una tía que los había llevado a ver una película muda el día anterior, en el edificio situado en el 26 de Charlton Street, en Greenwich Village, Katharine encontró el cuerpo de Tom. El adolescente estaba suspendido de una sábana que estaba atada por un extremo a su cuello y por el otro a una viga. Después de buscar ayuda de manera frenética, Katharine tuvo que enfrentar el dolor de comunicarles a sus padres el suceso. Tom había decidido acabar con su vida, sumándose a otros tres suicidios dentro de la familia, incluyendo el de su abuelo materno. No obstante, los Hepburn dijeron que la muerte de Tom había sido accidental, resultado de un juego peligroso que ya había realizado en otras ocasiones.
En el trayecto al crematorio, Kathie presenció un momento inusual: su madre, reconocida por su estoicismo, rompió en llanto. “Era la primera vez que la veía llorar y nunca más volví a verla derramar una lágrima. Era una mujer fuerte, que había tenido que enfrentarse a grandes pérdidas, como el suicidio de su propio padre y la muerte prematura de su madre a los 34 años, debido a un cáncer. También se había hecho cargo del cuidado de sus dos hermanas. Si alguna vez lloraba, lo hacía en privado”, relató Hepburn. Este evento marcó un antes y un después en su vida, llevándola a adoptar una actitud más reservada y desconfiada, alejándose del entorno social. Decidió dejar la Kingswood Oxford School para continuar su educación con tutores privados. Durante años, emuló un detalle muy personal de Tom, adoptando la fecha de nacimiento de él, el 8 de noviembre, como la suya.
En el año 1924, gracias al estímulo de su madre, Katharine recibió una beca para asistir al Bryn Mawr College. La reincorporación a la vida social, y especialmente al entorno universitario, fue un reto para ella. Hepburn retó las reglas de la institución, lo que la llevó a ser suspendida en diversas ocasiones por sus actitudes desafiantes y por fumar en su habitación. Sin embargo, encontró gran pasión en el teatro, participando en las producciones de la universidad. Destacó considerablemente cuando obtuvo el papel principal en “The Woman in the Moon”, una producción independiente, lo que le valió sus primeros reconocimientos. A pesar de su evidente inclinación hacia la actuación, en 1928 Hepburn se graduó en Historia y Filosofía.
Inmediatamente después de su graduación, con firme determinación de seguir una carrera actoral, Katharine se trasladó a Baltimore para encontrarse con Edwin Knopf, el director de una compañía teatral en la cual obtuvo un rol menor en “La Zarina”. Las críticas hacia la obra en general fueron positivas, aunque hubo quien la describió como “una chica nueva, con voz metálica y apariencia esquelética”, en una época donde el ideal de belleza femenino tendía hacia figuras más voluptuosas. A Kate, la crítica sobre su físico no le afectaba. Sin embargo, tomó en serio el comentario sobre su voz y buscó un lugar donde pudiera estudiar fonética. Esto la llevó a Nueva York, donde se alojó en la casa de Phelps Putnam, un poeta amigo suyo y uno de sus primeros romances tormentosos.
En Nueva York, Katharine logró obtener roles secundarios en varias obras de teatro y comenzó una relación amorosa con Ludlow Ogden Smith, un joven perteneciente a una familia distinguida, con quien contrajo matrimonio en el mismo año, 1928. El enlace duró hasta 1934, momento en el cual decidieron separarse debido a la incompatibilidad de la relación con la creciente carrera de Hepburn. Después de su divorcio, mantuvieron una amistad y, por un tiempo, incluso compartieron la misma vivienda; una situación que resultó ser una sorpresa poco agradable para los pretendientes de la actriz.
