La escalada de los dólares financieros y las cotizaciones alternativas, con el consiguiente aumento de la brecha cambiaria, que se iniciaron en junio y se profundizaron durante la primer semana de julio, catalizaron los anuncios de las nuevas medidas oficiales que acabaron por dar forma a la “remendada” y un tanto improvisada “fase dos” del plan económico.
En este contexto, la implementación de esta suerte de plan de “triple cero”, es decir, de una política fiscal y monetaria tendiente al déficit, emisión e inflación cero, no solo arrojó resultados dispares durante su primera semana sino que sumó nuevos interrogantes que alimentan la incertidumbre y agigantan los desafíos en términos de gobernabilidad.
Una apuesta del gobierno que puede estar sustentada en una argumentación lógica pero que resulta un tanto temeraria a la hora de enfrentarse al siempre ácido test de realidad. El razonamiento que hacen Milei y Caputo es que al secar la plaza de pesos con la política de “emisión cero”, cuando comiencen a reactivarse la economía y el crédito privado, se dará una demanda genuina de pesos que, ante la falta de nueva oferta por la vía de emisión, llevará al sector privado a vender las flamantes LEFI y Lecap (ex pases, ex Leliq) al Estado.
Y, en este escenario en el que hipotéticamente la demanda de pesos igualaría la oferta ahora “fija” de estos, supuestamente no habría más necesidad de controles cambiarios, generando así las condiciones para la “tercera fase” del plan y el levantamiento del cepo.
Lo cierto es que las medidas parecieran estar basadas en una proyección tan inverosímil como aséptica con respecto no solo a la actuación de las fuerzas del mercado sino a la influencia de los factores políticos y los condicionantes sociales. El propio Caputo dejó en evidencia estas falencias con unas declaraciones tan sorprendentes como cargadas de cinismo, en las que instó al mercado a “incorporar el concepto que, en competencia de monedas, el peso será la moneda escasa, por lo tanto, la más demandada”.
Y, en una sentencia con reminiscencias tragicómicas, el ministro alertó que quien apueste al dólar estará perdiendo, y que en un escenario de escasez de pesos, muchos deberán incluso desprenderse de sus ahorros en la divisa estadounidense para “pagar los impuestos”. Una declaración que, más allá de que provenga de un funcionario que nunca fue muy hábil a la hora de comunicar, deja entrever una concepción tan alejada de la realidad como perversa: sin oferta de pesos no solo podría haber menor demandas de dólares en algunos sectores, sino también menos demanda de productos alimentarios y de primera necesidad para la mayoría de los argentinos que ya son pobres.
Lo cierto es que al sumar a la preocupación casi exclusiva por la disciplina fiscal la contracción monetaria, el gobierno se cierra aún más sobre el objetivo de controlar la inflación, aún a costa de demorar aún más la reactivación económica y la salida del cepo. Y, como en un perverso círculo vicioso, apostando todo a la baja de la inflación como logro de gestión y capital político-electoral, arriesga no solo su apoyo social (al profundizar la recesión y demorar la reactivación) sino que profundiza la incertidumbre en los mercados (que no ven una salida del cepo en el horizonte).
Así las cosas, un presidente que llegó al poder prometiendo una dolarización que elimine el “excremento” del peso y el cierre del Banco Central, hoy tiene un ministro que apuesta a que el peso sea la “moneda fuerte” y que recurre a las intervenciones en el mercado a través del Banco Central que han realizado los últimos gobiernos que tanto critica el presidente.
No debería llamar la atención, entonces, la desconfianza que los mercados parecen proyectar con respecto a la solidez y la sostenibilidad del plan económico. Aunque Milei se enoje con bancos locales acusándolos de golpistas o con funcionarios del FMI tildados de “socialistas”, es la supuesta “mano invisible” del mercado la que sacude a un presidente que parece cada vez más frustrado ante una realidad que no se ajusta a sus deseos.