Fiel a sí misma
En 1932, Katharine Hepburn se enfrentó a la oportunidad de dar un gran salto en su carrera hacia el cine. Se enteró de que George Cukor, un director conocido por potenciar el talento actoral femenino, estaba en busca de una actriz para un papel en “Doble sacrificio”, en Los Ángeles. Hepburn tomó un tren hacia California, llegando a su destino con un sombrero pasado de moda y los ojos irritados por virutas que entraron por la ventana del tren. Al día siguiente, se presentó al casting luciendo un parche al estilo pirata. No solo consiguió aquel papel, por el cual solicitó un salario de 1500 dólares semanales —una suma modesta en la actualidad, pero considerable para una actriz desconocida en la década de 1930— sino que también obtuvo muchos otros roles. Su carrera ascendió a un ritmo vertiginoso; con su tercer film, “Gloria de un día”, dirigido por Lowell Sherman, Hepburn ganó su primer Oscar a “Mejor actriz principal”, reconocimiento que no retiró personalmente, al igual que no asistiría a futuras ceremonias en las que estuviera nominada.
A los 26 años, con una estatura de metro setenta y dos, ojos azules y pelo rojizo, Katharine Hepburn oscilaba entre el glamour típico de una diva y una actitud de independencia caracterizada por el “me visto como quiero y hago lo que quiero”. Era conocida por fumar puros, beber whisky con soda, nadar en el mar durante el invierno, vestir pantalones y responder con agudeza e indiferencia a la diplomacia convencional. Cukor comentó al respecto: “Ella no se adecuaba a los estándares de los años 30, sino que era fiel a sí misma. Posteriormente, otras chicas comenzaron a imitarla, y fue la década la que terminó pareciéndose a ella”. Hepburn logró consolidarse en Hollywood como una estrella única, resplandeciente y rebelde, desafiando abiertamente el machismo dominante en el escenario cinematográfico de aquel tiempo.
Katharine Hepburn no solo cautivaba a la audiencia, sino también a figuras destacadas de la industria cinematográfica. John Ford, considerado uno de los directores más influyentes de la historia, quien la dirigió en “María Estuardo”, fue uno de sus amantes. Durante su relación, que fue tanto secreta como convulsionada, Ford contempló la idea de dejar a su esposa Mary, con quien finalmente permaneció hasta su muerte. Durante el rodaje de “María Estuardo”, Katharine realizó tantas sugerencias de dirección que Ford terminó invitándola a dirigir ella misma. Sin embargo, Hepburn terminó su relación con él por Howard Hughes. Este magnate y cineasta, apasionado de la aviación, intentó impresionarla aterrizando su avioneta en un campo de golf donde ella se encontraba. Hepburn, indiferente ante tales demostraciones de virilidad, fue directa: le propuso vivir una aventura de pasión y emociones intensas, sin ataduras formales. Eventualmente, se cansó de Hughes y comenzó otro romance, oculto y que duraría toda la vida. O, para ser más precisos, durante toda la vida de él, ya que falleció mucho antes que ella.
A principios de la década de 1940, la ya consolidada actriz Katharine Hepburn fue seleccionada para el papel principal de “La mujer del año”, una comedia dramática romántica dirigida por George Stevens. Fue el productor Joe Mankiewicz quien le presentó al actor principal, el apuesto Spencer Tracy. A pesar de que ambos eran figuras destacadas de la Metro Goldwyn Mayer, no habían tenido la oportunidad de trabajar juntos previamente. Su primer encuentro estuvo marcado por un intercambio de comentarios agudos. Hepburn le dijo a Tracy: “Señor Tracy, usted no es tan alto como esperaba”. Mankiewicz intervino con rapidez: “No te preocupes, Kate: Spencer, con su talento, te rebajará a su altura”, una observación que resultaría ser premonitoria, aunque no precisamente por el talento de Tracy. El actor, por su parte, respondió con un comentario fuera de lugar y poco ingenioso: “Usted, señorita Hepburn, tiene las uñas un poco sucias”.
No solo compartieron pantalla en ese filme, sino que también iniciaron una relación tanto en la ficción como en la realidad, aunque en este último ámbito de manera clandestina (hasta cierto punto). La unión entre Katharine Hepburn y Spencer Tracy se convirtió en una de las relaciones más apasionantes, prohibidas y duraderas en el ambiente de Hollywood. Casado desde 1923 con Louise Ten Broeck, Tracy era un hombre de convicciones conservadoras y católico practicante, habituado a relacionarse con mujeres sumisas y actrices que le mostraban adoración. Hepburn, por su parte, destacaba por su firmeza en los sets de rodaje —llegando al punto de escupirle en la cara a Mankiewicz— y era temida tanto por colegas como por periodistas, especialmente por hombres. Apodada “La arrogante”, mostraba indiferencia hacia ese mote y hacia los rumores sobre su vida sexual, incluyendo especulaciones acerca de relaciones con mujeres. Su respuesta ante tales afirmaciones era simplemente un lacónico “así soy”.
En la privacidad, Spencer Tracy mostraba su vulnerabilidad, sintiéndose incapaz de terminar su matrimonio y agobiado por la idea de abandonar el hogar que compartía con su hijo con sordera. Recurría al alcohol como una vía de escape hacia su tormento personal. Katharine Hepburn adoptó, de alguna manera, un papel de amante y cuidadora, intentando asistirlo, aunque finalmente se vio afectada por las constantes borracheras de Tracy, que lo acercaban al delirium tremens. Con el tiempo, el triángulo amoroso encontró su equilibrio, posiblemente con un consentimiento tácito entre las partes involucradas. Hepburn, que nunca vivió bajo el mismo techo que Tracy ni contempló la idea de tener hijos con él, y Louise, la esposa que toleró la infidelidad para no perder a su esposo, nunca se encontraron personalmente; sin embargo, ambas eran conscientes de que Tracy no abandonaría a ninguna. “Si lo hubiera dejado, los dos habríamos sido desgraciados”, admitió Hepburn más tarde. “No hay fórmulas para el amor, cada pareja establece sus propias reglas”, le afirmaba él, en un intento por justificar y mantener esa relación triangular.
Durante casi tres décadas, Katharine Hepburn y Spencer Tracy vivieron una relación de altibajos emocionales, manteniendo siempre su amor en secreto y sin aparecer juntos en público, excepto, por supuesto, cuando actuaban o asistían a eventos de promoción cinematográfica. George Cukor compartió una anécdota reveladora sobre una fantasía que Tracy le confesó haber tenido mucho antes de conocer a Hepburn. Soñaba con actuar junto a ella en una adaptación de “Dr. Jekyll y Mr. Hyde”, obra de Stevenson, donde quería que Hepburn interpretara tanto a la inocente novia del doctor como a la prostituta que Hyde sometía y maltrataba.
Katharine Hepburn falleció el 29 de junio de 2003, a los 96 años, habiendo logrado su mayor aspiración: mantener su independencia en un entorno que tradicionalmente exigía la sumisión de las mujeres. Su figura trascendió como un ícono de rebeldía artística, una estatura que se magnificó dentro del contexto histórico en el que le tocó existir.
Katharine Hepburn se fue sin expresar quejas, arrepentimientos ni jactancias sobre haber sido una pionera en su tiempo, ni evidenciar deseos de revancha (aun cuando Ford le había dicho: “Eres una chica estupenda. Si solo aprendieras a estar callada y a arrodillarte, probablemente serías una buena esposa para alguien”). Se destacó en roles estelares junto a símbolos sexuales masculinos de la talla de Humphrey Bogart , John Wayne, Clark Gable, Cary Grant y Spencer Tracy. Nunca fue eclipsada por ninguno de ellos; no lo habría tolerado. Murió habiendo realizado sus anhelos: vivir de manera independiente, siendo fiel a sus convicciones, sin rendir cuentas a nadie. “No sé si Dios existe, pero Él no puede hacerlo todo. Uno debe tomar sus propias decisiones”, una de sus citas más emblemáticas refleja su filosofía de vida. Y así vivió y, posiblemente así eligió morir, a su modo, aproximándose al siglo de vida, lleno de intensidad.